Los biofilms bacterianos más que un reto a la contaminación y a los antimicrobianos (página 2)
Enviado por Dr.C. Guillermo Barreto Argilagos
En tales condiciones surgieron las primeras bacterias y la emprendieron con tanta carga orgánica a punto de convertirse en basurero planetario. En los próximos millones de años, junto a las transformaciones que se producían en el planeta y su atmósfera, contribuyeron a la aparición de nuevas formas de vida, ya con oxígeno y luz solar. Es preciso destacar que, luego de tanto tiempo, glaciaciones, diluvios y choques con meteoritos –fatales a dinosaurios y vaya a saber a cuanta especie más- representantes de aquellas bacterias pioneras pululan, incluso en ambientes tan difíciles que se les caracteriza como extremofílicas (El origen de la Tierra y la vida, 2005; Barreto y Rodríguez, 2006).
La participación bacteriana en la historia terrestre, y su evolución, va más allá de lo narrado, no en balde Woese (1977, citado por Barreto y Rodríguez, 2006), propuso el establecimiento de 3 dominios: Archaea, Bacteria, Eukarya. Los dos primeros comprenden exclusivamente a bacterias; el tercero a cuanta forma viva eucariótica exista –o haya perecido en tan larga evolución.
¿Soportarán las bacterias de hoy los contaminantes actuales y sus impactos ecológicos?
Las bacterias se encuentran en la naturaleza como: a) bacterias planctónicas, de libre flotación, y b) bacterias biofilm, formando colonias de microorganismos sésiles. El 99% de las células bacterianas existen en calidad de biofilms; el 1% restante, los estadios planctónicos subsisten como tales hasta que logran constituir biofilms (Sanclement et al., 2005; Ramadan et al., 2005, Ramadan, 2006). Los biofilms son comunidades de microorganismos que crecen embebidos en una matriz de exopolisacáridos, adheridos a una superficie inerte o un tejido vivo; representa la forma natural de crecimiento de las bacterias (Costerton et al., 1995).
Desde que Koch introdujo el uso de los medios de cultivo, casi todo lo estudiado aborda a los gérmenes planctónicos, descritos por sus características en medios de cultivos sintéticos. El estudio de las bacterias embebidas en biofilms es más difícil (Nazar, 2007). Desafortunadamente, este enfoque ha limitado la comprensión respecto a las interacciones bacterias – medio ambiente, incluso cuando ese medio lo constituyen hospederos humanos o animales (Donlan, 2002; Thomas y Nakaishi, 2006).
Antonj van Leeuwenhoek (1676, 1683), utilizando sus microscopios artesanales, fue el primero en describir la presencia de microorganismos adheridos a superficies dentales, por lo que se le reconoce como el descubridor de los biofilms bacterianos (Donlan, 2002). Tal como sucedió con mucho de lo observado por este agudo holandés, el pobre desarrollo de las ciencias del momento limitó valorar su importancia. Tres siglos después, Costerton et al. (1978), tratando de encontrar una explicación a la resistencia bacteriana a desinfectantes en sistemas de aguas industriales, redescubrieron la existencia de comunidades bacterianas embebidas en matrices glucoprotéicas desarrolladas en superficies en contacto con el agua, a las que denominaron biofilms. A esta forma de organización, como hipótesis, achacaron la resistencia investigada.
En los biofilms existe un medioambiente muy dinámico y la tasa de intercambio de material genético es elevadísima, sobre todo la mediada por plásmidos (Sanclement, 2005, Ramadan, 2006).
Los plásmidos pueden codificar resistencia a múltiples antimicrobianos (antibióticos, desinfectantes, metales pesados) y, al mismo tiempo, la información para diversos factores de virulencia (fimbrias, exoenzimas que potencian la invasividad, cápsulas antifagocíticas, toxinas, sistemas para atrapar hierro, etc.) (Harnett y Gyles, 1984, 1985; Barreto et al., 1993ª; Barreto y Rodríguez, 2006).
A ese conjunto de información genética, que no necesariamente ha de estar en plásmidos, también se da en el nucleoide, es a lo que se ha denominado "islas de patogenicidad". Se trata de un proceso largo, en el que este planeta, con las condiciones que hemos creado, ha actuado en forma de inmenso laboratorio (Barreto y Rodríguez, 2006).
A partir de lo expuesto resulta evidente que: 1) si estas islas de patogenicidad se ubican en plásmidos, podrán diseminarse por conjugación a bacterias de la misma especie, afines, e incluso diferentes, fenómeno que se potenciará significativamente cuando tiene lugar en biofilms. 2) Esta forma de asociación, al seleccionar variantes resistentes a los antimicrobianos, cuando los mismos están presentes favorecen el predominio de biotipos con una virulencia exacerbada (Barreto et al., 1993a; Donlan, 2002; Sanclement, 2005, Ramadan, 2006; Barreto y Rodríguez, 2006), aspecto al que se brinda poca atención.
Los biofilms, además de la resistencia asociada a la transferencia de plásmidos, por su arquitectura confieren nuevas propiedades a los miembros que la integran. Para ilustrar lo planteado vale señalar que la concentración mínima inhibitoria (CMI) de ampicilina para una cepa de Klebsiella pneumoniae en estado planctónico es de 2 &µg/mL. Esta misma cepa, al crecer como biofilm, exhibe 66% de sobrevida luego de terapia con 5 000 &µg/mL del antibiótico (Stewart y Costerton, 2001; Chole y Faddis, 2003; Sanderson et al., 2006).
Para explicar esta resistencia se han planteado diversas hipótesis: (a) Penetración lenta o incompleta del antibiótico en el biofilm: la matriz de exopolisacáridos constituye una barrera que impide el ingreso del antimicrobiano. Aunque hay estudios in vitro en los que se demuestra la penetración de algunos antibióticos al biofilm, se postula que pueden ser desactivados por acción de polímeros extracelulares, o sólo alcanzan una difusión limitada dentro de estas matrices aniónicas (Stewart y Costerton, 2001; Post et al., 2004). (b) Causas metabólicas: una baja actividad metabólica, debida a limitaciones de oxígeno y nutrientes, puede provocar que la población ingrese en un estado de lentificación o cese de su mitosis, sobre todo las bacterias situadas más profundamente, con lo cual dejan de ser sensibles a los antimicrobianos. Se ha descrito la formación de nichos anaeróbicos en zonas profundas de biofilms debido a consumo completo del oxígeno en las capas superficiales. Los aminoglicósidos, resultan menos eficaces contra la misma bacteria en condiciones anaeróbicas que aeróbicas. No puede descartarse el efecto debido a la acumulación de productos ácidos del biofilm que provocan diferencias significativas de pH entre el exterior y el interior de éste, interfiriendo con la acción del antibiótico (Stewart y Costerton, 2001; Post et al., 2004). (c) Cambios genéticos: como ya se ha expresado, la elevada tasa de transferencia genética conlleva, en su expresión fenotípica, a modificaciones en la fisiología de las bacterias biofilm, debido a la aceptación y recombinacióntación de genes específicos que potenciarían mecanismos de resistencia a múltiples antibióticos (Scott y Manning, 2003; Chole y Fraddis, 2003; Post et al., 2004; Sanclement et al., 2005; Thomas y Nakaishi, 2006). No obstante el respaldo mayoritario a esta hipótesis, Stewart y Costerton (2001) expresan sus dudas al respecto, señalando que cuando las bacterias son dispersadas desde un biofilm, con frecuencia se tornan rápidamente susceptibles a antibióticos, lo que sugeriría que tal resistencia no sería adquirida vía mutaciones o recombinación (Nazar, 2007). (d) Formación de endosporas: esta hipótesis se sustenta en la posible génesis de una subpoblación de bacterias biofilm con un estado fenotípico muy especial y altamente protegido, con una diferenciación semejante a endosporas. Se basa en investigaciones que muestran resistencia en biofilms recientemente formados, aún cuando éstos son demasiado delgados para constituir una barrera a la penetración de agentes antimicrobianos (Stewart y Costerton, 2001).
La unión bacteriana a una superficie, y la formación paulatina de biofilm, requieren de "comunicación" entre sus integrantes, aspecto que en la carrera por la supervivencia en los procesos infecciosos marca la diferencia entre matar o morir (Bauer y Robinson, 2002; Bauer y Mathesius, 2004). El proceso infeccioso depende, en primer lugar, de la capacidad de las células bacterianas de llevar a cabo un ataque masivo capaz de sobrepasar, en un breve lapso de tiempo, los mecanismos defensivos del hospedero. Saber en qué momento la densidad poblacional bacteriana es la adecuada para iniciar el ataque es una información vital dentro de la estrategia invasiva.
En los "90 del pasado siglo se constató la existencia de señales químicas que regulaban las funciones de la población en los biofilms. Cuando una bacteria se une a una superficie produce una molécula señal (autoinductor); mientras más se unan (quorum) mayores serán las concentraciones locales de la señal (sensing). Las bacterias se comunican unas con otras mediante moléculas señales denominadas "autoinductores". El proceso de comunicación se denomina quorum sensing (QS), a través del mismo las bacterias sincronizan respuestas y comportamientos que las capacitan para enfrentar tareas imposibles de acometer de forma individual (Bauer y Robinson, 2002; Bauer y Mathesius, 2004; Waters y Bassler, 2005; Ramadan, 2006; Nazar, 2007).
Por otro lado, las plantas, y otros organismos eucarióticos, han desarrollado mecanismos para tomar ventaja de esta dependencia de información, secretando moléculas imitadoras de señales de QS con las que intervienen en las comunicaciones y manipulan el comportamiento bacteriano. Este hallazgo ofrece nuevas alternativas para el control de patógenos bacterianos de interés clínico y agrícola (Bauer y Robinson, 2002; Bauer y Mathesius, 2004; Waters y Bassler, 2005; Ramadan, 2006; Nazar, 2007).
En los años posteriores se ha ido dilucidando la genética que rige la señalización célula-célula y la traslocación coordinada de genes responsables de factores de defensa y virulencia (Scott y Manning, 2003) que determinan la producción de factores de virulencia, la invasividad, e incluso el abandono del sustrato (entre ellos los hospederos humanos o animales) y la búsqueda de nuevas opciones (nuevos hospederos) (de Kievit e Iglewski, 2000), todo lo cual resulta imprescindible para quienes traten de comprender los mecanismos de infección en las enfermedades de etiología bacteriana así como la resistencia de estos agentes en las enfermedades crónicas. En tal sentido resultan muy útiles las revisiones de Laza et al. (s.a) y Nazar (2007).
Lo hasta aquí expuesto ha tenido la finalidad de mostrar cómo los antimicrobianos (incluidos metales pesados, plaguicidas, etc.), ejercen una selección favorable a muchos patógenos entre los que figuran protagonistas de las llamadas enfermedades reemergentes, los que, junto a sus atributos de virulencia, disponen de un "escudo multirresistente", que les diferencia de sus célebres ancestros (Barreto y Rodríguez, 2006).
Algunos farmacólogos han afirmado: "…Se están investigando nuevas alternativas a los antibióticos para la terapia antiinfecciosa, pero es más que probable que las bacterias acaben ganando también esta batalla. Por lo tanto, es más razonable actuar sobre el otro lado del problema, es decir, reducir la presión selectiva tan brutal que nosotros introducimos con el uso masivo de los antibióticos" (Mediavilla et al., 1997). Y es justamente para actuar sobre el otro lado del problema que se precisa de un salto a finales del XIX.
Mucho antes de que términos como quimioterápicos, antibióticos o antimicrobianos vieran la luz, ya el fenómeno de antagonismo microbiano había sido apreciado por hombres de la talla de Pasteur, Jouvert y Tyndall, quienes sólo tomaron nota al respecto, y es Fleming el que saca partido al hecho, pero su versión se va por el carril de los quimioterapéuticos (Barreto y Rodríguez, 2006). Otro clásico, el ucraniano Ilie Metchnicoff (1891, citado por Barreto y Rodríguez, 2006) propuso la ingestión de "bacilos búlgaros" –Lactobacillus bulgaricus– para combatir la disentería. Todo consistía en sustituir un microorganismo indeseable por otro inofensivo. La idea resultó un éxito, lamentablemente, aunque reconocido como el Padre de los Probióticos el siglo pasado, murió sin tal gloria; tampoco dedicó más atención a su propuesta, sumido en otras tareas que más bien le alejaron de este promisorio camino (Barreto y Rodríguez, 2006).
Los microorganismos también tienen sus conflictos, no es una exclusividad humana. La lucha por sustratos y nichos ecológicos generan una competencia que determina la supervivencia de los más aptos. Partiendo de este presupuesto, en la medida que se propician condiciones para las microbiotas naturales del organismo, se está limitando el establecimiento de patógenos u oportunistas (Torres, 2002).
Para vegetarianos, naturistas y cuantos abordan el tema de la salud al margen de terapéuticas convencionales, el intestino resulta el órgano más importante en lo que a salud se refiere (Torres, 2002; Barreto y Rodríguez, 2006). La microbiota del colon constituye un ecosistema donde muchas especies participan de ciclos vitales, en un ámbito de gran biodiversidad –entiéndase biofilms -. Unas especies viven de los productos generados por otras, y a su vez la actividad metabólica de las primeras beneficia la proliferación de terceras. Las bacterias de la flora están adaptadas a su hábitat, porque están asociadas con la vida del hombre desde hace milenios y han evolucionado junto con él (Guarner, 2000; Torres, 2002; Gaskins, 2005; Barreto y Rodríguez, 2006). El tubo digestivo de los recién nacidos está completamente libre de microorganismos, la flora bacteriana se comienza a adquirir inmediatamente después del nacimiento y progresivamente se establece un microsistema en el que se observa un predominio de bacterias anaeróbicas estrictas asporógenas (Joklik et al., 1983). La función principal de la flora del colon es la fermentación de los sustratos no digeribles de la dieta y del moco producido por el epitelio intestinal (Roberfroid et al., 1995). Esta actividad permite recuperar energía metabólica, sustratos absorbibles y se produce la proliferación de la población de microorganismos.
En los "90, como fruto de nuevos estilos de vida y la preocupación por elevar la calidad, comenzaron a desarrollarse conceptos en nutrición acordes al momento. Los aportes de la Biología Molecular, la Biotecnología, y la Nutrición posibilitaron un salto cualitativo. Así, a partir del concepto "alimento sano", asignado a aquellos carentes de riesgo para la salud, y que conservan su capacidad nutricional, se propuso: "alimento funcional", aplicable a productos, alimentos modificados o ingredientes alimentarios, que provean beneficios a la salud superiores a los ofrecidos por los alimentos sanos. El efecto positivo de un alimento funcional puede repercutir tanto en el mantenimiento del estado de salud como en la reducción del riesgo de padecer enfermedades (Diplock et al., 1991).
Parker (1974) acuñó el término "probiótico" (del griego, para la vida) aplicable a todos los "organismos y sustancias que contribuyeran al balance de la microflora intestinal". Otro detalle a destacar fue el título de su artículo: Probiotics, the other half of the antibiotic story, algo que, de inmediato, nos recuerda lo sugerido, más tarde, por Mediavilla et al. (1997). Cinco años después, Fuller (1979) acotó el significado a "alimentos con microorganismos que aportaban beneficios al hospedero animal mediante efectos en el balance microbiano intestinal". Aunque en esencia no ha variado, recientemente Schrezenmeir y de Vrese (2001) propusieron "preparaciones o productos que contengan microorganismos específicos viables en número suficiente para alterar la microflora de compartimientos del hospedero (por instauración o colonización) debido a lo cual ejercían su efecto beneficioso en el mismo".
En 1995 Gibson y Roberfroid introdujeron el concepto de prebiótico para "ingredientes no digeribles de los alimentos que influían beneficiosamente en la salud del hospedero por estimulación selectiva del crecimiento de una, o de un limitado número de bacterias del colon". En el propio artículo proponen el término "simbiótico" para aquellos productos caracterizados por la presencia conjunta de prebióticos y probióticos, más efectivos que los que sólo incorporaban el probiótico (de las Cagigas y Blanco, 2002).
Los alimentos prebióticos son generalmente hidratos de carbono no digestibles. Se usan principalmente en la industria alimentaria como ingredientes funcionales en productos dietéticos, lácteos, alimentos infantiles y alimentos para animales. También se emplean en la industria farmacéutica y cosmética. En la edición 2008 del Premio Madrid a las Mejores Patentes, se otorgó el primer premio a la patente titulada "Nueva enzima para la obtención de oligosacáridos prebióticos", que propone una tecnología para producir una enzima capaz de sintetizar oligosacáridos prebióticos a partir de azúcares simples presentes en residuales agrícolas (Noticia SEM, 2009).
Se han sugerido diversas hipótesis para explicar la acción de los prebióticos, tanto en su efecto estimulante sobre los probióticos como per se. Los prebióticos interfieren la unión de patógenos a receptores del hospedero. Se ha demostrado que propician la adhesión de dichos patógenos sobre sí (Rasta et al., 2002). Al respecto, parece ser el mecanismo que justifica la acción curativa de muchos de las infusiones y decocciones de plantas utilizadas ampliamente desde tiempos inmemoriales por la humanidad, fundamentalmente aquellas destinadas al tratamiento de infecciones del tracto urinario y gastrointestinal (Barreto et al., 1993b, c, 1995, 1998, 2001a, b, 2002, 2006; Rasta et al., 2002; Abreu et al., 2003).
La palabra "nutracéutico" se aplica a alimentos, o partes de los mismos, que brinden beneficios a la salud tanto desde el punto de vista preventivo de enfermedades como para su tratamiento, por lo que poseen propiedades funcionales además de su aporte nutricional. En los últimos años quienes se ocupan de investigaciones relacionadas con este campo han concluido que el papel primario de cualquier dieta va más allá de suplir las necesidades que demandan los requerimientos metabólicos, también es imperioso modular determinadas funciones del organismo, razón por la que cada día se prefiere aquellos alimentos que promuevan salud. Las setas constituyen un excelente ejemplo al respecto y han dado lugar al término "miconutracéutico", que se refiere a aquellas sustancias presentes en los hongos comestibles y que se ajustan a lo planteado anteriormente (Oyetayo, 2008).
Las propiedades medicinales de los hongos comestibles apenas se están explotando, pese a que sus evidencias existen desde la antigüedad. Sólo un 10% de las especies existentes se han clasificado y de ellas una parte es la que se ha investigado. Indiscutiblemente, constituyen una vasta fuente de productos de interés farmacológico (Lindequist et al., 2005) además de su aporte nutricional (Aletor, 1993; Alofe et al., 1996; Ola y Oboh, 2000, 2001).
Como señala Stamets (2002), los hongos y los animales están más relacionados que estos últimos y las plantas, desde el punto de vista evolutivo, razón por la que enfermedades comunes a plantas no afectan al humano ni al resto de los animales, no ocurriendo así con los hongos. Por todo ello, tanto hongos como animales comparten múltiples antagonistas como S. aureus, E. coli y P. aeruginosa, entre otros; también es el fundamento para aprovechar los productos naturales elaborados por los hongos en sus estrategias naturales para enfrentar microorganismos rivales, no por simple casualidad buena parte de los antibióticos tienen ese origen.
En este caso, la propuesta nada tiene que ver con antibióticos, sí con otras cualidades de los hongos comestibles que los convierten en nutracéuticos por excelencia. Está demostrado que los mismos promueven selectivamente el crecimiento de Lactobacillus y Bifidobacterium en el intestino grueso (Oyetayo y Oyetayo, 2005; Synytsya et al., 2009). Este efecto se asocia a su alto contenido de ß-glucanos, que se comportan como prebióticos (Synytsya et al., 2009).
Las setas representan una fuente ilimitada de polisacáridos con efectos positivos en la salud humana, muy en especial en su sistema inmune (Lindequist et al., 2005). Incrementan la inmunorreactividad al activar a macrófagos, linfocitos T citotóxicos y células asesinas naturales (NK) (Ikekawa, 2000; Feng et al., 2001). Por lo antes expuesto se plantea que estimulan respuestas antitumorales en los hospederos (Wasser, 2002).
En los hongos comestibles investigados se han constatado niveles elevados de compuestos fenólicos y ácido ascórbico, ambos excelentes antioxidantes (Puttaraju et al., 2006; Ferreira et al., 2007; Oyetayo, 2007), con una efectividad compatible a la de antioxidantes sintéticos, y sin sus efectos colaterales (Oyetayo, 2008). Se les atribuyen múltiples beneficios a la salud como: hepatoprotectores, antivirales, antiinflamatorios, antiestrés y muchos más.
Este trabajo pretende, modestamente, llamar la atención sobre esta variante nutracéutica, idónea pues representa además una fuente de proteína muy aceptable. Con ese mismo fin, el Instituto de Investigaciones Fundamentales en Agricultura Tropical (INIFAT), ha desempeñado un papel prominente en el asesoramiento técnico y teórico de la población para el desarrollo de cultivos artesanales de estos hongos en Cuba, en el marco de la denominada Agricultura Urbana. Esta modalidad constituye una alternativa promisoria para mejorar los niveles de vida de los pequeños productores a la par que contribuye a garantizar una fuente alimentaria de calidad a la población (Castañeda y Zani, 2006).
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Autor:
Dr.C. Guillermo Barreto Argilagos
Dra. Herlinda Rodríguez Torrens**
*Centro de Estudio para el Desarrollo de la Producción Animal CEDEPA. Facultad de Ciencias Agropecuarias. Universidad de Camagüey.
**Agronomía SUM Camagüey. Facultad de Ciencias Agropecuarias.Universidad de Camagüey.
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