La decisión de invertir es siempre una de las más críticas dentro de la estrategia empresarial y normalmente se fundamenta en la aplicación de un conjunto de instrumentos analíticos de tipo económico-financiero y de diversas técnicas de evaluación de proyectos. La adquisición de nuevos activos viene en general precedida por estudios que evalúan la rentabilidad de la inversión en términos empresariales, y que permiten a los órganos decisorios establecer criterios sobre el valor que el proyecto o proyectos alternativos de inversión representan para la compañía.
Lo anterior es una práctica habitual en el caso de la mayoría de los activos vinculados a la capacidad de producción de la empresa: bienes de equipo, instalaciones, terrenos, factorías e incluso la compra de otras compañías o de participaciones en las mismas. La decisión de invertir se apoya en una serie de criterios formalizados, que se dirigen a la estimación de las variables fundamentales de rentabilidad y riesgo que inevitablemente acompañan, como las dos caras de una misma moneda, a todo proyecto inversor. Conceptos como valor actual (VAN), tasa interna (TIR) o descuento del cash-flow son habituales en cualquier estudio económico de este tipo (1).
Sin embargo, cuando la naturaleza de la inversión cae en el mundo de las TI, los analistas se encuentran con una serie de dificultades que hacen que en la práctica pocos proyectos de esta categoría sean sometidos a un examen económico-financiero tan riguroso como se tiene por costumbre cuando se trata de inversiones productivas de otros tipos. Se dice con regularidad habitual que las inversiones en TI son fundamentales para la competitividad de las empresas y de una importancia clave para mejorar su posición en el mercado, pero en realidad no estamos muy seguros si tales afirmaciones se fundamentan o no en algún tipo de cálculo económico previo, y en tal caso cuáles son las hipótesis y los procedimientos analíticos en que se apoyan.
En este artículo se comentarán brevemente algunos conceptos y métodos que usan los analistas para evaluar la rentabilidad empresarial de los proyectos de inversión, y se tratará de ver hasta qué punto son o no utilizables en el contexto de las inversiones en TI, o en su caso qué modificaciones convendría introducir para facilitar su aplicación práctica.
El análisis del valor económico de los activos de TI en el marco de la actividad de las empresas no está exento de dificultades. Debe por ejemplo recordarse la denominada "paradoja de la productividad" enunciada por Steven Roach, economista jefe de Morgan Stanley en el año 1987 y que dió lugar a varios estudios empíricos que tuvieron como objetivo identificar la contribución objetiva de las TI a la productividad empresarial, especialmente dentro del sector servicios, de la economía norteamericana de la década de los 80.
Sorprendentemente en la mayoría de estos estudios no se consiguió encontrar una relación de causalidad suficientemente significativa y cuantificable entre la inversión efectuada por las empresas en tecnologías de la información y sus ganancias en productividad. Incluso un (2) llegó a escribir en el New York Times "…por todas partes se ve que estamos en la era de los ordenadores, excepto en las estadísticas de productividad". Como se demostró posteriormente, la paradoja no se debía a la irrelevancia de las TI en la actividad empresarial (eso es bastante obvio), sino en la dificultad de los economistas para identificar y medir cuantitativamente los efectos positivos inducidos por las inversiones informáticas en las empresas.
Volviendo a la decisión de invertir, la evidencia también nos muestra que el mundo empresarial, y no sólo los economistas, tiene algunas dificultades para evaluar en términos objetivos la rentabilidad económica de las inversiones en tecnologías de la información. Es cierto que la rentabilidad no es el único criterio por el que se mide el atractivo de una inversión determinada, pero las consideraciones de rentabilidad están siempre presentes en la práctica y constituyen uno de los principales criterios formalizados de decisión económica. El tema no es, ni mucho menos, simple y elemental y en general no está nada claro qué es lo que se entiende exactamente por rentabilidad, aunque el problema se aísle de cualquier otra complicación adicional.
Las inversiones que contribuyen a aumentar el valor de la empresa deben en principio considerarse rentables, y contrariamente las que lo destruyen serán no rentables. ¿Debe entenderse la rentabilidad en términos contables (ventas, beneficios, dividendos) o es algo más sutil y más profundo? Esta pregunta, como luego veremos, resulta crucial en el caso de las inversiones empresariales en tecnologías de la información, aunque antes será útil repasar algunos conceptos y procedimientos, aunque sea de forma simplificada, del análisis económico-financiero habitual de proyectos.
Entre los métodos más elementales de evaluación de proyectos se encuentran los que ignoran las diferencias temporales del valor del dinero, y puede señalarse como ejemplo de ellos el cálculo de la tasa de rentabilidad simple sobre la inversión, definida como el porcentaje que representa el beneficio neto sobre la inversión total. Es un concepto simple e intuitivo, que puede tomarse en sentido bruto (inversión total) o contable (deduciendo amortizaciones) a lo largo del ciclo de vida del activo considerado en el proyecto. La anualización de los flujos de fondos (cash-flow o tesorería) asociados al proyecto nos dará una imagen más afinada, ya que nos permitirá observar la evolución temporal de la rentabilidad de la inversión, y a efectos comparativos nos ayudará a discriminar entre proyectos alternativos con tasas similares de rentabilidad.
Otro de los conceptos que se utilizan con carácter orientativo al hacer un análisis rápido es el denominado plazo de recuperación de la inversión o payback, que normalmente se calcula dividiendo la inversión total por el beneficio anual. Su valor será el inverso de la tasa de rentabilidad simple, y sus limitaciones son bastante evidentes, especialmente si se quiere analizar el proyecto más allá de su plazo de recuperación.
En un sentido más estricto, los métodos que se encuentran más sancionados por la práctica profesional de los analistas financieros (3) poseen una mayor complejidad formal que los anteriores, y tienen siempre en cuenta el valor temporal del dinero. Los dos más extendidos son el cálculo del valor actual neto y de la tasa interna de rentabilidad o retorno de los proyectos.
El llamado valor actual neto o VAN, pretende medir el valor económico que un determinado proyecto de inversión crea para una empresa. El método opera sobre la secuencia o flujo de fondos asociados al proyecto (en términos de entradas y salidas de tesorería), teniendo en cuenta su descuento temporal mediante la aplicación de los tipos de interés. Cualquier proyecto con VAN positivo creará valor, y cuanto mayor el VAN, en principio más rentable y mejor el proyecto. El método del valor actual neto, en su formulación más simple exige conocer con suficiente aproximación el valor de la inversión, los retornos anuales y el tipo de interés, pero se puede llegar a complicar de manera muy significativa. Cuando se introducen otros parámetros adicionales como el factor riesgo (en los retornos y en la tasa de interés), la estructura del capital destinado a hacer frente a la inversión (fondos propios y diversos tipos de endeudamiento), la fórmulas de financianción, los instrumentos financieros utilizados y un sinfín de cuestiones que los analistas procuran no olvidar en los casos reales de aplicación práctica, el modelo VAN se vuelve ciertamente complejo.
La idea del descuento de los flujos de fondos subyace al segundo método más empleado en el análisis económico de proyectos, que es el cálculo de la tasa interna de rentabilidad o TIR, concepto que directa o indirectamente se vincula al anterior de valor actual. Formalmente se denomina tasa interna de rentabilidad al índice de descuento para el cual el VAN de un proyecto resulta nulo. La TIR se encuentra asociada a las variables endógenas del proyecto, y aunque su significado puede estar intuitivamente claro, su interpretación en ocasiones no resulta trivial y su utilización a efectos de decidir la conveniencia de un determinado proyecto de inversión puede conducir a errores. Un proyecto corto con una TIR alta puede ser menos interesante desde el punto de vista económico que un proyecto de más larga duración con una tasa menor.
También en el caso de la TIR el análisis de rentabilidad se complica cuando empiezan a considerarse cuestiones como el riesgo de los proyectos o el coste de los recursos del capital necesario para llevarlos a cabo. Existen como es sabido otras metodologías de análisis, basadas en la teoría matemática de la decisión (modelos probabilísticos), que se acompañan de herramientas de simulación más o menos potentes, pero como veremos a continuación, ello no ayuda a resolver los problemas fundamentales cuando necesitamos estudiar un proyecto TI desde el punto de vista económico, es decir analizar objetivamente el valor que originará para la empresa que lo quiere llevar a cabo.
¿Qué hace diferente (4) a las TI de otros activos de producción en los que invierten las empresas? En primer lugar, y salvo que se trate de reposición o mantenimiento de equipos y sistemas, o de pequeñas adquisiciones, una inversión significativa en TI puede corresponder a un proyecto de carácter estratégico, con efectos a medio plazo no sólo sobre la cuenta de resultados, sino sobre el propio modelo de negocio en el que se asienta la actividad de la empresa, alterando la naturaleza de la firma en manera y magnitud que no resultan fácilmente previsibles a priori. Esto son palabras mayores, como se comprende fácilmente, y concede a las TI un papel inductor del cambio empresarial difícilmente predecible y aún menos cuantificable en gran número de ocasiones.
Piénsese por ejemplo lo que supuso para las compañías aéreas la implantación de sistemas de reserva en red y en tiempo real, tipo Amadeus en Europa o Sabre (5) en América. Está claro que hoy día es tan importante para los operadores aéreos el sistema de reservas como la propia flota de aeronaves, o incluso más (los aviones y las tripulaciones se pueden alquilar a terceros, la relación con el mercado no). Difícil resulta valorar este activo según un modelo de descuento de cash-flow, cuando la rentabilidad de la inversión se materializa en gran medida de forma indirecta, y en determinados casos por vías que son insospechadas antes de la experiencia de su implantación real.
En segundo lugar, existen determinadas inversiones en TI (y no pocas, por cierto) que las empresas efectúan no tanto para ganar una ventaja competitiva sino para evitar incurrir en desventajas. La accesibilidad de las tecnologías de la información hace que su grado de implantación en las empresas venga determinado por el nivel medio del sector correspondiente, y las diferencias que pueden surgir en determinados momentos entre unas (pioneras) y otras (seguidoras) tienden a equilibrarse en plazos de tiempo muy breves por el efecto emulación y por la inexistencia de barreras infranqueables en este campo. Hay ocasiones en que no se invierte en TI para ganar más sino para evitar pérdidas de competitividad con el resto del sector, por lo que la rentabilidad de la inversión se debe contemplar no en términos de una mayor generación de beneficios, sino más bien a partir de la valoración de las pérdidas en que incurriría la empresa si practicase una política tecnológica basada en la inhibición o el desinterés.
Las dos circunstancias anteriores, es decir la imprevisibilidad del retorno (y además en ciertos casos su intangibilidad) y la difícil valoración cuantitativa del factor necesidad hacen que conceptualmente los métodos tradicionales de análisis económico-financiero de proyectos de inversión pierdan gran parte de su aplicabilidad práctica en el campo de las TI. Pero aún haciendo abstracción de esos dos importantes condicionantes, hay otras dificultades más primarias que tampoco se encuentran bien resueltas, ni en el plano de los fundamentos teóricos ni en el de la praxis técnico-económica de las TI.
Un proyecto de cierta complejidad, y todos los que son importantes para una empresa tienden a ser complicados, posee una serie de incertidumbres que son inherentes a su propia naturaleza. Ya en la década de los 70 se empezó a manifestar explícitamente la preocupación de los profesionales y de la industria por dos fenómenos nocivos para las TI, que aparecían (y de hecho siguen apareciendo recurrentemente) en la mayoría de los proyectos: la aparente indecidibilidad de los costes y de los plazos de ejecución. Desviaciones de un 30-40% en relación con las estimaciones previas se han llegado a considerar relativamente normales, y en ocasiones no nos sorprendemos cuando nos hablan de proyectos con sobrecostes o retrasos superiores al 100% de los valores estimados en la planificación.
En las condiciones anteriores, la incertidumbre se traslada a los modelos de análisis tipo VAN o TIR, haciéndolos inválidos en términos prácticos (la dispersión de las rentabilidades posibles impide extraer conclusiones útiles desde el punto de vista económico). Por otra parte, la prima de riesgo que habría que adoptar para el cálculo del coste de capital sería realmente elevada, dado el nivel de incertidumbre y por tanto el riesgo financiero del proyecto, penalizando su atractivo desde el punto de vista de la inversión, especialmente cuando no existe una garantía de retorno cuantificable, tal como se ha explicado anteriormente.
¿Cuál es por tanto el criterio a seguir en relación con esta cuestión? Existen partidarios de obviar cualquier tipo de análisis de rentabilidad de los proyectos TI, dadas las dificultades de tipo metodológico que se han expuesto, pero ese planteamiento debería rechazarse por cuanto tiene de anticientífico en primer lugar, y además de perjudicial para los profesionales de las disciplinas que forman este sector.
Es evidente que desde el mundo empresarial se contemplan las tecnologías de la información de forma muy diferente a como se hacía unos años atrás. Nadie discute su necesidad, pero hay que explicitar de forma más clara su rentabilidad, es decir su contribución a la creación de valor en la empresa o la organización en la que se sitúan. Para ello es imprescindible que se defina un marco analítico más refinado y sutil que el tradicional de la evalucaión de proyectos, que permita internalizar las importantes particularidades que poseen los proyectos de tecnologías de la información en relación con otros ámbitos de inversión empresarial.
Algunos requerimientos básicos que deberían tenerse en cuenta en una nueva (y desde luego necesaria) aproximación metodológica que requiere la toma de decisiones de inversión en el campo de TI son los siguientes:
- Consideración explícita de las externalidades y de los efectos inducidos por las TI sobre el conjunto de la empresa. El modelo ha de recoger los efectos de creación de valor, aunque éstos no sean inmediatos ni se manifiesten por las vías tradicionales (6), directamente vinculadas al proyecto, como por ejemplo las ventas.
- Valoración de los efectos estratégicos de las inversiones en TI, es decir de su impacto a medio plazo sobre el modelo de negocio de la empresa y su posicionamiento en el mercado, y por tanto no sólo sobre el binomio productividad/costes a corto (7).
- Tratamiento analítico de la incertidumbre y del riesgo (8) en que incurren los proyectos, a partir de una consideración realista de la naturaleza aleatoria de sus variables características, así como de la utilización de procedimientos estocásticos adecuados al problema de la estimación de costes, plazos y riesgos, éstos últimos en sus múltiples facetas.
A lo largo de estos párrafos se ha pretendido exponer al lector algunas razones que explican cómo la estimación del valor que las inversiones en TI crean en la empresa no es una cuestión trivial o que pueda resolverse con un simple cálculo de rentabilidad económica por los métodos tradicionales. El mundo de las tecnologías de la información está lleno de sutilezas y de sorpresas, y la formalización de los procesos de toma de decisiones en esta materia ha de tener en cuenta la naturaleza, en cierto modo singular y díscola, de unos sistemas complejos que desbordan la simplificación, a veces banal. de los modelos económico-financieros habituales en el ámbito empresarial. La Nueva Economía es ciertamente Nueva, con mayúscula.
GIVE PEACE A CHANCE !!!!
Notas
* Publicado en Lo que cuentan de TI. Revista de Prensa. Magazine de Información Independiente sobre Nueva Economía y Mercados de las Tecnologías de la Información. http://www.tecnova.es
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César Lanza*
* Tecnova Ingenieros Consultores