“La cadena termina aquí” El presidente estadounidense Harry Truman tenía un famoso cartel en su escritorio del Despacho Oval que decía: “La cadena termina aquí” (vale decir: en este lugar se asumen las responsabilidades). Ese “centro de gravedad narrativo” que es el yo es también el lugar donde se asume la responsabilidad. Donde se dice: “depende de mí”. Me hago cargo de mis actos.
Incluso en el adiestramiento de perros (o lobos)… “Optar por el método de Koehler es creer firmemente que la esencia de un perro, o de un lobo, no precede a su existencia; es creer que un perro, o un lobo, es consciente de su ser ni más ni menos que un ser humano. Por ello es preciso guardar a perros y lobos cierto respeto y, sobre esa base concederles un derecho moral. Se trata, en palabras de Koehler, del derecho a ser responsables de las consecuencias de sus actos.” Mark Rowlands: El filósofo y el lobo, Seix y Barral, Barcelona 2009, p. 55.
Libertad y responsabilidad Sin libertad –de alguna clase— no cabe hablar de responsabilidad, ni en general puede existir el ámbito moral. Sin libertad no podríamos distinguir entre mal natural –como un terremoto, un tsunami o el impacto de un gran meteorito– y mal social o moral –como torturar a un cachorrito, violar a una niña o especular con los precios de los alimentos–, distinción que a Tomás de Aquino le parecía de suma importancia…
“Deber” implica “poder” “Deber” implica “poder” en cierto sentido: si los seres humanos no tuvieran cierta capacidad de controlar voluntariamente su comportamiento, no tendría sentido establecer normas. En suma, si eliminamos el lenguaje de la libertad, hemos de olvidarnos del de la responsabilidad (y de prácticas sociales como la de pedir cuentas por las acciones de alguien, o rendir cuentas ante los demás).
Tres condiciones Con más precisión, son menester al menos las siguientes tres condiciones para que podamos hablar de comportamiento moral: (a) han de existir modos alternativos de acción; (b) el agente ha de poder evaluar los cursos alternativos de acción, vale decir, asignar “bondad” o “maldad” moral a tales cursos (sea cual fuere el significado que demos a bueno y malo en una teoría ética particular); (c) el agente ha de ser libre para escoger aquello que juzga bueno. George H. Kieffer, Bioética, Alhambra, Madrid 1983, p. 28.
Libertad e identidad humana Además, “la libertad que tenemos de influir voluntariamente en nuestra naturaleza y nuestro destino está en el corazón de la identidad humana: ser humano significa, para un gran número de nosotros, tener ‘libre albedrío’, ser capaces de elegir lo que hacemos, pensamos y decimos, y también ser capaces de mejorarnos y desarrollarnos como individuos.” Kathinka Evers, Neuroética, Katz, Madrid/ Buenos Aires 2010, p. 74.
Isaiah Berlin, contra el determinismo histórico: “El determinismo y la responsabilidad son incompatibles. (…) Creo que en la historia hay momentos en que los individuos o los grupos pueden modificar libremente la dirección de las cosas. No todo es predecible. Dentro de límites estrechos, los hombres son agentes libres. Los límites existen, pero dentro de ellos hay espacio para elegir. A menos que haya elección no hay acción humana. Todo es conducta.”
El decisivo uno por ciento “Permítame ponerle un ejemplo. Creo que si en 1940 Churchill no hubiera sido primer ministro británico, los nazis podrían haber conquistado Europa (…) Creo que estamos confinados por la naturaleza de las cosas. El arco de elección no es muy grande. Digamos que el uno por ciento. Pero ese uno por ciento puede ser decisivo.” Isaiah Berlin en Conversaciones con Isaiah Berlin (por Ramin Jahanbegloo), Arcadia, Barcelona 2009, p. 218-219.
Ernst Tugendhat: libertad de acción y libertad de la voluntad “El problema real de la libertad de la voluntad, el problema que ha preocupado durante siglos a la tradición filosófica, no ha sido el que se puede ejemplificar con el movimiento de un dedo [libertad de acción: mover un dedo cuando uno quiere hacerlo], sino el problema de la responsabilidad. ¿Cómo hay que entender que nos podamos responsabilizar de nuestros actos y reprochárnoslos recíprocamente, así como también a nosotros mismos? Una tal responsabilización implica que la persona puede controlar lo que ella quiere. (…) Es aquí donde tiene sentido hablar no sólo de libertad de acción, sino de libertad de la voluntad.” Tugendhat, “Libre albedrío y determinismo”, capítulo 2 de Antropología en vez de metafísica, Gedisa, Barcelona 2008, p. 39-40.
La pregunta de Schopenhauer: ¿puedo querer lo que quiero? Albert Einstein dijo en cierta ocasión: “El ser humano puede hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera”. Citado en Francisco J. Rubia, “El controvertido tema de la libertad”, Revista de Occidente 356, enero de 2011, p. 6. Afirmaba así la libertad de acción (que indudablemente existe: el ser humano la comparte con todos los demás mamíferos, p. ej.), pero negaba la libertad de la voluntad. Se situaba en la estela de Arthur Schopenhauer: “ El hombre hace siempre lo que quiere y, sin embargo, lo hace necesariamente”. Citado por José M. Delgado García, “Decidir no es cosa de dos (un ensayo sobre la neurofisiología de la toma de decisiones)”, Revista de Occidente 356, enero de 2011, p. 20.
Libertad humana y comportamiento moral La libertad es el presupuesto de la ética de autonomía, quizá de la ética a secas, pero por supuesto no agota la ética. Recordemos la sugerencia de Zygmunt Bauman: la ética trata del compromiso con el otro a lo largo del tiempo. La libertad tiene que ver con el deseo de aumentar nuestra potencia, nuestra capacidad de acción. Cuidar del prójimo, por ejemplo, es otro asunto. Cf. mi reflexión sobre los tres deseos humanos básicos en La habitación de Pascal
Una cuestión previa: el determinismo Pero ¿cómo pensar la libertad del agente? Si en el mundo todo sucede de acuerdo con una causa ¿hay agentes libres? La existencia de una acción humana libre ha sido negada por ciertas filosofías y concepciones del mundo. A ese punto de vista se le acostumbra a llamar determinismo (y es uno de los temas clásicos de la reflexión filosófica, ética, psicológica, sociológica…).
¿La libertad humana: una forma de autoengaño? “El psicólogo estadounidense John G. Sobris plantea que la ilusión de un ‘yo’ espiritual como algo distinto al ‘no-yo’ material se crea por lo que podría llamarse el efecto del observador. Dadas suficiente complejidad e inteligencia, un aparato que observa o registra puede concluir que es sustancialmente distinto de lo que observa o registra.” Francisco J. Rubia, “El controvertido tema de la libertad”, Revista de Occidente 356, enero de 2011, p. 7.
¿La libertad humana: una mentira piadosa? “El profesor Saul Smilansky sugiere que debemos fomentar la ilusión de la voluntad libre y la responsabilidad moral. Supongo que eso es algo similar a lo que la dama victoriana expresó sobre la teoría de la evolución de Darwin: ‘Esperemos que no sea cierta, pero si lo es esperemos que no se corra la voz’.” Francisco J. Rubia, “El controvertido tema de la libertad”, Revista de Occidente 356, enero de 2011, p. 17.
Si todo fuera ilusión (por ser neuronal), ¡nada lo sería! Observemos de pasada lo siguiente: que la forma o el contenido de una experiencia sea una construcción del cerebro no torna irreal, ilusoria o errónea tal experiencia. Podrá ser una experiencia ilusoria (pensemos por ejemplo en alucinaciones o espejismos) pero por otras razones, no simplemente por ser una construcción neuronal. Pues “si se adopta esta manera de pensar, se vuelve imposible mantener una distinción entre la ilusión y la realidad, porque todo lo que pensamos, sentimos o imaginamos es neuronal y resulta de un programa biológico modelado por la evolución: así, la totalidad del mundo de nuestra experiencia se volvería ilusoria.” Kathinka Evers, Neuroética, Katz, Madrid/ Buenos Aires 2010, p. 85.
Así, la causalidad neuronal no puede ser la marca de la ilusión, a menos que todo cuanto experimentamos (y podamos experimentar) sea ilusión…en cuyo caso el concepto de ilusión se torna vacío (no podríamos distinguir ilusión y realidad). “Para ser útil, la distinción entre ilusión y realidad debe hacer referencia al mundo fenoménico, es decir al mundo tal como lo experimentamos y, en el seno de este ámbito, debe designar una diferencia entre las construcciones del cerebro que son ilusorias y aquellas que son verídicas. (…) De esto resulta que incluso si el libre albedrío es una construcción neuronal, no por ese motivo es una ilusión.” Kathinka Evers, Neuroética, Katz, Madrid/ Buenos Aires 2010, p. 86.
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