Las Armas de Don Quijote
· 2. La espada del caballero Don Quijote
· 3. La lanza y sus metamorfosis
· 4. De adargas y coseletes o donde se habla de los pertrechos de parar golpes y proteger la vida
· 5. El tocado de don Quijote, con noticia de alguna industria doméstica no muy propia de caballeros
· 6. El famoso yelmo del sin par rey moro Mambrino
· 7. A modo de conclusión
· 8. Bibliografía
DE LO REAL A LO FANTÁSTICO CON PARADA EN LA VENTA DE LO GROTESCO
Donde se cuenta cómo un pobre hidalgo deviene caballero andante por mor de llevar a su extremo el, por otra parte, beneficioso pasatiempo de la lectura
Si bien es sabido que "el hábito no hace al monje" , no es menos cierto que "la mujer del César, además de ser honrada ha de parecerlo". Valga este comienzo muy del estilo del bueno de Sancho Panza para adentrarnos en el tema de las armas y pertrechos que adornan la figura del caballero Don Quijote a lo largo de las páginas cervantinas.
Es cierto que la verdadera transformación se produce en la mente del hidalgo Quijada (o Quijana o Quesada, que el mismo Cervantes juega aquí al despiste) quien, "del poco dormir y del mucho leer" y a base de pasar las noches "de claro en claro" y los días de "turbio en turbio", acaba loco. Hay, en principio, un deseo de ser otro y para ello se elige un nombre, a imitación del de otros paladines caballerescos como Amadís de Gaula, Palmerín de Inglaterra o Belianís de Grecia, que defina la nueva personalidad: Don Quijote de la Mancha. No le resulta fácil, pues se dice en el libro que
"en este pensamiento duró ocho días" (Pag. 42)[1],
lo que muestra la gran importancia que concede al asunto el futuro caballero. Necesita luego bautizar a su caballo y lo hace llamándole "Rocinante", derivación burlesca del sustantivo rocín. Sólo queda encontrar una dama que sea motivo de las aventuras y receptora de los logros, para lo cual convierte a la labradora Aldonza Lorenzo, secreto amor de juventud, en la legendaria y etérea Dulcinea del Toboso.
Sin embargo, una vez sentadas las bases del quién es quién en la nueva vida del hidalgo Quijada, hay que acometer el tema del "hábito", o sea conseguir armas y pertrechos que le hagan parecer caballero andante ante sí mismo y ante los ojos de las gentes. Son además necesarias para acometer las "empresas" que vayan surgiendo en el camino y poder pelear contra malvados y gigantes.
Se nos dice al comienzo de la novela:
"En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua…"
Estamos pues ante un hombre de la baja nobleza, que vive en un pueblo de la Mancha y que conserva en casa algunas armas de sus antepasados. Es importante hacer hincapié en la expresión "no ha mucho tiempo" que nos sitúa al manchego en la época en que se está escribiendo la novela, es decir en los años inmediatamente anteriores a 1605, fecha de publicación de la primera parte. Esto es importante para fijar una de las principales características de la apariencia de Don Quijote, que es su extravagancia, pues las armaduras han dejado de usarse a finales del siglo XV y estamos ya a principios del XVII.
Lo dicho nos lleva a poner de relieve el rasgo principal de la figura de Don Quijote, que es lo grotesco. La primera impresión que tienen los personajes que se cruzan con él por los caminos es la de un hombre casi anciano "disfrazado" de soldado de la época de los Reyes Católicos. El efecto, para hacernos una idea, es parecido al que sentiríamos nosotros si viésemos por la calle a una persona vestida con un uniforme de la época de Napoleón.
El aspecto pintoresco se verá acrecentado cuando, a partir del capítulo XXI, se ponga en la cabeza el "yelmo de Mambrino", que no es otra cosa en realidad que una bacía de barbero. Hay que pensar que en la época ese objeto era de uso común y todo el mundo se daba cuenta del despropósito de llevarlo de esa manera. Por seguir con los ejemplos, sería parecido a ir hoy en día de paseo con una cazuela a modo de sombrero.
La apariencia ridícula del personaje es un dato que el lector debe tener muy en cuenta para entender las reacciones que se producen entre la gente que se topa con él. Unos se extrañan, otros se asustan y todos se burlan de forma más o menos disimulada. Casi siempre es este primer impacto visual el que provoca las "aventuras" que se suceden a lo largo de la novela.
En las siguientes páginas voy a hacer un breve recorrido por algunas de las armas y partes de armadura que aparecen citadas en la obra.
La espada del caballero Don Quijote
"Arma blanca, larga, recta, aguda y cortante, con guarnición y empuñadura", dice el Diccionario de la Real Academia Española. La espada es instrumento fundamental en la impedimenta de un caballero. De ello da fe el hecho de que la palabra aparezca en la obra 112 veces, la frecuencia notablemente más alta con respecto al mismo campo semántico. La siguiente es lanza, que se menciona 64 veces.[2]
Son muchas las espadas famosas en el mundo de los héroes antiguos, hasta el punto de que algunas ostenten nombre propio. Es el caso de Excalibur, famosa espada del rey Arturo, o de la conocida Tizona de nuestro Cid. En el mundo de las novelas de caballerías abundan las referencias a espadas famosas por su dureza y otras cualidades, no faltando las referencias a poderes mágicos.
En el caso que nos ocupa, no conocemos datos sobre la espada de Don Quijote. No se nos describe en ninguna parte de la obra. En las ilustraciones suele aparecer una espada bastante estilizada, más propia de la época contemporánea de Cervantes que de los tiempos míticos de los siglos medievales. Incluso se le da a veces apariencia de sable o florete. A tenor de lo que se nos dice al comienzo de la obra, cabe pensar que se trata más bien de una espada vieja y en no muy buen estado:
"Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón" (Pag. 41)
Sin embargo Enrique de Leguina[3]opina que debe de tratarse "de la que usaba a diario con su traje civil, según la costumbre de todos lo hidalgos", según cita de Francisco Rico, que apostilla que "es la única nota contemporánea en el arcaico armamento de don Quijote".
Es curioso el hecho de que ninguna aventura de Don Quijote esté concebida especialmente para lucimiento de su espada, ni siquiera la de los leones (Cap. XVII de la 2ª parte) que podría haber sido propicia. Quizá ello se deba a que don Quijote era en el fondo consciente de la poca valía de su arma principal, pues en un momento dado dice, lamentándose del poco éxito hasta el momento en los combates que ha tenido:
"… pero de aquí adelante yo procuraré haber a las manos alguna espada hecha por tal maestría…" (pag. 188)
Aunque a lo que se refiere, como veremos unas frases más tarde, es a una espada mágica, en la más pura tradición de la novelesca caballería andante. Esta arma maravillosa es la de "Amadís, cuando se llamaba el Caballero de la Ardiente Espada", que "cortaba como una navaja y no había armadura, por fuerte y encantada que fuese, que se le parase delante."
Sorprende que no se vuelva sobre este tema de la espada mágica en toda la obra. Sobre todo porque, tanto en el caso del "bálsamo de Fierabrás", como en el del "yelmo de Mambrino", se habla de ellos en cierto capítulo para encontrarlos unos cuantos capítulos después. Hay autores que lo achacan a un simple olvido de Cervantes. Otros en cambio ofrecen explicaciones más complejas, caso de Dudley, que opina que el hecho de conseguir el yelmo y no la espada simboliza que en Don Quijote es su cabeza y no su brazo la fuente de su poder.[4]
La lanza y sus metamorfosis
La lanza es, junto con la espada, la otra arma ofensiva de Don Quijote. El DRAE la define como: "Arma ofensiva consistente en una asta o palo largo en cuya extremidad está fijo un hierro puntiagudo y cortante a manera de cuchilla". En la Edad Media era un arma reservada a los caballeros. Su uso decayó a partir del siglo XVI al hacerse habituales las armas de fuego y pasó a ser un arma de honor. Don Quijote recorre los campos de la Mancha a principios del siglo XVII. La figura de un caballero que cabalga armado de una lanza no debía de ser precisamente muy corriente.
Se nos dice desde las primeras líneas que el personaje es "de los de lanza en astillero", haciendo quizás referencia al "honor" citado más arriba. Suponemos que era normal entre la baja nobleza rural tener en casa algún signo que evidenciara épocas gloriosas. Algo así como estos escudos de armas modernos, presunta simbología del apellido, que se fabrican a demanda del consumidor en la actualidad para decorar la vivienda con un "toque de distinción". Eso puede significar el astillero o "percha en que se ponen las astas o picas y lanzas", según el DRAE. Es un modo de decir a las visitas: "cuidado, no creáis que soy un pelagatos, que tengo aquí las armas con que mis antepasados participaron en gloriosas batallas".
Pero, ¿cómo era la lanza de Don Quijote? Como en el caso de la espada nada sabemos a ciencia cierta. Gustavo Doré y otros ilustradores la representan con cazoleta que protege la mano y aspecto típico de lanza de torneo medieval. Quizás hayan sucumbido a un afán idealizador del personaje, propio por otra parte del romanticismo del siglo XIX. Cuesta pensar que un hidalgo pobre del siglo XVII tuviera en su casa un arma así, sino más bien algo bastante más modesto.
Además hay algo que destacar al hablar de la lanza del caballero Don Quijote y es la sucesión de pérdidas y restituciones del arma citada; es lo que llamo en el título las "metamorfosis". Comienzan pronto, pues ya en el episodio de los mercaderes, al final de la primera salida (Cap 4, pag. 70) se dice:
"Y llegándose a él, tomó la lanza y, después de haberla hecho pedazos, con uno dellos comenzó a dar a nuestro don Quijote tantos palos…".
Sufre el caballero la afrenta de ser azotado con su propia arma y por si fuera poco, luego le encuentra un vecino de su pueblo que, queriendo sin duda ser solícito:
"Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza,…" (Pag. 72).
Así es que se va para casa humillado, descalabrado y con el instrumento de su suplicio encima. Menos mal que Sancho aún no acompaña a Don Quijote porque de ser así habría salido a relucir el famoso refrán: "Además de cornudo apaleado". Pero lo que nos ocupa es el tema de la pérdida de la lanza, que reaparece en su segunda salida, después de unas semanas de descanso del hidalgo que aprovechan el cura y el barbero para hacer el famoso escrutinio de su biblioteca.
Esta vez va ya acompañado de Sancho y lleva lanza, suponemos que otra de las que guardaba en su casa. Poco le dura porque apenas ha terminado de contar a su escudero las ventajas que tiene acompañar a un caballero andante, cuando se topan con los molinos que don Quijote toma por gigantes (Cap. 8 de la 1ª Parte), arremete contra ellos y sucede que:
"…y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos" (Pag. 96).
Cae nuestro héroe del caballo y cuando ya se retira maltrecho, ayudado por Sancho, se va "muy pesaroso por haberle faltado la lanza" . Se acuerda entonces de cierto caballero que en una ocasión parecida echa mano de una rama de encina para proveerse de una lanza y así lo hace en cuanto tiene ocasión, pues:
"desgajó don Quijote un ramo seco que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado." (Pag. 98).
Esta nueva lanza, tan eventual y tan rústica, fabricada para una urgencia, es la que suponemos que usa el caballero durante los capítulos siguientes, pues no es hasta el capítulo XVII cuando "…llegándose a un rincón de la venta, asió de un lanzón que allí estaba, para que le sirviese de lanza"(Pag. 182). Esto ocurre al final del episodio que se desarrolla en una venta, tras los percances con Maritornes y el cuadrillero de la Santa Hermandad. Es uno de los capítulos más plenos de sucesos entre los que se encuentra la fabricación del bálsamo de Fierabrás y el manteo de Sancho a cargo de los mozos del lugar.
Pero ¿qué es un "lanzón"? Recurrimos una vez más al diccionario: "Lanza corta y gruesa que tiene en uno de sus extremos un rejón de hierro grande y ancho, que sirve generalmente a los guardianes de viñas". No es pues un arma propia de caballeros que se enfrentan a seres míticos, sino más bien de labradores que defienden su hacienda.
Con esta arma pasa el personaje una serie de capítulos, en los que se menciona como lanza y lanzón indistintamente, hasta llegar al capítulo XLV en que se dice:
"El lanzón se hizo pedazos en el suelo, y los demás cuadrilleros, que vieron tratar mal a su compañero, alzaron la voz pidiendo favor a la Santa Hermandad."(Pag. 525)
Valgan estos casos concretos sobre roturas y cambios en el arma principal del caballero para dejar sentado que su imagen no es en el texto la idealizada que aparece en algunas ilustraciones. Tiene más bien que ver con la del loco que aprovecha cualquier objeto largo y con punta para transformarlo en su mente en la lanza magnífica de uno de sus héroes de leyenda.
De adargas y coseletes o donde se habla de los pertrechos de parar golpes y proteger la vida
Adarga: Escudo de cuero, ovalado o de figura de corazón. Confeccionado con cuero vacuno ante o simplemente piel curtida-, tenía poco peso y era muy resistente, lo que hacía extremadamente apto para el uso de las tropas ligeras.
Rodela: Escudo redondo y delgado que, embrazado en el brazo izquierdo, cubría el pecho al que se servía de él peleando con espada.
En definitiva escudos, los dos ligeros y propios más bien de las tropas de infantería. Se alude a ambos en la obra empleando los términos como sinónimos. Adarga aparece 19 veces, siempre en la Primera Parte. Se menciona ya en las primeras líneas de la obra y poco después, cuando el hidalgo sale de su casa para convertirse en caballero:
"…embrazó su adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral…" (Pag. 45)
La palabra rodela no hace su primera aparición hasta el capítulo VII, al inicio de la segunda salida del Quijote:
"Acomodóse asimesmo de una rodela que pidió prestada a un su amigo…"
Cabe pensar que lo que tenía hasta ahora era una adarga y que por rotura o extravío le dejan ahora una rodela. Básicamente lo que cambia es la forma, ovalada una y redonda la otra. No obstante, observamos luego, a lo largo de la obra que se menciona el objeto de las dos maneras sin reparar mucho en distinciones, que por otra parte no son claras. Cervantes no suele fijarse mucho en detalles que no importan demasiado al desarrollo de la historia. Lo que sí sale de ojo es que no se trata del escudo más grande y acabado en punta, que recibe el nombre de pavés y que es el propio de los caballeros medievales. Una vez más vemos que don Quijote usa para su disfraz lo que tiene a mano dejando al trabajo de su desbordada imaginación el acoplamiento de las cosas al ideal caballeresco.
En cuanto a coselete, peto y espaldar, son partes de la armadura que protegen el torso. Coselete lo define el DRAE como: "Coraza ligera, generalmente de cuero, que usaban ciertos soldados de infantería". Peto y espaldar son las partes de delante y de detrás del coselete.
Observamos una vez más que la coraza del caballero andante no es una pieza de armadura pesada, sino más bien defensa de infante. Lo poco convincente de la figura del caballero lo podemos ver a través de los ojos del ventero que ha de nombrarle tal, precisamente en el único párrafo en que aparece en el libro la palabra coselete: "… viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete…"
Por "desiguales" entendemos que quería decir desparejas, heterogéneas e impropias.
Otras prendas de este tipo que aparecen en la obra son gola o "Pieza de la armadura antigua que defendía la garganta" y loriga, que se define en el DRAE como "Armadura para defensa del cuerpo, hecha de láminas pequeñas e imbricadas, por lo común de acero". Estos términos aparecen en toda la obra 2 veces y 1 respectivamente.
El tocado de don Quijote, con noticia de alguna industria doméstica no muy propia de caballeros
He dejado para el final la descripción de los pertrechos con que don Quijote cubre y defiende cabeza y cara. Sabemos que los caballeros medievales usaban un casco completo de metal que les cubría la cabeza entera al que llamaban celada. Para el resguardo de la cara contaban a veces con una visera abatible, con agujeros o rendijas para ver, que les enmascaraba. De hecho de esta imposibilidad de ser reconocidos durante el combate nació la heráldica, que en un principio consistía en pintar un anagrama en el escudo que exteriorizara la personalidad del guerrero.
Pues bien, aquí también las armas de don Quijote dejan mucho que desear, pues como se nos dice en el capítulo I, pag. 41:
"…vio que tenían una gran falta [las armas de sus antepasados], y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple…"
Morrión, o sea: "Armadura de la parte superior de la cabeza, hecha en forma de casco, y que en lo alto suele tener un plumaje o adorno". Por celada de encaje se entendía el casco que encajaba directamente sobre la coraza, sin necesidad de gola, mediante una pieza ancha o falda. Al casco le falta esa pieza además de la visera y eso era importante, pues lo tenía todo caballero andante que se preciase. Así que el hidalgo se arma de valor y:
" …a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera."
Cuenta luego Cervantes como el aspirante a caballero prueba la celada recién hecha dando un golpe de espada[5]y cómo se le rompe y vuelve a empezar, pero esta vez:
"poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje"
Aquí está la prueba de que a don Quijote le importa más la apariencia que la realidad. Hasta ahora se proveía de armas que, aunque fuesen impropias, él transformaba en dignas de Amadís. Con la celada llegamos al extremo en cuanto a tomar por verdadero lo aparente. No existe la pieza, luego hay que crearla, y don Quijote sin pensarlo dos veces se pone a ello con papel y engrudo. Es tal su fe que la "prueba" dándole un golpe con su espada y como la rompe vuelve a hacer otra y esta vez no repite el "test de calidad" por si las moscas. Podríamos decir que don Quijote se porta como un niño que juega a ser caballero medieval. Dice "esto era una celada" y con la magia infantil el cartón se convierte en visera de hierro. En realidad todo es un juego simbólico, aunque a veces le entre la tentación de tomarlo por realidad y probar la dureza de lo que sabe frágil por si acaso se ha producido un milagro.
Con esta celada de pega llega a la venta donde pretende ser armado caballero donde:
"…jamás supieron desencajarle la gola, ni quitalle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos…"
Es de notar el detalle de las "cintas verdes". Es como si Cervantes llamase la atención del lector sobre lo grotesco de la "artesanía" del hidalgo, poniendo de relieve ese detalle tan concreto. La cosa no está exenta de cierta poesía y humaniza al personaje del loco-niño-soñador.
Sobre el aspecto infantil de don Quijote nos dice Unamuno lo siguiente en su "Vida de don Quijote y Sancho" [6]"Las pobres mozas, comprendieron al Caballero calando hasta el fondo su niñez de espíritu, su inocencia heroica, y le preguntaron si quería comer.", en referencia a las rameras que se encuentra al llegar a la venta en el Capítulo II de la Primera Parte.
El final de esta celada se narra al final de esta primera salida:
"…y quitándole [el labrador que lo encuentra] la visera, que ya estaba hecha pedazos de los palos, le limpió el rostro…" (pag. 73) .
El famoso yelmo del sin par rey moro Mambrino
Capítulo aparte, merece este yelmo con el que don Quijote cubre la cabeza a partir del capítulo XXI de la Primera Parte. Forma parte de la tríada de objetos mágicos que el caballero menciona en la obra, junto con el bálsamo de Fierabrás que menciona por primera vez en el capítulo X y el arma del Caballero de la Ardiente Espada, de la que habla en los capítulos I, XVIII y XIX. El bálsamo lo prepara y consume, con resultado por cierto bastante aciago, en el capítulo XVII. La espada mágica, como ya hemos visto, no llega nunca a materializarse como objeto real.
Vayamos pues con el yelmo famoso, que aparece mencionado en la obra nada menos que en 15 ocasiones. La primera es cuando en el capítulo X se va lamentando con Sancho de la pérdida de la celada en el combate con el vizcaíno y jura hacer penitencia hasta encontrar otra,
"que esto mesmo pasó, al pie de la letra, sobre el yelmo de Mambrino, que tan caro le costó a Sacripante" (Pag. 116).
El tal Sacripante debía ser famoso pues lo menciona otras tres veces en adelante.
Pero no es hasta el Capítulo XXI "Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino" cuando se hace don Quijote con el preciado bien. Todo ello, claro está en su imaginación, pues el tal yelmo, como bien se cuenta en la obra no es más que una bacía de barbero que su dueño llevaba puesta en la cabeza para protegerse de la lluvia. Como ve don Quijote que relumbra en la distancia, confunde el latón con oro puro. Luego, cuando Sancho quiere sacarle de su error le responde con la imaginada explicación de que el hecho de que falte la mitad del yelmo, quedando sólo la parte de arriba parecida a una bacía, se debe a que:
"debió de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y, sin saber lo que hacía, viéndola de oro purísimo, debió de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio…" (Pag. 226)
Desde este momento y hasta el Capítulo XLIV lucirá don Quijote en su cabeza, con gran orgullo y contento, lo que considera casco de oro ganado en buena lid. Es el momento de explicar el uso cotidiano que a la bacía se daba en la época. Se dice en la página 224, cuando se habla del barbero que lleva puesto el falso yelmo:
"…tuvo necesidad un enfermo de sangrarse y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero y traía una bacía de azófar[7]
Y es que en esos tiempos los barberos, además de afeitar y arreglar la barba y el cabello, hacían también de cirujanos y dentistas. Como el sangrar era una práctica muy usual para intentar aliviar todo tipo de dolencias, la bacía hacía de palangana con que recoger la sangre. Se usaba también para contener el agua caliente durante el afeitado, de ahí ese rebaje en forma de media luna pensado para encajar el cuello del cliente. El efecto ridículo de un hombre con ese utensilio tan común en la cabeza queda pues bien patente.
Eso no es obstáculo para que don Quijote corra en adelante sus aventuras con ese extraño yelmo en la cabeza, incluida la lucha que entabla para liberar a unos galeotes, donde resulta abollado por los golpes (Cap. XXII)
En el Capítulo XXV tenemos un claro ejemplo de cómo don Quijote consigue defenderse de las dudas que le surgen sobre la autenticidad del yelmo de Mambrino. A los comentarios que Sancho no puede menos de hacerle en el sentido de que el almete[8]no es en realidad sino bacía de barbero, él le responde diciendo (Pag. 277-278):
"Y fue rara providencia del sabio que es de mi parte hacer que parezca bacía a todos lo que real y verdaderamente es yelmo de Mambrino, a causa que, siendo él de tanta estima, todo el mundo me perseguiría por quitármele, pero como ven que no es más de un bacín de barbero, no se curan de produralle…"
Genial y alucinada manera de intentar convencer y a la vez autoconvencerse de que algo es como uno quiere, aunque todas las evidencias del mundo hablen en contrario. Un rasgo más de la fantasía sin límites de un niño, que convierte una pinza de la ropa en terrible "pistola desintegradora" con sólo formularlo verbalmente.
A modo de conclusión
Hemos visto, a lo largo de este recorrido por las armas ofensivas y defensivas de don Quijote, cómo en el personaje de Cervantes pesa más lo imaginado que lo real. He tratado de poner de relieve el aspecto grotesco de la figura del caballero, como corresponde a lo que pretende ser parodia de un género literario: la novela de caballería. Esta apariencia ridícula es minimizada a veces por el lector moderno, por faltarle algunas referencias sobre el contraste entre la vestimenta de don Quijote con la usual en la época. Del mismo modo los ilustradores han idealizado a veces la figura del caballero, queriendo destacar lo que tiene de héroe sobre su lado más risible.
En definitiva, he querido acercar al lector de este artículo un Quijote ridículo, pero también dotado de la inocencia y la imaginación de un niño. Por supuesto que cabría analizar otros muchos aspectos en un personaje tan rico y tan complejo, como no dudo se haya hecho en otros textos de la muy extensa bibliografía cervantina. Quede mi punto de vista como una gota más en ese océano. VALE.
Bibliografía
Don Quijote de la Mancha.- Miguel de Cervantes. Edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico. Editorial Crítica. Barcelona, 1998.
Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española. 21ª edición. Madrid, 1992.
Enciclopedia Universal Multimedia. Multimedia Ediciones, S.A. IBM, Planeta, DeAgostini. Editado en CD-ROM.
Vida de don Quijote y Sancho.- Miguel de Unamuno. 17 ª edición, Espasa-Calpe. Madrid, 1981. Colección Austral; 33.
Aproximación al Quijote.- Martín de Riquer. Salvat editores. Madrid, 1970.
¿Dónde queda la espada mágica de don Quijote?.- Alfredo Rodríguez y Marie M. Smeloff en Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America (1991)
Autor:
Antonio Toribios
[1] Las referencias a p?ginas siguen la edici?n de Cr?tica de 1998 dirigida por Francisco Rico. Ver bibliograf?a.
[2] Para la obtenci?n de estos datos y la localizaci?n de las citas del texto cervantino he utilizado el texto en CD-ROM que acompa?a a la edici?n citada.
[3] Las armas de don Quijote, Oficina Tipogr?fica de Jos? Blass y C?., Madrid, 1908.
[4] ?D?nde queda la espada m?gica de don Quijote?, A. Rodr?guez y Marie M. Smeloff.
[5] Era usual entre los caballeros probar la dureza de estas piezas con su espada.
[6] Espasa-Calpe. Madrid, 1981. 17? ed. Pag. 29
[7] Lat?n, hoja de lata.
[8] Pieza de la armadura antigua que cubr?a la cabeza. Yelmo.