[9] Desde el comienzo de las Guerras de Religión en Alemania en 1531 -con la llamada Guerra del Schmalkaldenbund o Liga de Smalkalda, que enfrentó a los Estados alemanes pasados a la Reforma de Lutero contra el káiser Karl V, católico- hubo una superposición de motivaciones políticas a las posturas religiosas enfrentadas de católicos contra luteranos. Los Estados católicos partidarios del Kaiser colaboraban en la construcción de un Reich unificado bajo un solo Estado monárquico y patrimonial. Los Estados protestantes, deseando convertirse a su vez en pequeños reinos monárquicos y absolutistas sin obligación de obedecer al Kaiser, luchaban por su "libertad", pero hay que ser cauteloso al leer ese término: dicha "libertad" no era sino el derecho de los príncipes a no someterse al poder superior de un emperador, y no eran extensivos a nadie más; nunca supusieron la lucha por establecer "libertades" y "derechos" para los súbditos de los duques alemanes luteranos o calvinistas -aunque se haya tendido a ver la Historia del siglo XVI en esa clave política, lo cual supone un error mayúsculo-. Conceder derechos y libertades a los individuos, antes de que surgiera el pensamiento político de la Ilustración en la segunda mitad del siglo XVIII, era prácticamente anatema político, tanto para católicos como para protestantes; y sin embargo se ha visto muchas veces, sobre todo en foros no especializados, pues es un muy extendido y abultado error de comprensión histórica, al que han contribuido no poco las dramatizaciones de ambientación histórica difundidas por el cine y la literatura –películas históricas, novela histórica- producido en el ámbito anglo-americano de los siglos XIX y XX.
[10] A diferencia de los parlamentos modernos de los siglos XIX y siguientes, en los parlamentos anteriores a 1789 constituidos según pactos medievales estamentales, las sesiones parlamentarias no eran perpetuas, es decir, que poseían su propio calendario de legislatura con independencia del rey u otros poderes constitucionales supremos. En todo el Viejo Continente, las reuniones de los parlamentos eran acontecimientos puntuales que dependían de una orden del rey: si el rey no convocaba al parlamento, éste no existía. Y los reyes sólo convocaban al parlamento de su país cuando necesitaban urgentemente dinero: fondos para financiar guerras, casi siempre. Entonces, el rey convocaba al parlamento para pedir que éste decretase nuevos impuestos con los que financiar la guerra inminente o ya en curso. A cambio de ese "favor", el rey otorgaba masivamente privilegios, regalos, tratos de favor y acuerdos particulares con los grandes magnates que tenían la condición de parlamentario, y sólo en último término, se avenía a promulgar leyes conjuntas acordadas con el parlamento, que en la mayoría de los casos sólo fortalecían los privilegios económicos, sociales y políticos de los aristócratas, la iglesia (fuera católica o protestante, en eso había grandes diferencias) y aquellas corporaciones municipales (las de las ciudades más grandes y ricas del país) que tenían el privilegio de contar con diputados parlamentarios que las representasen. El pueblo llano, ese 95% de la población europea que carecía de cualquier tipo de derecho, no tenía ningún representante en los parlamentos anteriores a la Revolución Francesa. Por eso, en parte, dicha revolución fue junto con la norteamericana un punto de inflexión trascendental en la Historia política europeo-americana: porque desecharon ese modelo "estamental" de representación social parlamentaria para sustituirlo por el sufragio, el voto, en sus diversas variantes (censitario o universal, según los casos, las naciones y las épocas).
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Autor:
Jorge Benavent Montoliu
(España)
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