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La mediación cultural del desarrollo social


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    Si de desarrollo social se trata no podemos dejar de considerar a este como resultado de múltiples mediaciones complejas donde, sin dudas, no puede dejar de estar presente la que pudiéramos identificar como cultural.

    A sabiendas de lo polisémico del término y de las múltiples interpretaciones que pueden hacerse del mismo, estamos obligados a detenernos en la mediación cultural como una de las más significativas y frecuentes en los procesos de transformación social en general y, especialmente, de aquellos que son considerados desde el criterio del desarrollo en particular.

    La cultura, frecuentemente identificada por algunos como lo que distingue a lo humano, siempre es un sistema dinámico de relaciones sociales y sus resultados, concretados mediante los contactos ocasionales o sistemáticos entre pueblos, grupos humanos e individuos distintos que, en la medida que se sistematizan y se asumen, se justifican en la praxis de los grupos implicados y por ello, en la medida que se conservan y se trasmiten de generación en generación, se hacen "culturales".

    Ello nos lleva a la necesidad de "desencasillar" a la cultura, viendo esta en su sentido más amplio, no reducible a los componentes artístico-literarios como algunos frecuentemente pretenden o al disfrute de las manifestaciones artísticas, ni a los saberes acumulados por las personas, o lo relativo al funcionamiento de ciertas instituciones identificadas corrientemente como culturales. La misma resulta presente en cada acción colectiva y coherente de los diversos sujetos sociales, y por tanto, además de lo anterior, o la instrucción o el disfrute de los saberes institucionalizados, incluye innegablemente otros componentes tan importantes como la recreación, el deporte, el uso del tiempo libre, etc.

    Vista así la cultura se convierte necesariamente en mediación de todo lo humano en cuanto ello se distingue de lo animal. Se convierte por ello en discurso, simbólico por excelencia, de significantes propios. Es por ello que no basta estudiar que y como se hace (como un pueblo o comunidad determinada realiza determinados procedimientos o ceremonias, por ejemplo) sino que es indispensable saber por qué se hace, con qué sentido se hace.

    Esto da a las ciencias de la cultura, quizás sea más exacto hablar de las culturas, y especialmente a la Antropología, un significado hermenéutico, una intención interpretativa que se hace distinta a partir de la mediación que implica el propio sistema cultural que sirve de punto de partida al estudioso. Se habla así de dos contextos o enfoques de esta aproximación a toda cultura (PIKE: 1980) que se han dado en llamar enfoques "etic" y "emic" (BUENO: 1990).

    En el enfoque "etic" la gestión interpretativa queda limitada a "traducir" el sistema cultural ajeno estudiado utilizando como referente interpretativo los sentidos pertenecientes al sistema propio del investigador. Es por tanto un enfoque distorsionante y, sin lugar a dudas en la mayoría de los casos contemporáneos en que se nos presenta, se hace con abierta manipulación de los "hechos" estudiados.

    A diferencia del anterior, el enfoque "emic" en la interpretación del discurso cultural pretende descubrir y hacer coherente, para el observador ajeno, el sentido dinámico propio que tiene el proceso estudiado para los portadores de dicha cultura como única vía de encontrar el sentido real que poseen las diversas manifestaciones de la vida social de la comunidad estudiada.

    Bastaría lo anterior para darnos cuenta que toda aproximación a lo social, y especialmente cuando tratamos de concebir y propiciar el desarrollo, está condicionada por estas mediaciones culturales.

    Pero no se trata solo de descubrir la mediación presente en el intento de estudiar o comprender a un grupo humano cualquiera o de interpretar el simbolismo cultural que encierra la visión de este sobre el desarrollo social.

    La acción que se realice, por "moderada" que sea, se desplegará con recursos calificables ellos mismos como culturales y se dirigirá a actuar, modificar o consolidar concepciones, características y actitudes que siempre forman parte de un sistema cultural dado.

    Lo anterior es especialmente importante cuando se trata de abordar lo social en contextos concretos, como sucede en el desarrollo de una localidad o en el marco del trabajo comunitario.

    La comunidad es siempre un grupo humano complejo que de alguna manera comparte, con diverso condicionamiento, la participación en torno a tareas comunes, establece determinadas relaciones de cooperación y propicia determinado grado de implicación de las personas que integran dicho grupo. Es por ello que podemos afirmar que una comunidad es, ante todo, un grupo que comparte y construye colectivamente y de manera ininterrumpida una praxis cultural que lo identifica.

    Esta afirmación, a pesar de lo simple que parece, encierra tres implicaciones trascendentales en el trabajo con las comunidades: la identidad es un fenómeno principalmente sociocultural; lo que hace posible esta identidad sociocultural es la interacción sostenida entre los miembros de la comunidad en su complejidad como grupo humano, y una comunidad es más coherente en cuento se identifica más consigo misma, asume sentidos de pertenencia, y ello es solo el resultado del quehacer social sistemáticamente compartido.

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