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Imperio bizantino (Periodo de Justiniano “El Grande”) (página 3)


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Los papiros nos han revelado la existencia de un tal Dióscoro, aue vivió en el siglo VI en Afrodita, pueblecillo del Egipto superior. De nacimiento copto, parece haber recibido una buena cultura general y una seria educación jurídica. Tuvo también ambiciones literarias. Sus numerosas obras, unidas a otros papiros, nos dan preciosos informes sobre la vida social y administrativa de aquel período. Desde luego los poemas dejados por Dióscoro no contribuyen en nada a la reputación de la poesía helenística, ya que son obra de un aficionado y están "llenos de las más monstruosas faltas de gramática y de prosodia". Según H. Bell, leyó "una cantidad considerable de obras literarias griegas y escribió versos execrables". J. Maspero llama a Dióscoro "el último poeta griego de Egipto y uno de los últimos representantes del helenismo en el Valle del Nilo" La clausura de la academia pagana de Atenas durante el reinado de Justiniano no ejerció una influencia demasiado nociva sobre la literatura y la instrucción, porque aquella academia había pasado ya su tiempo y no podía desempeñar un papel importante en un Estado cristiano. Los tesoros de la literatura clásica penetraban progresivamente, aunque a menudo en forma superficial, en la literatura cristiana. La universidad de Constantinopla, organizada por Teodosio II, persistió en su actividad bajo Justiniano. Continuaba el estudio del Derecho, en función de los nuevos trabajos de jurisprudencia. No obstante, tal estudio se confinó a la adquisición formularia y restringida de traducciones literales de textos jurídicos y a la composición de breves paráfrasis y extractos. No poseemos informes precisos sobre el desenvolvimiento de la instrucción jurídica después del reinado de Justiniano. El emperador Mauricio testimonió vivo interés por aquellos estudios, pero Focas, su sucesor, puso freno, según parece, a los trabajos de la universidad. En el campo artístico, la época de Justiniano ha recibido el sobrenombre de Primera Edad de Oro. La arquitectura de aquel período creó un monumento único en su clase: la iglesia de Santa Sofía. Santa Sofía, o la Iglesia Grande, como se la llamó en todo Oriente, fue construida, por orden de Justiniano, en el emplazamiento de la pequeña basílica de Santa Sofía (Hagia Sophia: Sabiduría divina), incendiada, como indicamos, durante la sedición Nika (532). Para hacer de aquel templo un edificio de esplendor extraordinario, Justiniano, de creer a una tradición tardía, mandó a los gobernadores de las provincias que enviasen a la capital los más bellos retazos de los monumentos antiguos. Enormes cantidades de mármol de diferentes colores y matices fueron transportadas desde las más ricas canteras a la capital. Oro, plata, marfil, piedras preciosas, fueron llevados en abundancia a Constantinopla para añadir más magnificencia al nuevo templo. Para la ejecución de su grandioso plan el emperador eligió a dos arquitectos de talento: Antemio e Isidoro, ambos originarios del Asia Menor. Antemio era de Tralles e Isidoro de Mileto. Los dos se pusieron a la obra con entusiasmo, dirigiendo con habilidad el trabajo de diez mil obreros. El emperador acudía en persona a los trabajos, seguía los progresos de la obra con vivo interés, daba consejos y estimulaba el celo de los operarios. Al cabo de cinco años quedó acabado el edificio. El día de Navidad del 537 se inauguró solemnemente Santa Sofía, en presencia del emperador. Fuentes tardías relatan que Justiniano, encantado de lo cumplido, pronunció las siguientes palabras al entrar en el templo: "¡Gloria a Dios, que me ha juzgado digno de cumplir esta obra! ¡Te he vencido, Salomón!" Con motivo de aquella inauguración triunfal, se dieron grandes fiestas en la capital y el pueblo recibió numerosas liberalidades. El exterior de Santa Sofía es muy austero, ya que sus muros, de simple ladrillo, carecen de toda ornamentación. La propia famosa cúpula parece desde fuera un tanto pesada y algo sumida. Hoy, además, Santa Sofía pierde mucho porque la rodean por doquier casas turcas. Para apreciar su grandeza y magnificencia ha de visitarse su interior. Antaño el templo poseía un patio espacioso, el atrio, rodeado de pórticos y en cuyo centro se veía una magnífica fuente de mármol. El cuarto lado del atrio, adyacente a la iglesia, ofrecía una especie de porche exterior o galería (nártex), que comunicaba por cinco puertas con el segundo pórtico interior. Nueve puertas de bronce conducían desde este porche al interior del templo. La de en medio, más alta y ancha —la Puerta Real— se reservaba para el emperador. La iglesia, por su arquitectura, se aproxima al tipo de las basílicas cupuladas, formando un rectángulo muy grande con una magnífica nave central sobre la cual se comba una cúpula de 31 metros de diámetro, alzada, con extraordinarias dificultades, a la altura de 50 metros sobre el suelo. Cuarenta ventanales abiertos en la base de la cúpula difundían en todo el templo abundante luz. A ambos lados de la nave central se construyeron dos dobles arquerías ricamente adornadas, con columnas. Éstas y los enlosados son de mármol policromo. Los muros, en parte, fueron recubiertos de igual manera. Los maravillosos mosaicos, ocultos por estuco desde la época turca, hechizaban las miradas de los visitantes. La impresión producida en los peregrinos y fieles por la enorme cruz colocada en la cúpula, brillando sobre un estrellado cielo de mosaico, era particularmente poderosa. En nuestros días aun se pueden distinguir, en la parte inferior de la cúpula, bajo el estuco turco, vastas siluetas de ángeles alados. La dificultad principal que encontraron los constructores de Santa Sofía era un problema que la arquitectura contemporánea no ha resuelto aún: la erección de una cúpula a la par enorme y muy ligera. Los constructores consiguieron levantarla, pero la sorprendente cúpula que edificaron no duró mucho tiempo. Se desplomó, todavía en la época de Justiniano, y hubo de ser reedificada a finales del mismo reinado, pero con formas menos audaces. Los contemporáneos de Justiniano hablaron de Santa Sofía con tanto entusiasmo como las generaciones posteriores, incluida la nuestra. Un peregrino ruso del siglo XIV, Esteban de Novgorod, escribía en sus Viajes a Tsargrad (Constantinopla): "En cuanto a Santa Sofía, la Sabiduría Divina, el ánimo humano no puede decir nada de ella ni hacer su descripción"57. A pesar de los frecuentes y violentos terremotos, Santa Sofía se ha conservado en pie hasta hoy58. Fue transformada en mezquita en 1453. En una de sus obras recientes, Strzygowski declara que "por su concepción, la iglesia (Santa Sofía) es puramente armenia". Con el tiempo, la verídica historia de !a edificación de Santa Sofía fue transformada por la literatura en una especie de leyenda con profusión de detalles milagrosos. Desde el Imperio bizantino, tales leyendas se abrieron camino en la literatura de los eslavos del sur y en las obras rusas. Las versiones eslavonas suministran una documentación interesante para la historia de las influencias literarias internacionales. La segunda famosa iglesia erigida por Justiniano en la capital fue la de los Santos Apóstoles. Este templo había sido construido primeramente por Constantino el Grande, pero en el siglo VI se hallaba en completa ruina. Justiniano lo hizo derribar y reconstruirlo en mayor escala y magnificencia. La iglesia tenía forma de cruz, con cuatro alas iguales y una cúpula central entre otras cuatro cúpulas, Los arquitectos fueron el Antemio apodado también Isidoro el Joven. Al ser tomada Constantinopla por los turcos, en 1453, la iglesia fue destruida para edificar en su lugar la mezquita de Mahomet II el Conquistador. Se comprenderá con más precisión lo que fue el templo de los Santos Apóstoles si nos referimos a San Marcos, de Venecia, erigido según el mismo modelo. Igual iglesia copiaron los constructores de los templos de San Juan de Éfeso y de la Santa Eaz, de Périgueux. Los magníficos mosaicos, hoy perdidos, de la iglesia de los Santos Apóstoles, fueron descritos por Nicolás Mesaritas, obispo de Éfeso, a principios del siglo XIII, habiendo esa descripción sido objeto de cuidadoso estudio por A. Heisenberg. La iglesia de los Santos Apóstoles es célebre por haberse enterrado en ella a los emperadores bizantinos desde Constantino el Grande hasta los del siglo XI.

La influencia de las construcciones de Constantinopla repercutió en Oriente, como, por ejemplo, en Siria, y en Occidente en Parenzo, en Istria y, sobre todo, en Ravena. Santa Sofía puede hoy impresionarnos y encantarnos con su cúpula, con las esculturales ornamentaciones de sus columnas, con los revestimientos de mármol policromo de sus muros y pavimento y, en especial, con la habilidad de su ejecución arquitectónica; pero los maravillosos mosaicos de ese templo nos quedan ocultos (esperemos que sólo provisionalmente) por el estucado turco59. De todos modos, esa pérdida queda compensada en cierta medida, ya que podemos hacernos magnífica idea de lo que eran los mosaicos bizantinos merced a los de Ravena, en Italia del Norte. Hace quince siglos Ravena figuraba entre las ciudades prósperas del litoral Adriático.

En el siglo V sirvió de refugio a los últimos emperadores romanos de Occidente; en el VI fue capital del reino ostrogodo y de mediados del VI a mediados del VIII constituyó el centro administrativo de la Italia bizantina reconquistada a los ostrogodos por Justiniano. Allí tuvo su residencia el virrey o exarca. Ese último período fue el más brillante de Ravena, cuya vida política, económica, intelectual y artística alcanzó entonces su plenitud. Los monumentos de arte de Ravena se vinculan a la memoria de tres personas: Gala Placidia, hija de Teodosio el Grande y madre del emperador de Occidente Valentiniano III; Teodorico el Grande, y Justiniano. Dejando de lado los monumentos, más antiguos, de la época de Gala Placidia y de Teodorico, hablaremos brevemente de los de la Ravena del tiempo de Justiniano. En todo el curso de su largo reinado, Justiniano se interesó vivamente por la construcción de monumentos artísticos laicos y religiosos y estimuló su edificación en toda la vasta amplitud de su Imperio. A raíz de la toma de Ravena, hizo terminar las iglesias comenzadas bajo los ostrogodos. Entre ellas debemos mencionar dos de particular importancia artística: la de San Vital y de San Apolinar in Classe (Classe era el puerto de Ravena).

El principal valor artístico de esos templos consiste en sus mosaicos. A unos cinco kilómetros de Ravena, en un lugar desierto y malsano ocupado en la Edad Media por el rico puerto mercantil de la ciudad, se alza la iglesia, muy sencilla de aspecto, de San Apolinar in Classe, verdadera basílica cristiana primitiva, por su forma. Junto a la iglesia se ve un campanil redondo, de construcción más tardía. El interior de la iglesia comprende tres naves. Antiguos sarcófagos ornados de imágenes escultóricas y alineados a lo largo de los muros, contienen los restos de los más célebres arzobispos de Ravena. En la parte inferior del ábside se ve un mosaico del siglo VI, representando a San Apolinar, patrón de Ravena, en pie, alzadas las manos, rodeado de corderos, con un apacible paisaje como fondo. Encima de él, sobre el azul cielo estrellado del amplio medallón, resalta una cruz cubierta de piedras preciosas. Los otros mosaicos de la iglesia son de época más reciente. Para el estudio de la obra artística del período justinianeo, es la iglesia de San Vital de Ravena la que contiene material más precioso. Los mosaicos del siglo VI se han conservado en ella casi intactos hasta nuestros días. La iglesia cupulada de San Vital está, en el interior, cubierta casi enteramente, de arriba abajo, de maravillosas ornamentaciones, escultóricas y de mosaicos.

Es notable en especial el ábside, por los dos famosísimos mosaicos de sus dos muros laterales. Uno representa a Justiniano rodeado por el obispo, los sacerdotes y la corte; otro a Teodora, su mujer, con las damas de su séquito. Las vestiduras de los personajes de estos mosaicos relucen con brillo y esplendor maravillosos. Ravena, a la que antaño se llamó la Pompeya italobizantina, o la Bizancio occidental, suministra los más valiosos materiales para nuestro estudio y nos permite apreciar el arte bizantino de la primera época, es decir, de los siglos V y VI. La actividad constructiva de Justiniano no se limitó a templos y fortificaciones. Hizo construir también numerosos conventos, palacios, puentes, cisternas, acueductos, baños y hospitales. En las provincias remotas del Imperio, el nombre de Justiniano está vinculado a la erección del monasterio de Santa Catalina, en el Monte Sinaí. En el ábside de la iglesia de ese monasterio se halla un famoso mosaico, llamado de la Transfiguración y que se hace remontar al siglo VI. También nos ha legado esa época varios miniaturas y tejidos historiados. Aunque, bajo la influencia de la Iglesia, la escultura estuviese entonces en un período decadente, hallamos profusión de graciosas y magníficas esculturas y cincelados, en especial en los dípticos, sobre todo consulares, cuya serie comienza en el siglo V, terminando con la abolición del consulado, en 541. Es interesante, en fin, observar que casi todos los escritores de esc período, así como los constructores de Santa Sofía y de los Santos Apóstoles, eran oriundos de Asia o de África del Norte. La civilización del Oriente helenístico continúa fecundando la vida intelectual y artística del Imperio bizantino. Dirigiendo un examen de conjunto a las facetas, complejas y múltiples, del largo reinado de Justiniano, llegaremos espontáneamente a la conclusión de que en la mayoría de sus empresas no obtuvo los resultados perseguidos. Obvio es, que sus brillantes campañas militares en Occidente, consecuencia directa de su ideología de emperador romano empeñado en reconquistar los territorios perdidos por su Imperio, no fueron, en resumen, coronadas por el éxito. Aquellas guerras no correspondían para nada con los verdaderos intereses del Imperio, cuyo centro se hallaba en Oriente, y contribuyeron mucho a la decadencia y ruina del país.

Conclusiones

  • La sedición de nika se dio como consecuencia de las políticas ejercidas por parte de Justiniano a su pueblo.

  • Se dieron muchos avances a nivel arquitectónico.

  • Se evidencio crecimiento a nivel de la parte del derecho.

  • Se puedo ilustrar de una manera muy especifica cual fue la importancia de Teodora en el impero de Bizancio durante el reinado de Justiniano.

  • Se describió muy claramente la ideología de Justiniano.

Bibliografía

 

 

Autor:

José Luis Ubarnes Uribe

Luis Ángel Martinez

Cherlys Doria

Davis Argel

Dairo Buelvas

Profesor

Universidad de Córdoba

Facultad de Ciencias Humanas

Lic. en Educación Básica con énfasis en Ciencias Sociales

2010

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