Este artículo pretende contestar lo más eficaz y sencillamente posible la siguiente pregunta, basada en los estudios profundos del Génesis: ¿De qué manera el concepto bíblico de "alma mortal" (néfesch) permite albergar una esperanza futura para los seres humanos que han muerto sin ofender a Dios?
Mujer que llora ante el cadáver de su esposo, asesinado durante la guerra civil española de 1936-1939.
Introducción.
No es lo mismo "Pervivencia" que "Supervivencia". Según el DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA DE LA LENGUA, "pervivencia" es la acción y efecto de "pervivir" (seguir viviendo a pesar del tiempo o de las dificultades). Por otra parte "supervivencia" es la acción y efecto de "sobrevivir" (lograr vivir contra pronóstico o en condiciones adversas).
Los seres humanos y los animales poseen un instinto de supervivencia, básicamente en forma de mecanismos automáticos que se disparan inconscientemente en momentos de gran peligro para la vida y se dirigen hacia la conservación de ésta. Sin embargo, no se suele hablar de "instinto de pervivencia" sino más bien del "deseo de pervivencia", pues éste es el resultado de funciones de autorreferencia a nivel humano que se concretizan por el anhelo de perpetuación del "yo", independientemente de que el cuerpo sobreviva o no. Así, Sócrates pasó por encima del instinto de supervivencia e ingirió voluntariamente el veneno que lo llevó a la muerte, a la vez que acariciaba la idea de librarse de la cárcel corpórea para alcanzar la pervivencia de su supuesta "alma inmortal", según creía él.
Sin embargo, el Génesis y la ciencia neurológica nos dicen que no existe un alma humana inmortal sino más bien una mente mortal, indisolublemente vinculada a las funciones integrales del cerebro. Por lo tanto, cabe preguntarse: ¿A qué obedece, entonces, el deseo de pervivencia que exhibe el hombre? ¿Es un engaño de la mente?
La revista DESPERTAD de Diciembre de 2007, publicada en español y otros idiomas por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, aclara, en parte:
«¿Acaba todo con la muerte?… Piense por un instante: ¿en qué estado se halla una persona antes de llegar a vivir? ¿Dónde estábamos antes de que las microscópicas células de nuestros padres se unieran y nos dieran el ser? Si el hombre posee una entidad invisible que sobrevive a la muerte del cuerpo, ¿dónde se aloja dicha entidad antes de la concepción? La verdad [libre de dogmas] es ésta: no hay una vida anterior que recordar; antes de que nuestros padres nos engendraran, no existíamos. Es así de simple… La conclusión lógica es que cuando morimos, volvemos al mismo estado de inconsciencia en el que nos hallábamos antes de vivir. Es tal como Dios le dijo a Adán después de que él le desobedeció: "Porque polvo eres y a polvo volverás" (Génesis 3:19). En este sentido no hay distinción entre los humanos y los animales. Como indica la Biblia, en lo que toca a la muerte, "no hay superioridad del hombre sobre la bestia" (Eclesiastés 3:19,20; [escritos del rey Salomón]).
¿Significa esto que nuestra vida se limita a unas cuantas décadas, seguidas de una eterna inexistencia? ¿O hay alguna esperanza para los que han fallecido? Veamos. A casi todo el mundo le resulta desagradable el tema de la muerte. La mayoría evita especialmente hablar de la suya propia; ni siquiera quieren pensar en ella. Aun así, las películas en el cine y la televisión nos saturan con escenas de personas que mueren de toda forma imaginable, y los medios informativos nos bombardean con imágenes e historias de muertes reales.
Como consecuencia, la muerte de desconocidos puede llegar a parecernos como parte normal de la vida; pero cuando se trata de la de un ser querido o de la nuestra, ya no tiene nada de normal. ¿Por qué? Porque el deseo natural de vivir está profundamente arraigado en los seres humanos; además, poseemos conciencia del tiempo y podemos concebir la eternidad. El rey Salomón escribió que Dios "puso en el corazón de [los hombres] la idea de la eternidad" (Eclesiastés 3:11, Katznelson). Es por eso que en circunstancias normales, anhelamos vivir indefinidamente. Deseamos una vida sin fecha de caducidad. En cambio, no hay indicación alguna de que los animales abriguen ese anhelo. Ellos viven sin conciencia del futuro.
El hombre no sólo desea una vida infinitamente duradera, sino que cuenta con el potencial para mantenerse ocupado y ser productivo por la eternidad. Su capacidad de aprendizaje parece no tener límites. Se ha dicho que nada en la naturaleza se asemeja al cerebro humano en cuanto a complejidad y capacidad de adaptación. En contraposición con los animales, el hombre posee una mente capaz de crear, de razonar y de comprender conceptos abstractos. Los científicos apenas han arañado la superficie en su intento de entender el gran potencial del cerebro humano.
Mucho de este potencial se mantiene intacto con la edad. Los neurocientíficos han descubierto recientemente que el proceso de envejecimiento no afecta a la mayor parte de las funciones cerebrales. Un equipo de investigadores del "Franklin Institute"s Center for Innovation in Science Learning" explica: "El cerebro humano es capaz de adaptarse y renovar sus circuitos continuamente. Aun durante la vejez puede seguir generando nuevas neuronas. El deterioro mental grave suele deberse a las enfermedades, en tanto que la pérdida de memoria o de las habilidades motoras relacionada con la edad se debe sencillamente al sedentarismo y a la falta de estímulo y ejercicio mentales".
En otras palabras, si pudiéramos mantener el cerebro sano y estimulado intelectualmente, éste podría seguir funcionando de manera perpetua. En opinión del biólogo molecular James Watson, uno de los descubridores de la estructura del ADN, "el cerebro es lo más complejo que se ha descubierto hasta la fecha en el universo". Un libro del neurocientífico Gerald Edelman explica que en "un trozo de cerebro del tamaño de una cabeza de fósforo existen alrededor de mil millones de conexiones, y el número de posibles combinaciones entre ellas es hiperastronómico: del orden de diez seguido de millones de ceros".
¿Le parece lógico que estando el hombre dotado de semejante potencial, sólo viva unas pocas décadas? Sería un absurdo tan grande como utilizar una potente locomotora con muchos vagones para transportar un grano de arena en un trayecto de unos cuantos centímetros. ¿Por qué, entonces, tiene el hombre una capacidad tan extraordinaria para el pensamiento creativo y para el aprendizaje? ¿Será que, a diferencia de los animales, no fue hecho para morir, sino para vivir eternamente? El hecho de que tengamos el deseo innato de vivir y una inmensa capacidad de aprendizaje nos lleva a una conclusión lógica: fuimos hechos para vivir mucho más que setenta u ochenta años. Esto a su vez abre paso a otra conclusión: debe haber un Diseñador, un Creador, un Dios. La creencia en un Creador se ve plenamente confirmada por las inmutables leyes del universo físico y la insondable complejidad de la vida en la Tierra.
Ahora bien, si fuimos creados con la capacidad de vivir para siempre, ¿por qué morimos? ¿Qué sucede después de la muerte? ¿Les devolverá Dios la vida a los muertos? Sería de esperar que si Dios es poderoso y sabio, aclarara estos interrogantes, y así lo ha hecho. Veamos lo que nos dice la [Sagrada Escritura]. ? La muerte no formaba parte del propósito original de Dios para la humanidad. La primera mención bíblica de la muerte indica que eso no era lo que Dios quería para la humanidad. La narración de Génesis sobre la primera pareja humana explica que Dios les puso una prueba sencilla a fin de que manifestaran su amor y fidelidad: les prohibió comer de un árbol en concreto. "El día que comas de él, positivamente morirás", advirtió Dios (Génesis 2:17). Adán y Eva sólo morirían si se rebelaban y no pasaban la prueba. La Biblia menciona que fueron infieles a Dios, y por eso murieron. De esta forma se introdujeron la imperfección y la muerte en la familia humana.
? La Biblia asemeja la muerte al sueño. Habla de "dormir en la muerte" (Salmo 13:3)… Quien se sume en un sueño profundo no tiene conciencia del mundo que lo rodea ni del paso del tiempo; no experimenta dolor ni sufrimiento. Del mismo modo, en la muerte no hay actividad ni conciencia. Pero la comparación llega mucho más lejos: el que duerme espera despertar. Y ésa es precisamente la esperanza que brinda la Biblia para los difuntos.
El Creador mismo promete: "De la mano del Seol [el sepulcro común] los redimiré; de la muerte los recobraré. ¿Dónde están tus aguijones, oh Muerte? ¿Dónde está tu poder destructor, oh Seol?" (Oseas 13:14). Otra profecía bíblica dice que Dios "realmente se tragará a la muerte para siempre, y el Señor Soberano Jehová ciertamente limpiará las lágrimas de todo rostro" (Isaías 25:8). Al proceso de devolver la vida a los muertos se le llama "resurrección".
¿Dónde vivirán los resucitados? [La] humanidad tiene el deseo natural de vivir indefinidamente… Si pudiera elegir, ¿viviría en un mundo donde no haya nada de todo aquello a lo que como humano está acostumbrado y que le produce placer? En condiciones ideales, ¿no le gustaría vivir en una Tierra paradisíaca? Ésa es justamente la esperanza que ofrece la Biblia, sí, vida eterna aquí en la Tierra. Para eso creó Dios este planeta, para que lo habitaran felices por la eternidad quienes lo amaran y le sirvieran. De ahí que la Biblia diga: "Los justos mismos poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella" (Salmo 37:29; Isaías 45:18; 65:21-24).
¿Cuándo acontecerá la resurrección? El hecho de que la muerte se compare al sueño indica que, en términos generales, la resurrección no ocurre inmediatamente después de la muerte. Entre el momento de la muerte y el día de la resurrección media un período de "sueño". Job preguntó: "Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir?". A lo que respondió: "Esperaré [en el sepulcro], hasta que llegue mi relevo. [Dios llamará], y yo mismo [le] responderé" (Job 14:14,15).
Por supuesto, la esperanza que da la Biblia no elimina necesariamente todo temor a la muerte. Es natural sentir inquietud ante el dolor y el sufrimiento que a veces preceden a la muerte; además, es comprensible que uno tema la pérdida de un ser querido, y también que nos preocupen las tristes consecuencias que la muerte propia pueda traer a las personas que amamos.
No obstante, al revelarnos la verdad sobre el estado de los muertos, la Biblia disipa el temor irracional ante la muerte. No hay razón para temer que los demonios nos atormenten en un infierno de fuego, ni para temer a un reino sombrío y fantasmal donde las almas vaguen sin descanso, ni para temer que lo único que el futuro nos reserve sea la inexistencia eterna. ¿Por qué? Porque la memoria de Dios es infinita, y él promete devolver la vida aquí en la Tierra a todos los muertos que se hallen en su memoria. La Biblia nos garantiza esta promesa al decir: "El Dios verdadero es para nosotros un Dios de hechos salvadores; y a Jehová el Señor Soberano pertenecen los caminos de salir de la muerte" (Salmo 68:20)».
Resurrección.
La obra PERSPICACIA PARA COMPRENDER LAS ESCRITURAS, editada en 1991 por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, tomo 2, páginas 831 a 841, dice en parte: «La palabra griega "a·ná·sta·sis", que significa literalmente "levantamiento; alzamiento", se emplea con frecuencia en las Escrituras Griegas Cristianas para referirse a la resurrección de los muertos. El apóstol Pablo citó unas palabras de las Escrituras Hebreas —Oseas 13:14— que indican que se abolirá la muerte y se dejará sin poder al "Seol" (hebreo "sche"óhl"; griego "hái·des") (1Co 15: 54,55). Algunas versiones traducen el término "seol" por "sepultura" y "hoyo". Las [Santas] Escrituras dicen que es el lugar adonde van los muertos (Gé 37:35; 1Re 2:6; Ec 9:10). Los usos de este término en las Escrituras Hebreas y los de su equivalente "hái·des" en las Escrituras Griegas Cristianas muestran que no se refiere a una sepultura individual, sino a la sepultura común de toda la humanidad (Eze 32:21-32; Rev 20:13). Dejar sin poder al Seol significaría liberar a los que están en él, es decir, vaciar la sepultura común de la humanidad. Por supuesto, esto requeriría una resurrección, es decir, que se levantara de su condición inanimada de muerte o de la sepultura a los que están allí… Lo expuesto indica que en las Escrituras Hebreas aparece la enseñanza de la resurrección…
Jesucristo señaló a los saduceos, una secta que no creía en la resurrección, que los escritos de Moisés registrados en las Escrituras Hebreas —Escrituras que ellos poseían y en las que afirmaban creer— prueban que hay una resurrección; alegó que cuando Jehová dijo que era "el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob", personajes que en realidad estaban muertos, indicó que para Él era como si aquellos hombres estuvieran vivos, porque Él, "el Dios, no de los muertos, sino de los vivos", se proponía resucitarlos… Para Aquél que tiene el poder de crear al hombre a su propia imagen, con un cuerpo perfecto y con el potencial de expresar a plenitud las maravillosas características implantadas en la personalidad humana, no supone ningún problema insuperable resucitar a una persona. Si el hombre puede grabar y conservar en una videocinta las imágenes y sonidos de una escena y luego reproducirla gracias a los principios científicos que Dios ha creado, cuánto más fácil será para el gran Soberano Universal y Creador resucitar a una persona reproduciendo la misma personalidad en un cuerpo recién formado. Con respecto a la revivificación de las facultades reproductivas de Sara [la esposa de Abrahán] en su edad avanzada, el ángel dijo: "¿Hay cosa alguna demasiado extraordinaria para Jehová?" (Gé 18:14). En el principio no era necesaria la resurrección, no era parte del propósito original de Dios para la humanidad, puesto que a los hombres no se les había creado para morir. El propósito de Dios, según Él mismo indicó, era llenar la Tierra de seres humanos vivos, no de una raza que se deteriorara y muriera. Su obra era perfecta, y, por ende, sin defecto, imperfección ni enfermedad (Dt 32:4). Jehová bendijo a la primera pareja humana y le dijo que se multiplicara y llenara la tierra (Gé 1:28). Esta bendición excluía la enfermedad y la muerte; Dios no fijó una duración limitada de vida para el hombre, sino que le dijo que moriría si desobedecía. De modo que si no desobedecía, viviría para siempre. Por su desobediencia, incurriría en el disfavor de Dios, perdería su bendición y se acarrearía una maldición. (Gé 2:17; 3:17-19).
Por consiguiente, la muerte se introdujo en la raza humana por la transgresión de Adán (Ro 5:12). Debido al pecado de su padre y a la imperfección resultante, la descendencia de Adán no podía heredar de él la vida eterna, ni siquiera la esperanza de vivir para siempre… El concepto de la resurrección fue necesario, o se añadió, para superar esta incapacidad que tendrían los hijos de Adán que desearan obedecer a Dios… La resurrección no sólo muestra el poder y la sabiduría ilimitados de Jehová, sino también su amor y misericordia, y lo vindica, además, como Aquél que conserva la vida de los que le sirven… Además, la resurrección es un medio del que se vale Jehová a fin de que se lleve a cabo su propósito para la Tierra, según le había declarado a Adán (Gé 1:28). La resurrección de los muertos, una bondad inmerecida de parte de Dios, es esencial para la felicidad de la humanidad y para reparar todo el daño, sufrimiento y opresión que le ha sobrevenido a la raza humana como resultado de la imperfección y las enfermedades, las guerras que ha peleado, los asesinatos y las acciones inhumanas cometidas por los inicuos a instigación de Satanás el Diablo… ¿Cuándo se dio por primera vez la esperanza de la resurrección? Después que Adán pecó y como consecuencia se acarreó la muerte a sí mismo y la introdujo entre sus futuros descendientes, Dios dijo a la [criatura angélica que utilizó a la] serpiente: "Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón" (Gé 3:15)… Jesús dijo a los judíos religiosos que se oponían a él: "Vosotros procedéis de vuestro padre el Diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Ése era homicida cuando principió, y no permaneció firme en la verdad, porque la verdad no está en él" (Jn 8:44). Estas palabras prueban que fue el Diablo quien habló por medio de la serpiente, y que fue un homicida desde el principio de su proceder mentiroso y diabólico. En la visión [apocalítica] que posteriormente [recibió el apóstol] Juan, […] a Satanás el Diablo también se le llama "la serpiente original" (Rev 12:9). Satanás se apoderó de la humanidad, pues al inducir a Adán a rebelarse contra Dios, consiguió tener bajo su influencia a los hijos de Adán. De modo que en la primera profecía, registrada en Génesis 3:15, Jehová dio la esperanza de que esta serpiente sería eliminada. No sólo se aplastará a Satanás la cabeza, sino que se desbaratarán, destruirán o desharán todas sus obras. El cumplimiento de esta profecía exige que se anule la muerte adámica, lo que implica una resurrección de los descendientes de Adán que están en el Seol (Hades) como resultado de los efectos heredados del pecado.
El apóstol Pablo habla de la situación que Dios permitió que existiese después que el hombre pecó, así como del propósito que tuvo al permitirla: "Porque la creación fue sujetada a futilidad [por haber nacido todos en pecado y haber sido condenados a la muerte], no de su propia voluntad [a los hijos de Adán se les trajo al mundo en esta situación, aunque no lo habían elegido ni podían cambiar lo que Adán había hecho], sino por aquel [Dios, en su sabiduría] que la sujetó, sobre la base de la esperanza de que la creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios". Con el fin de experimentar el cumplimiento de esta esperanza de gloriosa libertad, los que han muerto tendrían que ser resucitados, libertados de la muerte y de la sepultura. Así que mediante su promesa de una "descendencia" venidera que aplastaría la cabeza de la serpiente, Dios colocó una maravillosa esperanza ante la humanidad. Del registro bíblico se desprende que cuando Abrahán intentó ofrecer a su hijo Isaac, tenía fe en el poder y el propósito de Dios de levantar a los muertos. El fundamento de la fe de Abrahán en una resurrección era la promesa que Dios le había hecho en cuanto a la "descendencia" (Gé 3:15). Además, tanto Abrahán como Sara ya habían experimentado algo comparable a una resurrección cuando Dios revivificó sus facultades reproductivas (Gé 18:9-11; 21:1,2,12). Job expresó una fe similar al decir cuando sufría intensamente: "¡Oh que en el Seol me ocultaras, […] que me fijaras un límite de tiempo y te acordaras de mí! Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir? […] Tú llamarás, y yo mismo te responderé. Por la obra de tus manos sentirás anhelo" (Job 14:13-15). Los profetas Elías y Eliseo resucitaron a algunas personas (1Re 17:17-24; 2Re 4:32-37; 13:20,21). Sin embargo, los resucitados volvieron a morir… Las Escrituras muestran sin ambages que no hay un "alma inmaterial" separada y distinta del cuerpo. El alma muere cuando muere el cuerpo. Hasta de Jesucristo está escrito que "derramó su alma hasta la mismísima muerte". Su alma estaba en el "Seol". Él no existía como alma o persona durante ese tiempo. Por consiguiente, en la resurrección no se efectúa ninguna unión entre alma y cuerpo. Sin embargo, la persona ha de tener un cuerpo, sea espiritual o terrestre, pues todas las personas, tanto celestiales como terrestres, poseen un cuerpo. Para que vuelva a ser una persona, el que ha muerto debe tener un cuerpo, sea físico o espiritual… Pero, ¿vuelven a juntarse las células del cuerpo anterior en la resurrección? ¿Es acaso una reproducción exacta del cuerpo anterior, hecho precisamente tal como era cuando la persona murió?… No podría ser el mismo cuerpo, con exactamente los mismos átomos. Cuando una persona muere y es enterrada, el proceso de descomposición convierte el cuerpo en elementos químicos orgánicos que la vegetación absorbe. Cabe la posibilidad de que otras personas coman de esa vegetación, de modo que los elementos, los átomos de la persona muerta, pueden estar en otras muchas personas. Es obvio que cuando se produzca la resurrección, esos mismos átomos no podrán estar en la persona resucitada y en todas las demás al mismo tiempo.
El cuerpo resucitado tampoco tiene por qué ser una copia exacta del cuerpo al momento de la muerte. Si el cuerpo de una persona antes de morir estaba mutilado, ¿volverá de la misma manera? Sería irrazonable, porque pudiera darse el caso de que no estuviera ni siquiera en condición de oír y hacer "las cosas escritas en [las Santas Escrituras]"… Digamos que una persona murió por haberse desangrado. ¿Volverá sin sangre? No, porque no podría vivir con un cuerpo humano sin sangre. Más bien, recibirá un cuerpo del agrado de Dios. Como la voluntad y el gusto de Dios es que la persona resucitada obedezca las "cosas escritas en [las Santas Escrituras]", deberá tener un cuerpo sano, que posea todas sus facultades. De esta manera, toda persona podrá ser considerada, debida y justamente, responsable de sus hechos… La provisión de la resurrección para la humanidad es realmente una bondad inmerecida de Dios, pues Él no estaba obligado a suministrarla… Los siervos de Dios han esperado ansiosos el día de la resurrección. En el planteamiento de sus propósitos, Dios ha fijado el tiempo exacto para ello, cuando su sabiduría y gran paciencia serán completamente vindicadas… Sobre el amor de Dios a la humanidad y su deseo de ayudarla, el fiel Job reflexionó: "Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir? […] Tú llamarás, y yo mismo te responderé. Por la obra de tus manos sentirás anhelo" (Job 14: 14,15).
Se calcula que la cantidad de personas que han vivido en la Tierra asciende a unos 20.000 millones. Éste es un cálculo muy liberal, y muchos estudiosos de la materia creen que el total ni siquiera se aproxima a esa cifra… La tierra seca tiene una superficie de unos 148 millones de Km 2 (14.800 millones de hectáreas). Incluso si se dedicara la mitad de esa superficie a otros propósitos, todavía le correspondería a cada persona más de la tercera parte de una hectárea. Esta superficie bastaría para proveer alimento a una persona, sobre todo si se tiene en cuenta que, como ya quedó demostrado en el caso de la nación de Israel, la bendición de Dios resulta en abundancia de alimento. Con respecto a la cuestión de si la Tierra podrá producir suficiente alimento, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura sostiene que con sólo algunas mejoras básicas en la agricultura, la Tierra podría alimentar hasta nueve veces la población que se prevé para el año 2000, incluso en las zonas en desarrollo (Land, Food and People, Roma, 1984, páginas 16 y 17). Pero, ¿cómo se podrá atender adecuadamente a los miles de millones de resucitados, si se tiene en cuenta que la mayoría de ellos no conocían a Dios en el pasado y deberán aprender a conformarse a Sus leyes?… ¿Cómo será posible resucitar y educar en sólo mil años a los millones de personas que en la actualidad están muertas? Supongamos, no con ánimo de profetizar, sino únicamente a modo de ejemplo, que la "gran muchedumbre" de personas justas que sobreviven a "la gran tribulación" (Rev 7:9,14) se compone de unos 3 millones de personas (aproximadamente 1/1666 de la población mundial actual, en 1991). Si tras permitir unos cien años para su formación y para que "sojuzguen" parte de la Tierra (Gé 1:28), Dios decidiese devolver a la vida a un 3% de esa cantidad, entonces por cada resucitado, habría 33 personas que podrían atenderle. Puesto que un incremento anual del 3% duplica la cantidad aproximadamente cada veinticuatro años, el número total de 20 mil millones de personas podría resucitar antes de que hubiesen transcurrido 400 años del Reino de mil años de Cristo, con lo que se daría suficiente tiempo para educar y juzgar a los resucitados sin afectar la armonía ni el orden de la Tierra. De esta manera, Dios, con su poder y sabiduría infinitos, puede llevar su propósito a un fin glorioso dentro del marco de las leyes y disposiciones que ha dado a la humanidad desde su comienzo, con la bondad inmerecida añadida de la resurrección».
Autor:
Jesús Castro