La responsabilidad ambiental: el puente que une la conciencia de vida con la pulsión de vivir
Enviado por Fausto Baquero Marimón
"La pulsión de vivir es universal, la tienen los animales y las plantas. Vivir es luchar por usar la vida, por conservarla, potenciarla y reproducirla en cuanto hombre yo tengo además conciencia de vida."
Darío Botero Uribe
Entre los interrogantes que inquietan al ser humano, el que pregunta por la vida es quizás uno de los que más le ha causado fascinación. Y no es para menos, pues a pesar del desarrollo de la ciencia y de todo intento por descubrir y explicar su realidad, siempre queda una dimensión oculta que nos muestra que conocemos menos de ella que nuestros antiguos antepasados.
James loverlock (1995) afirma que los estudiosos de la vida, sean los naturalistas del siglo XIX o los biólogos de siglo XX detestan admitirlo, pero no pueden explicar lo que es la vida en términos científicos. Sin embargo, se atreven a definirla y el concepto al que se aproximan tiene implicaciones fundamentales para el pensamiento. Así, de acuerdo con Schrödinger (1997) la vida es movimiento ordenado y persistente.
Ahora bien, más allá de esta definición, tenemos que la vida es inmanente, transmisible, autopoyética, diversificada. Aparece y reaparece donde se dan unas condiciones abióticas básicas.
La vida es configuradora de formas diversas, cambiantes, que evolucionan; es mediadora entre la materia y la forma, pero no se reduce a ellas.
Hay materia sin vida y formas que han sido abandonadas por la vida. La vida es, pues, una inmensa fábrica productora de formas animadas; es una expresión típica de la naturaleza y en la naturaleza no existen jerarquías. En tanto biótica todos los entes son necesarios y juegan un papel determinado, pues, la naturaleza es un sistema enormemente complejo en el cual todo está relacionado con todo.
No obstante, a pesar de estas consideraciones sobre el concepto vida, asistimos en la actualidad a un deterioro de la misma e incluso a una desvalorización de su significado; es común ver como se abusa de la participación que tenemos en ella, la manera irresponsable como la usamos y nos relacionamos con la naturaleza y todas las demás entidades vivas.
Es evidente que al aceptarla como un misterio, nos hemos vuelto incapaces de comprenderla, valorarla y de paso valorar todo lo que ella vitaliza.
Los seres humanos hemos interpretado el salto evolutivo de nuestro ser a una dimensión socio – cultural como un privilegio, sin embargo, no hemos dejado de ser naturaleza. Y es aquí donde comienzan los problemas, pues naturaleza y cultura no son formas complementarias sino formas contradictorias en el ser del hombre.
Ahora bien, esta contradicción no se resuelve nunca, ya que el hombre sólo se humaniza desnaturalizándose y se naturaliza deshumanizándose; entonces, ¿de qué modo se pueden conciliar estas dos dimensiones en el ser humano?, pues bien, en lo que sigue de este trabajo se intenta plantear una posible solución a esta problemática.
Primero abordaremos el concepto de vida desde la filosofía de Nietzsche y el de pulsión de vivir desde los planteamientos de Darío Botero en su libro Vitalismo Cósmico; segundo expondremos la comprensión vitalista de la conciencia de vida; y por último, examinaremos el concepto de responsabilidad ambiental como elemento base para conciliar entre naturaleza y cultura.
Iniciemos recordando que es vitalista toda teoría filosófica para la que la vida es irreductible a cualquier categoría extraña a ella misma. Molera (2015) afirma que Nietzsche en su comprensión de la vida en sentido biológico subraya el papel del cuerpo, la naturaleza, la fuerza y la lucha por la subsistencia; que la filosofía de Nietzsche es el intento más radical de hacer de la vida lo Absoluto.
Para él la vida no tiene un fundamento exterior a ella, tiene valor en sí misma; entendida fundamentalmente en su dimensión biológica, instintiva e irracional.
Nietzsche ve la vida como creación y destrucción, como ámbito de la alegría y el dolor. Para él, el hombre es la afirmación de la vida, es el único que percibe estar vivo y siente deseos de proyectarse y usar todo el potencial que le permite la vida.
No obstante, según Botero (2002) la pulsión de vivir es universal, la tienen no solo los animales sino las plantas; vivir es luchar por usar la vida, téngase conciencia de ella o no.
Así, los animales y las plantas participan de la vida en tanto creación de energía y movimiento. La pulsión de vivir les es inherente porque las formas de vida se generan a través de las especies; pero no solo debemos entender la vida como el conjunto de formas vivas, debemos concebirla como la fuerza capaz de engendrar vida, y vivimos en un mundo que posee ánimo vital.
Ahora bien, para el vitalismo la vida no solo se reduce a una dimensión biológica.
Para pensadores como Ortega y Gasset la vida tiene un sentido biográfico e histórico y se entiende como el conjunto de experiencias humanas dadas en el tiempo; esta definición de vida se encuadra en la condición excepcional del hombre de pertenecer a dos mundos, uno de los cuales es la base del otro.
El hombre es el único ser que escapa a la soberanía de la naturaleza sin dejar de ser natural; gracias al pensamiento el hombre se coloca frente a la naturaleza y es un más allá de ella, una conciencia lucida en oposición a la incipiente conciencia de la vida biológica.
El hombre trasciende su actividad vital y proyecta una vida psicosocial que le permite completar su ser, el cual a diferencia del de los animales y plantas cuya vida está determinada de modo natural, es un ser incompleto.
Como conciencia de vida el hombre posee la libertad de crear un proyecto de vida, proyecto este que debería diseñar en armonía con la vida y la dinámica de su orden para asegurar su supervivencia. Sin embargo, no se ha limitado solo a sobrevivir, sino que para satisfacer su pulsión de poder ha desarrollado fuerzas colosales que chocan con la naturaleza como fuente de vida (Botero, 2002, p.101).
Él goza de la vida no exaltándola, ni protegiéndola, ni potenciándola sino destruyéndola y contaminando el mundo que posee el ánima vital.
No tiene conciencia de la contradicción y vive ajeno a ella, sabe que la civilización transforma la naturaleza y no se preocupa por evitar que su acción perturbe la vida.
Ser conscientes de la vida y poder trascender lo natural es reconocer la naturaleza en nosotros, es asumir un imperativo de conservación y potenciación de la vida misma y la naturaleza como ánima vital. Tener el privilegio de participar conscientemente de la vida nos obliga a conciliar nuestra humanidad con nuestro ser natural, y esto lo hacemos mediante la responsabilidad ambiental, no entendida solo como pagar por los daños provocados a la naturaleza sino la adopción de mayores precauciones, mediante la prevención de riesgos y daños, así como fomentar la inversión en el ámbito de la investigación y el desarrollo, con fines de mejora de los conocimientos y las tecnologías.
La responsabilidad ambiental consiste en ser coherentes con nuestra participación en la vida, consiste en conciliar nuestra capacidad vital con nuestra acción transformadora, porque al final la destrucción de la vida lo único que nos garantiza es nuestra propia destrucción.
Referencias bibliográficas
Botero, D. (2002). Vitalismo cósmico. Bogotá: Siglo del Hombre Editores.
Molera, E. (2015). El Vitalismo de Nietzsche. 03 de octubre de 2015, de Filosofía y Vida, Sitio web: http://filosofiayvida.es/2906-2/
Martínez, A. (2012). José Ortega y Gasset. 07 de octubre de 2015, de Fernández Labastida, Francisco – Mercado, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica online, Sitio web: http://www.philosophica.info/archivo/2012/voces/ortega/Ortega.html
Comisión Europea. (2000). Libro Blanco sobre responsabilidad ambiental. 03 octubre de 2015, de Oficina de Publicaciones Oficiales de las Comunidades Europeas Sitio web: http://ec.europa.eu/environment/legal/liability/pdf/el_full_es.pdf
Autor:
Fausto Baquero Marimón