En una época de mi vida, fui motoquero. Vivía arriba de una moto Jawa 350 que llegó a ser parte de mi cuerpo, casi una prolongación mía. En esos años de recorrer caminos en moto, viví muchas historias y acá van tres de ellas.
El ángel
Ser motoquero es ser diferente.
Es reencontrarse a cada paso con uno mismo en la soledad del camino.
Es compartir códigos particulares con otros motociclistas.
Vivir aventuras cada día.
Conocer gente, hacer amigos, disfrutar la vida en libertad sobre la moto.
Es vivir experiencias increíbles…
El motoquero estaba feliz, había rendido un examen bien en la universidad y visto a sus amigos.
Estuvo tomando unas cervezas con una compañera de la carrera de estudios.
Volvía a su casa feliz y pasado de copas.
Esa noche, a las dos de la madrugada, no había nadie en la ruta.
_Mejor, se dijo, tengo la luz de posición delantera nada más. Seguro que a mí me ven los coches, pero con esta lucecita no veo ni a dos metros.
Sus pensamientos se tejían en medio de vapores de cerveza, sopor, velocidad y oscuridad.
_La fórmula exacta para matarme, pensó. Menos mal que no hay nadie en la ruta, pero igual si viene un automovilista lo vería por las luces.
Hete aquí, que en un momento pasó por una zona oscurísima, ni luces de alumbrado, ni luna.
No se veía absolutamente nada.
Para colmo los árboles se cerraban sobre el camino haciendo la ruta más tenebrosa y oscura, si eso fuera posible aún.
_Que cerrado está, ahora si que no veo nada.
Por más que esforzaba sus ojos, la oscuridad era tal que parecía estar dentro de una caverna.
En un momento, el motoquero percibió un resplandor luminoso en el espejo retrovisor izquierdo, como un flash de máquina de fotos.
Fue un instante.
Pero fue tan intenso que sintió una punzada en la vista.
Pensó que sería algún vehículo que lo alcanzaba y le hacía luces para pasarlo, pero no lo vio venir.
No percibió su acercamiento, solo la luz intensa de repente.
El motoquero miró al espejo y quedó estupefacto.
Allí, en el vidrio retrovisor izquierdo una figura refulgía con toda la intensidad y la gloria de las visiones celestiales.
Un ángel.
Con sus alas a los costados y sus tules flotando suavemente alrededor de él.
Todo en medio de un aura de gloria y divinidad.
La aparición lo miraba a los ojos con expresión sombría y grave.
Con los ojos más hermosos que jamás había visto…pero muy serio.
Fue un instante nomás, porque de la impresión, el motoquero clavó los frenos.
Tardó bastante en frenar.
Ahí se percató de lo veloz que marchaba sobre su moto (tardó bastante en frenar).
Tuvo que dejar de ver el espejo para mantener la moto en equilibrio, al detenerse, miró nuevamente al espejo y nada vio.
Solo la oscuridad reinante.
_Me estoy volviendo loco o me pasé con la cerveza, ya veo visiones.
Por las dudas, volvió a recorrer con la vista el entorno oscuro que lo rodeaba.
_No hay nada, dijo.
_No sé, tal vez no era nada.
Volvió a patear la moto para partir nuevamente.
Cuando quiso arrancar, no pudo hacerlo.
A escasos cuatro metros de donde estaba, un camión abandonado en la ruta le cerraba el paso.
Sin luces, ni balizas, ni señalización alguna.
El motoquero se quedó mirando el camión largo rato…y pensaba…pensaba que si esa aparición no se hubiera manifestado, él estaría ahora estampado en la parte de atrás del camión abandonado en la ruta.
Se bajó de la moto, se arrodilló y dio gracias a Dios por haberle salvado la vida.
Agradeció a su ángel de la guarda que le avisó.
Nunca lo habla visto hasta ese momento.
Intuía que algo lo protegía porque en la moto se salvaba de cada una….
Pero esa vez lo vio, y se lo contó a todo aquel que quisiera escucharlo.
Y siempre, cada vez que sale con la moto, invoca su protección y ayuda.
Y hasta ahora volvió siempre a salvo.
Cuando alguna vez tuvo algún accidente nunca paso a mayores.
Por eso viaja tranquilo.
Gracias, Ángel de la Guarda.
La visita
Hacía tiempo ya que se había separado de su mujer.
El motoquero no sabía nada de su hijita desde entonces.
La separación fue muy problemática para él.
Dejó todo lo que había construido en su vida, casas, coche, familia, relaciones sociales.
Cuando casado, era rico, tenía hasta una empresa.
Luego vinieron los cuernos de la mujer con un amigo y la separación.
Le dejó todo a su ex mujer, no le parecía de hombre andar sacándole nada a la madre de su hija.
Aunque ella lo hubiera engañado alevosamente con un amigo de ambos.
Pero ella vendió todo y se mudó a un lugar desconocido con el amigo.
Se llevó a la nena.
Era la madre y debía hacerlo, pero lo que no debía hacer era mudarse sin decirle al padre donde estaba la hija.
Desde entonces él buscó a la nena por todos lados.
Fue a juzgados, consejos escolares, abogados, asistentes sociales, hizo de todo para encontrarla.
Pero eso no bastaba para localizar a la hija.
En ese año que no vio a la nena se dedicó a trabajar duro, a rehacerse como persona y como hombre.
Durante un año tuvo tres trabajos al mismo tiempo.
Ahorró peso sobre peso y se compró una casita en la periferia de Moreno, en Cuartel V. Compró una moto para moverse, amuebló la casa, y esperó durante ese año poder volver a reencontrarse con la nena.
A veces no podía evitar beber algo de alcohol los fines de semana para apaciguar un poco el dolor de la soledad.
Tanto trabajo le mantenía ocupada la cabeza, pero al llegar el domingo empezaba a pensar…y a beber.
En eso estaba una noche.
Un domingo de lluvia allá por el año 93 en su casita de Moreno, solo y triste.
Llovía en verdad mucho.
Parecía un meteoro.
Inclusive había alerta meteorológico.
Era una tormenta implacable y torrencial.
Llovía a cántaros, la casita era alta pero el barrio estaba inundado.
El hombre, solo, bebía y escuchaba música que, por la tormenta y el ruido de la lluvia se escuchaba mal.
De pronto unos golpes en la puerta lo distrajeron.
Alguien llamaba.
Eran golpes fuertes, como de alguien que quería entrar pronto.
_Claro, pensó, con esta lluvia como no va a querer entrar rápido.
_Pero quien será éste que vino a visitarme.
Se levantó presuroso, y al abrir la puerta, ella entró.
Era una chica rubia. Ni pidió permiso, se mandó adentro.
_Quién corno será ésta, pensó él.
Ella estaba pingando agua por todos lados, parada en el living y dura de frío.
El sintió que su obligación era hacerla pasar al baño y que se seque, luego habalarían.
Ella accedió, y al entrar en el privado, él se percató de que la visita vestía ropa de cuero negra.
Un relámpago inmenso se percibió a través de la ventana del living.
Los truenos eran fuertísimos.
La mujer salió al rato.
Parecía estar mejor.
Incluso se había arreglado el maquillaje.
Él la invitó a sentarse y le ofreció unos mates calientes, con algo de pan y queso.
Ella parecía con hambre.
Cuando comía, la observó detenidamente.
Era hermosa, de cabellos color de oro y ojos celestes.
La piel blanca contrastaba con el negro de su ropa.
_Que extraño, pensó, estoy sentado a la mesa con una desconocida a la que abrí las puertas de mi casa en un día de lluvia, la hice pasar, le doy de comer y ni siquiera sé quién es ni cómo se llama.
La chica pareció adivinar sus pensamientos porque le dijo:
_Ahora te explico.
Para ese momento la tormenta estaba en su peor momento.
El ruido de la lluvia en el techo de chapas era ensordecedor.
Al finalizar de comer, la visitante parecía mas relajada, casi tranquila y en paz.
En el fragor de la tormenta, ella le habló así:
_Perdonáme que haya llegado así y con esta lluvia, pero tenía que decirte algo muy importante. En realidad es parte de mi trabajo así que no te hagas problemas por la lluvia y si me mojo. Eso es lo de menos.
_Estoy aquí para decirte que no te preocupes por la nena, que no sufras más. Pronto vas a volver a verla y a reencontrarte con tu hija. Que el sufrimiento que padeciste y estas padeciendo es desproporcionado e injusto con tu condición en este mundo. Pronto las cosas van a cambiar para vos, Continuá esforzándote y yendo por el buen camino. Desde altos estratos estan observando tu situación y es realmente injusta. Pero también están terminando de ordenar tus caminos y tu destino. No sufras más, el amor que sentís por tu hija es de por sí motivo suficiente para cualquier reencuentro. El amor debe preservarse. El amor, en cualquiera de sus manifestaciones, salvará al mundo. Por eso debe protegerse. Pero aun así, se te va a ayudar para que ese encuentro se produzca lo más pronto posible. Vas a recuperar todo lo que perdiste y se va ha hacer justicia en tu vida.
El hombre quedó atónito, no podía terminar de asimilar lo que había estado escuchando en medio del ruido de la tormenta.
A través de los truenos oyó:
_Gracias por tu hospitalidad y tu comida, eso tambien es vien visto y recompensado.
El miraba fijo a esa persona que tenía frente a sí.
Que conocía sus sufrimientos más íntimos.
Estaba como shockeado.
Apenas sí se percató de que ella se levantaba, le daba las gracias y se retiraba por detrás suyo hacia la puerta de la casa.
Se fue en un segundo….desapareció.
No sabe si por los truenos, los relámpagos o el momento particular que estaba viviendo, no, escuchó cuando la puerta se abrió y se cerró hacia la calle, la noche y la tormenta.
Sólo recuerda haberse levantado rápidamente, no haber visto a la visitante y correr hacia la puerta para detenerla.
Quería hablar más con ella, quería que no se vaya con esa lluvia torrencial.
Quería respuestas.
Pero al abrir la puerta solo vió la oscuridad y la catarata de agua que caía del techo de la casa.
Nada más.
Entonces fue corriendo y tomó un piloto de lluvia, se lo puso y salió a buscarla.
Corrió de punta a punta de la cuadra.
Dió vueltas a la manzana, caminó por el barrio…y nada.
En esa tormenta y a esa hora era el único ser vivo en las calles.
Cuando regresó a su casa se preguntó si lo que vivió fue real o producto de una alucinación por el whisky y la soledad.
Al sentarse a su mesa vió el plato usado y el mate aún tibio y supo que todo ocurrió en realidad.
Dejó todo como estaba y se fue a dormir.
Al día siguiente recibió un mensaje de una amiga que habían localizado el lugar donde se encontraba su hija.
La fue a buscar.
A la semana volvía a ver a la nena regularmente.
Al tiempo consiguió un trabajo mejor y más pago.
Se recibió en la universidad.
A los dos años tenía tres casas, dos coches, moto, casaquinta.
Hete aquí, que la ex esposa de él, por esas cosas de la vida, perdió todo lo que él le había dejado.
Si antes había huído con la hija para que el padre no la viera, ahora le pedía por favor que la tenga él, porque ahora estaba bien económicamente.
_Que ironía pensó, primero me la negaba y ahora me la daba casi por la fuerza.
Pero lo que nunca terminó de explicarse fue ese evento en el que una persona de rostro angelical se presentó en una noche de tormenta a dejarle un mensaje que solo él pudo entender, para retirarse luego en forma misteriosa e inevitable en medio de la noche.
Él cree que fue un ángel.
Tal vez su ángel de la guarda.
O quizá otro tipo de ángel.
Pero está convencido de que ese rostro de cabello rubio y ojos claros, ese ser que inspiraba confianza y respeto, que habló de cosas que nadie que no fuera él podía conocer tan bien, que derramó sabiduría en sus palabras, era un ángel.
A veces quiere contar su historia pero no se anima, mientras tanto sigue leyendo e investigando sobre Los Angeles.
Y deseando volver a ver a esa chica que una vez lo visitó.
La ermita
El motoquero viajaba por la ruta 23 que va a Pilar.
Cuando pasó la rotonda de Moreno le llamó la atención un cartel que había al costado del camino.
En él, una leyenda indicaba: ermita de la Virgen de Luján.
La curiosidad pudo y se salió del camino hacia donde indicaba el cartel.
Era un camino de tierra, una huella que entraba en el campo.
A los costados las plantaciones de maíz estaban en su esplendor.
No tuvo que andar mucho, en seguida la vio.
Era una capillita solitaria en un campo al costado del camino.
Había un árbol, un altarcito y unas plantas que seguramente eran ofrendas de los fieles.
El motoquero paró la moto, se apeó y llegó hasta el lugar.
Una paz particular reinaba en derredor.
El clima era agradable y los campos estaban hermosos y con sus cosechas listas para ser recogidas.
Cuando se acercó a la capilla se sentó en un asiento rústico que ahí se encontraba.
Se relajó y comenzó a pensar en cosas de él.
En cómo había llegado a ese lugar, en lo que le estaba pasando.
Estaba preocupado porque desde hacía unos meses, en forma progresiva, estaba perdiendo la visión del ojo izquierdo.
Un edema o algo así.
La cosa era que con ese ojo ya casi ni veía.
Todo esto lo pensaba mientras estaba sentado frente a la capilla de la imagen de la Virgen de Luján.
No sabía porqué, pero estaba en paz consigo mismo.
Tal vez fuera el contexto que lo rodeaba.
La paz de los campos de Pilar.
La sensación de recogimiento que lo invadía lo llevó a tener una inspiración.
Él no era demasiado creyente en nada, pero en ese momento sintió que a lo mejor no sería descabellado probar qué había de verdad en eso de las promesas a la Virgen.
De las cosas que la gente decía que ella concedía a los creyentes que le prometían algo y cumplían con la promesa.
El motoquero pensaba en esto y no era su idea de cómo debería funcionar el asunto.
Siempre le sonó a una negociación: si me das lo que quiero, te doy lo que te prometí.
No le parecía que debiera ser así.
En su interior se rebelaba contra esa metodología de obtener gracias divinas. ¿Cómo tendría que ser?. Bueno, deduzco que no una negociación, sino una entrega total, algo que se sienta como un "dar" sin esperar nada a cambio.
Porque, se dijo, Dios lo ve todo.
Así que pensó cómo podría ser la fórmula que le permitiera a él conseguir la gracia que necesitaba del Señor, o de la Virgen, daba igual. No le importaba de quién viniera.
Yo no voy a prometer algo a cambio de otra cosa.
Yo voy a dar primero, voy a darle algo a la Virgen que para mí signifique un hecho importante, que sea relevante, casi sacrificado.
Luego pediría y esperaría.
Y así fue, el motoquero se retiró del lugar y siguió su rutina diaria.
Fue a trabajar y cuando volvió a su casa volvió a pensar en lo que le preocupaba y cómo lo resolvería.
Buscó algo que fuera importante para él, y realmente no encontró nada que se ajustara a sus necesidades.
Fue al patio y vio lo que era para él, aquello que reunía las condiciones de ofrenda sentida como tal: su propia cosecha.
El motoquero estuvo todo el año haciendo y cuidando su propia huerta para consumo personal, ya estaban para cosechar los morrones, ajíes y choclos.
Sintió que de veras sería un sacrificio desprenderse de esos productos caseros que tanto valoraba, pero así debería de ser.
Además, si ponía en la balanza las hortalizas de un lado y su ojo del otro, obviamente saldría ganando si le era concedida la gracia esperada.
Por lo que no lo pensó mas, recogió los frutos de la tierra, prendió su moto y se fue a visitar la ermita de la Virgen de Luján.
Llegó sin problemas al lugar y el día volvía a estar lindo.
Se acercó a la capillita, se hincó frente a la imagen, elevó una oración de pedido de gracia y dejó la ofrenda en los pies de la Virgen.
No le pidió mucho, no pidió nada exagerado.
Pidió que al menos el mal no siguiera avanzando, que no le tomara el otro ojo, que no se quedara ciego, y si se podía, que se curara de lo que padecía.
Luego de su pedido se sentó a disfrutar del paisaje: campos bellos llenos de cosechas de diversos tipos, ranchos camperos, manadas, cantos de aves.
El árbol le daba sombra y estuvo un buen rato en el lugar…
_¿Quién habrá plantado esta imagen aquí y porqué?. Se preguntaba para sí.
Se dijo que la ofrenda que llevaba tal vez fuera utilizada por alguna persona que tuviera hambre y eso lo reconfortó.
Cuando bajó el sol se aprestó a partir, hizo una oración de gracias y se marchó del lugar. Tomó el camino de tierra hasta la ruta y rumbeó hacia Moreno.
A poco de andar detuvo la moto al costado de la ruta para contemplar el atardecer de un sol rojo como nunca había visto antes.
La bola de fuego caía en el horizonte y era magnífica.
Buena señal.
Cuando desapareció tras los campos reinició la marcha y su vida transcurrió como siempre. Pasó el tiempo, los meses y los años.
Al cabo de cinco años, el motoquero puede decir que su mal no avanzó mas, que hasta tuvo una leve mejoría, y que a veces hasta casi ni se da cuenta de que tiene un ojo disminuido. Siempre se pregunta si en realidad, en eso tuvo que ver la Virgen y si era así, porqué no se curó del todo.
Pero igual está agradecido por su mejoría.
Autor:
Eugenio Martín Ganduglia