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La Reencarnación. Un don de gracia de la vida

Enviado por Maite Valderrama


    La Reencarnación – Monografias.com

    La Reencarnación

    Un don de gracia de la vida

    La creencia de volver a nacer es tan antigua como la humanidad. Más de la mitad de la humanidad considera como una cosa totalmente natural la ley de Causa y efecto así como el pensamiento de que uno se pueda encarnar varias veces. Esto se encuentra en todos los círculos culturales –en ningún caso únicamente en Oriente como muchos creen.

    El pensamiento de la reencarnación fue parte de la filosofía griega, en Pitágoras, en Platón; existía en Egipto y hubo y hay una y otra vez grandes espíritus, poetas y filósofos que con toda naturalidad parten del pensamiento de que podemos vivir a menudo en la Tierra para purificarnos. En los tiempos de Jesús, el pensamiento de la reencarnación se encontraba también en la creencia popular judía. El judío Shalom Ben Chorin, un científico de la religión, escribió: «El pensamiento de la reencarnación es en el judaísmo de los tiempos de Jesús una evidente creencia popular… Por eso la gente consideró a Jesús como uno de los antiguos profetas que volvió a venir (Lucas 9, 8 y 19)

    También en la época del cristianismo de los primeros tiempos pasaron muchos escritos de mano en mano, en los que con toda naturalidad se partía del pensamiento de la reencarnación. Así, por ejemplo, en la Pistis Sofía, uno de los evangelios apócrifos (=ocultos), según el cual Jesús, en relación con el regreso de un alma desde el Más allá en un cuerpo humano, dice que el alma bebe «un vaso con la bebida del olvido».Sin embargo, como muchos otros, estos escritos no fueron incorporados al canon de la Biblia eclesiástica. La poderosa Iglesia en formación, que Jesús de Nazaret no fundó, alrededor de finales del siglo I empezó por primera vez a seleccionar determinados textos dejando a otros de lado. Sólo a finales del siglo IV se concluyó este proceso selectivo (canonización).

    Jerónimo (345-420), el escritor de la Biblia, recibió en el año 383 el encargo del Papa Dámaso I de redactar en latín un texto bíblico unificado. Así surgió la llamada Vulgata, la Biblia latina que hasta hoy se le «vende» al pueblo de buena fe como la verdadera palabra de Dios. Pero Jerónimo tenía a su disposición cualquier cosa menos una base textual unitaria. Actualmente se conocen cerca de 4.860 manuscritos griegos del Nuevo Testamento, de los cuales no hay dos que concuerden en el texto. Algunos teólogos cuentan hoy cerca de 100.000 diferentes variantes. Jerónimo, que durante su trabajo alteró más o menos 3.500 párrafos en los evangelios, escribió en su tiempo al Papa: «¿No habrá por lo menos uno, que a mí (…) no me califique a gritos de falsificador y sacrílego religioso, porque tuve la osadía de agregar, modificar o corregir algunas cosas en los viejos libros, los evangelios?». Pero ¿qué eliminó y qué agregó él? ¿Y qué es lo que cambió?

    Se trata especialmente del conocimiento sobre la reencarnación y de la preexistencia del alma. Jerónimo sabía muy bien que la reencarnación formaba parte de la enseñanza cristiana de los primeros tiempos. En una carta él escribió sobre Orígenes (185-254), el maestro de la sabiduría del cristianismo antiguo, diciendo que según su enseñanza el alma del ser humano «cambia su cuerpo». (Epístola 16) Y en otra carta se encuentra la declaración: «La enseñanza del regresar, desde los primeros tiempos se predicó como una fe transmitida por la tradición».

    A pesar de las muchas manipulaciones de los textos bíblicos, han quedado aún algunas cosas que se pueden leer entre líneas, que al lector atento le pueden dar una cierta idea del hecho de la reencarnación y de la preexistencia del alma. En el Libro de la Sabiduría (Sabiduría 8, 19) se encuentra también una clara alusión a la preexistencia del alma. Salomón, el autor de esta parte de la Biblia, dice de sí mismo: «Yo era un niño talentoso y había recibido un alma buena, o mejor dicho: bueno, como yo era, llegué a un cuerpo puro».

    También en el Nuevo Testamento hay referencias sobre la reencarnación. Así dice Jesús sobre Juan el Bautista: «Él es Elías, el que iba a venir» (Mt 11, 14); y después: «Pero Yo os digo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron». (Mt 17, 12) En otra parte Jesús pregunta a Sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es Jesús de Nazaret, el Hijo del Hombre?». Y Sus discípulos respondieron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías; otros que Jeremías o uno de los profetas». (Mt.16, 13s)

    Por tanto, como judíos, los contemporáneos de Jesús partían de la idea de que una persona se puede encarnar varias veces. Cuán viva estaba la enseñanza de la reencarnación en el cristianismo de los orígenes, antes de ser víctima del complot de la casta sacerdotal, se demuestra de manera ejemplar en el ya mencionado gran maestro del cristianismo de los primeros tiempos, Orígenes (185-254). Él fue sin duda el erudito más conocido y significativo del cristianismo antiguo. Su sabiduría y su vida esclarecieron espiritualmente por más de tres siglos toda la región mediterránea. No obstante, Orígenes vivió justamente en una época en que el cristianismo originario se estaba transformando a marchas forzadas en una institución de poder, basada en rituales externos y tradiciones adoptadas del paganismo. Ya en vida se le combatió implacablemente.

    Pero ha llegado el momento en que el Cristo de Dios ha regalado y ha aclarado nuevamente a la humanidad el conocimiento de la reencarnación en la palabra profética, dada a través de Gabriele, la profeta de enseñanza y mensajera de Dios para esta época. Desde hace más de 30 años, Dios, el Padre todopoderoso y bondadoso, ha vuelto a hablar a Sus hijos. Y como Jesús lo anunció hace 2000 años, Él nos ha conducido a través de la palabra profética a toda la verdad, en la medida en que los seres humanos la puedan comprender.

    El hombre cosecha lo que él ha sembrado anteriormente. Lo que se nos presenta en esta vida, lo hemos provocado nosotros mismos, posiblemente en una vida anterior. Hoy lo podemos reconocer y purificar con la ayuda del Cristo de Dios. ¿No es esto una gran misericordia? Podemos estar agradecidos de que Dios nos regale una y otra vez una oportunidad para liberarnos de nuestras cargas y purificarnos –en vez de, como lo afirma la Iglesia, disponer sólo de una vida en la que todo se tendría que decidir de modo definitivo.

    El principio de la reencarnación no tiene tampoco nada que ver con una «auto redención», que tal vez haría innecesario el acto redentor del Nazareno. Por el contrario: Sólo la fuerza redentora del Cristo de Dios es la que nos permite levantarnos una y otra vez con Su ayuda, cuando hemos caído, el provocar una y otra vez un cambio en nosotros desde el interior, y paulatinamente irnos desarrollando cada vez más hacia lo superior, de encarnación en encarnación, cumpliendo más y más Su voluntad.

    El alma era originalmente un ser espiritual libre de cargas pecaminosas, en el Reino de Dios. Pero un día algunos seres espirituales se apartaron de Dios; cayeron y cayeron –dicho literalmente– a las profundidades. Esta Caída se produjo por lo tanto debido a la rebelión contra Dios. Algunos seres divinos querían ser omnipresentes, querían ser como Dios. Pero como existe sólo un Dios, una Ley Absoluta que lo abarca todo, en realidad uno no se puede rebelar contra Dios. Quien se rebela, cae en el efecto de sus causas, en la cosecha de su siembra.

    De este modo, los seres caídos, por el suceso de la Caída cayeron en una condensación cada vez más intensa, pasando de lo espiritual, de la sustancia sutil a una existencia material, a una envoltura material. En este traje material –como ser humano– el alma está atada en su vehículo corporal a la ley de Causa y efecto, que en última instancia ella misma creó. En tanto el alma esté sometida a estas legitimidades en su cuerpo físico, tiene que reparar también el desorden que con sus pecados ha provocado en el orden cósmico. Esto es en realidad muy claro y evidentemente justo. Porque no se puede esperar de Dios –como lo hacen abiertamente los teólogos– que Él haga desaparecer como por arte de magia el desorden que un alma ha provocado por su comportamiento negativo y excesivamente pecaminoso. Pues Dios concedió a Sus hijos la libertad. Y esta libertad, unida a la ley de Causa y efecto, implica que aquello que yo mismo he provocado, también lo tengo que reparar yo mismo.

    La Reencarnación en tu Árbol genealógico

    Podemos especular y argumentar intelectualmente y decir: Nosotros los hombres tenemos una larga cadena genealógica. Sea tan larga como fuere, tiene que haber sido implantada en algún momento en el hombre por alguien que ha intervenido en la determinación de la línea de nuestra vida, de las sustancias hereditarias.

    Nosotros los hombres buscamos siempre un culpable. Muy raras veces decimos: "Es mi culpa". En este caso podríamos echar la culpa por ejemplo a Adán y Eva. Sin embargo, si observamos a la humanidad actual tendríamos que defender a Adán y Eva, porque es imposible que Adán y Eva tengan la culpa de todo este engendro diabólico de la humanidad, como es el abuso de seres humanos, abuso de niños, abortos, violencia, tráfico de drogas, fraude y corrupción por todas partes, divorcios, mutilación de plantas y animales por medio de cultivos, cruzamientos, manipulación genética, vivisección contaminación de las aguas, destrucción de la atmósfera terrestre, y muchas más cosas. Nosotros somos los malhechores.

    Se dice que provenimos del mono. ¿No tendríamos que proteger entonces también a estas formas de vida superiores? Si se controlara su material genético, seguramente no se encontraría en él lo inferior humano, lo egoísta y el afán destructor de la vida.

    Cuando hablamos de la destrucción de la atmósfera terrestre o de la contaminación de las aguas, nadie dirá que la culpa la tienen los "extraterrestres". En este punto sí aceptamos la ley de causa y efecto. Si alguien dijese que el autor de un abuso a un menor no es culpable sino otra persona ajena, nos echaríamos las manos a la cabeza y diríamos "que no se puede condenar a un inocente habiendo ya localizado al autor". Si embargo, cuando se trata de nuestras propias culpas, de las cadenas de cargas personales que se componen de nuestra manera egoísta y desconsiderada de sentir, percibir, pensar, hablar y actuar, así como de nuestros deseos y ansias perversos, de lo cual van resultando los planes para nuestras sucesivas encarnaciones, muchos gritan diciendo: "¡Esto no puede ser!". O sea que cuando se trata de nosotros mismos somos ilógicos. ¿Por qué?

    Porque no queremos admitir que somos realmente tal y como somos. Queremos aparentar ser de otra manera a lo que corresponde actualmente nuestro carácter. En base a la ley del libre albedrío cada uno ha forjado su propia cadena de cargas, de la cual resulta el plan de vida para sus vidas terrenales. El que conozca algo sobre estas intercomunicaciones causales puede decir con razón que ayer fuimos lo que hoy somos.

    Cada ser humano está marcado por lo que le sucede, tanto en el aspecto positivo como en el negativo. Lo que hoy es y lo que hoy se encuentra en su camino de la vida, lo originó en el "ayer". El "ayer" significa las encarnaciones previas. Cada uno de nosotros se encuentra en la Tierra como en una escuela para aprender de lo que la vida le muestra. Esto significa que estamos ahora otra vez en la Tierra para aprender de nuestros errores pasados, de lo que todavía no ha sido purificado por nosotros, de lo que no hemos sacado todavía las enseñanzas para nuestra vida. Deberíamos tomar conciencia una y otra vez de que sólo nos puede suceder lo que está ya presente en nuestro plan de vida. Se trata siempre de cosas que no hemos aprendido en nuestras encarnaciones anteriores o como almas en los planos de purificación.

    Cada paso de aprendizaje que nos saca fuera del enredo causal en que nos hemos metido, nos acerca un paso más hacia la libertad. En la medida en que nos liberamos de nuestras cargas del alma, transformando con la ayuda del Cristo de Dios, nuestro Redentor, los programas pecaminosos, es decir, negativos, y no volviendo a caer en ellos, tanto más nos acercaremos a la libertad. Así se nos presentarán también cada vez menos lecciones para aprender, porque nos hemos acercado más a nuestra herencia divina, al amor a Dios y al prójimo, a la pureza, la libertad y la justicia.

    Muchas cosas nos suceden y sin embargo no vienen de fuera; los causantes no son las demás personas sino que solamente nos sucede aquello que en vidas anteriores ya habíamos grabado en los astros, en la computadora cósmica, y de lo que hemos de reconocer y purificar en esta vida terrenal la parte que pertenece al plan de vida de la existencia actual en la Tierra. Esto significa que la irradiación de aquellos planetas que llevan una parte determinada de nuestras causas, que se ha activado o que está a punto de activarse, nos conduce a la encarnación. Por lo tanto nosotros, siendo almas, traemos a la existencia terrenal el plan de vida activado, en el cual también está contenido el plan de construcción de nuestro cuerpo.

    Por lo tanto somos nosotros mismos los responsables por nuestra vida en la Tierra. Lo que sembremos también lo cosecharemos. Si nos comportamos de forma insensata actuando contra nuestra herencia divina, la ley del amor a Dios y al prójimo y la libertad, tendremos que soportar también lo que resulta de ello. Es decir, el destino de cada uno es su propio destino. Este se compone de todo su sentir, percibir, pensar, hablar, querer y hacer individual. No se graba el mero pensamiento o la palabra "Adornada" sino los contenidos. Todo lo que introducimos en nuestros sentimientos, sensaciones, pensamientos, palabras y actos son los elementos que constituyen nuestro destino. Estos los almacenamos, como ya he explicado, en nuestra alma y en los astros correspondientes.

    Si nuestra alma vuelve a encarnarse, entonces se acoplará de acuerdo con su plan de vida a su árbol genealógico, a partir del cual se inicia su nuevo ciclo de vida con situaciones, problemas, avisos, destinos y encuentros con personas.

    Desde el momento de la fecundación, y así desde que el óvulo se instala en la matriz, nuestra vida terrenal la determinamos nosotros mismos y nadie más.

    Lo que cada uno siembra, es su equipaje al más allá

    Del libro "El mensaje dado desde el infinito. Tomo I", de la Editorial Vida Universal, que es un compendio de varias manifestación dadas por el mundo espiritual puro a través de Gabriele, la profeta y mensajera de Dios para nuestro tiempo, hemos obtenido algunos párrafos de una Manifestación de Dios-Padre dada en el año 1988. La profecía de Dios en la actualidad no es la palabra de la Biblia, sino que va mucho más allá de esta. De esta forma recopilamos las siguientes palabras dadas por Dios, El Eterno:

    "Yo Soy vuestro Señor y Dios, no debéis tener ningún otro Dios aparte de Mí. ¿Dónde está el hombre bajo la señal de la Resurrección? ¿Está al lado de Mi Hijo, a quien envié a la humanidad para que los hombres volvieran a ser así como Yo los visualicé y creé, divinos?

    ¿Qué son vuestros dioses? A pesar de que rezáis con los labios a un Dios, se trata de Mammon, la riqueza, se trata de las cosas externas de este mundo: riqueza, prestigio, egoísmo en innumerables variaciones. La mayoría de Mis hijos reza, pero ¿dónde está el cumplimiento de la oración? Mirad a vuestro mundo y miraos al fin y al cabo a vosotros mismos. Muchos dicen: ¡Cristo, Cristo, Tu mi Redentor! ¿Qué le entregáis a vuestro Redentor? Vosotros rezáis, pero lo que rezáis a vuestro Redentor tenéis que llevarlo a la práctica para que volváis a ser como Yo os he visualizado y creado y volváis a ver Mi rostro como hijos de vuestro Padre, que Yo Soy.

    ¿Cuánto tiempo vais a seguir hablando del espíritu sin convertiros en espíritu de Mi Espíritu? ¿Cuánto tiempo vais a seguir hablando del amor de Dios sin convertiros en amor de Mi Amor? ¿Cuánto tiempo vais a seguir leyendo los evangelios en vuestras biblias sin que viváis de acuerdo con ellos?

    Vosotros encubrís lo que se os envió y es enviado, los profetas, y con ello Mi palabra y la palabra de Mi Hijo. Muchos entre vosotros son hipócritas, afirman el amor de Dios, eso es lo único. ¿Cuál es su posición? ¿Cuál es la posición de todos aquellos que se denominan representantes de la vida? Si fueran representantes de la vida serían hijos de Dios, una unidad en el Espíritu de su Redentor.

    ¿De qué se componen vuestras religiones? Únicamente del ansia de poder terrenal. Pues si poseyeran el Espíritu de la verdad, muchos estarían en la Tierra animados por la verdad, y la profecía yo no sería más necesaria, ya que los Míos serían Mi palabra. Sin embargo, de esta manera son hombres engañosos que se adhieren al modo de pensar de los que sólo aspiran a tener poder y prestigio en esta Tierra. De esta manera se reniega de Cristo día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto. Y así se siembra la duda sobre el Espíritu eterno, que Yo Soy, la vida de eternidad a eternidad.

    Hijos Míos, aún sois seres humanos, pero en vosotros está la vida irradiante que proviene de Mí. ¿Qué ocurre cuando abandonáis lo temporal, el cuerpo? ¿Creéis que los Cielos se abren y que vosotros estáis en el Santuario de vuestro Padre? Pero no, en el instante en el que se cierran los ojos físicos sólo cambiáis el escenario, pero vosotros seguís siendo los mismos. Vuestro equipaje no es ropa, zapatos, dinero y bienes; vuestro equipaje para los ámbitos sutiles del más allá es aquello que habéis escrito en vuestras almas: odio, envidia, enemistad, disputa o bien el amor desinteresado, la armonía y la paz. Lo que sembráis ahora, en estos instantes, con vuestros pensamientos, va a vuestra alma, eso sois vosotros mismos, ése es vuestro equipaje: con él traspasareis los velos de la conciencia y despertareis como alma, reconociendo lo que se ha quedado adherido a vosotros.

    Ya os dije que muchas oraciones no dan frutos. ¿Por qué? Porque no están animadas por el amor hacia Mí. Oh ved, Yo Soy Espíritu, Espíritu omnipresente y eternamente fluente. Tu libre albedrío consiste en que Yo te toco con Mi Espíritu, pero no te apremio a pensar, vivir y actuar de forma espiritual. Así como el sol no te apremia a acoger los rayos. El irradia. No te insta a salir de la sombra hacia la luz; no te apremia a salir del sótano hacia la claridad, no te insta a abrir tus ventanas y puertas, el irradia, y así irradio Yo.

    Sólo aquel que desarrolla el altruismo comunica con el altruismo, conmigo, el Espíritu. Cada pensamiento puro y desinteresado es lo mismo que la comunicación conmigo, el Espíritu. Cada pensamiento humano comunica de nuevo con lo humano. Lo que el hombre siembra, eso cosecha, en ello está la comunicación.

    O sea que si solo rezas pero no vivificas tu oración con el amor, con el amor desinteresado, no comunicas con las fuerzas más elevadas del amor. Por eso tus oraciones son estériles. Hijo Mio, ¿Qué te mandó Jesús de Nazaret? ¡Realizar el Sermón de la Montaña! ¿Qué te manda Cristo, tu Redentor? Reconocer y llevar a la práctica el Sermón de la Montaña en los detalles de la vida, pues ése es el camino al reino del interior.

    Oh ved y captad, hijos míos, que el camino de salida de la esclavitud del yo humano os es ofrecido de nuevo. Dicho con prudencia, hijo Mío, es sólo ofrecido. En ello reconoces que no te obligo, no te influencio. Yo irradio. Y si tú das el primer paso hacia el altruismo, encuentras cada vez más acceso a la omniabarcante comunicación pura con las fuerzas positivas de la vida, conmigo, el Espíritu de tu Padre.

    Aunque Mis palabras sean serias, reconoces en ellas la esperanza para ti, la paz para ti, la armonía para ti y el amor desinteresado que todo lo abarca para ti. No digas "para otros". ¡Para ti!, pues cuando te has convertido en el instrumento de Mi amor, irradias Mi amor y puedes vivificar a tu prójimo.

    Hijo Mío si puedes captar el sentido de Mis palabras, comprenderás que Yo no te conduzco a ninguna religión. Yo no te conduzco a ninguna religión externa. Yo no te guío a ningún hombre al que tengas que obedecer. Yo te guío al Reino del interior, a tu Redentor. Y la conducción está en cada pensamiento que sopeses, la conducción está en cada palabra, en cada acto, pues Yo, la fuerza de la vida, estoy en todo.

    Transforma el tiempo, hijo Mío, pensando en una dimensión cósmica. Yo te irradio Mi amor, si lo aceptas, enriquecerás en el interior. Si dudas, también está bien. Si te ríes de ello, también está bien. Si desechas Mi Palabra, también está en orden, para ti. Pero Yo sigo irradiando por toda la eternidad. En base a ello, hijo Mío, volverás a encontrarme a Mí. El cuando te lo dejo a ti, pues tú tienes el libre albedrío. La ley que te has creado por medio de tu yo humano actúa sobre ti. Si te liberas de ello encontrarás el SER cósmico y estarás en comunicación conmigo, el Espíritu de tu Padre. Y vivirás en gloria, en paz y amor desinteresado conmigo, tu Padre, de eternidad a eternidad.

    Ese Soy Yo, el Espíritu de eternidad a eternidad, y tú eres, quieras aceptarlo o no, Mi hijo, de eternidad a eternidad".

    En todo el infinito no existe ninguna casualidad

    Hemos escuchado que todo es conciencia. Por ello también nuestra alma, el cuerpo espiritual encarnado, es conciencia. La conciencia espiritual se compone de múltiples facetas de vida interna. Son los aspectos de conciencia de lo espiritual en los reinos de la naturaleza, en los astros del infinito y en nuestro prójimo. Todos estos aspectos de conciencia se comunican entre sí, pues lo igual está constantemente en comunicación con lo igual. Si los aspectos o facetas de la conciencia espiritual en nuestra alma están enturbiados a causa de los pecados, el hombre no puede percibir estos aspectos puros de conciencia.

    Si el computador causal activa las causas, las turbiedades del alma, comienzan éstas a hacerse activas y a entrar en comunicación intensa con aquel. Estas causas activas tendrán entonces efectos en el cuerpo físico. El alma –el microcosmos-, se comunica entonces con sus propios programas de carga, que están acumulados en los astros. Solamente el núcleo de ser incargable del alma mantiene la comunicación con el macrocosmos, con el ser puro.

    Correspondientemente a la carga del alma, se vuelve ésta pobre en energía. Y puesto que todo es conciencia, también son conciencia los componentes del cuerpo físico, es decir, las células, los órganos, los vasos sanguíneos, etc. Si éstos no pueden ser suficientemente abastecidos con fuerza de vida espiritual, con el hálito de la totalidad, porque el hombre se ha apartado de Dios a causa del pecado, empobrecerán las células corporales y los órganos. Si el microcosmos, el alma encarnada, no está por consiguiente en armonía con el macrocosmos, con el ser puro, tampoco su cuerpo físico puede ser abastecido más con suficiente energía. Esto significa que las partes del cuerpo enferman.

    Enfermedades, accidente, golpes del destino y muchas cosas más pueden llevar a la muerte del cuerpo físico, no sin embargo a la muerte del alma. El alma, el microcosmos en el macrocosmos, es inmortal. Ella sigue viviendo. ¿Cómo? Esto lo determina cada hombre por sí mismo mediante su ley personal, la ley del yo, denominada también ley del Karma. Lo que el hombre siembra, cosechará. El hombre cosechará su siembra, sus causas, en toda proporción, tanto tiempo como no haya disuelto los conflictos, los problemas que condujeron a las causas, y se una a las legitimidades cósmicas que corresponden a su cuerpo espiritual puro.

    Lo que el alma trajo de las encarnaciones anteriores a la actual y lo que ha causado en ésta, tiene que soportarlo el hombre en el momento en que esto se haga activo. Por eso la ley de causa y efecto, la ley del karma, es la ley de la compensación. No es pues el prójimo quien ha de soportar lo que yo he causado, sino yo solo habré de soportarlo. Mi prójimo no me puede causar nada a mí ni en mí. Siempre soy yo el único que he creado mis causas. Mi prójimo puede solamente contribuir a que yo cree las causas o las aumente, pero entonces existe también en mí el imán para ello, que atrae lo que mi prójimo emite. El se convierte entonces en co-causante; si embargo, él asume tan sólo su parte en las causas, y yo la mía.

    El hombre estará confrontado continuamente con las mismas causas, es decir problemas, pensamientos, deseos, pasiones, etc., hasta que disuelva estas ilegitimidades y se libere con ello de la rueda de la reencarnación. Nosotros hemos creado por tanto nuestro propio mundo, nuestro mundo como en un capullo en el que estamos enredados. Este se compone de nuestras sensaciones, pensamientos, palabras y actos, de nuestras pasiones y deseos. Es nuestra ley del yo, creada por nosotros mismos, que forma una o varias facetas en la rueda de la reencarnación, en la ley del Karma, que son partes nuestras. Es decir, tenemos toda la responsabilidad de nuestro destino, de nuestra enfermedad, de nuestros padecimientos y miserias.

    Aunque nos rebelemos contra esta verdad, nosotros tenemos que padecer lo que hemos sembrado, a no ser que lo purifiquemos a tiempo. La ayuda para esto nos la proporciona la energía del día, esto es, los impulsos del día que nos son mostrados por los acontecimientos, las personas, los pensamientos y sentimientos. Esto significa que nosotros mismos somos responsables de nuestra vida.

    Por eso no debemos nunca culpar a nuestro prójimo de nuestros problemas y enfermedades. Tampoco podemos echar la culpa solamente a gérmenes patógenos o hablar de casualidades, pues en todo el infinito no existe ninguna casualidad. Todo es comunicación y, consecuentemente, atracción.

    Cada día que se presenta al hombre, contiene la oportunidad para dar la vuelta. Cada día nos trae también los aspectos de lo que hemos introducido en la computadora causal, en la rueda de la reencarnación, para reconocerlo y purificarlo a tiempo. Si no aprovechamos la oportunidad de los muchos momentos valiosos del día, nos parecerá a menudo como si estuviéramos acuciados por pensamientos, teorías y personas. Pero en realidad nos acucia lo que nosotros mismos somos, nuestras causas que están registradas en la computadora causal. Los aspectos del día nos muestran solamente lo que somos nosotros mismos y lo que debemos reconocer y purificar hoy.

    Si no vivimos el momento porque nos ocupamos de cosas insignificantes quizá de nuestro pasado o del futuro no aprovechamos las muchas oportunidades que nos trae el día. Al contrario, aumentamos nuestros problemas y dificultades mediante sensaciones, pensamientos, palabras y actos iguales o parecidos, o incrementamos la enfermedad al quejarnos y lamentarnos. Así seguimos construyendo nuestro destino. El alma, que es magnética, registra todo lo que parte de nosotros, lo cual vuelve a entrar en ella y en la computadora causal.

    La Ley de Causa y efecto llamada también ley del Karma

    Manifestación del Reino espiritual – 15 de diciembre de 1980

    El mundo y esta Tierra existen por las causas que ocurrieron desde la Caída de algunos hijos de Dios. Quien actúa contra la vida y contra las leyes del Señor crea vibraciones contrarias a la ley de Dios. La Gran Ley de Dios que lo abarca todo, en la que todo hijo de Dios es un ser que existirá siempre y en la que todos somos iguales ante Sus ojos, no es cumplida ni en las religiones ni en las sectas ni en las castas.

    Allí donde el hombre mire hay limitación y estrechez. Nadie tiene nada que decirle al otro, todos luchan contra todos. Si no es con palabras y armas externas, entonces con armas igual de peligrosas, traidoras e invisibles: con sensaciones y pensamientos contrarios a la ley de Dios. El hombre también ata su alma a este mundo con tales vibraciones invisibles. Sólo cuando el alma haya abandonado su casa de carne y hueso, todas las sensaciones, pensamientos, palabras y actos quedan al descubierto y son visibles para los demás seres. Pero a menudo ya pueden ser vistos cuando el alma está aún encarnada, aunque de otro modo que en el reino de las almas.

    Las distintas enfermedades, preocupaciones, desgracias, necesidades, ansiedades, odio, envidia y enemistades, pero también guerras y crímenes son efectos de causas anteriormente creadas.

    Quien se ocupe de la ley del karma, tiene que creer irremediablemente en la reencarnación del alma en un cuerpo terrenal. Pues el karma, la culpa del alma, se originó sólo por causas creadas en anteriores encarnaciones del alma, por pensamientos y actos contrarios a la ley.

    Esta Tierra es la escuela de todos los hijos de Dios caídos y cargados. A toda alma le es dada la posibilidad de poner en orden rápidamente su culpa en la materia, en tiempo y espacio. Este lugar para poner en orden las culpas, en el que se le da la posibilidad al alma de limpiarse mucho más fácil y rápidamente, lo ha creado Jesucristo, el Redentor de la humanidad e Hijo primogénito de Dios, por Su acción de bondad; pues antes de la Redención de las almas, la Tierra era el punto de apoyo de la jerarquía satánica.

    Con su acción redentora, el Hijo de Dios no sólo ha dado una señal visible como Jesús de Nazaret, instruyendo a la humanidad en el amor, sino también mostrándolo a través de Su vida, enseñando con ello que con el cumplimiento del mandamiento más poderoso, el amor, toda alma volverá a encontrar el camino a la casa del Padre. Su misión como Mesías tenía una razón mucho más profunda de lo que mostraba la vida visible del Nazareno. Su acción como Corregente de los Cielos fue decisiva. Cuando el Hijo de Dios fue a encarnarse, toda la creación de la Caída se puso en contra de Él.

    Todas las almas caídas tanto en los planos de purificación, como en la Tierra, se dirigieron contra el Hijo de Dios. Estas fuerzas negativas aglomeradas las venció encarnando, enfrentándose a ellas con amor y misericordia, en vez de odio, envidia y enemistad. Por este suceso en el acto de Redención, el Espíritu de Cristo vive y actúa como destello redentor en todas las almas, tanto en los hombres como en las almas desencarnadas, guiando a todas las almas de vuelta al destello primario, al núcleo del ser.

    O sea que esto significa: Jesucristo, el Hijo de Dios, guía a todas las almas hacia la luz primaria, a la unión con Dios, el Padre eterno. Ya que el destello redentor de Jesucristo actúa con más intensidad en las almas encarnadas en la Tierra, éste es el lugar de misericordia, es decir, la posibilidad de tener un tiempo más corto de purificación del alma que en los ámbitos de purificación. Desde la Tierra, un alma puede volver a encontrar mucho más rápidamente el camino hacia el Reino de la vida, en tanto reconozca el camino de purificación y se subordine a las leyes del Señor, las cumpla y haga penitencia; no así el hombre perezoso que vive según sus costumbres diarias y sólo mira hacia este mundo y sus brillos aparentes.

    Una vida en la Tierra, que sólo se orienta hacia la materia, es tiempo perdido y energía derrochada. Después de tal paso por la Tierra, un alma así volverá a encarnarse y a pasar por el camino de la materia hasta que despierte y vaya por el camino de la luz interna. Ya que la humanidad se ha vuelto ignorante respecto a estas leyes a causa de las ataduras eclesiástico-dogmáticas, no capta el profundo sentido de su vida en la Tierra.

    Muchos hombres acusan a Dios, nuestro Señor, por sus enfermedades y fracasos, ya sean golpes del destino de diversa clase o por pobreza, miseria, ataques por parte de otros, disputas familiares o incluso desavenencias, por divorcios y muchas cosas más, por todo lo que el mar de causas y efectos por ellos creados arroja a la playa.

    Antes o después, aparecen los efectos de cada causa. Ningún alma se libera de tener que reconocer las causas por ella creadas y de arrepentirse de ellas, para que la mano de Dios, que ayuda, pueda actuar a través de Jesucristo, el Redentor. No importa si el alma se encuentra encarnada o en los planos astrales, toda causa recibe más pronto o más tarde su eco.

    Dios es infalible y santo. Pero ningún hombre es santo e infalible. El único Santo y Absoluto no ha enviado ninguna causa a Sus hijos. Toda alma que haya actuado o actúe contra la ley del Señor, ha creado y seguirá creando las causas por sí misma. El hombre sabe que a cada acción le sigue una reacción, esto significa, a cada causa un efecto. Jesucristo dijo: ¡Lo que sembréis es lo que cosecharéis! Por eso también es falsa la declaración de que Dios es un Dios que castiga.

    Dios, nuestro Padre, no castiga ni condena. Dios, nuestro Padre, sólo permite los efectos legítimos que siguen a las causas creadas por los hombres, para que Su hijo, antes o después, se reconozca a sí mismo y llegue al arrepentimiento, de modo que la culpa del alma pueda ser aminorada, aliviada y luego borrada.

    Dios, nuestro Padre, es un regente que ama, que está lejos del castigo y la condenación. El hombre mismo lleva día a día su vara de castigo en la mano. Son sus sensaciones, pensamientos, palabras y obras contrarias a las leyes de Dios.

     

     

    Autor:

    Maite Valderrama

    www.radio-santec.com