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Monstruos y animales desconocidos. El universo onírico de la criptozoología


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      Los monstruos y las expediciones que buscan monstruos han venido recorriendo los mapas imaginarios de Occidente desde hace centurias. Los griegos crearon sus propios seres extraños, los romanos los conservaron y las sociedades medievales poblaron el planeta desconocido con  bestias salidas de sus propios temores y angustias. Durante las exploraciones de los océanos, a lo largo de los siglos XV y XVI, esa extraña fauna, que emanaba de la fantasía de los hombres, creció en América y en todo los rincones que pasaban a ser parte del universo conocido. Allí donde el hombre occidental posaba sus botas surgían los seres monstruosos, enfrentando los dictámenes de la razón y el sentido común. Y, como era de esperar, el siglo XIX y el XX, tampoco carecieron de ellos. Claro que en estos últimos casos ya no eran producto de castigos divinos o milagros. La Providencia le dejaba paso a un evolucionismo mal interpretado que trató, por todos los medios, de explicar con argumentos científicos hechos que excedían  la comprobación empírica y que, por lo tanto, eran imposibles de certificar.

    Creaturas del imaginario en todas las culturas, los monstruos han acompañado al hombre desde los orígenes mismos de la historia. Sus angustiantes y atractivas presencias se detectan tanto en momentos de aislamiento como de expansión territorial; y por ello las relaciones que guardan con la exploración y los exploradores es más que evidente.

    Cada entrada en un nuevo territorio ha estado precedida por una imaginaria colonización anterior, no de hombres o sociedades " normales" , sino de seres y animales que atentan contra las teorías y concepciones tradicionalmente aceptadas. El monstruo es la más clara personificación de lo caótico, de las fuerzas descontroladas de la naturaleza; seres que cuestionan o impiden el avance del universo ordenado, que el hombre encarna con su razón y tecnología. Constituyen una extraña galería que es lógico ubicar fuera de los mapas, puesto que los escenarios caóticos requieren de seres que representen lo mismo. Como decía un viejo adagio: " Cuanto más lejos, más raro" .

    Una de sus cualidades es que son, por esencia, asociales; desoyen el llamado de las aglomeraciones y prefieren el aislamiento y la soledad. Los sitios inhóspitos son sus guaridas y la elusividad, su permanente conducta. Difíciles  de encontrar, su potencial existencia queda condicionada por las coordenadas del lugar y del tiempo, aún analizadas sincrónicamente. Con esto quiero decir que todo contexto crea significado, y que ciertos ambientes son más apropiados que otros para que la creencia se asiente y solidifique. Es fácil combatir a los monstruos por medio de la risa cuando uno está resguardado por los cuatro muros de una casa, en pleno corazón de la ciudad. En esas circunstancias lo primero que aflora es lo grotesco. Pero la cuestión se vuelve un tanto diferente cuando, sumergidos en regiones extrañas y rodeados de selva o montaña, nos convertimos en atentos oyentes de leyendas y rumores locales. Es entonces cuando la arrogancia racionalista, hija de las luces urbanas, se debilita.

    Y justamente, de esta debilidad se aferraron muchos exploradores para absorber y difundir cientos de historias sobre seres monstruosos y extraños animales que aún faltaban catalogar (o que estaban " fuera de catálogo" desde hacía millones de años).

    Percy Harrison Fawcett (1867-1925), inglés, miembro de la Real Sociedad Geográfica, topólogo y militar del ejército británico, personifica, como ningún otro, al prototipo del explorador romántico de fines del siglo XIX y principios del XX. Entre 1906 y 1925 (año en que desapareció) organizó variadas expediciones al " Infierno Verde" amazónico para actuar como árbitro en los conflictos limítrofes suscitados entre Bolivia, Perú y Brasil. Agudo en sus observaciones, Fawcett estableció con pericia los límites políticos de dichos Estados, internándose y explorando regiones por las cuales pocos occidentales habían dejado sus huellas. Si bien cronológicamente sus viajes se practicaron a inicios del siglo XX, debemos dejar por sentado que su espíritu, motivaciones y valores fueron claramente decimonónicos. Fawcett fue un hombre del siglo XIX, hijo del imperialismo inglés y del expansionismo europeo sobre suelo americano. Su función, como árbitro entre Estados soberanos de Latinoamérica, perseguía un objetivo que él mismo dejara por escrito en su obra A Través de la Selva Amazónica: " aumentar el prestigio inglés en la zona" [1]. Es que Inglaterra se veía sumamente interesada en mantener su presencia en la región a causa de un producto que por sí solo encierra una larga y trágica historia: el caucho, el " árbol que llora" , fuente de inmensa riqueza, y de la que los británicos no querían quedarse al margen.

    Así pues, con la intención de prestigiar a su país y mantener activa la presencia británica en la región, Fawcett entró en relación con una selva misteriosa, a la que terminaría amando y en la cual dejaría sus propios huesos. Las crónicas de sus viajes (que escribiera en 1924, un año antes de desaparecer) se encuadran dentro de la denominada literatura de supervivencia, inaugurada con las grandes exploraciones del siglo XVI y que perdurará hasta bien entrado el siglo XX. En este género, el explorador/escritor se convierte en el héroe de su propio relato, describiendo las penurias, peligros y sucesos extraños de los que fuera testigo. A lo largo de las páginas de su libro, Fawcett hace desfilar los más variados productos del imaginario, esos que van desde las ciudades perdidas, minas ocultas, tribus " blancas" y, por supuesto, monstruos.

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