- Ni optimismo ni pesimismo
- La tecnología tiende a diluir la responsabilidad
- Bases para un obrar tecnológico responsable
- Conclusiones
- Referencias bibliográficas
"La posibilidad de que haya responsabilidad es la responsabilidad que antecede a todo."
Hans Jonas, El principio de responsabilidad.
1. NI OPTIMISMO NI PESIMISMO
Si nos atenemos a la imagen que de ella difunden los medios de comunicación, la tecnología –esto es, la técnica basada en la ciencia y cuyo desarrollo sirve a su vez de sostén a nuevas teorías científicas– representa para la humanidad una gran esperanza al tiempo que una gran amenaza. De manera casi inconsciente se confía en que tarde o temprano será capaz de resolver muchos de los graves problemas que nos aquejan: la contaminación, la superpoblación, la escasez de alimentos, el SIDA, el cáncer, la deforestación, etc. Esta confianza se ve reforzada por los nuevos logros tecnológicos que constantemente vemos aparecer en las páginas de los periódicos o en los noticiarios de la televisión. El habernos acostumbrado a ellos no elimina por completo el deslumbramiento ni la expectación con que son recibidos. Cada uno de estos avances parece confirmarnos en la esperanza de que con paciencia y tesón alcanzaremos el objetivo deseado de un mayor bienestar para toda la humanidad. Por otra parte, desde las mismas páginas y los mismos noticiarios se nos informa, a veces sin solución de continuidad, de los desastres producidos por la intervención técnica del hombre en los procesos naturales, por las consecuencias imprevistas de un desarrollo tecnológico incontrolado, o por la utilización de tecnologías destructivas o muy peligrosas. Parece entonces que la fuerza transformadora más grande de toda la historia ha fracasado en cumplir las promesas que se le asociaban, y a cambio de un beneficio temporal y mal repartido ha dejado secuelas que ponen en grave peligro nuestro futuro. Esta actitud ambivalente de confianza y temor frente a la tecnología ha llegado a ser habitual, haciéndonos vivir una especie de sueño placentero que, de vez en vez, se torna en pesadilla.
La versión optimista del sueño tuvo una enorme influencia durante la segunda mitad del siglo XIX, se mantuvo fuerte (con algunas excepciones) hasta finales de los sesenta, y todavía hoy está muy difundida entre el público. Según dicha versión, aun cuando vengan tiempos difíciles, la tecnología conseguirá superar el reto satisfaciendo las necesidades y eliminando los problemas que ella misma haya contribuido a crear. Un lema para estos optimistas podría ser: "más de lo mismo"; los problemas creados por la tecnología se resolverán con más tecnología.1 Esta confianza se sustenta en la idea, surgida junto con la ciencia moderna y consolidada con la Ilustración, de un progreso ilimitado en los conocimientos y en el dominio sobre la naturaleza, que se hace extensible a todos los aspectos espirituales y materiales de la vida humana. La solución de las dificultades provendrá de la mejora de los procedimientos tecnológicos y la depuración de los efectos indeseables antes que de un cambio en las relaciones de los seres humanos entre sí y con la naturaleza. Así pues, lo mejor que se puede hacer es no interferir en el desarrollo tecnológico mediante ningún tipo de control o planificación externo. La única garantía de seguridad, prosperidad y libertad está en dejar que los científicos y los técnicos carezcan de más limitaciones que las que les impone el propio nivel de sus conocimientos.
Una postura semejante, con su confianza en que la salvación llegará de todos modos, con su empeño en volver la cara ante los aspectos sombríos y con su racionalismo exagerado, no parece sin embargo la más adecuada en la situación en la que nos encontramos. Desde el informe del Club de Roma en 1972 sabemos que sin un cambio drástico en el modo actual de desarrollo industrial y de crecimiento de la población los recursos energéticos y las materias primas escasearán y corremos serio peligro de entrar en un periodo de fuerte caída económica, cuando no de sufrir otros males mayores. Por los datos disponibles sabemos que los incendios, la tala indiscriminada y la lluvia ácida, entre otras causas, están acabando con los bosques y selvas de este planeta, y que, por ejemplo, la selva amazónica había sido arrasada a principios de los noventa en una extensión en torno al 10%. Sabemos también que la concentración de CO2 en la atmósfera se ha disparado desde la década de los cincuenta, provocando, junto con otros gases como el metano, el llamado "efecto invernadero". Sabemos que los compuestos clorofluorcarbonados emitidos por las industrias y los aparatos domésticos son causantes del agujero abierto sobre la Antártida en la capa de ozono. Sabemos finalmente que la pobreza no desaparece en el Tercer Mundo y que las desigualdades entre países ricos y pobres continúan aumentando, hasta el punto de que comienza a asumirse la posibilidad de que esa situación se convierta en definitiva. Todo esto se ha repetido ya hasta la saciedad.
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