Historia de la Iglesia en México – "Quién fue El Ejército Cristero" (página 2)
Enviado por luisarmando12
Reclutamiento de los Cristeros
Se presenta a los cristeros como a pequeños propietarios que defendían sus tierras contra los agraristas o como a proletarios agrícolas utilizados por sus patronos para proteger el latifundio contra la reforma agraria, o finalmente como candidatos al reparto de tierras, del cual no se beneficiaron. Pero en verdad los cristero ignoraban la propiedad territorial en su mayoría, los combatientes eran rurales no todos eran trabajadores agrícolas.
El 60% vivía del trabajo de sus manos. En Jalisco existía, un problema agrario, lo cual explica la presencia de 25 mil agraristas concentrados en los sectores, en los Altos había pequeños propietarios que alcanzaban un cifra del 25%, masivamente cristeros, pero no representaron más que el 10% de los efectivos rebeldes; y en los volcanes de Colima dieron un contingente igualmente numerosos cuando los caracteres étnicos y las estructuras agrarias son muy diferentes.
El reclutamiento de cristeros se hizo indiferentemente en todas partes: indios "comuneros", despojados, peones y apareceros, siguieron el movimiento en masa, al igual que los marginaos y los salitreros.
Así pues, los cristeros no pueden ser identificados a los propietarios territoriales. La presencia entre ellos de rancheros y de hacendados es la excepción de la regla, todos los grupos campesinos, los rurales, con excepción de los agraristas, participaron, por bajo de determinados nivel de fortuna, en el movimiento cristero.
La participación armada en la insurrección correspondió, pues, a todo género de campesinos y todo género de rurales, a los cuales no se puede atribuir una motivación económica común o uniforme. Los habitantes de las ciudades, con excepción de algunos obreros todavía próximos al campo, y de algunos estudiantes (entre ellos muchos seminaristas que habían nacido en pueblos) se mantuvieron ausentes de los campos de batalla. Esta ausencia se debe por un aislamiento en la ciudad, no tiene la misma significación negativa que la de los ricos propietarios y comerciantes, fundamentalmente hostiles al movimiento, y que dirigían con frecuencia la oposición local, con ayuda del gobierno.
Las comunidades rurales con denominación campesina, donde reclutaban los cristeros, variaban según las regiones. Se ha subrayado bastante el papel de los factores económicos y de las estructuras territoriales para no ser tachados de idealismo, pero el hecho es que no existe modelo de homo economicus para explicar al cristero, yo los considero hombres y mujeres necesitados de expresar a Dios su amor por medio del culto.
¿Quiénes conformaban el Ejército Cristero?
La participación en la guerra cristera fue, sociológicamente hablando, excepcional, ya que no respetó nada, ni el sexo, ni la edad, ni la situación familiar, se podría decir que se derribaron todas las barreras que no permitieran la unión de los guerreros. Jean Meyer afirma: "aquel que no toma parte en la "bola", en la trifulca, el hombre muy joven, el encargado de familia, así como los ancianos, la esposa, que reprueba siempre la aventura, que reprocha al marido su afición a la violencia, y que no desempeña ya su función estabilizadora de la historia, comunica al movimiento cristero una amplitud notable, que puede compararse, en la escala nacional, a cierto zapatismo en los primeros años" .
De esta manera el movimiento de la cristiada, fue diferente de los bandidos villistas y de las tropas carrancistas; es un movimiento que reúne sin distinción a la gente, a los antiguos revolucionarios y a todos aquellos de quienes el sexo, la raza, la sociedad o la cultura hacían unos excluidos.
Quiero retomar la participación de la mujer en este trabajo ya que, el autor Meyer exalta su trabajo dentro de la cristiada, y como estamos acostumbrados siempre a la figura del hombre, hoy doy paso a algunas mujeres valientes de nuestra Iglesia y patria.
Muchos de los hombres que participaron en la cristiada como en muchas guerras, han sido impulsados por sus esposas, madres, hermanas, sino que además no hubieran podido mantenerse sin la ayuda constante de espías, de las aprovisionadoras, de las organizadoras, sobre las que recaía todo el peso de la logística y de la propaganda.
En agosto de 1926, eran las más decididas en montar guardia afuera de las iglesias, y en todas partes los hombres se limitaban a desempeñar un papel secundario, no enfrentándose al gobierno y a sus soldados más que para defender a sus mujeres. El centro de la resistencia en Huejuquilla fue María del Carmen Robles, que supo resistir al general Vargas, y cuyo martirio le valió una fama de santidad. María Natividad González, llamada la "generala Tiva" era tesorera de la Brigada Quintanar, mientras que la infatigable doña Petra Cabral, no contenta con dar a sus hijos a la causa, aprovisionaba a los cristeros.
Hablar de las Brigadas Femeninas y de sus 25 mil militantes, es hablar de que en todas partes había una mujer capaz de reemplazar al jefe civil que había sucumbido. Este feminismo repentinamente permitido (por los machistas) condujo incluso a querer dirigir la guerra, colocando a cada jefe de regimiento bajo la protección y padrinazgo de una coronela. Gorostieta refreno este ardor, limitándolas a las actividades de limpieza, economía, propaganda y aprovisionamiento; pero se vieron algunos grupos femeninos que preparaban explosivos, y enseñaban a los hombres el arte de sabotaje.
En los archivos históricos se cuenta con más de 200 nombres de hombres y mujeres que encabezaron a los cristeros. Los jefes tenían que ser reconocidos o elegidos por sus soldados, antes de confirmar el título las autoridades superiores; los primeros jefes fueron simplemente hombres que tomaron en su región la iniciativa del movimiento o aquellos a quienes un grupo de rebeldes invitaba a ponerse a su cabeza. La elección siempre se hacía democráticamente, por voto y aclamación, un jefe del que la tropa estuviera descontenta no podía mantenerse largo tiempo en el puesto y había que volver a las filas o marcharse.
La cualidad más reconocida en los jefes era el valor personal y la experiencia militar. De los 200 oficiales, 40 conocían poco más sobre las armas, por haber participado en el villismo, en el zapatismo o en los grupos de autodefensa y de estos 12 pertenecieron al ejército federal. Pero no sólo soldados raso sino también algunos generales del ejercito disuelto por los tratados te Teoloyucan ofrecieron sus servicios.
Por otra parte hubo algunos escobaristas que permanecieron entre los cristeros después de que inicio esta guerra en la primavera de 1929.
a) Algunos rasgos de los dirigentes:
- El 70% de los jefes no eran militares, solamente se requería que supieran montar a caballo o manejar las armas, pues cabalgar y disparar formaba parte de la vida común de los campesinos, en ciertas regiones. Es decir, profesionalmente no se distinguían los jefes de los soldados: rurales eran en su mayoría un 92%, raro era encontrase a un rico o acomodado pues más de la mitad de ellos trabajaban como peones o como artesanos.
- Determinadas actividades preparaban a estos campesinos para ejercer el mando: el arriero por ejemplo, siempre en los caminos, conoce a mucha gente; los comerciantes y mineros, estos eran de fiar de todos pues confiaban su dinero, sus convoyes, su ganado. Algunos empresarios como Toribio Valdez que era representante de las maquinas de coser Singer y dicen que conocía a todo el mundo por su nombre, y muchos recordaban que en enero del 27 llego a Atotonilco, encontró el pueblo destrozado y en ruina, con mujeres y niños solos decidiendo tomar las armas.
- Esta no entraba en cuenta: la de los jefes se escalonaba de los 18 a los 70 años. Se distribuían por terceras partes entre menores de 30 años, hombres maduros de 30 a 50 y de más de 50. Era a fin de cuentas las tropas los que reconocían a sus jefes, y la eficacia militar no bastaba a explicar su elección.
La capacidad de los jefes y su fuerza se procedía de su capacidad para hacerse obedecer y poner a su servicio los talentos de aquellos hombres o mujeres de guerra de cualidades peligrosas. Entre los jefes, había choques también pero, estaban sujetos por sus superiores y vigilados por sus soldados que no solían seguirlos en sus querellas o insubordinaciones. Se hallaban unidos por una historia común y sobre todo por un sentido de combate.
Todos los generales federales estaban de acuerdo en denunciar el apoyo que les dieran a los cristeros. Meyer dice que, "eran vistos como una de las principales fuerzas rebeldes, porque la gente sostuvo al movimiento, la de todos los pueblos, en relación constante con los combatientes y haciendo posible la lucha de éstos". Esto llegó a tal punto que no se distinguía entre civiles y cristeros, de esta manera se dio una represión para toda la población.
Las redes urbanas trabajaban con gran eficacia, facilitada en las grandes ciudades del centro oeste por la afluencia de refugiados. En Guadalajara, Durango, León, Querétaro, Oaxaca, Saltillo, Guanajuato y hasta México, los cristeros entraban y salían sin dificultad, e incluso era de allí donde se refugiaban cuando la presión era demasiado fuerte en el campo.
Los comités urbanos imponían tributaciones y realizaban colectas, los obreros trabajaban en la "reforma" de los cartuchos para obtener el calibre requerido o para hacer otros, utilizando los casquillos vacíos. En algunas regiones la logística era muy modesta y correspondía a la ayuda espontánea de la población. En el oeste se organizó un comité destinado a coordinar las actividades de los numerosos grupos y de las Brigadas femeninas, nacidas en esta época.
Algunos autores hablan de que nunca les falto la comida, pues los pueblos se organizaban muy bien. El problema principal eran las municiones. La carencia de cartuchos lo obligo a correr durante los primeros 6 meses de batalla en 1927.
a) Faltaban Municiones
En los pueblos la base urbana suministraba, ya que los combatientes necesitaban cosas indispensables pero en primer lugar las municiones. Uno de los personajes importante era el P. Ayala, quien, con uniforme, papeles militares oficiales y armado, circulaba por Guadalajara llevando municiones a los cristeros.
En las regiones menos aisladas las redes de aprovisionamiento eran más eficaces. Los soldados recibían sus cartuchos de la fábrica de México, cuyos obreros las hacían llegar a comerciantes que transitaban por Iztapalapa y Xochimilco, donde los indios, arrieros y carboneros de la sierra las recogían. Otro método consistía en expedir cajas enteras por el ferrocarril con la etiqueta exterior de jabones, medicinas, clavos, etc.
b) Los cómplices
La complicidad de los funcionarios y de las autoridades era manifiesta, a tal grado que el gobierno tuvo que intervenir. Ya en 1926, el gobernador de Jalisco informaba al presidente Calles de este hecho inquietante que no iba a cesar en los 3 años de la guerra. En abril de 1929 decidió el gobierno proceder con la mayor severidad contra los empleados servidores del gobierno que cooperaran con los alzados, por tratarse no solamente de un caso de rebelión, sino de traición. La complicidad era activa; algunos militares estaban de corazón con los rebeldes, los protegían y los aprovisionaban. Otro lugar donde se podían aprovisionar los cristeros era el ejército federal. Oficiales y soldados se dedicaban al tráfico de municiones, a tal punto que la organización tenía establecidos lugares en los que estratégicamente hacían el negocio.
Las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco (BB)
En el origen de esta organización predominantemente femenina, en cuanto a sus tropas y a sus jefes, que realizó de manera ejemplar la síntesis de todos los problemas logísticos de los combatientes y ordeno la indispensable cooperación de los civiles, se encuentra a dos hombres: Luis Flores y Joaquín Camacho, y un sindicato, la UEC, Unión de Empleadas Católicas de Guadalajara. El 21 de junio de 1927 se fundo en Zapopan la primera Brigada Femenina, compuesta por 17 muchachas.
Esta era una organización militar destinada a procurar dinero, aprovisionar a los combatientes, suministrar municiones, uniformes y refugios, a curarlos y esconderlos, la BB, organización secreta, imponía a sus miembros un juramento de obediencia y de secreto. La organización se extendió a todo el país. En enero de 1928 se fundaba la primera BB en el D.F. En marzo las BB contaban con más de 10 mil militantes. Las militantes eran jóvenes solteras de 15 a 25 años, dirigidas por jefes de los cuales ninguno tenía más de 30 años.
Se reclutaban en todas las clases sociales, y la gran mayoría procedía de las capas proletarias: barrios populosos de las ciudades, mujeres del campo. Si en sus orígenes, el encuadramiento lo suministraba la pequeña clase media y las jóvenes de las escuelas católicas, los grados fueron ocupados rápidamente por muchachas del pueblo, en un porción de un 90%, que no hacia sino reflejar la composición de la tropa.
Al nivel de las generales, el origen socioprofecional se mantenía modesto: mecanografía o empleada. Estas mujeres tomaron muy enserio su papel nunca dudaban en acudir a la violencia, al rapto, a la ejecución, para obtener rescates, proteger a los combatientes y castigar a los espías. Utilizaban todos los medios, organizaban bailes en los pueblos para obtener la confianza de los oficiales, desvanecer sospechas y obtener información. Por otra parte, el cuidado de los heridos escondidos en los pueblos o en la ciudad incumbía a las BB, así como la dirección de los rudimentarios hospitales de campaña. Una muchacha nunca trabajaba en el mismo lugar o por mucho tiempo en la misma rama.
En cuanto alcanzaba cierto grado de responsabilidad, las jefes cambiaban constantemente de identidad y de domicilio. Las transportadoras de municiones hacían un viaje cada tres semanas como mínimo.
La vida Religiosa en el Campo de Batalla
No por todas las dificultadas había disminuido el fervor de aquel pueblo cristero. Algunos soldados hacían capillas, de varas y de zacate. También los sacerdotes hacían sus casas ahí junto a los campamentos cristeros, esto con el fin de llevar los sacramentos a los incansables guerreros de Dios. Todos los días escuchaban la Santa Misa y, por las tardes rezaban el rosario y cantaban algunas alabanzas.
La multitud de aquellos soldados ayunaban en especial los miércoles y los viernes, desde las esposas y los hijos, como signo de unión entre los hermanos guerreros. Se procuraba guarda la abstinencia de carne los viernes. Los libertadores recibían los sacramentos por lo menos una ves al mes y antes del combate, cuando había tiempo se les reunía y, después de una exhortación del sacerdote procurando alentarlos y motivarles, se ponían de rodillas, hacían un acto de contrición y el Padre capellán, con las manos extendidas pronunciaba la formula de la absolución sacramental.
No quiero terminar mi trabajo sin hacer referencia a la Santa Sede, principalmente a los pronunciamientos del Papa Pío XI, quien le recordaba a los cristeros la importancia del valor del sacrificio. Hago referencia a una carta enviada al Obispo de Tacambaro Mons. Leopoldo Lara y Torres; claro que no tomo en su totalidad los párrafos, sólo los que considero importantes para este trabajo:
Si Deus pro nobis, QUIS CONTRA NOS? Si Dios está de nuestra parte, ¿Quién podrá al fin arrebatarnos la victoria?, podremos exclamar confiadamente, con la mirada puesta en el cielo y el corazón en Dios, por más que ruja en nuestro derredor las furias espantosas del abismo.
Cristo, que todo lo puede, hace que las persecuciones con que son vejados los cristianos sirvan para utilidad de la Iglesia, pues según San Hilario: Propio es de la Iglesia vencer, cuando es perseguida; brilla, cuando es impugnada; conquista nuevas almas, cuando es abandonada. No hay que descorazonarnos ante el poder del enemigo, ni que cansarnos por lo prolongado de la lucha, ni que abatirnos por los contratiempos y parciales fracasos que a veces sufrimos, ni que perder la esperanza del triunfo; porque Cristo ha dicho: "Yo he vencido al mundo", y su victoria es la nuestra.
Por eso no olvidemos nunca esta sentencia verdaderamente máxima y profunda: "Conviene siempre orar, jamás desfallecer", que Cristo nos enseñó, con su palabra divina y su ejemplo. Venerables hermanos, como para vuestro clero y fieles, y para todo el pueblo mexicano (aun los malos hijos que persiguen a la Iglesia), la Bendición Apostólica. Dada en Roma, cerca de San Pedro, el día 2 de febrero de 1926, cuarto de mi pontificado. Pío XI
Si pues, la Iglesia universal representada por el Papa, no estaba indiferente ante la realidad de México, pues son muchas las exhortaciones y cartas que el papa envió a los mexicanos durante todo ese tiempo de persecución.
Durante muchos años se guardo silencio sobre este tema, tanto en la historia oficial como en la Iglesia. Pero hoy las circunstancias son diferentes, ya hay más relación entre la Iglesia y el Estado, esto desde Carlos Salinas de Gortari. Sin embargo nuestro pasado no ha desaparecido, es importante voltear hacia atrás y percatarnos de nuestras luchas, para valorar nuestra identidad. Ahora comprendo mucho más porque en el Sur del país las personas son más religiosas, ahora me doy cuenta porque la gente valora más las peregrinaciones, novenas y sacerdotes. Definitivamente, hasta que perdemos algo lo valoramos.
¿Pero ahora que nos toca hacer como Iglesia mexicana?
Estoy seguro que nuestra tarea es valorar muestra historia como Iglesia en México, conocerla, amarla y tomar en cuenta a todos aquellos hombres y mujeres que dieron su vida por nuestra Iglesia. Y nosotros los futuros pastores, podemos despertar ese amor a la Iglesia dando un testimonio de entrega y servicio a los hermanos, haciendo opción por los más olvidados de nuestra sociedad, Iglesia y conciencia.
Hoyos Martínez Antonio, Historia de la Iglesia en México, Ed. Cinco Minutos de Oración,
México, 1995.
Leopoldo Lara Y Torres Mons., Documentos para la Historia de la Persecución
Religiosa en México, Ed. Jus, México, 1954.
Meyer Jean, La Cristiada Obra Completa, Ed. Clio, México, 1999.
Meyer Jean, La Cristiada, el conflicto entre la Iglesia y el Estado 1926-1929, Tomo II,
Ed., Siglo XXI, México, 1976.
Meyer Jean, La Cristiada, Tomo III, Ed., Siglo XXI, México, 1979.
Meyer Jean, La Cristiada, Ed. Grijalbo, México, 1993.
Trueba Alfonso, Figuras y episodios de la Historia de México, los Cristeros del Volcán
de Colima, Tomo II, Ed. Jus, México, 1961.
Luis Armando González Torres
Seminario Mayor de Hermosillo
Hermosillo, Sonora México
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