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La contemplación, el pensamiento espiritual y la libertad (página 2)


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Por ello estar despierto, como describe Valentín Tomberg, significaría contemplar los pensamientos  del mundo, y representárselos cada hombre para que se asienten en el alma y así no puedan olvidarse. Es decir, primero se perciben los pensamientos del mundo y al constatarlos (representarlos) tendría lugar el despertar del alma. Y es el Espíritu Santo el que da la fuerza para comprender las revelaciones de los dioses, pues sin su ayuda los pensamientos del mundo serían seres que tenderían a la unión con el alma pero no podrían llegar a alcanzarla, tal y como podrían ser por ejemplo abejas a la búsqueda de flores que no encontrarían nunca. 

Así como el cuerpo respira tanto dormido como despierto, no lo hace así el alma, y por tanto es necesario el esfuerzo consciente para que el espíritu penetre en el alma, al igual que lo hace en el cuerpo al respirar. Mediante la meditación, que no es otra cosa que el respirar del alma en el espíritu, el alma llega a una relación inmediata con el mundo espiritual (exactamente igual que el cuerpo con el aire al respirar), y al entrar el espíritu en el alma, se produce un aire de libertad lleno de luz, una verdadera liberación del alma, y con ese aire del alma se produce una experiencia de libertad al contactar conscientemente con el mundo espiritual. 

Pero hay obstáculos entre el alma y el mundo espiritual, una serie de relaciones que ocupan en el hombre el espacio que corresponde al mundo espiritual y a la libertad latente y pendiente, como son los dogmas morales, las reglas, normas y autoridades aprehendidas, mamadas e incorporadas inconscientemente por el hombre durante su educación infantil de padres y maestros. Y para llegar a una relación inmediata con el mundo suprasensorial, eliminando esos obstáculos, Rudolf Steiner introdujo el goetheanismo y la "Filosofía de la Libertad", y para quitar de en medio esos impedimentos y trabas que impiden el acceso directo del alma a la libertad, propuso fundamentar el proceso de conocimiento en una contemplación inmediata desde dos aspectos: a partir de la percepción de las cosas y a través de la representación e intuición de esa percepción, con el fin de experimentar directa y conscientemente la realidad de la libertad. Y es precisamente la puesta en práctica de la meditación lo que postula esa Filosofía de la Libertad steineriana, en el sentido de que la libertad no consiste en la capacidad de desear esto o aquello, sino en el grado de consciencia con que se realiza un acto. La reivindicación que efectúa el autor antroposófico (a una edad, 28 años, en que todavía ni siquiera había fundado ese movimiento espiritual) del pensar y de la individualidad a partir del mundo espiritual de la intuición pura y de la unidad de las ideas arquetípicas, como verdadero pensar individual, en vez del pensamiento racional cerebral propio del ego individual, supone la revolución del pensamiento auténticamente creativo como plasmación en la Epoca del Alma Consciente de las fuerzas del Yo cristico en el Yo humano y como objetivo divino para la eventual libertad del hombre. 

Y ese es el concepto de libertad steineriano: el hombre es libre en la medida que es consciente, y será más consciente cuanto más entre y viva en el mundo del que irradia toda la luz de la consciencia, que es mundo de las ideas puras, el mundo espiritual, pues al fin y al cabo ser libre es ser consciente y ser consciente significa dejar brillar en sí la luz del mundo espiritual. 

Los portales al mundo espiritual y las Jerarquías Superiores 

Los mismos tres portales por los que el alma humana llega a alcanzar el mundo espiritual, sirven al mundo espiritual para llegar al alma humana, y son las tres corrientes de revelación: el querer, el sentir y el pensar: 1) A través del portal del pasado se llega a saber de Dios Padre. 2) A través del portal del presente se llega a percibir la presencia de Dios Hijo. 3) Y a través del portal del futuro se llega a la iluminación de los rayos del Espíritu Santo

1.- El Padre es el pasado, pues no se revela en el presente. Al estar en lo que podríamos llamar estado de reposo, está fuera y por encima de los mundos. Es el Creador del ser pero no existe en el ser, y ello porque es un misterio para el conocimiento. Sin embargo hay Entidades Divinas dentro de las Jerarquías Creadoras que nos pueden traer corrientes de vida y de energía de Dios Padre y que son las de la llamada Primera Jerarquía. Son ellas las que irradian esas fuerzas de conocimiento del Padre: los Tronos (Espíritus de la Voluntad), los Querubines (Espíritus de la Armonía) y los Serafines (Espíritus de Amor). 

2.- Al Hijo el alma humana le encuentra mediante la práctica de la reflexión espiritual, de manera que al ampliar el hombre su vivencia hasta el entorno cósmico espiritual encuentra allí al Cristo, el Verbo, como Entidad Individual. El Cristo no es un "principio" sino el corazón del mundo, el Sol Espiritual del mundo, una Entidad individual que ocupa el punto central en el espacio moral espiritual del mundo. Por ello hay dos maneras de vivenciar la realidad de Cristo: A nivel general para todos por medio de la afluencia universal que manifiesta su voluntad a través del espacio, o a nivel individual a través del encuentro inmediato con su propia entidad por medio de la Gracia, tal y como pudo ser la experiencia del encuentro de Pablo con el propio Cristo en su camino a Damasco. 

Cristo obra como Sol espiritual del mundo mediante una irradiación universal automática a través de entidades jerárquicas y mediante rayos de diversas formas (onduladas, circulares y curvadas), y en ese fluir participan los tres coros de la Segunda Jerarquía: los Espíritus de la Forma (Exusiai), los Espíritus del Movimiento (Dynamis) y los Espíritus de Sabiduría (Kryotetes), y estos tres tipos de Espíritus de la Luz del mundo traen fuego, movimiento y forma de la luz de vida de Cristo a la vida terrenal, como una corriente cósmica desde la salida a la puesta del sol, de manera que su contenido de sabiduría se transforma en revelación del obrar cósmico terrenal de Cristo, al contener la palabra de Cristo como la imagen ideal primordial de los individuos y mediante la actuación de su palabra a través de la Gracia, que da vida, y también en el momento de la muerte. El poder moral de Cristo (por medio de las Potestades o Espíritus de la Forma o Exusiai), el poder interior de Cristo como fuente de vida del mundo (por medio de los Poderes  o Virtudes o Espíritus del Movimiento o Dynamis) y el dominio cósmico de Cristo más allá de la muerte (por medio de las Dominaciones, Espíritus de Sabiduría o Kryotetes) expresan la representación y plasmación crística a través de las Entidades de la segunda Jerarquía, la del Hijo, para hacer efectivo y real que "En Cristo la muerte deviene vida". 

3.- Al portal que lleva a la vivencia del Espíritu Santo se llega a través del contemplar espiritual, donde se revela el futuro en forma de los pensamientos del mundo, que aparecen en la consciencia contemplativa del hombre que logra la calma en el pensar, de manera que se muestra a través de las metas y los fines de los Dioses. Y entonces la voluntad del mundo espiritual se manifiesta, a través de los pensamientos del mundo, dentro del Yo Espiritual (Manas). El "ojo superior" del Yo Espiritual percibe las metas de los Dioses y las da forma en pensamientos, y el "ojo inferior" del pensador en calma mira esos pensamientos, es decir, primero los percibe y luego los comprende, los hace suyos, en un orden de este tipo: percepción, pensamiento y representación incorporada a su experiencia para poder conservarlo. La luz del estar despierto, la luz que brilla en el alma, penetra constantemente desde la fuente del Espíritu Santo, a través de las Jerarquías Espirituales, pero el alma estará más despierta en su consciencia cuando acoge esta corriente de manera consciente. Y el alma despierta a mayor consciencia en la medida que plantea preguntas al mundo espiritual al que contempla receptivamente, pues en ese caso esa corriente entrará en la consciencia del alma con una intensidad aún superior. 

Elevarse en súplica hacia las alturas implorando luz, recoger esa luz y posteriormente su derramamiento o vertido en las almas humanas, es precisamente lo que hacen los seres divinos de la Tercera Jerarquía, la del Espíritu Santo, que se encargan de elevar a las alturas los pensamientos del mundo y llenan el alma con el Espíritu Santo para que despierte. 

Los pensamientos espirituales del mundo (mediante los Seres de la Tercera Jerarquía, la del Espíritu Santo, las Entidades del Espíritu-Alma), imploran a lo alto luz del Espíritu Santo, y cuando tienen el recipiente lleno de ella lo vuelcan hacia abajo, y luego con ese contenido despiertan las almas humanas. Es decir: ellas suplican a las Jerarquías Superiores la luz consciente del alma, la luz que irradia en el universo y después la vierten para que fluya en las almas humanas para que despierten y asimismo sobre las culturas, pueblos y en los individuos, para que despierten a las tareas del tiempo que toque, así como a las tareas sociales y personales que corresponda asumir e integrar por la Humanidad en cada momento histórico. 

Y así se puede afirmar que los Angeles despiertan a las almas individuales a su destino, que los Arcángeles despiertan a la Humanidad a la relación de unas almas para con otras, y que los Archai (los Espíritus del Tiempo) hacen que las almas despierten a los asuntos mundiales y al tiempo que toca. 

A nivel espacial las Jerarquías del Padre tienen una dirección que va desde arriba hacia abajo, las del Hijo van del Este al Oeste donde impera la voluntad de Cristo, y las Jerarquías del Espíritu Santo son las que van de desde abajo hacia arriba, formando todas ellas una cruz, la cruz cósmica de las corrientes espirituales creadoras, sanadoras e iluminadoras del mundo, y en el centro se ubica la voluntad de Cristo, de manera que finalmente los seres elementales de los cuatro elementos –tierra, agua, aire y fuego- escuchan los mensajes de las corrientes del cielo. 

La libertad y el pensar 

Es obvio que el hombre hasta hoy y en nuestros días no es libre, sino que está sometido a multitud de condicionamientos que restringen su consciencia de sí mismo y del mundo que le rodea, tanto a nivel kármico y genético como a nivel de su educación desde la más tierna infancia, que han hecho que haya tenido que internalizar en los pliegues más profundos de su psiqué más subconsciente tanto la huella famiiiar y parental, como las características sanguíneas y tradicionales de su tribu, su pueblo, su nación, su raza y las de toda la humanidad hasta el presente, y por qué no hasta la impronta de sus padres originales, las Jerarquías Creadoras que fueron aportando los gérmenes de sus cuerpos inferiores, Pero es que la libertad del hombre no emerge a la luz de repente, pues se ha ido fraguando poco a poco de forma gradual, y en su consecuencia sabemos que el hombre ni es libre ni no libre, sino que se halla en el camino hacia su libertad, pues finalmente esa será la característica fundamental que habrá de distinguirle de todas las anteriores Jerarquías Divinas: la libertad terminará siendo su patrimonio distintivo si se consigue que cuaje en el futuro el proyecto divino de crear en nosotros la 10ª Jerarquía: la de los seres de libertad, amor y compasión. 

Pero también es lógico aceptar que cada escalón de libertad que el hombre conquista por sí mismo, deja de protegerle la Divinidad en la misma proporción, pues cada fracción de libertad que integramos consiste en nuestra liberación del círculo de influencia de un Ente Divino protector, igual que el niño que va creciendo y esa autonomía que va ganando, además de la responsabilidad correspondiente, conlleva un desembarazo con respecto a la autoridad e influencia paternas. Aumenta la libertad, y con ella la responsabilidad y con ellas el peligro de ser más susceptible a las fuerzas opositoras, ahora sin el manto de protección divino que antes le acogía como a un muchacho adolescente. Por ello se puede observar que en la medida que se empieza a realizar el principio de libertad tiene lugar, a la vez, el despliegue del Mal, y con él las pruebas, tentaciones y peligros para eventualmente ir consiguiendo más y más espacios de libertad, y en su momento llegar a ser libres. Pero ¿cuán libres? 

En tal sentido hay que decir que el ideal cristiano de la libertad es la libertad consciente, en la cual la voluntad llegue a estar iluminada por la consciencia, pues se parte, como ya se ha dicho, del hecho de que la voluntad humana en sí no es libre y de que además se halla sumida en la oscuridad de la inconsciencia, por lo que es imprescindible llegar a iluminarla  mediante la luz de la consciencia. 

Y por ello la fórmula evangélica de "Conoced la verdad y la verdad os hará libres" constituye el fundamento de la idea  humana más pura de la libertad. Pero ¿cómo se consigue ir liberando las cadenas inconscientes que nos atan irremisiblemente a esos nudos genéticos, ancestrales y educacionales?, y el esoterista y el filósofo cristianos contestarán que la libertad solo será real y será plenamente humana cuando su fuente esté netamente situada en el mundo espiritual, y es por ello que es solamente en el estado de meditación donde se produce la vivencia y la experiencia del hecho de la libertad. En el estado contemplativo del alma que mira y escucha receptivamente al espíritu, una vez que se ha conseguido la  calma de los pensamientos y se ha producido la quietud de la mente en reposo, lo cual no significa carencia de pensamientos, sino renuncia del pensar propio a favor del cosmos. Parar la inercia de la fuerzas del ego y el motor mental que el Asura interno controla y dirige, es tarea nada fácil y requiere un autoconocimiento y entrenamiento previo y reiterado hasta que se llega a conseguir la quietud necesaria, pues lo primero que saltarán serán los resortes egóticos defensivos de las entidades retardatarias que verán en peligro su patrimonio y su campo, pues es precisamente el contacto con el mundo espiritual lo que hará tambalear su imperio y su dominio, hasta el punto que la introducción en lo suprasensible, el paso del umbral espiritual y la entrega del meditador al cosmos jerárquico superior promoverán inmediatamente y en alguna medida la limpieza del cuerpo astral del individuo, con el consiguiente rechazo y oposición de la entidad adversa correspondiente. Luego se requerirá voluntad, disciplina y calmas reiteradas para conseguir ese estado de paz y escucha contemplativos para poder recibir eventualmente el mensaje, el pensamiento y la energía espiritual proveniente del mundo espiritual y del mundo de las ideas puras. 

El pensar cósmico asumido conscientemente por el hombre transportará las metas eternas de los Dioses al alma humana, pues lo que hace es irradiar en el hombre la luz del Ser del mundo, para que el hombre la haga suya y la utilice, y esa luz consciente, libre de condicionamientos humanos, hará que su voluntad sea libre. Pues, como ya se ha dicho, se considera de principio que la voluntad del hombre no es libre, de manera que solo podrá llegar a serlo cuando sea iluminada por la luz de la consciencia, y es en ese momento en el que se producirá el único pensar verdadero en el que los pensamientos "pensados" por la mente egóica serán sustituídos por los pensamientos contemplados del mundo, que ya no serán abstracciones sino realidades que tendrán una actividad y efectividad en las profundidades de la vida volitiva, despertando así al alma a la libertad. Tal proceso si es consciente será iniciático, pues al fin y al cabo la iniciación no es sino la realización de la libertad, y las pruebas iniciáticas son pruebas de madurez para la reponsabilidad creciente que más libertad aporta consigo misma, pues en realidad la iniciación es precisamente la prueba kármica de la madurez del hombre para tomar la responsabilidad de asumir y ejercitar la libertad de esa consciencia que se ha logrado despertar. 

Y en ese aprendizaje sobre el pensamiento verdadero, a través de la experiencia del contemplar espiritual, el hombre inquiere sobre la verdad esencial y objetiva de las cuestiones que no le puede responder el raciocinio mental cerebral. Para obtener respuesta, tales preguntas han de ser planteadas en un silencio total, desprovistas de cualquier cosa que lleve en sí algo que dicte la contestación, pues el pensar ha de devenir libre de hipótesis si se quiere llegar a un conocimiento seguro. Se ha de preguntar madurada y fundadamente y después esperar en silencio, que es lo que se busca en el contemplar  espiritual, y que consistiría en una quietud en la actividad pensante cotidiana convencional basada en hipótesis, que está dirigido horizontalmente. Mientras que la contemplación se coloca en la dirección vertical, hacia arriba, en un mirar-escuchar contemplativo-receptivo basado en la calma y en el silencio, que es lo que conllevará eventualmente un conocimiento libre de hipótesis, objetivo y veraz, pues lo que aquí se contemplan son, como ya se ha dicho, los pensamientos del universo. El hombre ya no piensa, sino que contempla, en un pensamiento universal, y así el alma aprende a pensar de forma verdadera mediante el pensar de los dioses, que es el futuro pensamiento, integrador y plasmador de las metas divinas en la humanidad.  

Ese pensar tiene por tanto que ver con el acontecer universal, al elevar al individuo junto con su alma a ese espacio espiritual donde nace el pensar, y permitir que su esencia fluya hacia el propio interior, de manera que no sólo piensa el sujeto pensante sino que algo se está pensando en él, pues el devenir universal se expresa en él, al ser su alma simplemente el escenario en el que el mundo se despliega como pensamiento. Es decir, el dicho, tan rechazado por algunas filosofías, de que el mundo se piensa a sí mismo en el alma humana, tiene el propósito de disponer al alma de tal manera que pueda tener acceso al mundo del espíritu y adquirir la fortaleza, como decía Steiner, que le permitirá poder decir: "Me siento a mí mismo pensando en unión con la corriente del acontecer universal", y que hará que ese vigor espiritual se extienda y se vivencie por la vía anímica como si fuera un flujo de vida espiritual. De esta forma el resultado del pensar espiritual coincide plenamente con el efecto del proceso de meditación: al sumergirse en el pensamiento universal surgido de la meditación se fortalece el alma con esa misma idea "espiritual" nacida justamente en la naturaleza del pensar mismo, y ello hará que en la vida entera del individuo se produzca un fortalecimiento general a medida que esa disposición meditativa vaya penetrando en su vida cotidiana. 

Artículo extraido de la Revista Biosophia

 

 

 

 

Autor:

Emilio Sainz    

Partes: 1, 2
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