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Aristóteles (página 2)


Partes: 1, 2

Calipo, por su parte, coincide con Eudoxio en cuanto a la posición de las esferas, es decir, en cuanto al orden de sus distancias; en cuanto a su número, señaló para Júpiter y Saturno el mismo que aquél, pero creía que para el Sol y la Luna había que añadir aún dos esferas, a fin de poder explicar los fenómenos, y, para los restantes planetas, una para cada uno. Pero es necesario, para que todas juntas puedan explicar los fenómenos, que por cada uno de los planetas haya otras esferas, en igual número menos una, que giren en sentido inverso, y restablezcan siempre en su posición la primera esfera del astro colocado debajo; pues sólo así es posible que la totalidad produzca la traslación de los planetas. Así, pues, teniendo en cuenta que las esferas en que éstos se mueven son, por una parte, ocho, y, por otra, veinticinco, y que las únicas de éstas que no es preciso que giren en sentido inverso son aquellas en que se mueve el planeta situado en el punto más bajo, las que hacen que giren en sentido inverso las de los dos primeros serán seis, y las que causan ese movimiento a los de los cuatro siguientes, dieciséis. Y el número de todas, de las que mueven y de las que hacen girar a éstas en sentido inverso, cincuenta y cinco. Pero, si no se añaden al Sol y a la Luna los movimientos que hemos dicho, el número total de las esferas será cuarenta y siete. Así, pues, sea éste el número de las esferas[33]

En esta disposición juega un papel de primer orden la llamada esfera de la Luna. La razón radica en que es la esfera que divide el universo en dos partes: el mundo sublunar imperfecto que se encuentra entre el centro y la esfera de la Luna, y el mundo supralunar perfecto entre esta esfera y la de las estrellas fijas. En el mundo sublunar están los cuerpos sensibles y en el mundo supralunar los cuerpos celestes. Esta división es tan vital en la concepción cosmológica aristotélica que diversas ramas de la física estudiarán cada una de ellas. Los nombres genéricos con los que se les ha conocido tradicionalmente son física terrestre y física celeste. "Física terrestre" es aquella que se ocupa de la naturaleza de los cuerpos sensibles, mutables, perecederos, imperfectos y corruptibles; y "física celeste" es la que se ocupa de la naturaleza de los cuerpos de los cielos, inmutables, infinitos, perfectos e incorruptibles.

Además de la esfera de la Luna otro punto de referencia es el del límite del universo constituido por la esfera de las estrellas fijas. Estamos hablando, pues, de un límite fuera del cual no hay absolutamente nada. Este es uno de los principales problemas que tiene que resolver la cosmología aristotélica. ¿Cómo es eso de que fuera del límite no hay absolutamente nada? El principal argumento de Aristóteles para demostrar este asunto consiste en un presupuesto fundamental de su cosmología: la perfección del universo por su esfericidad(. En el Del cielo se lee: "Es necesario que el cielo tenga una figura esférica. En efecto, ésta es la más conforme a su propia naturaleza y sustancia y, además, es en el orden natural la primera figura"[34].

La evidencia de que fuera del universo no hay nada, es decir, lugar alguno, vacío o cualquier sustancia, radica en el hecho de la forma esférica del universo, esto es, de que la esfera de las estrellas fijas o el límite, constituyen la más extrema rotación de un universo que gira en torno a un centro, la figura geométrica que puede contener a todas las demás, la única figura tridimensional que está limitada por una sola superficie y la única figura que por su propia perfección limita de tal manera que no puede haber nada fuera de ella, pues si existiera algo tras su límite, algún lugar o el vacío habría otros posibles mundos.

La idea de un límite esférico elimina sistemáticamente la posible existencia de otros mundos, pues no es posible que exista más que un mundo. En otras palabras, la perfección de la esfera como figura privilegiada en la cosmología aristotélica consiste en que es la figura tridimensional más perfecta y, por lo tanto, la más simple y la más sencilla.

Por supuesto, una figura de esta magnitud cuya perfección se sustenta en su forma esférica, si tiene movimiento –como en efecto se observa diariamente- debe poseer el movimiento más sublime que pueda ser considerado por un sistema del mundo: el movimiento circular o de rotación en torno a un centro(. Una figura esférica que se mueva, es necesario que se mueva rotatoriamente según su propia naturaleza, o podemos decirlo de otra manera, es natural que una figura esférica tenga movimiento de rotación en torno a un centro. Es el único movimiento apto para esta figura y, además, sólo un universo esférico puede tener uniformidad y perfección mediante el único movimiento uniforme, inmutable, infinito y eterno que hay en el universo: el movimiento de rotación en torno al centro.

Esta es una de las razones por las cuales en el mundo supralunar hay movimientos únicamente circulares o de rotación, o en su defecto, reposo o inmovilidad como en el caso de los siete cuerpos celestes o planetas que, en sí mismos, están en reposo o son inmóviles. Pues, según Aristóteles:

[Los planetas no son aptos para moverse por sí mismos porque] …la Naturaleza no hace nada sin una razón y en vano, es evidente que ha atribuido la figura esférica a los seres inmóviles; la figura esférica, digo, que es grado mínimo motriz((. La figura esférica es la que reúne estas condiciones por el hecho de no poseer ningún instrumento apto para el movimiento. De donde resulta evidente que la masa de las estrellas es esférica[35]

Sin embargo, los movimientos de los planetas son observables, ¿por qué, entonces, vemos a los planetas moverse, si ellos en sí mismos son inmóviles? La razón es que los planetas son "movidos" por las esferas concéntricas que, en variado número, "arrastran" el planeta en el ciclo que cada uno de ellos tiene alrededor de la Tierra. Ese movimiento no puede ser cualquier tipo de movimiento sino necesariamente circular, uniforme e infinito, dada la naturaleza de perfección de los cuerpos celestes según su forma esférica. Un cuerpo esférico no puede tener otra clase de movimiento sino el circular.

Es importante tener en cuenta que esta explicación de los movimientos de los planetas como arrastrados o movidos por las esferas concéntricas, dado que es natural que un cuerpo esférico –cualquier planeta- permanezca en reposo o en mínimo grado motriz, es contradictoria con otros postulados fundamentales de los movimientos celestes de la física de Aristóteles. Y esto habla, por ejemplo, de una de las características del sistema aristotélico: el hecho de que muchas de sus explicaciones a veces sean contradictorias y a veces, a simple vista, carezcan de sentido -por contradictorias-.

No es raro encontrar explicaciones distintas para el mismo fenómeno -que es lo que nos atañe en la argumentación que traemos-. Cuando Aristóteles nos expone los tipos de movimientos que hay en la naturaleza y habla de los movimientos naturales y los movimientos violentos, afirma que sólo hay dos tipos de movimientos naturales: el movimiento rectilíneo natural hacia y desde el centro de los elementos graves y leves, y el movimiento circular natural alrededor del centro de los cuerpos celestes; esto es, que los cuerpos celestes se mueven alrededor del centro del universo. Pero, ¿por qué ocurre dicho movimiento? ¿Cuál es su causa? La causa es que ese movimiento circular está en la naturaleza de los cuerpos celestes, esféricos y perfectos, cumpliendo aquel presupuesto fundamental de su física de que un cuerpo esférico naturalmente debe moverse de manera circular en torno a un centro(. ¿Pero no habíamos dicho que los planetas se movían porque eran arrastrados por las esferas en movimiento? ¿Qué podemos decir entonces de esta segunda explicación?

El problema real radica, más bien, en la forma como se ha abordado tradicionalmente la filosofía aristotélica, es decir, se ha pretendido concebirla como un todo, como un sistema coherente, como un corpus que no permite la duda o la contradicción en sus postulados. Esto nos ha llevado a tener una imagen sistemática de ella, sin resquicios, fisuras o grietas. De todas maneras, esas dos tradiciones (o explicaciones) señaladas han sobrevivido una junto a la otra, sin estorbarse, haciendo parte del mismo corpus.

Ahora bien, retomemos la argumentación de que la perfección de los cielos se apoya en una explicación de carácter geométrico, esto es, en el privilegio de perfección que se le da a las esferas, esferoides, círculos y movimientos de rotación alrededor de un centro. Estas son las principales argumentaciones que estarán en la base del modelo cosmológico de Aristóteles hasta el siglo XVII, cuando los modernos, para poder desvirtuar el sistema del mundo escolástico, centrarán sus análisis en la posible imperfección del mundo supralunar. Es aquí donde tienen razón de ser los trabajos de Bruno –a finales del siglo XVI- cuando plantea en Del infinito universo e mondi y en La cena de le ceneri, la existencia de un universo infinito con infinitos sistemas solares; de Galilei cuando discute con los jesuitas sobre la verdadera trayectoria de los cometas en Il saggiatore y cuando apunta su telescopio a los cielos para demostrar la existencia de nuevos planetas –los cuatro planetas mediceos de Júpiter que observa-, de las manchas solares y la superficie irregular de la Luna; de Kepler cuando enuncia sus dos primeras leyes del movimiento planetario en la Astronomia nova; y de Descartes cuando en Les principes de la philosophie nos habla de un universo ilimitado, disolviendo la esfera límite del universo.

Sin embargo, la explicación de la perfección de los cielos no se agota en la excelencia y gracia de la esfera límite o de las estrellas fijas. Allí también, entre la esfera de la Luna y la esfera límite, hay todo un mundo más complejo que posee características de perfección. Este mundo está constituido, además de la esfera de las estrellas fijas, por otras estrellas que no están fijas, las vagabundas o errantes, planhth/j, los planetas, los cuerpos celestes: la Luna, el Sol, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, con sus respectivas esferas las cuales hacen posible sus movimientos.

En su Del cielo Aristóteles nos hace saber que: "No sin razón se puede creer en absoluto que la figura propia de cada una de las estrellas es la esférica"[36]. Si las siete estrellas errantes conocidas se encuentran entre la esfera de la Luna y la esfera de las estrellas fijas, su característica principal es la perfección, sustentada en la figura geométrica tridimensional por excelencia: la esfera. La forma de un cuerpo celeste necesariamente tiene que ser esférica, por su propia naturaleza. Sin embargo, Aristóteles no sólo considera estas evidencias que podríamos llamar deductivas o geométricas. También hay evidencias empíricas que afianzan la afirmación de la forma esférica de las estrellas errantes. Según Aristóteles:

… la Luna, según las cosas que nos enseña la experiencia visual sobre ella, es también esférica. Ya que, de no ser así, no parecería tantas veces, en sus cuartos crecientes y cuartos menguantes, convexa por una parte y cóncava por la otra, o bien convexa por ambas partes, y una sola vez partida en dos partes iguales. Y una vez más es ello claro por la astrología. Pues tampoco el Sol, al eclipsarse, parecería cóncavo en aquella parte que queda sometida al eclipse. De donde si una estrella es así, es evidente que también todas las demás han de ser esféricas[37]

Ahora bien, recordemos que la estructura del universo aristotélico se plantea en términos de lugares absolutos: la esfera lunar, la esfera de las fijas y el centro del mundo. Este centro es el punto de referencia fundamental para poder explicar la existencia de los distintos tipos de movimientos que se pueden observar en la naturaleza. En el universo de Aristóteles, como en otros modelos cosmológicos de su tiempo, el centro no es la Tierra como cuerpo celeste o ente material, sino un punto geométrico, por supuesto no material, equidistante de todos los lugares más extremos que lo constituyen –cuestión que además explica de manera concluyente su forma esférica-. De allí que es más correcto decir que la Tierra está en el centro del mundo y no que sea su centro.

La Tierra, según la ordenación que le da Aristóteles al universo, se encuentra en el centro. La razón es que tiene peso y lo pesado tiende naturalmente a ubicarse en este lugar. La Tierra es, además, esférica como consecuencia de ser pesada y ubicarse en el centro, pues la figura que más le conviene es la esférica y no cualquiera otra forma tridimensional -cúbica, piramidal o la forma del octaedro, el icosaedro o el dodecaedro, o como la Tierra central de Anaximandro, de forma cilíndrica, como una especie de tambor-, para efectos de perfección del universo, pues una Tierra esférica en el centro cumple con los requisitos formales de estar ubicada de tal manera que está equidistante con respecto a cada uno de los lugares constituyentes y más extremos del universo. En otras palabras, es evidente que la proporción de las cosas pesadas en torno al centro daría como figura una esfera, porque cada una de sus partes estarían proporcionalmente con respecto a él -si pensamos más o menos en la naturaleza de la superficie de la Tierra tal y como la vemos-, para poder tener volumen más o menos igual en todos los sentidos o direcciones.

Este argumento de carácter deductivo se apoya, además, en evidencias empíricas. La experiencia demuestra que la sombra que proyecta la Tierra sobre la Luna durante los eclipses lunares es una curva perfecta, que esa curva barre literalmente la superficie de la Luna y luego se proyecta, finalmente, otra curva en sentido contrario, que unida a la primera, conforman un círculo perfecto, de donde se puede deducir empíricamente que la superficie de la Tierra es esférica.

Ahora bien, por la necesaria ubicación de la Tierra en el centro, no tiene ningún movimiento, está en reposo. Y ésto por dos razones: la primera porque como lugar absoluto, referencia de todos los movimientos que hay en el universo, tiene que estar necesariamente en reposo, para que se pueda dar el movimiento en términos de un "arriba" y un "abajo", es decir, desde el centro y hacia el centro, y movimientos alrededor del centro. Una Tierra en movimiento desordenaría la estructura del mundo, pues no tendría sentido el arriba y el abajo y, mucho menos, la correspondencia entre la explicación teórica y los movimientos planetarios observados, donde es necesario concebir una Tierra estática para poderlos percibir.

La segunda es que para Aristóteles un cuerpo que tenga forma esférica tiende a mantener su estado natural que es estar en reposo. Por lo tanto, partiendo de su forma esférica, la Tierra no puede tener ningún movimiento, está, necesariamente, en reposo en el centro del universo. Sin embargo, debemos considerar que en ciertos postulados aristotélicos los cuerpos de forma esférica tienden a moverse en torno al centro, como en el caso de los planetas. Entonces, ¿por qué la Tierra no se mueve en torno al centro si ella es esférica?

El problema se puede solucionar de dos maneras. En primer lugar, los planetas esféricos cuya tendencia natural es estar en reposo, son arrastrados por las esferas mecánicas en movimiento alrededor del centro, y ese no es el caso de la Tierra por su ubicación central demostrada empíricamente (pues al fin y al cabo, la conclusión de que somos el centro de todos los movimientos celestes es irrefutable, si damos por hecho que el mundo real es el mundo de la percepción sensible; además de que estéticamente no tendría mucha presentación la existencia de movimientos celestes, perfectos, inmutables e infinitos alrededor de un centro que no fuera una esfera y más bien fuera otra figura tridimensional.); y en segundo lugar, si tenemos en cuenta la explicación aristotélica de que un cuerpo esférico, incluyendo los planetas, se mueven naturalmente en torno al centro del universo, esto es, que su naturaleza los impulsa a realizar dicho movimiento circular, es porque esencialmente se diferencian de la Tierra como cuerpo esférico: la Tierra es pesada, corruptible, perecedera, lo que la ubica en el centro e inmóvil, y los planetas están constituidos de la quinta-esencia, el éter, que es divino, infinito, inmutable, elemento que llena la perfección de los cielos entre la esfera de la Luna y la esfera de las fijas. Por lo tanto, la Tierra no puede tener ese movimiento natural a pesar de su forma esférica: si fuera esférica y materialmente hecha de éter y no de elementos naturales pesados o graves –agua y tierra-, giraría al lado de los otros cuerpos celestes en una trayectoria natural, circular y perfecta, alrededor del centro del mundo.

Ahora bien, una discusión interesante en la antigüedad es la que tiene que ver, precisamente sobre qué cuerpo celeste se encuentra en el centro. Como hemos podido observar Aristóteles tiene razones empíricas y teóricas para demostrar la ubicación central de la Tierra. Sin embargo, sabemos que en su tiempo se ventilaban otras teorías acerca del ordenamiento del Cosmos. Las más interesantes, por lo que significaron para las posteriores discusiones del siglo XVI desde Copérnico, son las de los pitagóricos y la de Aristarco de Samos.

La escuela pitagórica, no estrictamente por razones científicas como sí metafísicas, consideraba un orden cosmológico muy particular(, lo que no quiere decir poco interesante. Como los pitagóricos señalaban el número como entidad metafísica fundamental((, especularon acerca del número perfecto y las evidentes vinculaciones de los números con el mundo natural y sobrenatural. Para los pitagóricos el número perfecto es el diez, pues es la suma de los primeros cuatro números naturales, contiene los primeros cinco números pares –dos, cuatro, seis, ocho y diez- y los primeros cinco impares –uno, tres, cinco, siete y nueve-. Se parte del supuesto de la perfección del número diez y, por analogía, de la perfección del universo.

Uno de los argumentos que sustentan esta perfección es la forma esférica y las órbitas circulares de los planetas alrededor del centro. Ellos van más allá cuando afirman que un universo perfecto no sólo debe tener forma esférica sino que sus componentes deben ser diez cuerpos celestes. Todos los pueblos antiguos –babilonios, egipcios, chinos, mayas y por supuesto los griegos- habían conocido siete cuerpos celestes: el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Así que faltaban tres cuerpos celestes para completar el número perfecto de diez. Los pitagóricos solucionan el problema aumentando esos tres cuerpos celestes, por simple especulación metafísica: la Tierra, la Anti-Tierra y el Fuego Central.

Lo más interesante es que la Tierra no va a ser el centro de los movimientos celestes como lo puede evidenciar la observación, sino que se convierte en un simple cuerpo celeste con movimiento de rotación alrededor del Fuego Central –que es el centro de todos los movimientos planetarios-, incluso contradiciendo la evidencia empírica, pues lo que vemos todos los días es que todo el universo se mueve en torno a nosotros. Es bastante significativo que la Tierra, aunque sea por razones metafísicas, pueda tener movimiento circular alrededor de un centro como cualquier cuerpo celeste.

Aristarco de Samos (s. III a.C.) defendió en su tiempo un sistema heliocéntrico del Mundo, poniendo a la Tierra a girar como un planeta cualquiera. Básicamente su sistema comprendía al Sol ubicado en el centro del universo y, en su orden, girando a su alrededor en órbitas circulares y perfectas, Mercurio, Venus, la Tierra (con la Luna moviéndose en un epiciclo), Marte, Júpiter, Saturno, y limitándolo, la esfera de las estrellas fijas. Aunque no fue una explicación exitosa de la estructura del Cosmos, por obvias razones, esto es, por la evidente contradicción con la verificación empírica (entre otras que se mencionarán más adelante), no deja de ser un notable esfuerzo por describir la verdadera naturaleza del Cosmos, aunque sea yendo, precisamente, contra la evidencia sensible.

De todas maneras sólo hasta el siglo XVI con Nicolás Copérnico (además de algunas especulaciones de los nominalistas de París en el siglo XIV) y desde ahí hasta el siglo XVII, los copernicanos comenzarán a dirimir el asunto del posible movimiento de la Tierra alrededor del Sol, con la aceptación -hacia el primer tercio del siglo XVII- del principio de relatividad del movimiento de Galilei, pero ya esbozado por Bruno desde el siglo XVI en su Del infinito universo e mundi. Se dice aceptación del principio de relatividad del movimiento de Galilei porque en su Dialogo supra y due massimi sistemi del mondo ptolemaico e copernicano, no queda definitivamente determinada la movilidad o la inmovilidad de la Tierra. La conclusión es que da lo mismo mover la Tierra que dejarla en reposo para explicar los mismos fenómenos.

Ahora bien, además de la Tierra central, el universo de Aristóteles tiene características específicas en la distancia que hay entre el centro y la esfera de la Luna, distintas a las que hay entre esta esfera y la de las estrellas fijas. Recordemos que a esta parte le habíamos dado el nombre de región sublunar. Un lugar perecedero, corruptible, cambiante e imperfecto, constituido por los elementos primarios de los que nos había hablado Empédocles: tierra, agua, fuego y aire.

De estos cuatro elementos dos son pesados: la tierra y el agua, y dos son livianos: el fuego y el aire. Los cuerpos pesados tienen la tendencia natural de moverse hacia el centro y los cuerpos livianos desde el centro. Es la razón principal de que en el centro del universo se encuentre la Tierra -constituida, como se ha dicho, por elementos pesados que están ocupando su lugar natural-. De esta manera, cuando un grave o un cuerpo pesado cae, está buscando su lugar natural. Tenemos aquí una teoría de la gravedad: los cuerpos pesados caen porque buscan su lugar natural o, lo que es lo mismo, porque es natural que se ubiquen en el centro del universo.

Por contraposición, los cuerpos livianos o leves se alejan del centro porque no es natural que se encuentren ahí, sino que se encuentren lejos. Por eso el fuego y el aire suben, tienden a estar arriba, en su lugar natural. Escribe Aristóteles:

Ésta es la razón por la cual el centro del Universo, y el límite extremo del movimiento circular del cielo con respecto a nosotros, sean considerados como el "arriba" y el "abajo" en el sentido más estricto, ya que el centro del Universo permanece siempre en reposo, mientras que el límite extremo del movimiento circular permanece siempre en la misma condición consigo mismo. Así, puesto que por naturaleza lo ligero se desplaza hacia arriba y lo pesado hacia abajo, el límite que contiene una cosa con respecto al centro del Universo, y el centro mismo, son el "abajo", y el límite extremo, y la extremidad misma, son el "arriba". Por esta razón el lugar parece ser una superficie, como si fuera un recipiente, algo que contiene. Además, el lugar está junto con la cosa, pues los límites están junto con lo limitado[38]

Esta forma de organización por tendencias naturales en el mundo sublunar implica, por supuesto, la existencia de dos lugares absolutos: abajo y arriba. Según Aristóteles, la idea de lugar en el mundo sublunar o la existencia del abajo y el arriba como lugares extremos, antagónicos y absolutos, explica por qué razón los cuerpos suben o bajan según su naturaleza. Dice Aristóteles: "… no sin razón toda cosa permanece por naturaleza en su lugar propio"[39].

Con estos antecedentes podemos ir un poco más allá. Hemos descrito dos regiones del universo: el mundo supralunar y el mundo sublunar. Cada uno de ellos con características propias según sus elementos constituyentes. Y el resultado de estos análisis es que en cada región se presenta un tipo de movimiento privilegiado. En el mundo supralunar los movimientos circulares de los cuerpos celestes alrededor del centro y en la región sublunar movimientos rectilíneos hacia arriba o desde el centro y hacia abajo o hacia el centro, de los cuerpos graves o leves.

En la cosmología aristotélica sólo existen, pues, dos tipos de movimientos: movimientos circulares alrededor del centro y movimientos rectilíneos desde o hacia el centro del universo. Sin embargo, la percepción sensible nos enseña que existen otros tipos de movimientos: desplazamientos de móviles en dirección izquierda, derecha, hacia adelante, hacia atrás o proyectiles que describen movimientos parabólicos. ¿Qué pasa, entonces, con estos movimientos si no vemos que los móviles se mueven circular o rectilíneamente según su propia naturaleza?

Hasta el momento sólo hemos hablado de movimientos naturales. Así que hay otros movimientos que no son movimientos según la naturaleza del móvil, distintos de los movimientos naturales circulares de los cuerpos celestes o movimientos naturales rectilíneos hacia arriba o hacia abajo de los cuerpos leves y los graves. Esos movimientos que no entran en esta clasificación reciben el nombre de movimientos violentos.

Se llaman movimientos violentos porque violan la naturaleza del movimiento de los cuerpos graves o leves. Es decir que únicamente pueden existir movimientos violentos en la esfera sublunar. De hecho, en el mundo supralunar o celeste todo es perfección y, por ende, allí no existe nada más que un tipo de movimiento: el circular, cuya calidad de perfección del mundo celeste no permite que haya otro tipo de movimientos(. Por lo tanto, siempre habrá allí movimientos naturalmente circulares, perfectos, inmutables e infinitos. Es, precisamente, la naturaleza del mundo sublunar, según su imperfección, corruptibilidad y desorden, lo que permite la existencia de los movimientos violentos.

Ahora bien, según Aristóteles, "… es necesario que [a] los cuerpos simples les corresponda algún movimiento determinado, pues siendo evidente que ellos se mueven, es necesario que se muevan por la fuerza y violentamente, si carecen de movimiento propio"[40]. Tanto en el mundo celeste o supralunar como en el mundo sublunar existen movimientos naturales, como se ha dicho: circulares y rectilíneos, según el caso y ubicación espacial. Es decir que los cuerpos celestes en su movimiento circular alrededor del centro y los cuerpos graves y los leves hacia y desde el centro, poseen movimiento propio, esto es, que en la naturaleza de los cuerpos celestes, graves y leves, está implícito el movimiento. Sin embargo, la experiencia muestra que hay otros movimientos que no cumplen los criterios de moverse en línea recta hacia arriba o hacia abajo en el mundo sublunar. Según Aristóteles, los cuerpos que ejecutan esos movimientos lo hacen porque hay una fuerza que hace que ello ocurra así, violentando la naturaleza del cuerpo que se está moviendo.

Es, pues, necesaria una fuerza para que haya otro tipo de movimientos que se diferencian esencialmente de los movimientos naturales rectilíneos propios de los cuerpos ubicados en el mundo sublunar. Noción que no es aplicable al mundo celeste, pues sus características de perfección, infinitud e inmutabilidad impiden que puedan existir movimientos violentos en los cielos.

Tenemos aquí una nueva noción en la concepción aristotélica del movimiento: la fuerza. El concepto de fuerza nos servirá para explicar la existencia de movimientos violentos en el mundo sublunar. Concepto que ciertamente particulariza la problemática del movimiento en Aristóteles, pues las limitaciones de este concepto no darán cuenta satisfactoriamente de los movimientos violentos, sobre todo de los movimientos de los proyectiles.

En la cosmología aristotélica los movimientos ocurren por dos razones: o porque la fuerza se ejerce en el contacto directo entre el agente de la fuerza y el cuerpo que se está moviendo, o porque la fuerza está implícita en la naturaleza del móvil que se desplaza en determinada dirección, ya sea circular o rectilínea. En este último sentido un movimiento será siempre natural desde, hacia o alrededor del centro. Y en el primer sentido el movimiento será siempre violento. Es una fuerza externa, por contacto directo, la que hace que un cuerpo se mueva de determinado modo violentando su naturaleza de cuerpo pesado o leve.

En nuestro caso, los movimientos de los proyectiles tienen que acomodarse a la argumentación, de que en efecto ocurren, porque una fuerza externa hace que se muevan violentando su naturaleza de cuerpos pesados que, obviamente, se deben mover hacia abajo. Sin embargo, vemos que los proyectiles se mueven hacia arriba. ¿Cómo explicar este fenómeno si un proyectil se está moviendo hacia arriba y se tiene que cumplir el presupuesto aristotélico de que cuando un cuerpo se mueve lo hace por dos razones, o por contacto directo de una fuerza externa sobre el móvil, o naturalmente, según la tendencia natural del cuerpo hacia abajo o hacia arriba ya sea leve o grave? Lo cierto es que un proyectil que, por supuesto, es pesado, se puede mover hacia arriba. ¿Cómo explicar este movimiento? Aristóteles llama a este fenómeno "antiperístasis".

El fenómeno de antiperístasis consiste en que un proyectil que se mueve hacia arriba, desplaza una cantidad de aire determinada. Esa cantidad de aire desplazada se ubica detrás del proyectil y lo impulsa, de manera que se convierte en el agente motor del movimiento violento del proyectil, esto es, en la fuerza que causa el movimiento. Recordemos que en el mundo sublunar hay dos causalidades del movimiento: según la naturaleza del móvil ya sea leve o grave, o cuando una fuerza externa hace que un móvil adquiera movimiento en cualquier dirección, incluso violentando la naturaleza del cuerpo movido. En este sentido hablamos de movimientos violentos, siempre y cuando, la fuerza se ejerza directamente sobre el móvil. Por tal razón, es necesario recurrir al fenómeno de antiperístasis para poder explicar el movimiento de los proyectiles.

Los pensadores cristianos medievales dedicaron bastante esfuerzo a la explicación coherente de estos movimientos. Esos esfuerzos llevaron a una revisión detallada de la verdadera naturaleza de los movimientos de los proyectiles. De alguna manera, los modernos también dedicaron buena parte de sus trabajos al desarrollo de este problema. En última instancia, la crítica a la explicación aristotélica de los movimientos de los proyectiles se convertirá en uno de los más notables ejercicios intelectuales para la elaboración del proyecto científico moderno, antecedido, por supuesto, por la excelente disposición argumentativa de la escuela nominalista de París, pues, como se sabe, la brillante crítica de Jean Buridan sobre el fenómeno de antiperístasis es uno de los más notables ejercicios de crítica a la física de Aristóteles mucho antes de los trabajos de los modernos. Esto demuestra, ciertamente, que ciertos pensadores medievales cristianos se preocuparon por señalar determinados problemas que se presentaban en las explicaciones cosmológicas de Aristóteles, contrario a la creencia corriente de que ellos, en general, simplemente lo parafrasearon.

 

 

Autor:

Johman Carvajal Godoy

Enviado por:

Ing. Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"?

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"?

[1] HEIDEGGER, Mart?n. La pregunta por la cosa. Buenos Aires: Alfa, 1975. p.75.

[2] DESCARTES, Ren?. Los principios de la filosof?a. Madrid: Alianza, 1995. p.23.

[3] Arthur Koestler en el Prefacio de Los son?mbulos afirma que la filosof?a natural o la filosof?a de la naturaleza es ?una expresi?n pasada de moda porque el t?rmino ?ciencia?, que ha venido a reemplazarla en tiempos m?s recientes, no conlleva las mismas intensas y universales asociaciones de ideas que comportaba la ?filosof?a natural? en el siglo XVII…? (KOESTLER, Arthur. Los son?mbulos. Barcelona: Salvat, 1986. p.VII). Y agrega que los modernos ?Cop?rnico, Galilei, Descartes y Newton- que ?crearon la conmoci?n que hoy llamamos ?revoluci?n cient?fica? le daban un nombre completamente distinto: la ?nueva filosof?a?.? (Ibid, p.VII).

[4] DE ECHAND?A, Guillermo R. Estudio preliminar. En: ARIST?TELES. F?sica. Madrid: Gredos, 1995. p.24.

[5] ARIST?TELES. Metaf?sica. Volumen I. Madrid: Gredos, 1970. p.147.

[6] JAEGER, Werner. Semblanza de Arist?teles. M?xico: Fondo de Cultura Econ?mica, 1997. p.45.

[7] ARIST?TELES, F?sica, Op. Cit., p.82-83.

[8] Ibid, p.103.

[9] ARIST?TELES, Metaf?sica, Op. Cit., p.13. Las barras son nuestras.

[10] ARIST?TELES, F?sica, Op. Cit., p.179.

[11] Ibid, p.183-184.

[12] Ibid, p.299.

[13] Ibid, p.299. Las barras son nuestras.

[14] SMITH, C.U.M. El problema de la vida. Madrid: Alianza, 1975. p.94.

[15] JENOFONTE. Memorabilia. Citado por: SMITH, Op. Cit., p.91-92.

[16] FARRINGTON, Benjamin. Ciencia y filosof?a en la antig?edad. Barcelona: Ariel, 1986. p.93-94.

[17] JAEGER, Semblanza de Arist?teles, Op.Cit., p.13.

[18] Ibid, p.10-11.

[19] Ibid, p.13.

[20] PLAT?N. Timeo o de la naturaleza. En: Obras completas. Madrid: Aguilar, 1972. p.1133.

[21] Ibid, p.1136. Las barras son nuestras.

[22] Teniendo en cuenta que los modelos esf?ricos del universo ya hab?an sido considerados por otros pensadores anteriores a Plat?n. Por ejemplo, Anaximandro y Pit?goras. Sin embargo, es Plat?n quien privilegia las concepciones esf?ricas del universo, y las figuras y los movimientos circulares y esf?ricos para la f?sica y la matem?tica posterior a sus obras. Entre los siglos XVI y XVII, tanto Bruno como Descartes, hablar?n respectivamente de un universo infinito y de un universo ilimitado, en contraposici?n a las cl?sicas concepciones de un universo cerrado y limitado por la esfera de las estrellas fijas.

[23] Ibid, p.1136.

[24] FERRIS, Timothy. La aventura del universo. De Arist?teles a la teor?a de los cuantos: una historia sin fin. Barcelona: Cr?tica, 1995. p.23. Las barras son nuestras.

[25] Los otros seis movimientos a los que se refiere Plat?n en este pasaje son: arriba, abajo, izquierda, derecha, adelante y atr?s.

[26] PLAT?N, Op. Cit., p.1136. Las barras son nuestras.

[27] Werner Jaeger afirma que es ?…perfectamente natural para los fil?sofos griegos posteriores desde los tiempos de Plat?n y Arist?teles el mencionarle repetidamente, consider?ndole como el creador de la teor?a de los elementos y por tanto de la f?sica misma en el sentido que daban a la palabra.? V?ase: JAEGER, Werner. La teolog?a de los primeros fil?sofos griegos. M?xico: Fondo de Cultura Econ?mica, 1977. p.130 y siguientes. V?ase tambi?n: KIRK, G.S.; RAVEN, J.E. y SCHOFIELD, M. Los fil?sofos presocr?ticos. Madrid: Gredos, 1987. p.400 a 454, particularmente lo que tiene que ver con el Poema de la naturaleza de Emp?docles.

[28] Ibid, p.1135-1136.

[29] FERRIS, Op.Cit., p.21. Las barras son nuestras.

[30] Ibid, p.23.

[31] Ibid, p.23.

[32] Ibid, p.23.

[33] JAEGER, Op.Cit., p.16.

[34] Que sean tres o cuatro esferas no modifica radicalmente el asunto, pues se trata, en ?ltima instancia, del mismo problema, esto es, explicar los movimientos irregulares de la Luna, o en su defecto, de cualquier planeta, con respecto al movimiento observado desde la Tierra.

[35] Aunque el problema del orden planetario parezca trivial, ?ste era uno de los m?s importantes en la astronom?a occidental de origen griego. El ordenamiento de los planetas, como aparece aqu?, esto es, primero la esfera de la Luna, luego la del Sol y despu?s las de Venus, Mercurio, Marte, J?piter, Saturno y la de las fijas, era la presentaci?n que aceptaban Eudoxio, Calipo, Plat?n y Arist?teles. El primero que se separa de esta tradici?n es el alejandrino Hiparco que defendi? la antigua ordenaci?n caldea: la Luna, Venus, Mercurio, el Sol, Marte, J?piter, Saturno y la esfera de las fijas. Esta ?ltima se sustentaba, como hoy, en la duraci?n de los ciclos planetarios.

[36] ARIST?TELES, Metaf?sica, Op. Cit., p.228-231.

[37] Como bien se sabe, este es el mismo argumento de Plat?n para privilegiar la esfera como la figura m?s perfecta entre todas las tridimensionales.

[38] ARIST?TELES. Del cielo. En: Obras. Madrid: Aguilar, 1973. p.737.

[39] De nuevo encontramos aqu? un argumento plat?nico. En este caso, el privilegio del movimiento circular frente a otro tipo de movimientos.

[40] Vemos aqu? una aproximaci?n de Arist?teles con la concepci?n del Ser inm?vil, ?nico, eterno, ilimitado e inmutable, de Parm?nides.

Partes: 1, 2
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