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Crónicas microbianas (página 2)


Partes: 1, 2

2) Érase una vez en una placa Petri

Un buen día Albert Fleming, como en su momento lo hiciera Louis Pasteur, se tomó sus días de asueto; no por ser hombres de ciencia hay que exagerar, y un respiro le viene bien al más pinto. De lo que hizo y adonde fue no me pregunte, sólo sé que, ya de regreso a la actividad cotidiana lo que encontró estaba muy peliagudo. Olvidadizo como tantos otros de mente abundante, en el corre corre prevacacional había dejado algunas placas Petri sin el aseo que esta útil cristalería ha de tener.

Ni lento ni perezoso le metió el hombro a la ingrata tarea para que nadie le sacara luego estos trapos sucios, además, el orden es el orden. Así andaban las cosas cuando algo lo saco de tal empeño. Tan fuerte fue el llamado que el plan orden-limpieza se quedó justo allí

  • ¿Pero qué pudo enfriar el cuerpo al Dr. Fleming? No me diga que era de esos que se comen al mundo y…

Nada de eso, pero genio al fin sus ojos detectaron una muy curiosa irregularidad en cierta placa tan abandonada como las demás. En ella, ese microorganismo de respeto conocido vulgarmente como estafilococo dorado -objeto de atención del científico semanas atrás- debía estarse dando banquete y cubrir la superficie del gelatinoso medio. Sin embargo no había tal. Pese a su fama de bicho malo, sin importar el bombo del científico nombre –Staphylococcus aureus– ausente el dorado matiz, había crecido, sí, pero con cautela, y lo más alejado posible de algo aterciopelado, ondulado, con toques de verde, azul, amarillo, blanco muy puro en sus bordes, y superficie acariciada por un fino rocío.

  • ¡Eh! ¿Pero qué es eso?

Eso, un moho y, por cierto, de los más comunes, tanto que seguro aterrizó, sin previa invitación, junto a cualquier micropartícula de polvo en un descuido de Albert, o gracias a la negligencia de esos colegas que todo tocan, abren, huelen, etc.

Cualquier otro le habría pasado la cuenta al tal moho, al estafilococo pendejo, y a cuanta cosa atentara contra el correcto look de aquel laboratorio. Pero de quien hablamos no era un otro, como tampoco lo fue el insigne hemipléjico; otro fue el que terminó la limpieza. Él, durante diez años se puso pa’ aquel moho; los secretos con los hombres de ciencia no van y, como no hay nada más inspirador que el fino rocío, dándole y dándole a la cosa, resultó que en aquellas gotitas, y los alrededores del moho, estaba nada más y nada menos que la penicilina, para, al igual que la micción del mono, aclarar "esto es mío". Sí, porque aquel insignificante moho, también tenía su nombrecito científico: Penicillium notatum. Muy sabio no haberle puesto notatina, a nadie hubieran pinchado con algo así.

3) ¡Si me das, te doy!

Un espectador crítico, luego de ver "El soldado azul", u otra de no tantas cintas que reflejen la historia real de los pieles rojas VS cara pálidas, se da cuenta que los primeros eran simples víctimas de una civilización, tal vez más incivilizada, pero dueña del poder y los mecanismos de propaganda. Con los microorganismos se ha pretendido algo similar.

– ¡Eh! Oiga, no se vale, usted me cambia de balada pa' reguetón. Además, ni Spielberg pone de buenos a esos bichos.

Pues se lo pierde, porque material hay para más de una serie televisiva. En cuanto a la similitud que tanto le asombra, déjeme decirle que mucho antes de que el primer dinosaurio bostezara, y antes significa un buen montón de millones de años, en lo que hoy llamamos Tierra solo había bacterias.

Ello no resulta extraño si se toma en consideración la bazofia de entorno: cero O2; idem de luz solar; materia orgánica a punto de declararse ociosa y una atmósfera emética, por usar una denominación culta.

Las arqueobacterias, que es el nombre vulgar de tales pioneras, gracias al mecanismo de fermentación, la emprendieron con el basurero orgánico y colonizaron el planeta, transformándolo y haciéndolo más potable, en resumen, creando condiciones para la aparición de otras formas vivientes.

La cosa no fue fácil y tomó su tiempo. Ya con O2, mejores temperaturas –de las anteriores ni hablar-, luz solar acariciando la superficie terrestre gracias a una atmósfera más potable que la actual, sin dinosaurios por cataplún meteórico, aparecieron los primeros Homo erectus quienes, a fuerza de garrotazos y aburrimiento, se hicieron sapiens para, al menos, resolver lo segundo. Los que se consideraron mejor dotados decidieron no trabajar más y, en su lugar, poner "cada cosa en sitio adecuado" –por algo eran la especie pensante destinada a regir los destinos de…lo que fuera.

Esta organización tenía un objetivo central: todo lo vivo debía reconocer la hegemonía humana. En función de ello, sin escatimar esfuerzos, se emprendió la tarea de modificar lo existente natural, fruto del caos que precediera a la sapiencia.

Para dar el ejemplo, se aplicaron lo suyo y, aunque frugívoros por patente inicial, optaron por la onda omnívora con marcado desplazamiento al procesamiento de fibra roja.

Pasaron los años y el garrote fue sustituido por la política de estado, instrumento más efectivo para alcanzar el nivel soñado. Mucho ha sido lo llovido desde entonces pero le propongo un salto hasta los finales del XIX. Justamente en ese instante un francés descubrió que los microorganismos no estaban por gusto. Gracias a sus trabajos se apreció como mucho de lo comido y bebido desde los momentos más remotos eran fruto de la laboriosidad microbiana; también descubrió su lado feo: tantas muertes, achacadas a espíritus malignos y subusus de todo tipo, eran provocadas por las microscópicas formas de vida.

¿Cómo la raza pensante podía tolerar algo así? El propio francés emprendió la nueva cruzada: se continuaría explotando el lado positivo: con ello se anotó la paternidad de la Microbiología Industrial; la negativa, con esa pegada que tiene lo malo, dio para más: surge la Microbiología Clínica y, aunque prematura, nace la Inmunología con su saga de vacunas que harán papilla a los responsables de las principales enfermedades infecciosas del momento. Otras cabezas de cuidado se suman al empeño y aportan la quimioterapia para machacar a los pretenciosos rebeldes fuera de control. Algunos microorganismos se venden al enemigo, propiciando el aislamiento y producción de los primeros antibióticos.

Arribamos al siglo XX; las pequeñas criaturas invisibles tienen sus momentos contados, el desarrollo de la química, la bioquímica y la industria biotecnológica posibilitan la producción cada vez mayor de antimicrobianos de todo tipo. ¡En esta ocasión no habrá reservaciones! ¡La guerra es a muerte!

– Bueno, ¿qué fue lo que pasó? Ya estamos en el XXI así que me parece que usted no esta muy actualizado que digamos.

Antes de pasar al momento más actual le diré que en los ’90 aparecieron las llamadas enfermedades reemergentes, nombre asignado al cólera, tuberculosis, y otras tan museables como cualquier objeto del Gran Almirante. Lo más preocupante es que salieron a la palestra, provocadas por las mismas bacterias pero más temibles gracias al empeño de tantos sapiens por alterar lo natural. También aparecieron otras, verdaderas creaciones, a las que no hubo más remedio que denominar emergentes.

Ambas tienen en jaque a los pensantes más dotados del planeta. Uno de ellos –ya fallecido- entrevistado sobre el SIDA, respondió: "…la humanidad ha de acostumbrarse a coexistir con el VIH". Tal vez usted piense que se trata de un orate, alguien que ha perdido sus cualidades más elogiables; nada de ello, era Jonas Salk, autor de una de las vacunas contra la poliomielitis, un científico admirable como tal y por sus cualidades humanas tan diferentes a los que condujeron el planeta al punto actual. Alguien que se negó a patentar su gran aporte. "¿Podría patentarse el Sol?" –respondía a los escépticos ante su altruismo.

Salk, aunque cara pálida, reconoció la existencia primaria de los microorganismos y su rol indispensable en el mantenimiento de la vida, en esa interacción, ese equilibrio, que debe existir entre las diferentes especies. Los más temibles, por llamarlos de una forma compresible, y no caer en aquello de virulencia, etc., son también más dependientes de su víctima u hospedero, por tal motivo, no les conviene que éste desaparezca, como no es provechoso a la carcoma quedarse sin madera por amargo que sea el pino. Así como ha ocurrido con otros de cuidado, el VIH no ha de ser la excepción, luego de explosiones de gran mortalidad, sobrevendrá un equilibrio: el temible patógeno, cede; sus víctimas aumentan la resistencia; no es exactamente armonía, tal vez algo similar a esos matrimonios violentos que, en franca crisis, pero amándose, deciden contar, romper vajillas y ceder. En lo que nos ocupa, invasor e invadido hacen tablas. A los pieles rojas les fue peor, claro, era una lucha entre humanos.

-Entonces, todas esas vacunas y tantos antibióticos y pinchazos diabólicos ¿de nada valen?

No, que va. Muy injustos seriamos si no reconociéramos el valor de estas prácticas en su real medida. Claro, en algunos casos, pasa algo similar a lo que acontece con la sal común: sin ella la comida es una tortura; cuando se nos va la mano, ni hablar.

Con los antimicrobianos sucede esto último. La segunda mitad del siglo XX fue una verdadera carrera para la obtención de estos productos. Una competencia que respondía a la regla: para x microorganismos resistentes, y antibióticos de nuevo tipo en el mercado. Este torneo solo tiene un ganador, no precisamente la especie pensante. Si se está perdiendo la batalla es debido a que, lejos de razonar, nos hemos ido por la tremenda y, en esta lid, las diminutas formas tienen ventajas, recuerden que descienden de aquellas pioneras que, en condiciones peores, la emprendieron para darnos un planeta en el que, aunque un poco apretaditos, todos tuviéramos un lugar.

4) Retrospectiva a una historia de luchas y un concepto

El término antibióticos se debe a Selman Waksman (1945) quien lo introdujo para definir aquellos compuestos producidos por microorganismos que, no obstante, manifestaran una actividad antimicrobiana. Además de la paternidad sobre el vocablo, pretendía establecer una diferenciación con sustancias de idéntico comportamiento pero obtenidas por síntesis química.

De esta forma, tal cual ocurrió con el bicarbonato de sodio y el limón, un fenómeno observado por muchos, estudiado por otros, se redujo a tan concreto término cuando la mayoría de los involucrados eran difuntos.

Como la ingratitud y el olvido son feas cualidades humanas, he decidido desempolvar la cosa y, para ello, con perdón del mundo occidental, les diré que mucho antes de que aquel famoso Penicillium le diera la mala al tímido Staphylococcus aureus para merecida gloria de Fleming, miles –tal vez millones- de chinos anónimos, sin microscopios, placas de Petri, ni instrumental reluciente Pyrex, peor aún, sin tener la más puñetera idea de lo que era un microorganismo, resolvían sus frecuentes furúnculos e infecciones de los pies mediante el uso de una pasta de soya.

La misma, gracias a la ausencia de equipos de refrigeración, constituía medio excelente para el desarrollo de diversos mohos. Ya que no era ingerible, y el ahorro es una cualidad muy china, la aplicaban en los furúnculos o, como si fuera betún, lo untaban a sus sandalias, pero por su parte interior. Claro, no ha quedado nada escrito que refiera lo acaecido en aquellos pacientes fáciles a las corizas y al asma bronquial –atópicos, ya que de términos se trata.

Aclarada la probable paternidad china en lo relativo a beneficiarse de los conflictos microbianos, pasaré a la otra cara del planeta pero, para que el salto no sea tan brusco, lo haré a través de uno de esos humanos de gran pegada, Ilia Metchnicoff (1845-1916).

  • ¡Oiga, aguante ahí; no hay tal salto, pues ese señor me huele a ruski-bolovski!

Sí y no. Orígenes, nombre, algunas particularidades de su quehacer y ya. Como se dice de cierto profeta, los primeros, segundos y terceros pasos de este personaje sólo hubieran sido eso, y muy torpes. Luego de diversos ensayos al estilo del que dispara con cartuchos y no da, fue acogido en el Instituto Pasteur en vida del eminente genio. Y es aquí donde, muchos años después (1891), le sacó partido al belicismo microbiano denominado antagonismo (Veullemin, 1889; término tan criticado como luego lo sería el que está sobre el tapete) y sugirió la ingestión de "bacilos búlgaros" –Lactobacillus bulgaricus– para combatir la disentería. Como en esta parte del planeta los hábitos alimentarios no incluían al yogur, una de las formas de acceder a dichas bacterias, algunas firmas, ni lentas ni perezosas, comenzaron a venderlas en un medio acuoso; la imagen de Ilia era su carta de triunfo.

Hasta nuestro país llegaron estas producciones y, ya en el nuevo siglo persistieron lo suficiente para que mi hermano y yo los tragáramos cada vez que un desajuste intestinal amenazaba la normalidad hogareña. La idea ucraniana consistía en sustituir un microorganismo indeseable por otro inofensivo. Si Arquímides no hubiera sido difunto habría repetido aquel número exhibicionista del que tanto aún se habla pues, ¡elemental, dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio a la vez!

Ya que del Oriente caímos en París, es justo señalar que el propio Pasteur, junto a Jouvert (otro de los grandes), cuando se dedicaban a estudiar el ántrax, vieron que su agente causal, la bacteria Bacillus anthracis, podía crecer perfectamente en orina libre de otros microorganismos, pero cuando en ésta aparecían ciertas bacterias muy comunes, el temible bacilo les dejaban el campo libre. Emerich y Low (1901) no ajenos a los trabajos mencionados, y a lo observado por Tyndall (1881) –"los medios de cultivo turbios por crecimiento bacteriano se vuelven claros cuando en su superficie se desarrolla un moho"- realizaron una experiencia con conejos en la que demostraron que los mismos, luego de inyectarles cultivos líquidos de Pseudomonas aeruginosa, "quedaban protegidos contra el ántrax". Al producto responsable de este milagro le dieron el nombre de piocianasa, sustancia excretada por esta bacteria que en tan lejanos días era conocida como Bacillus piocianicus. A unos cuantos años de dicho experimento, y en nombre de los conejos actuales, manifiesto que librar del ántrax a costa de dar entrada libre a P. aeruginosa, ¡pa’ su abuela!

La cosa siguió, y en 1924 Gafia y Dath, trabajando en torno a un género bacteriano con complejo de moho (Actinomyces) descubrieron la actinomicina, algo capaz de lisar bacterias hasta el nivel de puré de quimbombó. Pese a su efectividad nadie se sometió a pincharse con el producto, aspecto que dio tiempo y más tiempo durante el que todos, cual camarón dormilón, permitieron que llegara 1929 acompañado de Fleming quien de una sola ojeada, y gracias a las ventajas de los medios de cultivo sólidos, le sacara lo suyo a la litis PenicilliumS. aureus. A éste siguió Dubos (1939) testigo de un bateo en el que un representante bacteriano de cuidado (Bacillus brevis) le permitió aislar dos compuestos: gramicidina y tirocidina, con una muy seria historia respetada por la discreción de este autor.

Ya para cerrar, de la forma más simétrica, les diré que Waksman y su equipo (1944) obtuvieron la estreptomicina. Por ello, y para golpear doble, el líder del team propuso el concepto que dio origen a esta reflexión. A tantos años, antibiótico sigue tan discutido como el día que salió al tapete, pero, y eso nadie lo cuestiona, desde los chinos con su soya enmohecida, pasando por tantas cabezas de respeto, sólo a él se le ocurrió almacenar tanta lucha en una pequeña palabra. Con razón exaspera y motiva a discusión.

Referencias

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  2. Barreto, G: Presencia de una mayor resistencia a un grupo de antibióticos en cepas de E. coli enterotoxigénicas productoras de colicinas (Ent+ Col+) aisladas de cerdos recién nacidos diarreicos en la provincia de Camagüey. Rev. Prod. Anim. 4 (1): 69-71, 1988.
  3. Barreto, G: Algunas consideraciones acerca de la influencia de determinados contaminantes ambientales sobre las bacterias residentes. I) Influencia sobre la viabilidad. II) Cambios morfológicos y culturales. Rev. Prod. Anim. 4(1): 68-71, 1988.
  4. Barreto, G: Una gran resistencia al antibiótico Aphramicyn en cepas de E. coli productoras de sulfuro de hidrógeno. Rev. Prod. Anim. 4(3): 261-263, 1988.
  5. Barreto, G. y O. Pérez: Efecto de pesticidas sobre la microflora del suelo. Rev. Prod. Anim. 5(1): 88-92, 1989.
  6. Barreto, G: Efectos colaterales de la contaminación ambiental sobre la microflora del suelo y los animales. Influencia de determinados metales pesados. Rev. Prod. Anim. 5(3): 287-290, 1989.
  7. Barreto, G: Influencia de determinados contaminantes ambientales sobre las bacterias residentes. Influencia en el comportamiento fisiológico. Rev. Prod. Anim.6(2): 193-194, 1991.
  8. Barreto, G., Sóñora, N., Vázquez, L., Rodríguez, H., Velásquez, B. y G. Guevara: Acumulación de cepas de E. coli con una mayor virulencia debido a cambios en el ecosistema. Rev. Prod. Anim.7(3): 137-140, 1993.
  9. Barreto, G., Martín, M., Pardo, G. y M. Pazos: Efecto de concentraciones subletales de antibióticos en la expresión del factor de colonización F4). Rev. Prod. Anim.8(1): 61-63, 1994.
  10. Barreto, G., Campal, A. y O. Abreu: Opciones para el bloqueo de la adhesión fimbrial de Escherichia coli: empleo de extractos de plantas. http://www.monografias.com/trabajos30/bloqueo-escherichia-coli/bloqueo-escherichia-coli.shtml.
  11. El Correo: La Inmunología. UNESCO p.34. Octubre de 1988.
  12. El origen de la Tierra y la vida.

, 2005

27) Karp, G: Biología Celular y Molecular. McGraw y Hill. Interamericana, 1998.

28) Kruif, P. de: Microte Hunters. Pocket Books ed., 1932.

29) La atmósfera terrestre: http://www.educared.net/concurso2001/247/la_atmósfera_terrestre.htm

30) La materia se auto organiza.

http://www.muyinteresante.es/canales/muy_act/anterior/mayo99/articulo2.htm

31) Orígenes del planeta Tierra: http://www.educared.net/concurso2001/247/orígenes_del_planeta_tierra.htm

32) Woese, C: http://eo.wikipedia.org/wiki/Carl_WOESE. This page was last modified 17:33, 25 May 2005.

 

 

 

Autor:

Guillermo Barreto Argilagos*

Herlinda Rodríguez Torrens**

*Centro para el Desarrollo de la Producción Animal (CEDEPA)

Universidad de Camagüey

**Unidad "Estrella 1" Agropecuaria-FAR, Camagüey

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