Introducción
El sonido de la sirena de la ambulancia que se acercaba se escuchaba entrecortado por el barullo de voces interminables, que alrededor, se alimentaban a sí mismas cada segundo hasta hacerse insoportable…
El cuerpo ensangrentado de aquel joven estaba tirado como una gran bolsa de huesos sobre el lado paralelo a las vías del ferrocarril del camino centenario. Yo le tenía apretada fuertemente su mano intentando aferrar su alma… y ella palpitaba continuamente, dándome una señal que luchaba por quedarse.
A mi lado asistiéndolo, siempre estuvo ella. La señora del tapadito marrón con cuello de piel sintética a quien yo veía todas las tardes cruzando el puente junto a la víctima. Lloraba contenida, con un pañuelo tapándose la boca arrodillada sobre aquel cuerpo convulsionado. Cada tanto le rozaba con sus largos dedos los cabellos y pedía al cielo que no se vaya. Antes de subirlo a la camilla, cuando lo cargaron en la ambulancia, le beso la frente al infortunado y después se acomodó sus ropas, seco su cara y corriendo cruzó el camino. Nunca más la vi.
Ya a esta altura, yo observaba todo desde la ventanilla de la ambulancia. Cuando el enfermero me preguntó si lo conocía respondí que si, y creí no mentirle, después me permitió subir con ellos para transportarlo. Ahora estaba ahí, sentado en cuclillas dándole animo a un hombre suicida al que desconocía casi por completo, seguía apretando fuertemente su mano, mientras él sin fuerzas para quejarse, entreabría sus ojos melancólicos y tristes, afuera del vehículo era otro mundo, por la ventanilla yo los observaba a todos, a la señora del tapadito marrón, al pobre corcho a quien hice detener en medio del camino cuando vi que este pobre diablo sacaba una pierna por sobre la baranda del puente… a los tres policías que se empecinaban en despejar el área sin mucho resultado, y a decenas de caras que entre las sombras aparecían de repente de la ventanilla como luces de luciérnagas.
Salimos con luces y sirena encendidas hacia el hospital de Gonnet. El no llegó, solo su cuerpo. Y yo fui testigo de su último suspiro y de su última mirada… y tal vez mi rostro fue la última imagen que grabó en su mente.
Seguramente pocos especulan como será su último segundo en este mundo, en que circunstancias ocurrirá el adiós, o rodeados por quien o por quienes… pero de hacerlo, nunca a nadie se le ocurrirá morir mirando a un desconocido como le ocurrió a ese pobre infeliz…
Capítulo I
Esa tardecita yo había caminado desde la oficina las cinco cuadras que me separaban de la terminal de micros, como lo había hecho todos los días en los últimos quince años. Era un ritual que había incorporado a mi rutina desde que comencé a trabajar en el ministerio. Es que después de diez horas de trabajo mi mayor deseo era viajar sentado a mi casa y la única manera de asegurarme un asiento era la de esperar el ómnibus en la terminal. Siempre tomaba el de las 19:48 y llegaba a la parada de City Bell a las 20:30. El viaje de vuelta no me resultaba cansador, me gustaba sentarme al lado de la ventanilla en la segunda fila de asientos dobles. Ahí me sentía cómodo. Conocía de memoria el trayecto, podía hasta cerrar los ojos e imaginar sin error a equivocarme en que parte del mismo me encontraba. A los choferes también los conocía y ellos a mí, recuerdo una vez que conversando con una señora que se sentó a mi lado, no me percaté que había llegado a mi parada, y entonces el chofer me lo hizo notar, es que quince años son muchos.
Ese día, el del accidente, conducía el tucumanito de ojos saltones, al que los compañeros le decían corcho.
Yo recuerdo que desde mi tradicional butaca, me acostumbre ver a ese muchacho cuando por las tardes cruzaba el puente, en los primeros tiempos hacía el trayecto con paso rápido y cara alegre,… pero últimamente su actitud había cambiado, se lo notaba con gesto adusto, y hasta la forma de caminar era distinta…
Para mi, esos segundos que duraba el cruce del colectivo debajo del puente peatonal era una especie de juego de azar, una apuesta… faltando unos cien metros para llegar ya empezaba a buscar su figura sobre el puente o en las cercanías, la primera vez que lo vi, hace casi un año, me llamo la atención verlo subir la escalinata peatonal, es que son pocas las personas que cruzan el camino centenario por donde se debe… días después la empecé a reconocer a ella, siempre con la cabeza baja y los brazos cruzados como tapándose sus pechos, y su infaltable saquito marrón que lucía apenas el termómetro bajaba los 15 grados. Al principio pensé que se trataba de una coincidencia, pero después me entro curiosidad al ver que, con excepción de unos pocos días en casi un año, ambos cruzaban el camino centenario a la misma hora.
Los primeros meses ella transitaba el puente unos diez metros detrás de él, con el pasar del tiempo la distancia se fue acortando y hacia un mes que lo cruzaban casi juntos…
Tres días antes del accidente, me pareció que se detenían en el medio de la senda para conversar, porque los dos amagaron con detener su marcha, yo siempre mirando hacia arriba desde la ventanilla del micro, quería ser testigo de aquel encuentro y fui girando mi cabeza mientras el ómnibus pasaba por debajo del puente, pero todo el esfuerzo fue en vano pues me fue imposible verlos juntos, aunque la sensación que me quedó esa noche es que mantuvieron un diálogo.
Al otro día recuerdo que esperé ansioso el momento del puente, imaginé que los vería transitarlo juntos y por que no tomándose de las manos… pero me fallo de punta a punta el pronóstico de celestina. El caminaba por primera vez unos cuantos metros detrás de ella. Un desencuentro pensé en aquel momento y lamentablemente no me equivoqué.
Ahora mi viaje de regreso ya no es un descanso, hoy sin ir mas lejos ni siquiera caminé hasta la terminal para conseguir asiento y acá estoy, colgado como un mono atrás de todo. Lo que pasa es que estoy bajoneado, ya se lo dije a mi mujer, pero no hay caso, ella no me entiende, apenas toco el tema repite siempre lo mismo: "¿Y a vos, que te calienta?… Bastante problemas tenemos en vivir con la miseria que te pagan, para que te hagas malasangre por un loco que se tiró del puente…".
Por ahí tiene razón, pero que sé yo, ese pibe y esa chica formaron parte de mis días, si hasta había veces, cuando estaba muy embolado en la oficina, que me despejaba pensando en ellos, conjeturando lo que esa noche podía ver cuando pasase por el puente, así, tipo telenovela.
Pobre pibe que le habrá pasado para matarse así, yo tendría que haberme quedado en el hospital hasta que llegara algún pariente… pero por no llegar tarde a casa para que Martita no rompa, yo soy un tonto… más que tonto, soy un boludo.
Pucha que se viaja jodido acá en el fondo, el que no te pisa te toca el traste, a ver si puedo ver por donde estamos. Ha, ya pasamos los semáforos de la 502, ahora viene el puente y después mi parada. Pero, ¿Qué pasa que no avanzamos?.
Hace dos o tres minutos que estamos parados y para colmo de acá atrás no se ve nada… le voy a preguntar a ese que saca la cabeza por la ventanilla:
-Se ve algo jefe… –
-Hay un embotellamiento bárbaro adelante, seguro que se dieron la piña… –
Hoy llego tarde de nuevo… prepárate Pascual para aguantar los rezongos de la bruja y encima por estar parado como estatua ya estoy sintiendo el típico cosquilleo en las rodillas, dentro de dos minutos o me da un calambre o se me duerme la pierna. Che, pero como se puede viajar así, todos apretujados, hacinados como ganado, y este tucumano que no enciende ni siquiera la luz del pasillo. Lo peor es que no puedo ver que pasa afuera y eso me pone mal, tendría que haber caminado hasta la terminal…
Estoy molesto, me atacan por dos flancos el reuma y la curiosidad, y como si fuera poco este pelado que tengo al lado tiene una baranda que te mata.
Capítulo II
-¿Que te pasa que abandonaste el curso? –
-No lo he abandonado Alberto, es que esta semana no tengo ganas.-
-Es por lo del tipo del puente… Si es por eso podes cruzar por otro lado-
-No tiene nada que ver-
-Como después de ese día no fuiste más, pensé que te había afectado… ¿Lo conocías?-
-No… conocerlo no… me parece que lo cruce una o dos veces en el puente, digo, hablo por los datos que dio el diario…-
-Anda a saber que le pasó pobre muchacho, porque era joven-
-Treinta y tres años –
-Si algo leí, parece que estaba fuera de punto, después que se había peleado con la novia-
-No, la novia había muerto hacia unos meses de leucemia –
-Habré leído mal… Bueno flaca, me voy a laburar porque sino nos morfan los piojos. Espero que el negro me haya dejado el auto en condiciones porque siempre me lo entrega todo mugriento y así no se puede manejar un tacho… más ahora con estos turros de los remises viste-
Rosa observó con ojos cansados, como su marido dejaba la casa para ir en busca de su amado taxi. Después se miro a si misma… y se acongojó al redescubrirse. Con un pie casi en los cuarenta se sentía vieja y fea, ella notaba que esa última semana había envejecido un lustro de golpe, el suicidio de Ricardo había cambiado definitivamente su vida. Ya antes, cuando insólitamente él interrumpió en su subsistencia, sin notarlo, su razón había producido una modificación en sus ilusiones. No fue porque si, sin motivo aparente ese toque renovador en su vestimenta, ni tampoco lo fue su necesidad de empezar a maquillarse aunque menos sea con un poco de brillo y rímel, y ni que hablar de ser constante con su antiquísimo régimen, pero ahora todo el sueño se había esfumado… y no sabía por que… En definitiva Ricardo era casi un desconocido, un muchacho a quien empezó a saludar simplemente por cruzarlo diariamente en el puente que ella tomaba cuando volvía de su curso de cerámica, no más que eso… o eso y una noche…
Pero si le había afectado su muerte, ella lo vio saltar desde el puente sobre la camioneta blanca, ella fue quien le gritaba que no se tire, mientras corría desesperadamente por la escalinata tratando de llegar para retenerlo, fue ella la testigo de aquella mirada perdida que él le regaló antes de emprender su último vuelo…
Rosa se sentó en la banqueta que estaba junto a la mesada de la cocina y apoyó sobre ésta su codo. Después dejó que su mente recordara por enésima vez el encuentro de aquella noche estrellada sobre el puente, cuando adrede reguló su andar para cruzarse con él en el segundo descanso de la escalinata.
"Ricardo esa noche estaba triste, me percaté de ello apenas lo divisé cerca de la escalinata… pero a mi mucho no me importó, porque deje caer mi agenda como tenía previsto, como lo había pergeñado noche tras noche con mi almohada, para mí debía ser esta tarde porque de lo contrario no sería nunca. Esa tarde yo había salido del curso decidida a encontrarlo y saber quien era, me moría por preguntarle el nombre, saber que hacía, porque todos los días pasaba como yo a la misma hora por el puente, a donde iba, o de donde venía…
El entonces se agachó para alcanzármela, y cuando me la entregó y rozó mi mano sentí el calor de su cuerpo, lo deseé, juró que en ese mismo instante deseé a ese desconocido, cuanto tiempo hacía que no sentía ese mágico rubor en mis entrañas… parece loco, pero aquel tipo al que veía todas las tardes caminando conmigo sobre el puente, me había subyugado, lo soñaba despierta y dormida, y me lo imaginé muchas veces cuando hacía el amor con Alberto… cerraba los ojos y pensaba en él, y gozaba, gozaba.
Que pensaría él de mí, tal vez nada, seguro que me veía como una señora mayor y seguramente tendría a su alrededor muchas mujeres; es que era muy bello…
-Se te cayó la agenda-
-Hay, que tonta… gracias-
-No hay de que-
-Menos mal que te diste cuenta, no sé que haría si pierdo esta agenda. Viste como somos las mujeres… tenemos todo anotado-
-Hay que tener dos, una siempre guardada por las dudas-
-Yo seguro que también la perdería… soy bastante desordenada. –
-¿Sí? No parece… es decir no das esa impresión-
-Ha no… y que impresión doy-
-No sé… pero como te veo siempre bien arreglada, y tan puntual para cruzar el puente, que sé yo, te hacía una persona metódica… bah, no se si es esa precisamente la definición adecuada-
-Y puede ser que tengas algo de razón-
-Y eso que significa… eres así o no… –
-Y significa que la rutina te va haciendo algo metódico como vos decís, pero en realidad a mí me gustaría ser como era antes, cuando era mas chica, una persona bastante impredecible… pero ese tiempo ya pasó-
-Ese tiempo nunca pasa, quiero decir, uno siempre puede decidir su destino, es mas, constantemente lo va haciendo –
-Eso piensas ahora porque eres joven, vas a ver después como la vida te va cambiando- -No creo por lo menos no quiero que eso me suceda ¿Cómo te llamas?-
-Rosa… ¿Y vos?-
-Ricardo-
Le seguí contestando después que bajamos el puente y decidí irme con él cuando me dijo que era artista. Alberto llegaría tarde a casa porque estaba de nochero, pero en realidad pensé poco y nada en él.
-Que pintas –
-De todo un poco. ¿Quieres ver? Mi casa esta cerca-
-No, no quiero molestarte, tal vez otro día –
-Dale, si te invito es porque no me molestas, al contrario, me gustaría que observes mis cuadros –
-Hoy no puedo-
-¿Por que no?, ¿Te esperan?-
-No, no es eso-
-Es por el que dirán y toda esa macana de que no es propio de una señora, etc.-
-Y, algo de eso hay… –
-Pero tu pareces una persona inteligente, no podes darle crédito a esos pensamiento arcaicos de moralidad falsa !Si no estarías cometiendo ningún pecado!-
-No digo que lo sea, pero me parece que esta mal, yo soy casada y bueno, luego todo se comenta y no quiero… –
-Pero Rosa no es escándalo pararse en la calle y hablar con un desconocido, ni tampoco acompañarlo a su casa y tomar un café– Y se hecho a reír.
-Ok, pero si llega a enterarse mi marido me rompe los huesos… –
-Es un riesgo, pero la invitación sigue en pie, ahora la que decide eres tu-
Y fui. Camine esos escasos cien metros que nos separaban de su casa como flotando en una nube, las manos y la cara me transpiraban a pesar del frío y mi mente no tenía espacio para pensar otra cosa que no sea en él.
Y nunca goce tanto haciendo el amor… debo esforzarme para recordar otra noche como esa, donde la pasión y la lujuria hicieron vibrar mis instintos hasta el hartazgo… nos amamos con la luz encendida, sobre la cama, en el suelo, en la mesa… y mientras estuve con él dentro de esas cuatro paredes desoí por completo la voz de mi razón y me sentí bien, completa, me volví a sentir mujer.
Capítulo III
Cuando encuentren esta carta mi cuerpo ya no pertenecerá en esta vida y mi alma quizás este disfrutando de cierta paz. Eso espero.
No sé quien será el primero en leer estas líneas y ni siquiera me lo puedo imaginar, porque no existe nadie tan cercano a mí como para suponer que será el primero. En verdad esto no tiene ninguna relevancia,… ahora ya nada me importa.
Lo que voy a hacer mas tarde, es una determinación que me pertenece por completo y que nace desde lo más sano de mi raciocinio y no, como seguro alguno pergeñara, desde mis deprimidos sentimientos o mi socavado ente espiritual.
Lo que voy a hacer, lo haré por compasión a mi alma. Es que la pobre se encuentra ya agotada y es incapaz de resistir otra frustración, otro dolor, otra separación…
Después que se fue de este mundo Noelia, mis días fueron otros, me sucedió lo que a toda aquella gente que ama, me vacié por dentro y nadie nunca sabrá lo difícil que fue apartarla un instante de mi mente. Con ella fueron diez años de venturas y desventuras, de encuentros y separaciones, siempre amándonos y sufriéndonos, en la luz y en las sombras, construyendo sueños y apuntalando frustraciones, y todo lo hicimos juntos y un día ella se murió… y yo casi… pero no alcanzó.
Después del después apareció ella, noche tras noche, caminando mi misma ruta por unos instantes, unos pocos minutos, que fueron suficiente para estimular y renacer mi sentido de curiosidad, hasta que me animé a preguntarme:
¿Quién es esa mujer que se anima a cruzar con mi alma muerta?
No sé cuando la miré con los ojos de hombre por primera vez, paso gran tiempo, pero cuando lo hice la descubrí diáfana y bella, y día tras día, noche tras noche, disfruté de cada cruce en el puente, cuando regresaba de mi horrible trabajo.
Y por su presencia volví a tomar un pincel en mis manos, y también me miré al espejo otra vez.
Que increíblemente incongruente, singular y caprichoso es el espíritu del hombre, capaz de estimularse ante el mínimo accidente de la vida para comenzar a soñar.
XX (no quiero dar su nombre porque me dijo que su marido le rompería sus huesos y ella, tan hermosa mujer, no es merecedora de tal trato). Bueno XX, abrió la ventana de la esperanza nuevamente en mi vida, esa que yo había creído cerrar definitivamente para mi destino, y luego se marchó, volvió a su rutina, a su desierto sin oasis… me paseó una noche por el paraíso del deseo y del amor y se fue. Volvió a su casa para plancharle las camisas a su esposo y a prepararle la siempre repetida cena, volvió para acompañarlo en silencio cuando él mira un partido de fútbol por teve.
Aquella fulgurosa noche, cruzó mi mente la idea de retenerla, de hacerla mía para siempre, tal vez un suspiro, una palabra, o una súplica que naciera de mis labios hubiese bastado, tal vez una mirada o una caricia.
Pero, volví a preguntarme: ¿Para qué?, ¿Para intentar amarla…?, ¿Para extrañarla en la oscuridad como a Noelia…?.
XX descubrió el velo que tapaba la ventana de mi espíritu, me reintegró la vida y me largó a caminar nuevamente ¡Pero yo huyo señores, sí… deserto de la vida!
Le niego a mi corazón a que vuelva a palpitar por un encuentro amoroso, me opongo a ensayar sueños compartidos, refuto cualquier intento de enamoramiento, rechazo completamente la ansiedad de despertarte pensando en mañana…
No es por mí… es por mi aliento, por mi hálito. Alcázar tan álgida como frágil…
No es por mí… es por ella, que se agota en cada sentimiento y como mariposa vuela hasta su muerte… no es por mí… yo seguí viviendo después de Noelia, pero ella, ella se desintegró en el aquelarre de la locura, ¿Para qué entonces volverla a la mísera realidad? ¿Solo para que me acompañe en el camino? No debo, no puedo envolverla en tal desparpajo.
Mi alma necesita paz.
RICARDO / ENERO 99
Capítulo IV
-¿Y ayer que le pasó jefe… lo tomó en la parada del centro…?-
-No tenía ánimo tucu, pero no lo hago más… déjate de joder, cuando baje me dolía hasta el caracú –
-Y es embromado vio, encima que nos tuvimos que desviar por el accidente, dígamelo a mí, llegue a retiro con quince de demora, el chancho casi me acuesta –
-Y supiste que paso…-
-¿Cómo? ¿No se enteró?-
-No. Hoy con el trajín que había ni siquiera hojeé el diario ¿Que fue una piña grande pibe?-
-No, má que piña, una piantada más que se tiro del puente, justo en el mismo lugar del otro día. ¿Se acuerda?-
Autor:
Roberto Macció
Seudónimo: Puntalara