La mujer le dijo que pensara bien lo que quería escribir. Federico pensó en sus hermanos y hermanas: recordó las fortalezas y las debilidades de cada quien. Pensó en lo que le hubiera gustado decirles a todos ellos, pero que nunca lo había hecho, rememoró el amor que cada uno de ellos le inspiraba; al hacerlo, lloraba y lamentaba no habérselos dicho antes. Recordó a cada uno de sus amigos, a sus padres, a su esposa y a sus dos pequeños hijos, y se dijo:
– ¡Los amo tanto! Pero… ¿Por qué nunca tuve necesidad de contárselos antes? ¿Por qué ahora? ¿Será que voy a morir?
Así, El príncipe Federico pasó un largo rato. Mientras más pensaba, más lloraba; mientras más lloraba, más relajado se sentía, pero también estaba loco por salir de aquel lugar que lo había hecho enfrentarse a aquel sentimiento.
Después de un rato muy largo, la mujer se le acercó y le dijo:
– Debes saber que lo importante no es lo que recuerdes, sino que lo digas cuando lo tengas que hacer.
Dicho eso, les indicó a él y a sus dos amigos que podían levantarse; ellos así lo hicieron. La mujer les mostró con una seña que se dirigieran a una puerta, también de piedra como la anterior, y les indicó que ya podían salir. Cuando llegaron al exterior, miraron hacía atrás y vieron que no había ninguna montaña, ni ninguna fila humana, sino una pradera, todos se miraron y Federico preguntó:
– ¿Estaré soñando?
Los amigos contestaron:
– ¡Entonces, estaremos soñando todos!
El príncipe Federico y sus amigos caminaron y no podían divisar nada más que la pradera. De pronto, empezó, otra vez, a estrecharse el camino por donde ellos andaban, pero ya no había ninguna montaña, sino que el camino que se cerraba a su alrededor, los hacía caminar hacía un mar que estaba en frente de ellos, el cual había aparecido de repente. Se encaminaron al mar y abordaron una vieja lancha blanca que aguardaba por ellos.
Cuando Federico y sus dos amigos estaban dentro de la lancha, observaron que una mujer negra con una gran majestad, los esperaba. La dama les indicó que se sentaran, y así lo hicieron. La lancha los condujo a una isla pequeña donde los lugareños bailaban unas danzas que ni Federico, ni sus amigos habían visto bailar nunca, y que por supuesto, no sabían bailar. La mujer negra que los había recibido en la lancha les indico, con gestos, que debían danzar con los lugareños. El príncipe Federico se levantó y trató de imitar los pasos de los danzarines, pero era imposible, no los podía seguir. La mujer negra le dijo:
– El problema que tienes para bailar este ritmo es que empiezas con el pie izquierdo y debes empezar con el derecho.
Dicho eso, Federico comenzó a danzar apoyando primero el pie derecho y luego el izquierdo; acto seguido, pudo, sin ningún problema, seguir a los danzarines y terminó bailando casi tan bien como ellos.
Cuando El príncipe Federico se sentó a descansar, la mujer negra se le acercó y le dijo:
– Así, es cómo debes conducir tu vida: empieza con el pie derecho y termina con el izquierdo. Un paso primero y otro después. Recuerda, cada cosa debe decirse y hacerse en el momento apropiado.
Después de ello, uno de los lugareños le sirvió a Federico y a sus amigos una ensalada, cuya apariencia era muy hermosa: los colores que resaltaban en ella eran el púrpura, el blanco y el verde. Cuando Federico iba a empezar a comer, la persona que le servía le dijo:
– Así como esa ensalada es el mundo físico: pura apariencia.
Una vez que Federico terminó de comer, la mujer negra que lo había acompañado hasta ese momento le indicó, con un gesto, que debía seguir su camino. Él se levanto para marcharse y sus dos amigos hicieron lo mismo. La dama negra les señaló, otra vez con un gesto, que ellos no podían, por el momento, acompañar a Federico, ya que el debía seguir solo. Los amigos se volvieron a sentar y Federico se marchó. Cuando hubo recorrido un buen trecho, divisó a lo lejos una construcción hecha de piedras, el príncipe Federico la contempló y se dijo:
– En su época debió haber sido muy hermosa.
En efecto, la edificación, con todo y lo arruinada que parecía, se veía que tenía buenos cimientos y que además debió haber sido preciosa en su época, ya que a pesar de que los colores de las paredes externas estaban arruinados por el paso del tiempo, aún lucían llamativos. La construcción estaba al lado de otras menos antiguas, pero no tan hermosas como lucía la que Federico contemplaba.
Federico se acercó más al sitio donde estaba la construcción y observó que en el frente de ésta se estaba formando un pantano, cuyas aguas eran sucias y repugnantes a la vista. Alrededor del pantano estaban varias personas que observaban y discutían las consecuencias nefastas de seguir permitiendo que frente a esa edificación se hubiese formado un pantano. Las personas que discutían decían ser los habitantes de esa edificación, pero no lograban ponerse de acuerdo ni en cómo iban a evitar que aquélla se siguiera destruyendo, ni tampoco qué hacer para evitar tal destrucción.
Al cabo de varios minutos de tanta discusión, uno de ellos se sumergió en el agua del pantano. Él era la única persona que no veía la parte negativa del hecho y era quien más molestaba al enfrentar las opiniones de los demás. El hombre quiso nadar en las aguas de aquel pantano, pero casi se ahoga en el intento. Todos los demás comenzaron a gritar, y lo conminaron a que se saliera. Después de tantos gritos, el hombre salió del pantano y seguía diciendo que esa agua se podía aprovechar para algo, pero no decía cómo podía ser aprovechada. Las personas que estaban con él se cansaron de escucharlo y entraron a la construcción. El príncipe Federico decidió entrar con ellos como si formara parte del grupo.
Una vez dentro, todos discutían sobre el procedimiento que debían seguir para la reparación de la edificación, la cual por dentro estaba tan deteriorada como por fuera. Una de las personas que discutía explicó que ya habían llamado a un electricista para que hiciera las reparaciones internas de la electricidad; sin embargo, las explicaciones que éste daba tampoco fueron comprendidas por los habitantes de aquel lugar. La gente seguía en una discusión infructífera, sin ponerse de acuerdo.
En el medio de la argumentación se sintió la presencia física de alguien que parecía ser la autoridad de aquel lugar. Era una mujer blanca que salía del interior de la edificación con sus dos pequeños hijos. La mujer los miró a todos. Federico observó que su mirada indicaba que ella estaba segura de que no importaba cuánto tiempo pasara, ellos seguirían en aquella eterna discusión y no iban a aportar ninguna solución. La mujer siguió de largo con los dos niños. Éstos miraron a todas las personas que argumentaban y el príncipe Federico observó que se sonreían con una mueca maliciosa. Ese gesto parecía indicar a todos los presentes, que los niños estaban seguros de que los que discutían nunca iban a ponerse de acuerdo, porque ya llevaban tanto tiempo polemizando por lo mismo, que hasta las perspectivas de la realidad la habían perdido. Esa risa maliciosa y hasta burlona – por parte de los niños – parecía indicar a los presentes, que los chicos no entendían cómo siendo ellos tan pequeños, podían comprender cosas que los adultos no.
Federico se desesperaba al ver a aquellas personas pelear, y volver sobre los mismos argumentos que no conducían a una solución del problema. Cuando estaba en esa reflexión, llegaron dos niñitas vestidas con uniformes escolares y le pidieron que les prestara las llaves que les servirían a ellas para abrir las puertas del baño del colegio donde estudiaban, ya que éstas estaban cerradas y el único que tenía las llaves era él.
Federico no entendía cómo iba a tener las llaves de unos baños de una escuela que él ni siquiera sabía dónde estaba ubicada; sin embargo, por puro instinto metió las manos en su bolsillo y encontró, efectivamente, dos llaves con sus respectivos llaveros de color amarillo, los cuales tenían una inscripción en ellos que él, en el momento, no pudo leer. Sacó los llaveros de los bolsillos con sus llaves y se los entregó a las dos niñas. Éstas corrieron rumbo a su escuela, y Federico siguió escuchando la discusión estéril de antes. Viendo que aquélla no tenía cuándo acabar, quiso intervenir para aportar una solución, pero comprendió que no debía hacerlo, ya que él no pertenecía a esa comunidad.
Decidió, entonces, buscar la ubicación de la escuela de cuyos baños él portaba las llaves, con la firme intención de recuperarlas y leer las inscripciones que se encontraban en los llaveros. Salió de la edificación donde se hallaba y buscó hasta que divisó la escuela y se dirigió a ella. Cuando llegó a ésta, su sorpresa fue mayúscula porque la escuela estaba cerrada con llave, y no podía entrar. Dio unos pasos alrededor del colegio, buscando la forma de entrar, pero no lo conseguía.
De repente, decidió saltarse la cerca que protegía a la escuela, pero en el momento cuando lo fue a hacer, desde la parte alta de la cerca, se asomó un hombre imponente, con la apariencia de un príncipe Inca. Éste le indicó que se detuviera, que él lo iba ayudar a entrar. Federico esperó con calma, y desde lo alto de la cerca, el hombre, cuya presencia era imponente, bajó dos escaleras blancas para que Federico trepara.
Federico dudó, por un momento, cuál de las dos escaleras usaba para subir. Tocó la primera que estaba a su derecha, y ésta se cayó y se partió en pedazos. Con firmeza, trepó por la segunda que se encontraba a su izquierda, y así logró entrar al patio de la escuela. Una vez dentro, empezó, con rapidez, a buscar a las niñas a quienes él les había entregado las llaves, pero no las ubicaba. Preguntó a varias personas, entre ellas a una profesora, pero ésta le dijo que le parecía que ya ellas se habían marchado. Él no se dio por vencido, porque intuía que las niñas aún estaban allí. Caminó por todo el patio de la escuela hasta que las vio. Les preguntó por las llaves, y ellas se las entregaron sin ninguna objeción, pero se quedaron a observar la reacción de Federico cuando leyera lo que decían las inscripciones que tenían los llaveros. Federico miró las inscripciones y éstas decían algo que él aún no podía descifrar, porque por más que las leía, parecían símbolos incomprensibles para él.
El príncipe Federico pensó un momento y dirigiéndose a las niñas les preguntó:
-¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo supieron que yo tenía esas llaves, si yo mismo no sabía que las poseía?
A esas preguntas, las niñas respondieron:
– Somos tu pasado y tu presente, pero no podemos ser tu futuro.
Dicho esto, corrieron por el patio de la escuela hasta que desaparecieron de la vista de Federico.
Federico salió del colegio por la puerta principal, la cual ya estaba abierta. Alzó la vista hacía la parte alta de la cerca, pero ya la presencia de aquel personaje con apariencia de príncipe Inca, no estaba.
Federico volvió a la edificación donde la gente discutía; éstos seguían argumentando. Federico los miró uno por uno y entendió que ellos realmente no querían resolver aquel problema, porque no tenían el suficiente amor para hacerlo, que eran indiferentes ante las necesidades de los demás, porque sus necesidades e inquietudes pesaban más que las de los otros. Quiso intervenir, y en ese momento volvió a sacar las llaves; finalmente, pudo leer las inscripciones que tenían los llaveros. Ambas decían:
– El ciego será más ciego, mientras tenga un lazarillo que lo guíe.
Federico entendió el mensaje que esas inscripciones le mostraban en los llaveros y decidió seguir su camino. Salió de la edificación donde ya había pasado un buen rato y comenzó a caminar, sin saber qué rumbo tomar.
Cuando Federico, finalmente, salió de aquella edificación, hizo un recuento mental de todo lo vivido. Se cuestionaba sobre lo acontecido, llegó hasta dudar si estaba soñando y no se percataba de ello.
De repente, cuando estaba tratando de conseguirle significado a cada acontecimiento experimentado, se apareció el hombre que vestía de camisa celeste y pantalón gris y lo había sacado de la fila para comer y le había cobrado por la comida. El hombre caminó a su lado y le dijo:
- ¿Tienes alguna pregunta?
Federico respondió:
- Sí, ¿por qué todos ustedes vestían de gris y celeste?
El hombre contestó:
– El celeste significa que ya a nosotros, las dificultades de la vida nos hacen poco daño.
– ¿Y el gris? – Preguntó Federico.
– Eso quiere decir que a pesar de estar en paz espiritualmente, debemos esforzarnos por comprender las dificultades de los demás. – Contestó el hombre.
Federico añadió:
– ¿Por qué viví esa experiencia en la montaña?
El hombre contestó:
– Porque debes aprender a ser en tus obras, como eres en tus pensamientos. – Dicho eso, desapareció
Federico siguió caminando y recordó a la mujer negra de gran majestad que había visto cuando abordó la lancha, y comentó:
– Entendí el mensaje del baile y lo de la ensalada, pero… ¿por qué la lancha?
Al terminar de decir eso, se apareció la mujer negra que había visto en su experiencia, y ésta le dijo:
– El viento y las olas van siempre a favor de quien sabe navegar. – La mujer se sonrió y desapareció.
Mientras caminaba, sin saber a dónde iba a parar, recordó la escena de la edificación, de las personas que peleaban sin llegar a un acuerdo, de las niñas, de la escuela, del príncipe Inca, de la inscripción que estaba en los dos llaveros: el ciego será más ciego, si tiene un lazarillo que lo guíe.
De repente, se aparecieron de nuevo las dos niñas, y antes de que Federico preguntara algo, exclamaron al unísono:
– Tejiendo estás tu telar, tela para tu uso y telas que no has de usar.
Cuando Federico abrió la boca para preguntar qué significa el color amarillo de los llaveros, las niñas dijeron antes de que él hiciera la pregunta verbalmente:
– Si te descuidas, tu alma se marchitará y sucumbirás – Luego, desaparecieron.
Federico comenzó a sentir una gran calma espiritual a medida que iba descifrando cada experiencia vivida. Se sentía como si sus problemas hubieran sido lavados en un gran lago celestial.
De pronto, se preguntó:
-¿Y… la escuela? ¿Qué significa la escuela?
Federico no necesitó que le respondieran la pregunta, él mismo exclamó:
– ¡La sabiduría para poder gobernar! ¡La sabiduría!
Sin darse cuenta, estaba de nuevo en la intersección donde se había perdido con sus amigos. En el carro estaban ellos esperando por él. Éstos lo miraron como aguardando a que él dijera algo. Federico les preguntó si a ellos les había pasado alguna cosa extraña, ellos dijeron que si, y recontaron lo que vivieron con él, hasta que habían sidos separados. Todos estaban muy conmocionados, pero llenos de una gran paz. Federico pasó a contar, luego, lo que él vivió cuando ya ellos no estaban. Cuando terminó, sus amigos preguntaron:
– ¿Por qué nos separaron?
Se apareció, de nuevo, el hombre con camisa celeste y pantalón gris que los tres habían visto, y les respondió:
– Luz del amanecer, luz de medio día, luz de anochecer, lo que importa es que sea luz.
El hombre desapareció de nuevo, y cuando el príncipe Federico fue a subir a su lujoso coche para seguir conduciendo, el chofer que había desaparecido como por arte de magia en el aeropuerto, estaba de nuevo frente al volante del auto. Federico lo miró, y él le devolvió la mirada con un gesto de satisfacción. Federico no dijo nada más, porque estaba agotado por todo lo vivido. Cuando llegaron al Castillo del príncipe Federico, el chofer se le acercó y le dijo casi al oído:
– Señor, cuando no sepa qué hacer en los momentos difíciles de su reinado, recurra a la sabiduría de sus ancestros como hacían los príncipes Incas.
Cuando el chofer dijo aquello, Federico rememoró al príncipe Inca que había visto en la parte alta de la cerca del colegio, y comprendió también lo que aquello significaba.
Los amigos de Federico pasaron unos meses en el castillo con él y reflexionaron muchas veces sobre lo que les había pasado. Muchos meses después, el príncipe Federico, finalmente, fue coronado rey.
Según sus súbditos, nunca un rey había gobernado con la sabiduría casi mágica de Federico.
A Freddy Robert
y a su esposa Moira Liljesthörm,
por ser unos grandes luchadores.
Nota sobre la autora:
Nila Mendoza de Hopkins
nació en Maracaibo, Venezuela. Tiene 57 años de edad. Profesora Titular de la Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela. Obtuvo su maestría en Lingüística Aplicada en la Universidad de Lancaster, Inglaterra. Tiene 35 años de experiencia en la enseñanza de idiomas y de Lingüística Aplicada. Fue profesora invitada para enseñar la cátedra Metodología en la Enseñanza de Idiomas con Propósitos Específicos en la Universidad de Concordia en Canadá. Ha publicado varios artículos a nivel nacional e internacional relacionados con Estrategias de Aprendizaje, al igual que dos libros: uno para enseñar Inglés con Propósitos Específicos; y el otro, para enseñar a leer y escribir el inglés como lengua extranjera. Actualmente, imparte la Cátedra Competencia Comunicativa en Lengua Escrita del Español, como profesora invitada en La Universidad Católica Cecilio Acosta (UNICA).
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