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Cuento Marco Fidel


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    Cuento Marco Fidel – Monografias.com

    Cuento Marco Fidel

    Marco Fidel llegó sonriente, como todos los niños. Era tal el entusiasmo que había olvidado acomodar su placa en la que se leía N520, N por lo de niño y 520 por ser ese el turno en el que había sido puesta en inicio su fertilización in Vitro. En realidad, ese era su verdadero nombre: N520. La placa debía quedar justa en lugar visible, sobre su pecho. Siempre se ponía de frente para que los sensores leyeran quién era, a dónde fuera tenía que identificarse.

    Se deslizaba por la rampa que conducía al lugar maravilloso que le permitía soñar; no tenía que hacer mayor esfuerzo, en realidad era dejarse llevar en medio de las señales, y aprendía con facilidad, números y colores indicaban el camino adecuado. El sitio estaba orientado por una luz verde azulada, que era la que siempre en sueños veía, cuando en las noches de descanso admiraba el cielo estrellado. No cerraba la cúpula de su habitación hasta que el sueño lo rendía y entonces soñaba.

    Al llegar al lugar adecuado intentó tomar de la mano a su guía, era el maestro asignado para conducirlo en los caminos del saber.

    Para qué tanto sentimentalismo, si en realidad no se perdería, la ruta era muy conocida. Marco Fidel nunca la olvidaba. Y sintió esa necesidad: "tomarlo de la mano", con un gesto de sorpresa su instructor percibió en los ojos de aquel niño, algo que añoraba, la calidez, el encanto de una mirada inocente, y aunque no estuviese muy bien visto lo dejo ser.

    Llegaron al lugar y en una enorme sala, había mullidos sillones, cada uno sostenido por una columna metálica, todos acomodados alrededor de un espacio redondo con piso que parecía de oro. Ese espacio era una plataforma redonda gigantesca, o así lo veía Marco Fidel.

    Cada uno tomó lugar en una silla que se acomoda perfectamente al cuerpo de su ocupante, era como si tomara su forma.

    En el brazo de la silla una pantalla luminosa con símbolos indicaba respecto a las instrucciones de manejo.

    El niño miró a su alrededor: otras personas que tenían puestos unos anteojos muy bonitos. Ninguno de ellos se había percatado de su llegada. Él entendía porque pronto estaría haciendo lo mismo.

    Al tocar el tablero un compartimiento se abrió dejando a la vista los anteojos que usaría. Su acompañante en un gesto amable aprobó la actitud y procedió a imitarlo.

    De nuevo al tablero y se abrió frente a él un mundo fantástico!, Con los anteojos puestos se dispuso a disfrutar el momento, a lo que había ido, a divertirse.

    Sueño de sueños! Maravilloso, en el centro del salón aparecieron imágenes de personas con vestuarios extraños, casi todos con pantalones de mezclilla, por lo que había sido informado, eso en otros tiempos se llamó Jean, algunos los tenían cortos, otros largos, otros con adornos, dibujos bonitos.

    Unas camisas todas raras, N520 no sabía que se llamaban camisas, era algo que debía preguntar después. Algunas con dibujos pintados, y curiosamente en una que llevaba alguien había un niño muy parecido a como él se veía.

    Tocó con su manita el traje que utilizaba de color plateado, igual a los demás; lo bueno era que cuando se lo ponía tomaba la forma de su cuerpo, no se lo explicaba bien, pero así era. No sentía mientras lo usaba calor ni frío, no sentía incomodidad alguna, era como si fuera, o como si no fuera.

    Sobre la plataforma dorada que ya no se veía, aparecían personas que retozaban en un paisaje verde, naturaleza, árboles, flores, pasto, jardines, fuentes de agua cristalina.

    En algunos árboles unas extrañas aves de plumaje multicolor volaban como al compás de una danza misteriosa, y arriba el cielo azul moteado de nubes que bailaban en un espacio que parecía no tener fin.

    Personas mayores llevaban niños tomados de la mano, una mujer alzaba a una pequeña que llamó la atención de Marco Fidel, la niña reía y despeinaba el suave pelo de su madre, a su lado un hombre con un niño igual a él, le limpiaba las manos, lavaba con agua de la fuente aquella cosa que se había untado, que era como algo redondo y esponjoso sobre un cono invertido, que el pequeño llevaba a su boca con gran placer eso que untaba producía sensaciones deliciosas.

    Tenía que ser cuidadoso y tomar nota de cuanto detalle curioso apareciera, luego su maestro haría las preguntas, y debía pasar el examen.

    Algo maravilloso lo emocionó, era fascinante, un hombre extraño que aparecía apoyado en una varita, con lento andar, ese pelo blanco y la piel arrugada, cariñoso acariciaba a una pequeñita con un vestidito que mostraba unas piernas delgadas y pálidas.

    La niña daba vueltas alrededor del viejo y le cantaba: "el color de las rosas, las mismas de mi jardín, el color de las rosas, las mismas de mi jardín"…

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