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En la aventura de advenir sujeto: atravesando el deseo del otro (página 2)


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Adviniendo sujeto

Identificaciones imaginarias y simbólicas

M. Mannoni afirma que el conflicto del ser humano al nacer, es del orden de lo imaginario. Se trata de una situación imaginaria que de acuerdo a un proceso psíquico, tiene que llegar a simbolizarse. A su vez, como dice F. Doltó, el niño viene a representar la respuesta de un padre ante el deseo de la madre.

Estas nociones adquieren claridad, en tanto Lacan propone que la primer experiencia de sí se desarrolla en el bebé a partir de aquella relación dialéctica con la madre, donde hay una indiferenciación con ésta, y en la que el sujeto que se está formando es marcado por la demanda de aquella. El sujeto no sabe con quién se identifica, sólo a partir del lugar del Otro, puede llegar a preguntarse quién es él.

A este momento que Lacan denomina estadio del espejo, le adscribe la producción de una primera fase formadora en ese drama por medio del cual se va fundando esa función imaginaria que se designa como "Yo", y que corresponde al primer momento de la dialéctica de las identificaciones.

A través del espacio imaginario, el bebé se reconoce como un cuerpo, como una unidad, como una exterioridad. Este borde va a ser el esbozo del yo, preanuncio de autonomía subjetiva que se manifiesta en la agresividad desplegada en ese detectar del propio cuerpo en el espejo a través de una actividad lúdica que trasciende el esforzar comprometido en la incoordinación de su propia motricidad.

La imagen especular al devolverle algo de su yo, le permite asumirse como algo diferente de su madre y del resto de los objetos, a la vez que como imagen del otro (que es su propia imagen anticipada). Así es que antes de reconocerse él, otro se vive y se reconoce.

De esta manera el otro se va a alojar en el niño, y es "allí donde el sujeto, por una anterioridad lógica a todo despertar del significado, encuentra su lugar significante"".

Es decir, el sujeto queda en una posición de disimetría, en una oposición con el campo de la madre que produce un efecto identificatorio; se inscribe una huella, una representación de un yo ideal, tronco de las identificaciones secundarias.

Entonces, este yo virtual inicialmente se corresponde con una imagen que es construida por el deseo de la madre (investidura narcisista primordial) que lo preexiste. En este punto es de destacar el efecto simbólico que tiene este reconocimiento especular en tanto doble alienación: la imagen propia al humano le viene dada desde el campo ajeno, se es lo que me devuelve la mirada del otro, se hace del yo un otro.

Lacan nos dice que las necesidades del hombre están sujetas a la demanda y, en tanto el mensaje es emitido desde el lugar del otro (efecto que conforma el significante como tal), retornan a él enajenadas, apareciendo en un retoño: el deseo.

Relacionada con esta noción formativa del yo, donde el niño se hace un cuerpo y encarna un deseo, es deseo de deseo, posicionándose en el lugar del falo, lugar imprescindible para constituirse psicológicamente en un principio, es que surge también la agresividad como estructurante, como tentativa de parte del sujeto de recapturar los rasgos que la imagen, que animada por el otro se había apropiado.

La agresividad implica poder ir más allá del deseo materno, poder simbolizar su ausencia (recuérdese el juego del carretel establecido por el nieto de Freud, a través del cual se metaforiza la ausencia de la madre a la vez que se la domina) y de la rivalidad con el padre en cuanto sale del complejo de Edipo, sublimando el mismo. La condición para poder rivalizar con el padre, es haber rivalizado consigo mismo en esa tentativa por reapropiarse de sus propios rasgos que la imagen del doble (imagen habitada por el otro), había captado previamente. El ser humano debe ganar su lugar por sobre el otro e imponérsele ante la irreductible sentencia de: "o yo o el otro".

El yo especular, producto de una experiencia impactante en el niño, conforma el "Je" que más tarde se transformará en una instancia simbólica representativa del sujeto del inconsciente. Este primer boceto será un contorno que contendrá todas las imágenes constitutivas del yo imaginario. La identificación imaginaria, es en palabras de Nasio, "la fusión del yo con la parte agujereada de la imagen del semejante.", es la imagen del espejo en su estructura invertida, que lo aliena y por el cual se desconoce, al igual que ocurre con su deseo que ubica en el objeto de deseo del otro. Es decir, ser el deseo de la madre es estar en el lugar del falo.

Será por tanto necesario desprenderse de esta imagen cautivante "para acceder a nuestra concepción del sujeto."

Portador de la marca de lo imaginario y de la exterioridad, este yo da origen al drama que se repite en los sujetos que intentan su construcción.

En este punto se introduce la metáfora paterna, como una función en la tercerización, en tanto elemento simbólico, orden del lenguaje. La función del padre está en el corazón del Complejo de Edipo, ya que es esencial para la normalización del sujeto.

Según lo elaborado por P. Aulagnier en cuanto al concepto de identificación, el niño sólo podrá contestar a la pregunta "¿Qué quiere mi madre?" (en tanto relación de deseo y demanda que le vienen del campo de ésta), cuando haya intervenido en su relación con ésta algo del orden de la Ley (lo cual presupone la superación del complejo de castración). De no ser así, se "oscilará en un conflicto identificatorio", que dejaría al sujeto sin salida, atrapado en una relación imaginaria dual, sin poder asumir su deseo.

El Nombre del padre – La metáfora paterna – Los Tres Tiempos del Edipo

En relación al complejo de Edipo cuyo fundamento se encuentra en la Ley de prohibición del incesto, Ley primordial, y que tiene al padre como encargado de representar y ejercer esa interdicción en relación a la madre y el hijo, es que Lacan introduce algo novedoso al hablar de la metáfora paterna.

No sólo se trata de la presencia física de un padre real, sino de los efectos producidos en el inconsciente.

Abordar el tema de la metáfora paterna, es como dice Lacan, abordar algo que concierne "al examen de la función del padre". Para esto, introduciré la noción de falo como "el significante del deseo", objeto alrededor del cual tendrá lugar el complejo de castración, y retomaré la noción de metáfora en tanto significante que sustituye a otro significante generando un nuevo sentido.

Cabe decir, que la metáfora paterna refiere al complejo de castración, y éste es el resorte del complejo de Edipo.

Así es que, si la metáfora es un significante que viene en el lugar de otro significante, el nombre del padre es aquel significante que sustituye a uno anterior, es decir, al significante maternal, primer significante introducido en la simbolización.

El nombre del padre viene entonces en el lugar de la madre, suponiendo una castración por medio de la cual el falo imaginario se hace falo simbólico, garantizando la existencia de una serie en la que objetos heterogéneos puedan ser equivalentes para el deseo humano, así como recordando que todo deseo es sexual e insatisfecho, tal como lo fue aquel al que hubo que renunciar.

En otras palabras, por medio del nombre del padre se le posibilita al niño continuar estructurándose, y si todo sigue un curso normalizador, hacerse sujeto que pueda desear, asumiendo su propio sexo (que el varón asuma su virilidad y la niña su feminización).

De las clases dictadas en enero de 1958, surge un ordenamiento en tres tiempos a partir de los cuales se produce: un corte que separa el vínculo imaginario entre la madre y el niño, la aceptación de la ley de prohibición del incesto, la renuncia a nivel imaginario al deseo de contacto genital con el progenitor del sexo complementario, una identificación a un ideal, la asunción del propio sexo, y en fin, la posibilidad de hacerse sujeto de deseo.

El Primer Tiempo del Edipo supone la construcción de un cuerpo para el niño en un espacio imaginario, comenzando especularmente a hacerse un yo. El niño se identifica con el deseo de la madre (es deseo de deseo), en una experiencia primordial para el narcisismo en el que se pone en el lugar de lo que a esta le falta (lugar del falo imaginario). El deseo de la madre es una imagen fantasmática que se superpone a la persona real del niño. La madre es entonces el otro del niño y en el discurso de ésta aparece el padre como no revelado.

En este momento, el niño capta en ese ir y venir de la madre, un orden simbólico del que ella depende, y que permite cierto acceso al objeto de su deseo. En esta instancia se inscribe una marca en el niño que le permite estructurarse, existiendo el padre en forma velada en tanto Ley del símbolo y del falo que debe ser descubierto. Es en la madre en donde se planteará la cuestión del falo (objeto metonímico) y donde el niño debe descubrirla.

La posibilidad de metaforización supone la condensación del deseo de la madre en el Nombre-del-Padre que previamente tiene que ser viabilizado por la madre. Para Dolto, lo que se inscribe del padre en el niño en este tiempo, procede de lo que ha captado de la voz de la madre al hablar de este, del gesto, de la mirada, del rostro, todos portadores de sentido. A su vez, como ella dice, "es el "abstracto" de todas estas significaciones lo que va a condensar y simbolizar el Nombre-del-Padre.".

En el Segundo Tiempo el padre ingresa en el plano imaginario como interdicción que impide que se cierre un círculo de la madre sobre el niño.

El padre soporta la Ley y es la madre la que propone al padre como el que le hace la Ley. Vale decir, el padre interviene constituído como símbolo, es la ley simbólica para la madre, e ingresa en relación al objeto de deseo. Se trata de una función privadora que lleva un mensaje para la madre y para el niño.

En relación al niño, el padre frustra al niño de la madre, en torno a una amenaza imaginaria. Aparece como teniendo derecho estableciendo una rivalidad que genera agresión. La presencia privadora del padre podría ser enunciada de esta manera: "la madre es para mí, no para ti".

El padre al intervenir en la relación madre-hijo, se posiciona detrás de la relación de la madre con el objeto de su deseo, "castrando" a la madre de éste. Por otro lado, priva al niño de esta identificación al falo.

Que el niño acepte o no acepte la privación, que, por otro lado no es algo que concierna sólo al niño sino que a ambos padres, traerá aparejada serias consecuencias para la estructuración del mismo (esto será analizado más adelante).

El Tercer Tiempo del Edipo remite al padre revelado como aquel que "lo tiene" y que no lo es. El falo es el objeto deseado por la madre y no solo aquello de lo cual lo priva. El niño es sometido a las exigencias del mundo. La madre le habla, pero también se dirige a otros. Ella desea fuera de él. Hay una herida infringida al narcisismo primario, y para reconquistar el amor de ésta, sólo le queda satisfacer las exigencias del Ideal del Yo desde ahora conformado.

Esto marca la salida del complejo de Edipo, ya que el niño se identifica con el padre; se interioriza al padre como Ideal del Yo y adquiere (el niño) el derecho a ser un hombre, aunque la significación se va a desarrollar más adelante, en la pubertad.

"Mientras que en el narcisismo primario el otro era uno mismo, ahora uno sólo se puede experimentar a través del otro (…) Mediante este complejo [ el de castración] se opera el reconocimiento de una incompletud que va a suscitar el deseo de reencontrar la perfección narcisista. "

Como antes mencioné, la metáfora paterna alude al complejo de castración, y ésta recae sobre el vínculo madre-hijo. Hay una interdicción del padre en relación a una amenaza imaginaria. El niño es castrado de ser el falo y la madre de tener el falo. La castración supone un corte simbólico que recae sobre un objeto imaginario, siendo la angustia la que aparece para dar cuenta de que ésta se ha producido. Según P. Aulagnier, la angustia es consecuencia de un impasse en el que se encuentra el yo, y esto es signo de un obstáculo surgido entre la identificación y la castración.

La angustia es siempre angustia de castración y surge de lo que no tiene palabras para nombrarse. De ahí es que Mannoni dirá que el "fantasma fundamental se da cuando el sujeto ya no puede orientarse frente al deseo del otro".

Este drama edípico es estructurante ya que permite asumir su propia falta y producir su propio límite. Asumirse como sujeto implica entonces, separarse de la madre reconociendo el propio deseo. A través de la castración se declina el complejo de Edipo al constituirse un ideal del yo según el cual se convertirá en adulto de su sexo. En referencia a la castración, Dolto también habla de una castración oral en tanto la posibilidad de hablar en nombre propio, y anal como la posibilidad de hacer por sí mismo y no de acuerdo a las palabras y a los deseo de la madre.

Ahora bien, la forma en que opera el nombre del padre y el padre real en un niño y en una niña no va a tener el mismo efecto en su estructura.

En el caso del niño la castración supone el inicio y el fin del Edipo, mientras que en la niña el Edipo comienza con la castración, pero no concluye con esta, abriendo el camino de amor del padre.

Lo que hay de común para ambos sexos y que quedó ordenado en los tres tiempos descriptos, va hasta el momento en que se produce "el acto que secciona y disocia", como dice Lacan, al vínculo dual, imaginario, madre-hijo. El nombre del padre operará como prohibición para el niño en tanto lo separa de la madre con angustia, mientras que en la niña esta separación se produce con odio.

Esto se debe a aquella premisa del complejo de Edipo, que en la conceptualización de Nasio, es la ficción en la "posesión universal del pene".

El padre aparece como interdictor bajo la amenaza de castración, haciéndole renunciar al objeto de su deseo, prohibiéndole sus prácticas autoeróticas, para conservar su pene. Esta amenaza verbal cobra significación en el niño con el descubrimiento de la diferenciación anatómica de los órganos sexuales (hasta ahora inadvertida), por lo cual, a costa de la angustia, acepta la Ley, cede ante su objeto amado, salva su pene, y se identifica con el padre de su mismo sexo, afirmando así su identidad.

En el caso de la niña, no existe amenaza sobre algo que no tiene. Según Lacan, citado por Nasio, "la privación se define como la falta real de un objeto simbólico (pene universal)". Entonces, ante el descubrimiento de la diferencia de los sexos, visón que la obliga a admitir la no posesión de pene, es víctima de la envidia fálica por reconocerse castrada. A su vez, advierte que no es la única mujer en esta situación, sino que su madre tampoco posee el atributo fálico. De esta manera, desprecia a su madre por no haberla dotado de ese objeto.

Las salidas para la niña del complejo de castración y la iniciación del Edipo suponen:

  • alejarse de toda sexualidad (no hay envidia ni rivalidad con el varón)
  • denegar la castración manteniendo la esperanza de poseer un pene (fantasma de ser un hombre).
  • Reconocer la castración alejándose de la madre y dirigiéndose al padre, así como invistiendo en la adolescencia la vagina como albergue del pene (objeto deseado), pudiendo ceder a su vez el pene el lugar a un hijo. "Su deseo de un pene se dirige entonces al padre bajo la forma de deseo de un hijo".

Cada situación particular en esta relación triangular, si no se falsifica o es forcluída, por dolorosa que sea, es la única que forma a un sujeto en su realidad psíquica orientado hacia un futuro que queda abierto.

Cuando de lo contrario, esta dinámica constituída por el padre, la madre y el hijo se ve alterada, el niño puede quedar ignorante de su deseo como del objeto de su deseo o de la ley de prohibición, siendo su adaptación una fachada.

Avatares del deseo

El síntoma

La palabra perdida

La aventura en que es introducido todo ser humano desde antes de nacer, involucra el deseo y la relación que tienen cada uno de los padres en torno a este, la forma en que fue resuelto y vivido el complejo de Edipo por ejemplo, lo cual supone consecuencias en la dinámica parental y estructuración que va a tener el sujeto en cuestión.

A partir de lo que sucede en la clínica con niños, Mannoni afirma que existe una implicación de los padres en el síntoma por el que el niño es llevado, hecho que se constata a través de la resistencia que actúa "en tanto anhelo inconsciente "de que nada cambie""

Sin entrar en el vasto campo de la transferencia, se puede decir, que lo que trata de hacer el psicoanalista, es hacer hablar al sujeto, introducirlo en lo que concierne a su deseo, ya que el sujeto del discurso no siempre es el niño. En este punto es que se sitúa la diferencia que hace a un psicoanálisis y a una intervención de tinte pedagógico que no "escucha" bajo los presupuestos del inconciente, y que da una respuesta a nivel del pedido para que desaparezca el síntoma y no aflore la angustia.

Pero, qué es el síntoma?

Al distinguir por un lado los registros de lo imaginario, lo simbólico y lo real, tal como lo hace Lacan, situando al sujeto constituído por la palabra, por la que se designa una manera particular de posicionarse en relación al deseo, y al diferenciar por otro lado entre el deseo, la demanda y la necesidad es que podemos proceder a entender qué hay en eso que "no anda", que molesta, que hace ruido, y que a veces causa dolor y sufrimiento.

En este sentido, el síntoma es aquello que manifiesta lo que se tiene para decir en un lenguaje cifrado; es un secreto guardado que encierra una verdad.

Descifrar este texto supone reencontarse con un mensaje que ha quedado perdido, con una palabra que falta y que ha quedado metaforizada con este código que es necesario decodificar para que la palabra pueda ser retomada.

El síntoma viene a informar que en algún punto de la historia familiar, surgió un malentendido, una suerte de engaños y de alienaciones que expresan una defensa de los padres ante el advenimiento de la verdad del sujeto. La significación de estos no dichos o entre dichos, habría que buscarla en la historia de la madre y del padre en relación a cómo vivió cada uno de ellos el drama edípico y la experiencia de la castración.

Según aclara Mannoni, "El niño responde mediante sus síntomas a que ha sido anulado o destruido en el fragmento del discurso del adulto. Su palabra se constituye a partir del lugar del Otro, está vinculada a la manera en que en el otro se estructuraron las relaciones de parentesco, la metáfora paterna, etc. Su advenimiento en cuanto sujeto depende del deseo parental de dejarlo o no nacer al estado de deseante."

Las posibles preguntas a realizarse giran en torno a:

– ¿qué lugar ocupa la palabra de la madre dentro del mundo fantasmático del niño?

– ¿qué hay del mundo fantasmático del padre en la palabra de la madre?, ¿qué papel desempeña la imagen paterna dentro su mundo fantasmático?

P. Aulagnier en su intervención en el Seminario 9 (clase 18) establece una diferenciación entre necesidad, deseo y demanda. La demanda es el hambre que queda, puesto que siempre hay un deseo que trasciende. Cuando se da una confusión entre estos términos y se reduce la respuesta a la satisfacción de la necesidad sin reconocer el deseo, no hay una significación plena a la incipiente demanda del niño. El niño despierta en la madre algo que jamás fue simbolizado.

En sus "Dos notas sobre el niño", Lacan establece esta situación sintomática como la identificación del niño al objeto de fantasma de la madre; el niño queda como "correlativo de un fantasma". Esto supone que la metáfora paterna no operó. El nombre del padre no sustituyó al significante materno (no hubo separación en este vínculo dual) y el niño queda involucrado en la estructura de la madre (no hay angustia), dándose la doble alienación. El niño hace velo al objeto A, tapa el agujero de la madre, no hay diferenciación entre el deseo del niño y el de la madre.

Mannoni en este sentido dice que la madre se engaña de su propio hijo, tiene un deseo que se le pide al niño, y cuando éste responde a esta demanda materna el deseo se evapora. Es decir, ahí se construye el fantasma que tomará el relevo del deseo, como un espejismo hacia la conquista del deseo perdido. Madre e hijo son un cuerpo en el plano fantasmático y el niño se hace objeto para llenar una carencia. El niño reemplaza la falta de ser en la madre, se tapa la angustia colmando un hueco, y hay una verdad que queda no dicha.

Entonces, siguiendo lo elaborado por Mannoni, se podría ubicar el núcleo de las formaciones psicóticas, cuando el niño está impedido de asumir su propia palabra, siendo el objeto de la demanda materna.

En sus "Dos notas sobre el niño", Lacan ubica como el campo más abierto al análisis, aquella situación en la que el niño viene identificado con el síntoma de la pareja, es decir, como representante de la verdad de la estructura familiar.

El lugar que ocupan lo padres en la infancia del sujeto alude a aquello que los ha marcado, y el niño que está identificado al síntoma de la pareja, expresa algo de la historia de los padres, un malentendido que le cierra el acceso a una palabra verdadera. Hay aquí una articulación entre el deseo de la madre y el nombre del padre, que genera efectos de significación.

En el caso del síntoma del pequeño Hans, (fobia a los caballos) el deseo de la madre suponía que éste fuera fálico, de forma de mantenerlo cautivo en su admiración hacia ella, generando un malentendido acerca de la diferencia de los sexos y de sus funciones, impidiéndole la posibilidad de nacer al deseo. De esta manera, como afirma Mannoni, se le impedía acceder a una sexualidad de hombre. El síntoma de Juanito aparece como un intento de estructuración, como una forma de frenar el deseo materno, dando un efecto de significación a ese significante que estaba faltando. Ante la falla de la metáfora paterna, el síntoma opera no solo como forma de hacer surgir la falta en la madre, sino que también en el padre. El miedo le posibilita a Juanito sujetarse para no ser sujetado; con el síntoma evita dejarse reducir a objeto.

En el análisis, se trata de insertar al niño en el juego del significante y no de adaptarlo, dejándolo en dependencia respecto del otro. Cuando el sujeto deja atrás una relación dual que resulta amenazadora y acepta el tercer término interdictor, entra en un registro simbólico y toma su propio camino. La castración simbólica es una ley que libera de la dependencia respecto del otro, que al ser asumida deja al sujeto en contacto con sus fuerzas vivas, encontrándose con su propia voz.

CONCLUSIONES

Cómo advenimos sujetos es la pregunta que comandó este trabajo que a su vez se inició por una falta o carencia de uno anterior.

El hecho de que alguien esté ante nosotros, por confundirse con la realidad, no viene a significar un sujeto. Comenzamos a ubicar al sujeto en tanto este habla, en tanto habla a otro, en donde hay un tercero, el gran Otro, que es el que lo constituye. En palabras de Lacan: "no hay sujeto, si no hay significante que lo funde".

Por tanto, alzar la propia voz, sostenerse en sus pies, mantener su nombre, distanciarse del otro y asumirse como sujeto deseante, es una aventura que se produce a través del lenguaje.

La historia de cada ser humano, remite a la respuesta del padre ante el deseo de la madre, por lo que el niño antes de nacer, ya está significando para los padres, en el caso de que se lo desee, la posibilidad de realizar los sueños perdidos o de repasar la forma en que fue vivida la infancia.

Hacerse sujeto supone un comienzo en el que el niño ocupa un lugar en tanto es deseo de deseo (lugar del falo), en el que constituye un cuerpo(yo ideal) en una situación especular. En este estadio del espejo en el que otro se reconoce, se da una relación vincular madre-hijo estando el padre velado, donde deberá operar el significante del nombre del padre, que es toda expresión simbólica que represente la instancia tercera, la Ley, para que el niño pueda asimilarse a una situación triangular. El significante del Nombre-del-Padre sustituye al significante materno cumpliendo una función en el orden simbólico: establece una castración que corta una relación fantasmática con la madre (el hijo no es el falo de la madre) y permite que el niño establezca una identificación significante donde se puede interrogar sobre su falta, causa posible al deseo.

El lugar que ocupe el padre en relación al deseo de la madre va a generar efectos en la regulación del desarrollo del sujeto, en tanto prohibiendo el incesto (complejo de castración), explicando cuál es la función que le corresponde en la procreación e instalándolo en una "posición inconsciente sin la cual no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo". Este marca un punto de separación posible que le permite entrar en el orden del lenguaje, estructurando el Edipo.

Si esto no sucede, el niño no va a poder expresarse acerca de sus emociones, ideas, y actos de una manera que remita a su particularidad, sino que quedará condenado a la confusión, enredado en el deseo del otro. La llamada resolución edípica supone como dice Dolto en el prefacio a "La primer entrevista con el psicoanalista", "una aceptación de la ley de prohibición del incesto, de una renuncia, incluso a nivel imaginario, al deseo de contacto corporal genital con el progenitor del sexo complementario y a la rivalidad sexual con el del mismo sexo" entre otras cosas, manifestándose de manera indirecta en el adecuado desenvolvimiento en la escuela, actividades lúdicas, etc., dando cuenta de que puede desplazar la situación triangular que vive de manera emocional en el hogar.

"La función de residuo que sostiene (y a un tiempo mantiene) la familia conyugal en la evolución de las sociedades, resalta lo irreductible de una transmisión – perteneciente a un orden distinto al de la vida adecuada a la satisfacción de las necesidades – que es la de una constitución subjetiva, que implica la relación con un deseo que no sea anónimo.

Las funciones del padre y de la madre se juzgarán según una tal necesidad. La de la Madre: en tanto sus cuidados están signados por un interés particularizado, así sea por la vía de sus propias carencias. La del padre, en tanto que su nombre es el vector de un encarnación de la Ley en el deseo."

Jacques Lacan

Bibliografía escogida:

– Dolto. F (1987) "Seminario de psicoanálisis de niños 1", Siglo veintiuno editores, México – Dolto. F (1987) "Seminario de psicoanálisis de niños 2", Siglo veintiuno editores, México – Dolto. F (1991) "Seminario de psicoanálisis de niños 1", Siglo veintiuno editores, México

– Freud. S, "Más allá del principio del placer", Ed. en CD

– Freud. S, "El yo y el ello", Ed. en CD

– Freud. S, "El sepultamiento del complejo de Edipo", Ed en CD

– Freud. S, "La represión", Ed en CD

– Freud. S, "Introducción al narcisismo", Ed en CD

– Freud. S, "Pegan a un niño", Ed en CD

– Jaglin. A, "Psicoanálisis con niños, un espacio para advenir sujeto (a falta de otro)

– Lacan. J, "El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como se revela en la experiencia psicoanalítica", Ed en CD

– Lacan. J, Escritos 2, "La significación del falo", Ed en CD

– Lacan. J, Seminario 2, Ed. en CD

– Lacan. J, Seminario 5, Ed. en CD

– Lacan. J, Seminario 9, Ed. en CD

– Lacan. J, "La agresividad en psicoanálisis", Tesis IV, Ed en CD

– Nasio. J (2000) "Enseñanza de siete conceptos cruciales del Psicoanálisis", Ed. Gedisa, Barcelona.

– Mannoni. M, (1987) "El niño, su "enfermedad" y los otros", Ed. Nueva Visión, BS. AS

– Mannoni. M (1990) "El niño retardado y su madre" Ed. Paidós, BS. AS

– Mannoni. M (1987) "La primera entrevista con el psicoanalista", Editorial Gedisa, Bs. AS

– Miller.J.A. (1983) "El sujeto del síntoma"

 

LIC. Fiorella Sbrocca

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