Hay gente que suele decir que la Biblia carece de confiabilidad histórica, una posición escéptica que empezó hace ya más de dos siglos, con el nacimiento de la crítica racionalista, y se llegó incluso a sostener que buena parte del relato bíblico eran solo cuentos o leyendas sin fundamento histórico… hasta que con el nacimiento de la moderna arqueología (a partir del siglo XIX), las piedras milenarias empezaron a protestar y exponer su verdad acallada por la falta de métodos y medios que la pudieran descifrar. Sin embargo existen aún dificultades para encajar algunos relatos bíblicos con los descubrimientos arqueológicos.
Por ejemplo en lo que respecta a algunos episodios de la conquista de Tierra Santa por los israelitas relatados en el libro de Josué. Para empezar, es cierto que los rastros encontrados en distintas ciudades de Palestina demuestran a las claras que hubo destrucción en la segunda mitad del s. XIII a.C., lo cual concordaría con la embestida de los israelitas calculada alrededor del año 1240 a. de C. en adelante. Dichas ciudades son Tell Beit Mírsini (posiblemente la Debir/Quiriat-sefer bíblica), Laquis, Bet-el, y Hazor. Sin embargo, existen dos sitios han dado lugar a controversia, al no hallarse comprobación tangible de una destrucción ubicable en dicha época: son las ciudades JERICÓ y HAI; y estos dos casos son los que más suelen resaltarse en las páginas ateas y anticristianas para afirmar que el relato bíblico de la conquista de Canaán es fantasioso.
¿Cuándo cayeron los muros de Jericó?
Empecemos por JERICÓ. El relato de la caída de Jericó es sin duda uno de los más conocidos de la Biblia y por lo tanto lo reseñaré muy brevemente: En la primera referencia bíblica de Jericó (Jos. 2) se hace mención a que el dirigente hebreo Josué envió dos espías a la ciudad desde su campamento en Shittim (actualmente en Jordania). Sucesivamente sitiada por los israelitas, Jericó se rindió después de que sus murallas fueran milagrosamente derribadas por siete sacerdotes tocando unas trompetas (Jos. 6). Los habitantes fueron asesinados y, según la historia, Josué maldijo y destruyó la ciudad. (En todo caso leer el Libro de Josué capítulo capítulos 3 al 6).
Leyendo algunos artículos de la red, veo que muchos cometen el craso error de decir que "por los años en que se supone Josué y los israelitas llegaron a la Tierra Prometida (siglo XIII a. de C), la ciudad de Jericó AÚN no existía". Pues no, no es exactamente así, la ciudad de Jericó es una de las más antiguas ciudades amuralladas del mundo, cuyo origen se remonta al 8,000 a. de C. tal como se pudo comprobar tras sucesivas excavaciones realizadas en el siglo pasado en las ruinas de Tell es-Sultán (unos 16 km al noroeste de la actual desembocadura del Jordán en el mar Muerto, y muy cerca de la moderna ciudad de Jericó). La arqueología ha demostrado que en ese sitio fueron construidas y destruidas sucesivas ciudades a lo largo de los milenios:
– Una ciudad de la época neolítica, rodeada por un muro y habitada desde el octavo hasta el cuarto milenio a. C. en que fue abandonada;
– Una ciudad pre Cananea de la edad del bronce temprano o antiguo, con formidables sistemas defensivos amurallados (3200-2300 a. de C.);
– Una ciudad cananea del bronce medio (hacia 1900–1600/1550 a.C., el llamado período patriarcal) que probablemente terminó por ser destruida por los faraones de la 18º dinastía.
– Y una última ocupación conocida del período del bronce reciente o tardío (entre 1400 y 1325 a.C.).
El punto de discrepancia aquí consiste en que, por los años en que se supone se produjo la conquista de Canaán por los israelitas (entre 1240 y 1200 a.C.), JERICÓ SE HALLABA YA ABANDONADA. Es decir, de la antigua Jericó solo quedaban las ruinas de su pasado próspero, y los israelitas de Josué debieron encontrar solo eso. Es probable que cerca o encima existiera un pequeño poblado, pero sería mucho más modesto y sin murallas, muy distinto a la Jericó de los altos muros que describe la Biblia. Menudo problema pues que representa esto para quienes defienden la confiabilidad del relato bíblico.
Antes de continuar quiero dejar en claro que en cuanto a la cronología sigo la tendencia más extendida entre los expertos, el de fijar el tiempo de la invasión de los israelitas a Canaán, por los años 1200 a.C. ya que existen otras posiciones al respecto, como el de fijarla por los años 1600 ó 1400 a.C.
Empecemos con las excavaciones. La primera gran excavación del sitio de Jericó, fue llevada a cabo por un equipo alemán (Ernst Selin y la sociedad Deutsche Orientgesellschaft) entre 1907 y 1909, cuyos resultados fueron publicados en 1913. Algunas de las conclusiones de los citados excavadores fueron censuradas, por lo que se pensó en reanudar las excavaciones con mejor base científica.
El encargado de continuar el trabajo fue el arqueólogo John Garstang, que bajo los auspicios de Palestine Exploration Fund, excavó el Tell desde 1930-1936. El mérito principal de Garstang consiste en haber trazado la evolución histórica de la ciudad. Fue el primero en querer corroborar el relato bíblico de la caída de los muros de Jericó con las pruebas arqueológicas. En efecto, su investigación se concentró en el impresionante sistema de fortificaciones de Jericó, compuesto por un muro de retención de piedra, de unos cinco metros de altura; una muralla de ladrillos de unos 2 metros y medio, levantada encima de dicha estructura y fortalecida por detrás por un murallón de tierra; y otra muralla más que rodeaba la ciudad. Entre ambas murallas había indicios de estructuras domésticas o casas, que eran consistentes con la descripción de la casa de Rahab, la ramera, que según el relato del libro de Josué 2:15 se hallaba sobre la muralla. Otro detalle interesante era que en una parte de la ciudad, había grandes pilas de ladrillos en la base del muro, tanto externo como interno, lo que indicaba un desmoronamiento repentino de las fortificaciones. Debió ser emocionante para Garstang comprobar que según todos los indicios los muros habían caído DE DENTRO HACIA AFUERA. Esto era un detalle muy notable, porque cuando son atacadas las ciudades, los muros caen hacia adentro, y no hacia fuera. La causa de la caída debió haber sido un potente temblor de tierra; una vez caídos los muros, debió ser fácil para los invasores ingresar a la ciudad trepándose por las ruinas: también se halló evidencia de un violento incendio de la ciudad. Garstang fechó tales muros en el Bronce reciente o tardío (entre 1400 y 1325 a. de C.). Para concordar los resultados arqueológicos con el texto bíblico, colocó Garstang la fecha del éxodo en tiempos del faraón Amenofis II (1447-1442), y la conquista de Jericó hacia el año 1400. Otro arqueólogo, W. F. Albright, lo fechó entre 1360 y 1320 a. de C. Pero ya por entonces, la tendencia histórica más corriente fijaba la penetración de Josué en Palestina hacia el año 1200 a. C. la incongruencia era pues notoria, de modo que a fin de solventar estas dificultades se recurrió a la hipótesis de varios éxodos de israelitas de Egipto, ocurridos en lapsos medianamente largos de tiempo.
Estas divergencias profundas entre arqueólogos tocantes a la fecha de la destrucción de Jericó movieron a la British School of Archaeology y a la American Schools of Oriental Research a emprender nuevas excavaciones, que dirigió la señorita Kathleen Kenyon. Su finalidad principal era zanjar definitivamente las discusiones en torno a la fecha de la destrucción de la Jericó relacionada con Josué. Las excavaciones empezaron en 1952, y como resultado de las investigaciones, se determinó que durante la época de Josué (hacia 1240-1200 a. de C.) NO HABÍA EXISTIDO nunca una ciudad de Jericó con fuertes murallas. El doble muro atribuido por Garstang al Bronce reciente, y, por lo mismo, identificado con el que fue destruido en tiempos de Josué, no era más que una parte del complejo sistema defensivo, reconstruido y retocado varias veces durante el tercer milenio (Bronce antiguo). Es decir, aquellas murallas se habían derrumbado unos MIL AÑOS antes de Josué, nada menos (hacia el año 2300 a. de C.), por lo que no podrían relacionarse para nada con el relato bíblico. Tampoco se halló ningún rastro de cerámica en toda el área excavada del Bronce reciente. Los excavadores de Tell el-Sultán perdieron toda esperanza de encontrar la Jericó de Josué. A tenor de los resultados de las exploraciones, durante los años de la conquista de Canaán, no existía Jericó, o al menos no quedaban vestigios arqueológicos de la misma: como si se hubiesen hecho polvillo.
Ahora bien, si en realidad por esos hubo una Jericó con altos muros años ¿por qué no dejó rastro alguno? La misma señorita Kenyon, expuso la hipótesis siguiente: que sobre los restos de la ciudad del bronce medio de 1900-1600 a.C. pudo levantarse otra ciudad más reciente, que desapareció, víctima de la erosión, sin dejar huellas sobre el Tell. ¿Qué de cierto podría tener la hipótesis de la erosión? Efectivamente, es posible que existiese una pequeña población en Jericó por entonces, y que Josué y los israelitas cumplieran con tanta eficacia su tarea destructiva que las ruinas de la ciudad quedaron expuestas a los estragos de la naturaleza y el hombre durante cinco siglos, hasta los días del rey Acab (siglo IX a. C.) cuando fue refundada Jericó por Hiel de Betel (1 Reyes 16.34), de tal suerte que los niveles correspondientes a la edad del bronce tardía que yacían en la superficie, quedaron casi enteramente denudados, e incluso algunos de los niveles más profundos fueron seriamente afectados, al punto de ser completamente erosionada hasta desaparecer. Tal posibilidad no es solamente un punto de vista heurístico u "armonístico", sino que lo sugieren los vestigios de una considerable erosión en otras aldeas más antiguas de Jericó. Por ejemplo, las tumbas de la edad del bronce media demuestran en forma decisiva la importancia de la Jericó de esta época (el llamado período patriarcal), aunque en el montículo de la ciudad la mayor parte de la ciudad del bronce medio —y aun buena parte de la del bronce temprano que la antecedió— fue erosionada hasta desaparecer entre aproximadamente los 1600 y 1400 a.C. Si los elementos pudieron causar tanto daño en sólo 200 años, resulta fácil comprender cuánto puede haber hecho la erosión natural en el montículo desierto en los 400 años que transcurrieron entre Josué y la nueva fundación de Jericó en tiempos de Acab. Parecería sumamente probable que los restos borrados por las lluvias de la última ciudad de la edad del bronce tardía se encuentren actualmente bajo la carretera moderna y las tierras cultivadas a lo largo del lado oriental del montículo de la ciudad. Es extremadamente dudoso que una excavación (aun cuando fuere permitida) diera muchos resultados en la actualidad. Sabemos que el relato de Josué 3-8, sobre la caída de Jericó, refleja fielmente las condiciones de la zona y su topografía, mientras que la comandancia de Josué está narrada de manera realista.
La destrucción de Hai
Ahora veamos el problema que conllevó la identificación arqueológica de HAI o AY. El Libro de Josué capítulo 8 relata que esta ciudad cananea fue capturada por Josué y su ejército aplicando una hábil estratagema; al igual que Jericó fue pasada al fuego y dejada en ruinas.
Hai fue identificada con las ruinas de et-Tell (en árabe tau, montón, morón, que concuerda con el significado hebreo de Hai) situada tres kilómetros, al sureste de Bet-el. Las excavaciones arqueológicas en et-Tell, practicadas por Judit Marquet Krause durante los años 1933-1935, y en 1964-72 por J. A. Callaway, pusieron al descubierto una ciudad que prosperó en el 3° milenio a.C. La ciudad tenía un fuerte muro, y un templo que contenía tazones de piedra y marfiles importados de Egipto. Las excavaciones demostraron que Hai fue completamente destruida por el fuego hacia el año 2300 antes de Cristo, posiblemente por invasores amorreos, es decir, con mucha anterioridad a la llegada de los israelitas. De la destrucción se salvaron en parte los muros y fortificaciones. A la llegada de los israelitas delante de Hai habíase incluso perdido el nombre de la ciudad, que el texto masorético llama simplemente Hai = la Ruina.
¿Cómo pueden armonizarse estos datos de las excavaciones arqueológicas de Hai con las afirmaciones del Libro de Josué al hablar de Hai y de que el caudillo judío la tomó redujo a un montón de escombros? Algunos autores como Dussaud resuelven la cuestión, diciendo que el relato es legendario, teniendo la finalidad de explicar la existencia del montón impresionante de Hai y atribuirlo a una destrucción de la ciudad por parte de Josué. Por su parte William F. Albright sostuvo que el relato bíblico describía originariamente la destrucción de Betel, acontecida en el siglo XVI a. C.; pero después se localizó en las imponentes ruinas de et-Tell, como una manera de explicar su existencia.
El P. Vincent ha intentado armonizar los datos de la arqueología con los de la Biblia recurriendo a la siguiente hipótesis: la ciudad de Hai había sido efectivamente destruida hacia el año 2300. De su antiguo esplendor quedaban en pie gran parte de las murallas y el esqueleto de sus santuarios y otros edificios públicos. Al amparo de aquellos vetustos escombros se reunieron los cananeos para impedir la penetración de los israelitas en sus ciudades. Aquellas viejas ruinas, reanimadas circunstancialmente por hombres de guerra y otras personas que les acompañaban, dieron la impresión a los israelitas de encontrarse ante una ciudad cananea de vida normal. El autor del libro de Josué habla de Hai como si se tratara de una ciudad en pie, y se complace en usar este apelativo para destacar más la magnitud del triunfo. Hasta aquí Vincent. Esta ingeniosa hipótesis encuentra alguna dificultad en aquellos pasajes (7:5; 8:29) en que se habla de la puerta de la ciudad y del número de hombres y mujeres que mataron los israelitas. Aun cuando es posible ubicar a Hai en algún otro lugar, hasta el momento no se ha ofrecido ninguna solución satisfactoria. La identificación de Hai, con et-Tell, es hasta hoy la más plausible por razones topográficas, y por la correspondencia entre los significados del nombre antiguo y el moderno.
Bueno hasta aquí he expuesto resumidamente los resultados de las excavaciones realizadas en Jericó y Hai, y las hipótesis de quienes han querido concordar los descubrimientos con el relato del libro de Josué.
Finalizando
Ahora bien, es evidente que algunos especialistas han caído en el error de querer concordar a la fuerza el relato del libro de Josué con los descubrimientos arqueológicos. Aunque para ser sincero, la hipótesis de la erosión total de los restos de una Jericó del bronce reciente no me parece tan inverosímil; la teoría del P. Vincent sobre Hai, bueno, se ve a las claras que es pura especulación, pero, dejando de lado todo eso, lo que para mí es interesante comprobar es que ambas ciudades fueron destruidas casi simultáneamente unos mil años antes de lo que el relato bíblico los sitúa, posiblemente por los amorreos, una de esas tribus de semitas nómades, que invadían periódicamente las regiones más fértiles del Cercano Orientes (fines de la edad del bronce temprano, hacia 2300-2100 a.C.); la descripción que hace el relato bíblico de los fuertes muros de Jericó y de su destrucción por el fuego, así como el incendio y la destrucción total de Hai, concuerda perfectamente con lo que la arqueología ha descubierto; pero claro, el problema mayúsculo es que la caída de dichas ciudades ocurrieron muchísimo antes que Josué y los israelitas llegaran allí. ¿Cómo explicar este anacronismo tan marcado? Puede ser que tiempo después, cuando los escribas israelitas registraron los sucesos ocurridos antaño, utilizaron tradiciones orales que trataron de relacionar con los restos materiales que veían; al ver las ruinas imponentes de esas grandes ciudades y al carecer de documentos escritos que registraran tales sucesos, simplemente lo relacionaron con la conquista de Palestina por los israelitas en el siglo XIII a. de C.; es muy verosímil que haya sido así, teniendo en cuenta que lo mismo ha ocurrido en otras ocasiones, como por ejemplo, la interpretación que durante la Edad Media se hizo de los monumentos megalíticos de Stonehenge como si hubiesen sido construidos por los druidas o en época romana, cuando en realidad eran de la época prehistórica; podría citar otros ejemplos más. En todo caso, no debemos pensar que todo ya está todo dicho en investigación arqueológica, pues los estudios continuaran y siempre hay la posibilidad que algún nuevo descubrimiento tire por los suelos lo que hoy consideramos hipótesis más verosímil, y que muchos de los personajes y hechos bíblicos que aun hoy se consideran legendarios puedan comprobarse su existencia arqueológicamente.
Aunque las limitaciones de la arqueología son tales que podría parecer muy optimista esta última posibilidad. No obstante, es necesario tener siempre presente que hasta mediados del siglo XIX se consideraban personajes legendarios los reyes asirios mencionados en la Biblia: TIGLAT-PILESER III (2 Re. 15:29; 16:7-10), SARGÓN (Isaías 20:1) y SENAQUERIB (2 Reyes 18:13 y siguientes) por el solo hecho de que no había otros documentos escritos que los mencionaran; solo se pudo comprobar la historicidad de tales personajes al encontrarse los archivos e inscripciones de dichos reyes en diversas excavaciones realizadas en territorio de la antigua Asiria. Ciertamente que ejemplos como este de la corrobación por parte de la arqueología de lo dicho en la Biblia son innumerables, que ya habrá oportunidad de tratar.
Fuentes
– Diccionario Bíblico Certeza
– "Y la Biblia tenía razón", de Werner Keller
– Biblia Comentada. Libros Históricos del Antiguo Testamento. Por Luis Arnaldich, O. F. M.
Autor:
Percy Zapata Mendo