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Como hacer que las cosas pasen en lugar de vivir hablando de lo que pasa

Enviado por Guillermo Echevarria


    Prólogo

    Al principio, en la Cordillera, nos preguntábamos: "¿Por qué nos pasó esto a nosotros?". Y eso nos paralizaba. Lo que había que preguntarse era cómo salir de ahí.

    Escuchar en la radio que se había suspendido la búsqueda fue la mejor noticia. Desde entonces, ya solo dependía de nosotros sobrevivir y, por eso, hicimos cosas increíbles. Lo definitivo no es lo que pasa; es lo que nosotros hacemos con lo que nos pasa.

    Este libro está muy en sintonía con el que estoy terminando sobre la transformación interior y que posiblemente se llamará Querer, creer y hacer, que es lo necesario para que las cosas ocurran.

    Me emocionó mucho Taxi coaching, el cuento del taxista que pone todo de sí. Se me cayeron varias lágrimas porque me sentí muy identificado con cada uno de los personajes y con la transformación de la historia a partir de ese encuentro, porque en la vida, para ser felices, hay que poner siempre lo que falta.

    Es como el eco: si ponemos amor, nos devuelve amor. Si ponemos reproches, nos devuelve reproches. Si ponemos alegría, nos devuelve alegría.

    Todos tenemos una cordillera. Podemos quejarnos y adoptar la actitud caprichosa de no aceptar la realidad, o agradecerla. Aunque el dolor es inevitable, el sufrimiento es optativo. En los Andes, nosotros decidimos estar agradecidos.

    Ser feliz es una actitud, una decisión.

    Me alegra sentir que, a través de este libro, Guillermo está poniendo el granito de arena que hará que muchas personas puedan volver a soñar y animarse a atravesar los miedos para realizar sus sueños.

    Gustavo Zerbino1

    1.

    ¿Cómo bailar con la más linda?

    edu.red

    Estaba en una escuela de negocios dando un taller de Supervisión y Coaching cuando se cortó la luz. El lugar no tenía ventanas y la oscuridad se hizo total. En seguida se oyeron las expresiones de sorpresa de los presentes y voces que llegaban de salas contiguas a la nuestra, en las que se estaban dictando otros seminarios. Yo, que venía entrenándome en tomar los imprevistos como oportunidades, respiré profundo al tiempo que me pregunté: ¿Qué oportunidad es esto para el seminario?

    Y mientras esperaba que me llegara una respuesta mejor que la típica reacción de quejarme o matar el tiempo hasta que pasara el problema, pregunté al grupo si seguían allí y si estaban bien. Contestaron todos a la vez, un poco alterados por la situación.

    Estaba pidiéndoles que nos escucháramos cuando, de pronto, me vino una respuesta a mi pregunta. Si el propósito de este encuentro es entrenar la habilidad de hacer que las cosas pasen, ¿por qué no convertir la oscuridad en una oportunidad para practicar esto de ser más grandes que las circunstancias?

    Entonces, invité al grupo a continuar discutiendo el tema en el que estábamos antes del apagón.

    Apenas terminé de decirlo, se hizo un silencio total. Una de las participantes contestó que le parecía buena idea, pero el resto permanecía callado. Sentí que la oscuridad los desorientaba y me puse a conversar con toda naturalidad con la mujer que se había animado. En seguida se sumó la voz de un hombre que se identificó y entró en el diálogo. De a poco fueron apareciendo el resto de las voces. Luego de un rato, la conversación se había puesto súper movida y, a pesar de que éramos varios interlocutores, la comunicación fluía con toda claridad.

    Nos encontrábamos navegando en ese intercambio de ideas, contagiados por la emoción de sentir que habíamos superado un obstáculo, cuando nos sorprendió el regreso de la luz. Supusimos que el desperfecto habría sido arreglado, pero ninguno decía nada. La experiencia de conversar a ciegas había sido impactante.

    —Siento que, en este rato de oscuridad —dijo uno rompiendo el silencio—, nos comunicamos como no lo habíamos hecho hasta ahora.

    —Yo también —agregó otro—. El hecho de no poder verles las caras me llevó a estar mucho más atento a lo que cada uno decía y a cómo lo decía.

    —A mí, el asunto del ejercicio en la oscuridad, tengo que reconocerlo,, no me hizo demasiada gracia y, al principio, estaba bastante incómodo —le empezó a decir un gerente a la primera mujer que se había animado a hablar y que hasta ese momento casi no había participado del seminario—. Pero entonces escuché tu voz tan segura que me puse a hablar como si los estuviera viendo.

    —Les confieso que escuché sus voces por primera vez — compartió otro.

    —Fue un diálogo impecable. No nos superpusimos entre nosotros en ningún momento —dijo asombrada una de las participantes y remató: Voy a hacer este ejercicio con mi equipo.

    Por un momento nos quedamos todos mirándonos como diciendo: "¿Y ahora qué hacemos?".

    Me disponía a continuar cuando una participante me interrumpió para proponerme algo que en otro contexto hubiera sonado un poco loco, pero que todos aceptamos de inmediato…

    Fue la primera vez que terminé un encuentro a oscuras. Nos despedimos hasta la semana siguiente, junté mis cosas, dejé la sala y, cuando estaba por cruzar la puerta de salida, me detuvo el portero:

    —Casi se quedan encerrados hasta mañana —dijo—. Es que con el tema del apagón se suspendieron los demás cursos y pensé que se habían ido todos… ¿Se quedaron a oscuras?

    Ya estaba dejando el edificio cuando se me acercó uno de los participantes que se había quedado esperando para hacerme una pregunta en privado: si lo del apagón había sido planeado por mí como una forma de entrenarlos. Me sorprendió completamente que me lo dijera y tuve que confesarle que, de alguna manera, sí. Mi plan había sido que todo, hasta lo inesperado, sumara a los objetivos del seminario.

    Sus palabras me hicieron tomar conciencia de que esa noche habíamos danzado tan armoniosamente con lo imprevisto que se había convertido en la mujer más linda: esa dama llamada oportunidad.

    DESAFÍO N° 1: CÓMO CONVERTIR LOS IMPREVISTOS EN OPORTUNIDADES

    Claves para hacer que las cosas pasen

    Hace unos días pasé por la puerta de la escuela de negocios en la que se nos apagó la luz y me puse a recordar cómo superamos el imprevisto e, incluso, cómo logramos ir más allá hasta convertirlo en una oportunidad única de aprendizaje.

    Y se ve que, a partir de ese momento, mi cabeza continuó preguntándose: ¿Qué oportunidad puede ser esto para mis objetivos? porque al tiempo me sugirió: ¿Y si escribimos la anécdota del apagón?

    Publiqué la historia en Internet y la respuesta de los lectores fue muy buena. La envié a través de mi boletín electrónico y una empresa me contrató. Además, se convirtió en una de las historias clave para explicar de manera sencilla la esencia de este libro: pase lo que pase, cómo hacer que las cosas pasen.

    Tantas cosas surgieron a partir de ese y otros imprevistos que, a veces, me pregunto qué rumbos distintos habría tomado mi vida en estos últimos años si, en lugar de aprovechar esos imprevistos, los hubiese visto como problemas a evitar.

    A través de estas claves quiero trasmitirte lo que aprendí explorando el arte de la oportunidad para que puedas descubrir posibilidades donde antes solo parecía haber problemas.

    Me gustaría poder aprender de tus experiencias convirtiendo imprevistos en oportunidades, por eso te voy a agradecer mucho que las compartas conmigo enviándolas a [email protected]

    ¿AGUAFIESTAS?

    Me encontraba coordinando una actividad de trabajo en equipo en un hotel en mitad de las sierras de Córdoba. Habíamos planificado realizar los desafíos de la mañana dentro del hotel y seguir trabajando al aire libre por la tarde. La jefa de Recursos Humanos de la empresa que me contrataba estaba muy preocupada con unos nubarrones negros que iban creciendo a medida que se acercaba el medio día. Al llegar la tarde empezó a llover torrencialmente y yo tuve esta conversación conmigo:

    —¿Qué quiero que pase?

    —Que la gente pueda hacer los juegos de equipo sin mojarse.

    —¿Y por qué sin mojarse?

    —Emmm… no sé. Porque es lo que me dijeron en la empresa.

    —¿Pero para qué te contrataron? ¿Para que no se mojen?

    —No, me llamaron para que coordine juegos y desafíos para que este grupo se convierta en un equipo de alto rendimiento.

    —¿Y si incluyéramos la lluvia como un desafío a superar por el equipo?

    —Bueno, pero… ¿y si algunos no quieren mojarse?

    —Y bueno, tendrán que decidirlo… ¡en equipo!

    —Claro, les voy a pedir que tomen la primera decisión de equipo de la tarde.

    Tuvieron que negociar entre ellos y finalmente improvisaron varias capas de lluvia a partir de unas bolsas de residuos para los que no querían mojarse. Una hora después, apenas el equipo había logrado superar bajo la lluvia el desafío que yo les había planteado, paró de llover.

    La sensación de triunfo era generalizada y escuché a varios de ellos comentando: "Se nos dio todo. Sin lluvia no hubiese sido lo mismo". Entonces pensé: ¿Cuánto nos hubiese costado generar artificialmente la lluvia que ese día nublado nos había regalado?

    Estate alerta. Mientras solo veas problemas en una situación, es posible que te encuentres ¡defendiéndote de las oportunidades!

    ¿RESOLVER O DISOLVER?

    Los problemas son tentadores porque nos invitan a resolverlos sin dejar que nos preguntemos si existe otra manera de plantear la situación. Como cuando nos ponemos a resolver un crucigrama o el Sudoku. No nos replanteamos las reglas del juego, sino que, simplemente, intentamos jugar lo mejor posible dentro de las reglas establecidas. En la situación del apagón, yo podría haberme planteado: ¿Cómo hago para que volvamos a tener luz?

    Y seguramente habríamos podido encontrar muchas maneras de resolver la falta de luz con un encendedor, prendiendo los teléfonos celulares o poniéndonos de acuerdo para continuar la actividad en el bar de la esquina. Todas soluciones que pueden servir para tener luz, pero que no cuestionan el planteo inicial que da por sentado que la falta de luz es un problema.

    Frente a un problema no solo podemos resolverlo, también podemos disolverlo.

    ¿¡Qué!? Sí. Preguntándonos: ¿Quién dice que esto es un problema? o ¿cómo estoy interpretando esta situación para que aparezca como un problema para mí? y ¿cómo necesitaría plantearla para que deje de ser un problema para mí?

    Pero ¿cómo es posible disolver un problema que, hasta hace cinco minutos, nos estaba volviendo locos? Es posible porque los problemas no son cosas, son planteos. ¡Y es por eso que podemos replantearlos! De hecho, los problemas no existen independientemente de nosotros. Somos nosotros lo que llamamos problema a una situación que no esperábamos encontrar.

    No hay problemas sin miradas problemáticas.

    ¿CÓMO HAGO PARA CONVERTIR UN IMPREVISTO EN UNA OPORTUNIDAD?

    Podemos gastarnos el dinero de la indemnización mientras lloramos la injusticia de haber sido despedidos olvidando, por ejemplo, que siempre quisimos tener un emprendimiento propio. Hoy tenemos el dinero y el tiempo, pero no lo podemos ver porque, entre otras cosas, no queremos aceptar que ocurrió lo que ocurrió.

    Anclados en el lamento y el enojo, continuamos peleando con la situación del despido y no dejamos espacio mental ni emocional para preguntarnos: ¿Qué oportunidad podría ser esto para mi crecimiento personal o profesional?

    ¿Hace rato que estoy disconforme con mi trabajo? ¿Y si aprovecho para definir qué es lo que sí quiero y a dónde me gustaría estar en cinco años? ¿Y si convierto este momento en una oportunidad para hacer el cambio de rumbo que siempre le quise dar a mi vida?

    Yo llamo hacer un minuto de Coaching a la pausa que hice en el momento del apagón para revisar cómo estaba mirando la situación y preguntarme qué era lo que quería lograr. Es un momento en el que salgo del piloto automático para revisar cómo estoy mirando la situación, para mirar mis pensamientos a la luz de lo que es más importante para mí. Es decir, para dejar de ser mi mente y pasar a ser la conciencia que observa cómo está pensando mi mente.

    Sucede que, mientras estoy siendo la mente, puedo tener la sensación de que mis pensamientos son la única realidad. Pero, tener un punto de vista, al fin y al cabo, es mirar la situación desde un solo punto. Decidir que no vamos a movernos de nuestro lugar porque nos encanta lo que vemos desde ese punto.

    Pero, si estoy tan enamorado de mi punto de vista que no me permito ver otra cosa, ¿tengo realmente un punto de vista o debería decir que hay un punto de vista que me tiene a mí?

    Tomar conciencia es tomar la distancia necesaria para ver con nitidez qué estoy pensando y así poder elegir mis mejores pensamientos, en lugar de ser pensado por cualquiera de ellos. Recién cuando tomo conciencia de cómo estoy pensando, puedo elegir descartar un pensamiento y reemplazarlo otro que me sirva más.

    ¡Cuidado! Los puntos de vista pueden ser muy peligrosos. Son auténticos magos capaces de hipnotizarte y hacer que confundas sus trucos de ilusionismo con la verdad.

    TRES PREGUNTAS CLAVE PARA HACERSE FRENTE A UN IMPREVISTO

    1. ¿Qué digo que pasa?

    2. ¿Qué quiero que pase?

    3. ¿Cómo podría convertir este hecho en una oportunidad para mí?

    1. ¿Qué digo que pasa?

    ¿Cuál es el hecho y cuál es mi primera evaluación del hecho?

    Para descubrir oportunidades, necesito mirar la situación sin confundir el hecho de que no hay luz con interpretaciones del tipo: que no haya luz es malo o sin luz no podemos trabajar. La diferencia radica en que los hechos pertenecen al mundo, y las interpretaciones o evaluaciones que hago de la situación me pertenecen a mí. Y como me pertenecen, ¡puedo cambiarlas por otras que me sirvan más!

    Saber diferenciar los hechos de mis opiniones me hubiese sido muy útil cuando empecé a dar seminarios de Liderazgo.

    Eran mis primeras actuaciones en público y solía sentir que algunos participantes me hacían preguntas maliciosas buscando probar cuánto sabía yo del tema que estaba compartiendo. Con ese diagnóstico de situación en mente, me ponía nervioso, me defendía y reaccionaba a su ataque con alguna evasiva o, por responder rápido, podía llegar a decir algo que más tarde lamentaba.

    En ese momento, yo no sabía distinguir entre:

    • hicieron una pregunta (el hecho);

    • es maliciosa (mi evaluación del hecho).

    Ahora bien, ¿cómo podía saber que la pregunta era maliciosa si yo no estaba en el interior de esa persona? Años más tarde aprendí que, en todo caso, esa era mi suposición. Una suposición que pintaba mi mundo de nerviosismo y que, como era mía, podía cambiarla por otra que sirviera más a mis objetivos como entrenador planteándome, por ejemplo: ¿Si no hubiera maldad en la pregunta cómo la respondería?

    Este simple planteo me tranquilizaba y me permitía concentrarme en comprender la inquietud del participante, en lugar de ponerme a la defensiva y buscar neutralizarlo.

    Luego de algunas experiencias positivas, probé ir más lejos planteándome: ¿Y si mirara estas preguntas como una oportunidad para mis objetivos como entrenador?

    Y sí, descubrí que podían ser una buena oportunidad para crecer en autodominio ejercitando mi habilidad de hacer una pausa para respirar, recordar mis prioridades y elegir mi respuesta. ¡Justo lo que yo estaba buscando trasmitir en esos seminarios!

    Ahora tenía la oportunidad de ser en la práctica ese autodominio. Así, a todos los presentes les quedaba muchísimo más claro de qué trata esto de elegir la respuesta frente a algo que, en primera instancia, se podría considerar como una agresión. Ya no importaba qué me preguntaban. Bueno, en realidad sí, porque desde que empecé a ver esas preguntas como oportunidades, ahora estaba rogando que me tiraran alguna granadita verbal para poder mostrar en la práctica cómo dar una respuesta constructiva desactivando mi reacción.

    Además, en muchas ocasiones, explorando sin miedo lo que había detrás de las preguntas, descubrí que no habían sido formuladas con intención de agredir. Algunas personas, por ejemplo, ponían en mí las malas experiencias que habían tenido en otras capacitaciones pero, al permitirles que lo expresaran, tomaban conciencia de que esta era una situación distinta y las emociones se calmaban. Era mi turno de ayudar a los participantes a revisar las evaluaciones automáticas que habían hecho de mí y a reemplazarlas por otras que nos permitieran trabajar mejor juntos.

    Es cierto que hubo casos en los que comprobé que la intención era agredirme, pero más de una vez, al escuchar los motivos, me enteré de que yo había dicho algo que había resultado ofensivo o inadecuado y, luego de pedir disculpas, pudimos continuar el seminario en paz.

    Elegir mirar las preguntas imprevistas de los participantes como una puerta para comprenderlos mejor en lugar de un peligro del que debía defenderme, me convirtió de un entrenador miedoso en uno más confiado y cercano a las necesidades de las personas, lo que me permitió ser más efectivo para ayudarlas.

    2. ¿Qué quiero que pase? ¿Cuál era mi objetivo? ¿Cuáles son mis propósitos más altos? La primera reacción de la mente frente a una situación inesperada suele ser: Quiero que las cosas vuelvan a ser como antes. Cuando se apagó la luz, mi mente dijo: ¡Quiero que vuelva la luz! Esa manera de pensar me enfocaba en el objetivo de recuperar la luz pero, cuando tomé distancia, recordé que mi propósito para el seminario era mucho más grande que tener luz. Esos son los momentos en los que necesitamos recordar nuestras prioridades originales preguntándonos, por ejemplo: ¿Cuál era mi objetivo cuando decidí venir a esta reunión? ¿Cuáles eran mis prioridades y mis propósitos más altos cuando soñé con ser médico?

    Pero… ¿para quién está trabajando tu mente?

    Aunque quizá no nos demos cuenta, todos solemos ser muy habilidosos para convertir imprevistos en oportunidades. ¿¡Qué!? Así es.

    ¿Alguna vez convertiste un error de otro en una oportunidad para criticarlo y devolverle así alguna gentileza? o ¿acaso no conocemos a alguien cercano que aprovecha algo que su pareja no hace bien o cualquier cosa que no funciona en su lugar de trabajo para autoeximirse de esforzarse y de dar lo mejor de sí mismo?

    Lo que sucede es que, si nos distraemos, nuestra mente trabaja para sus propios objetivos. Y el objetivo mental de tener razón siempre está esperando para meterse en nuestra vida. Porque confirmar lo que pensábamos, hace que nuestra mente se sienta inteligente y superior a la de los que están equivocados.

    Pero por más que a tu mente le guste mucho, demostrar que tenemos razón es un juego adictivo y destructivo. Tanto que puede llevarnos a romper amistades, parejas y proyectos con tal de confirmar que estábamos en lo cierto, no dando el brazo a torcer aun cuando eso implique demostrar que nunca vamos a funcionar como pareja porque no me escuchas o que no sirvo para trabajar con la tecnología o que no hemos nacido para ser creativos, emprendedores, buenos amigos, o lo que sea que estemos empecinados en demostrar que no podemos.

    Cada vez que las cosas no funcionan como esperábamos se nos presenta una decisión:

    • ¿Quiero encontrar culpables o quiero encontrar oportunidades de mejora?

    • ¿Voy a insistir defendiendo mi único método o estoy dispuesto a cambiar para lograr más?

    Y, en definitiva:

    • ¿Quiero tener razón o quiero tener resultados?

    De la respuesta que elijas va a depender el rumbo de tu día y, en definitiva, de tu vida. Sin embargo, aunque hayas elegido muchas veces el camino de tener razón —como yo mismo lo hice y lo hago cada vez que me salgo de mi rumbo—, te recuerdo que este nuevo minuto presente es una oportunidad para elegir algo nuevo. ¿Vas a dejar que tu mente lo use para sentirse y mostrarse inteligente o vas a aprovecharlo para vivir mejor?

    Si el apagón no me hubiese encontrado entrenando el músculo de transformar los imprevistos, quizá, en lugar de aprovecharlo como una oportunidad de aprendizaje, lo hubiese aprovechado como la oportunidad de irme antes a mi casa; de quejarme de lo mal que funcionaban las instalaciones del lugar o como una buena excusa, en caso de que los participantes dijeran que el seminario no les había resultado efectivo.

    Hoy, te invito a revisar los objetivos que estás alimentando en tu interior, porque vas a tender a convertir todo lo que pase en una oportunidad para lograrlos. Y si, en lugar de un sueño constructivo, tu objetivo principal fuera, por ejemplo, tomar revancha con alguien porque todavía estás resentido por lo que te hizo, que no te extrañe encontrarte aprovechando cualquier situación para dañar a esa persona o para dañarte como una manera de mostrarle al mundo lo mal que te va en la vida por culpa de lo que esa persona hizo.

    Las oportunidades que no estás encontrando son una consecuencia de los sueños que no estás alimentando. Para ver grandes oportunidades, hace falta tener grandes sueños.

    3. ¿Qué voy a hacer para convertir este hecho en una oportunidad para mí?

    ¿De qué manera necesito evaluar la situación para que sume a mis objetivos?

    Ya son muchísimas las ocasiones en las que, frente a un imprevisto o un error, pude escapar al primer planteo limitante que me daba mi mente reactiva. Hoy escucho las sugerencias de mi mente, pero no las tomo como verdades, sino como lo que ella está pudiendo ver en ese momento y voy más allá de mi primer diagnóstico de situación preguntándome: ¿Esto es lo único que puedo ver o soy capaz de mirar la situación desde un nuevo ángulo?

    Hoy elijo apostar a que siempre hay otras interpretaciones posibles y exploro esas posibilidades confiado en que sólo necesito encontrar la mirada o el ángulo que me permita utilizar ese hecho a favor de mis objetivos.

    Como el río que, entre las rocas, va encontrando el cauce por donde sí puede pasar, ¿qué es lo que sí puedo hacer en esta situación?

    TIPS PARA QUE LOS IMPREVISTOS TE TENGAN MIEDO

    • Ver lo que sucede solo como un problema es olvidarnos de que las circunstancias en sí mismas no son ni buenas, ni malas, sino neutras; simplemente son.

    • Enfocarnos en que las cosas deberían haber sido de otra manera nos desgasta, porque nos invita a gastar nuestra energía en enojos, protestas, culpas y autocastigos, y así echamos por tierra cualquier posible romance con la señorita oportunidad.

    • Los planes no se hacen para seguirlos ciegamente, sino para conseguir algo. Cuidado con aferrarse al plan y perder de vista el objetivo.

    • Cuando las circunstancias cambian abruptamente, la primera reacción de la mente es apurarse: hacer lo mismo, pero más rápido. En lugar de eso, te invito a detenerte y rediseñar tu plan pidiendo ayuda a más personas o cambiando tu método de trabajo.

    • Y si te preguntaras: ¿Para cuál de mis objetivos podría ser perfecta esta situación?

    • Convertir imprevistos en oportunidades no consiste en ser positivo negándose a mirar lo que no está funcionando. Se trata de aceptar que algo no funciona como esperábamos y, sin embargo, preguntarnos con insolencia:

    ¿Y si este cambio fuera una ocasión de llegar aún más lejos en mi objetivo original?

    TU MINUTO DE COACHING

    Cuando la oportunidad toque tu puerta, en lugar de empezar a desperezarte, dale a tus sueños una calurosa bienvenida. Si en este mismo momento se te diera la posibilidad de vivir el sueño de tu vida, ¿estarías listo para aprovecharla?

    Si tu sueño es viajar por el mundo, ¡te aconsejo que tengas tu pasaporte al día!

    Por eso, te invito a preguntarte: ¿En qué necesitaría formarme para tener las valijas listas para mi aventura? y ¿de qué manera podría reinterpretar los hechos de mi pasado de modo que se conviertan en una oportunidad para acercarme a mis sueños?

    Lo que buscas está más cerca que tu propia yugular

    Proverbio chino

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