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En la aventura de advenir sujeto: atravesando el deseo del otro


Partes: 1, 2

    1. Consideraciones previas
    2. El Inconciente y el discurso. La noción del "Yo"
    3. Adviniendo sujeto. Identificaciones imaginarias y simbólicas
    4. El Nombre del padre – La metáfora paterna – Los Tres Tiempos del Edipo
    5. Avatares del deseo. El síntoma. La palabra perdida
    6. Bibliografía escogida

    CONSIDERACIONES PREVIAS:

    El presente artículo trata de responder a la pregunta de cómo advenimos sujeto, de esa aventura que según J. Lacan se estructura por el lenguaje y en la que tienen lugar otros, significando, tal vez, la posibilidad del advenimiento de un sujeto. Las posibilidades de que esta aventura sea exitosa, depende de múltiples factores, pero sobre todo, de los avatares del deseo.

    Encontrar su propia voz, poder ser escuchado, tener un rostro, llevar el nombre que le fue dado al nacer de acuerdo a una ley, y poder ubicar su propio deseo, es lo que posiciona fundamentalmente al sujeto, en el estatuto de sujeto humano verídico.

    Partiré para esto de una desnaturalización de la noción del "Yo" que tanto Freud como Lacan realizaron en sus prácticas y obras para la posterior elaboración y reelaboración de la misma. Abordaré la compleja dinámica triangular padre – madre – hijo, que determina a partir de cómo se produzca, el advenimiento de un sujeto o de un ser atrapado en las redes del deseo del otro (quizás sea emitido desde ese lugar un mensaje en código de síntoma que habrá que escuchar para descubrir qué verdad guarda con respecto a ese niño y a sus padres). Luego, en un cruce de caminos, introduciré los aportes de M. Mannoni y F. Doltó desde su vasta experiencia en la clínica con niños, entre otros autores, para intentar acercarme a la tarea que implica hacerse sujeto.

    El Inconciente y el discurso

    La noción del "Yo"

    Breve recorrido histórico conceptual desde Freud a Lacan

    El inicio de recorrido desafía esa ilusión del hombre contemporáneo que cree que él es él, que ubica al yo en el centro de ese ser-en-el-mundo, y que sin embargo, como dice Lacan, "Lo que en el análisis viene a formularse como el yo (je), es precisamente lo más desconocido por el campo del yo". Aclaremos que este psicoanalista francés, refiere con "je", a la posición simbólica del sujeto, y con "moi" a una posición imaginaria como componiendo la noción de yo.

    M. Mannoni siguiendo en su clínica esta línea lacaniana, considera que lo que está en juego en un análisis, es el enfrentamiento de un ser humano ante el desconocimiento imaginario del yo, producto de alienaciones, malos entendidos o engaños, que impiden que devenga la verdad del sujeto.

    Para comenzar a entender cómo es que puede darse este desconocimiento, habrá que establecer el nexo inextricable que une técnica y teoría, ya que una le da sentido a la otra.

    En este sentido, el postulado del cual partimos en psicoanálisis es el de la diferenciación del hecho psíquico en conciente e inconciente, y de la posibilidad de saber de lo inconciente a partir de hacerlo conciente.

    Cabe decir, que desde la lectura lacaniana, el inconciente está estructurado como un lenguaje, por lo que sabemos del la existencia del inconciente por la palabra del sujeto. Este discurso inconciente transcurre en un juego de condensaciones y desplazamientos, o, en la concepción de Lacan, de metáforas y metonimias. Es decir, las asociaciones de ideas se desarrollan en el camino del significante, que es la unidad del código, y el del sentido.

    Por el mecanismo de la condensación se produce un sustituto de un significante por otro significante produciendo un efecto metafórico, y por el mecanismo de desplazamiento, se conecta un significante con otro generando el efecto metonímico. Es en este discurso donde tiene lugar la historia del deseo, y allí donde el analista va a escuchar para decodificar desde dónde el sujeto habla.

    Pero antes de abordar estos aspectos que tienen que ver con ubicar el deseo propio, el síntoma y demás, continuaré con lo que Freud descubría en torno al inconciente. Ser conciente de algo es percibirlo dice Freud, aunque muy pronto eso deja de ser percibido para quedar latente, es decir, susceptible de conciencia. Esta aclaración que puede pecar de obvia, no lo es tanto si introducimos la noción de lo inconsciente latente como aquello susceptible de conciencia, y la existencia de representaciones que por su intensa carga, no devienen concientes por sí mismas.

    La técnica viene a mostrarnos que hay una fuerza que se resiste a esto. La resistencia es aquella fuerza que expresa en ese esfuerzo de desalojo al que Freud denomina represión, estado en que las representaciones se encontraban antes de que se las trajera a la conciencia. Así es que, no podemos hablar de represión si no se habla de inconciente; el núcleo de lo inconciente, dice Freud en "La represión", consiste en representaciones de pulsión que quieren descargar su investidura y que tienen denegado su acceso a lo conciente.

    Este modelo de lo inconciente basado en la represión, tiene como característica en las elaboraciones teóricas pertenecientes a la denominada Segunda Tópica, la de cuestionar el uso de sistemas para designar lo inconsciente, lo preconciente y lo conciente, ya que la técnica imponía la consideración de resistencias que parten del yo.

    Ante los problemas que en el análisis se plantean frente a la tarea de aproximarse a lo reprimido, Freud va a decir en "El yo y el ello", que el paciente "se encuentra bajo el imperio de la resistencia". Este es un hecho del cual el sujeto en análisis no tiene noticia, ni de lo cual puede hablar, a pesar de que sentimientos de displacer llegaran a aparecer para hacer notar eso que está actuando.

    Entonces, esto que no se puede poner en palabras y que se manifiesta en intensos efectos, hace a esta reformulación del aparato anímico que denota lo mucho que hay de inconciente en el yo.

    En este sentido, y debido a esta crisis en la técnica, no se puede situar al yo como centro de lo conciente, como el "yo persona", tal como ocurría en la Primera Tópica; Freud va a introducir una nueva noción sobre la estructura y funcionamiento de la psique, conceptualizándola en: Ello, Yo y Superyo.

    Así es que, en "Más allá del principio de placer", se presentan ciertos procesos anímicos que operan escapando al principio del placer (derivado del principio de constancia). Allí observa un carácter de repetición – en los sueños de los traumatizados y en los juegos infantiles – que va más allá de ese principio según el cual el aparato anímico "se afana por mantener lo más baja posible la cantidad de excitación presente en él". Constata además, que hay una compulsión a repetir en la transferencia ciertas conductas y situaciones afectivas dolorosas, y que están "al servicio de la resistencia del yo".

    Estas reelaboraciones de la noción de Yo van a ser fundamentales para abordar el trabajo en el análisis, para poder ubicar dónde se encuentra el conflicto, desde dónde es que ese yo habla, ya que a partir de los efectos vistos en la transferencia, habría que considerar la tendencia a la repetición y no la mera rememoración, como trascendiendo lo hasta ahora formulado.

    A partir de estos descubrimientos que enuncian a las resistencias partiendo del yo o al afirmar que su núcleo es inconciente, se cuestionan las concepciones del yo como una función de defensa situado en la superficie, ubicándolo en otra parte que "insiste" desde más allá de lo que el sujeto podría representar concientemente.

    En "El yo y el ello", Freud profundiza en esa relación de dependencia respecto a las reivindicaciones del Ello, del Superyo y de las exigencias de la realidad, utilizando la imagen de un jinete que debe enfrentar la fuerza del caballo para ilustrar esta función que cumple el yo en tanto gobierna los accesos a la motilidad; a su vez, lo presenta como aquella instancia que transforma la energía que pertenece al proceso primario, – operando bajo el principio del placer – , en energía ligada. En tanto al referirse a la génesis del yo, lo sitúa como una parte del ello que se diferenció de éste transformándose a partir del influjo recibido desde la realidad, diciendo que la percepción para éste es análoga a la función que cumple la pulsión en el ello. Por otra parte, como ya se dijo, desde lo dinámico, hay representaciones que por su carga no devienen concientes, ya que opera sobre ellas una resistencia que parte de este yo.

    No obstante, lo que va a cobrar especial importancia para las futuras elaboraciones de este recorrido conceptual, es la afirmación de que: "El yo es sobre todo una esencia-cuerpo", es decir, la proyección psíquica del cuerpo. Más adelante retomaré este punto del yo como una imagen corporal, a partir de los aportes de Lacan en tanto la introducción del estadio del espejo como formadora de la función del yo.

    De acuerdo a lo propuesto por Freud, encontramos a la función de censura y el examen de la realidad, funciones de las que tras su estudio sobre la pulsión yoica y la pulsión sexual en "Introducción al narcisismo" se continúan en consideraciones sobre el sentimiento de culpa y la autocrítica como esos efectos que presenta el yo y que hablan de reproches inconscientes.

    Vale decir, el narcisismo primario es reemplazado por la configuración de un ideal de lo que se quiere ser, el cual se conforma como una instancia que observa al yo y que lo mide con ese Ideal (del Yo), marcando la salida del complejo de Edipo. Entonces la génesis del Ideal del Yo o Superyo – nombre que va a adoptar en "El yo y el ello" -, "deriva de la transformación de las primeras investiduras de objeto del niño en identificaciones" , siendo por tanto, el heredero del complejo de Edipo.

    Para Lacan este Ideal del yo designa la instancia de la personalidad cuya función es la de normativizar la estructura imaginaria del yo, las identificaciones y conflictos que rigen las relaciones con sus semejantes. Esta noción será desarrollada en torno a la metáfora paterna.

    Ahora bien, para penetrar en la profundidad de estos conceptos metapsicológicos con el sentido en que se presentan en el análisis, Lacan introduce la distinción entre distintos planos y relaciones que corresponden a lo simbólico, lo imaginario y lo real. Así es que nos dice: "El yo, en su aspecto más esencial, es una función imaginaria". Es decir, aparte de las sensaciones, lo que guía nuestra experiencia es esta función que viene del orden de lo imaginario y que por otro lado interviene en la vida del hombre – en tanto este habla – como símbolo.

    Lo que caracteriza al humano es la función simbólica que actúa en todo momento, por lo que al decir "yo soy" estamos sirviéndonos de un símbolo que tiene importancia en tanto la función que se le adscribe.

    Entonces: Freud nos dice que el yo después de 1920 no es el "yo persona" que antes había formulado, sino que apunta a situar la realidad del sujeto fuera del yo; Lacan afirma que se trata de un objeto que cumple una función imaginaria, en tanto que al decir: "soy un ser humano", no hago otra cosa que decir que ""Soy semejante a aquel a quien, al fundarlo como hombre, fundo para reconocerme como tal" ya que estas diversas fórmulas no se comprenden a fin de cuentas sino por referencia a la verdad del "Yo es otro""

    De lo hasta ahora elucidado, y con el aporte lacaniano, se puede afirmar que el sujeto es otra cosa que un organismo que se adapta, ya que las conductas hablan desde otra parte. De ahí surgirá la noción de que "Yo es otro", quedando la trama entre el yo y el sujeto urdidas por el hecho de que el agente de la identificación no es el yo, sino el objeto.

    En el campo del otro hay que encontrar la causa del yo; de esta manera la identificación hay que buscarla en la cosa con la cual el yo se identifica, dando origen al yo (identificación imaginaria), proceso psíquico que también está en el origen del sujeto inconsciente (identificación simbólica).

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