Antecedentes, 1940-1970
Intentar abordar el estudio de una historia del teatro contemporáneo panameño, necesariamente nos obliga a, por lo menos, evocar dos épocas que bien podrían ser los cimientos en los que se fundamenta éste. Estos periodos son:
El último cuarto del siglo XIX
El primer tercio del siglo XX
Ambos períodos parecidos en su esencia por cuanto se enmarcaron en medio de la construcción del Canal de Panamá, y por que las representaciones que se ofrecieron, en casi su totalidad, fueron espectáculos importados. En mi Historia del Teatro en Panamá he sostenido que es durante el último cuarto del siglo XIX cuando por primera vez hay actividad teatral en nuestro país, de manera continuada. Es evidente que ante la empresa que llevaban adelante los franceses por construir el canal, la bonanza económica era propicia, como en efecto lo fue, para traer compañías extranjeras que representaran en nuestro medio. Tan cierto es esto que durante esos años actuó en el llamado Teatro de Las Monjas la entonces ya legendaria Sara Bernhardt. Panamá no había dejado de ser un poblado de unos cuantos miles de habitantes, rodeada por el mar la selva tropical, la malaria y la fiebre amarilla. Es significativa, entonces, la presencia de tan extraordinaria diva aquí, corolario, asimismo, de este movimiento escénico extranjero.
El primer tercio del siglo XX, por su parte, se desarrolla en el Teatro Nacional, único teatro verdadero en el país inaugurado en 1908 y que desde esa fecha jugará un papel importantísimo en nuestra escena. Ahora, a diferencia del ciclo anterior, quienes construyen el canal son los norteamericanos. Bonanza económica; creciente el comercio, la clase comerciante panameña hasta entrada la década de los 30', mata las aburridas noches tropicales en el Teatro Nacional. Compañías de España, Argentina y México comandan un movimiento que noche a noche colma la sala. Teatro, ópera, opereta y zarzuela son los géneros que indistintamente se interpretan.
Durante esta época hubo algunos atisbos aficionados por parte de los panameños, pero en verdad se trató más bien de cosas vagas. Fue un momento, a mi modo de ver la historia, de empatía para los teatristas que posteriormente van a tomar las riendas de nuestro teatro inicial. Fue un momento de aprendizaje.
La política del mundo, primera obra teatral panameña, había sido escrita en 1809 por Víctor de la Guardia y Ayala. En 1853 se escribió la segunda, Dios i ayuda. Tomás Martín Feuillet fue su autor y hasta la década de 1930 no pasaban de cinco los intentos formales por dar inicio a una verdadera dramaturgia. Hasta ahora, sólo podríamos hablar de un teatro en Panamá, no de un teatro panameño propiamente tal.
Soy de la opinión que no se puede hablar de teatro nacional mientras esa nación no sea nervio motriz y generador de un teatro que hable de ella misma, que haya sido escrito por sus nacionales y que desarrolle un pensamiento político, social y filosófico que pueda definir esa misma nacionalidad. Los casos de De la Guardia y Ayala y de Feuillet, son la excepción a la regla.
La efervescencia del primer tercio del siglo XX, en cuanto a representaciones teatrales en Panamá, termina justo cuando se inicia la depresión económica de los años treinta, con el asalto al poder realizado por Hitler en Alemania y los augurios de la II Guerra Mundial. En lo interno, con la revolución de Acción Comunal, giro político que dará el perfil moderno a la república, nacida apenas en 1903.
De esta forma, no es hasta los años cuarenta cuando comienza a generarse una actividad teatral que, en cierta forma, vendrá a ser la génesis de nuestro teatro. Es un hecho casi sin debate que la pieza que inaugura un autóctono movimiento teatral sea La cucarachita mandinga, de Rogelio Sinán y Gonzalo Brenes, estrenada entre diciembre de 1937 y enero de 1938. Luego de su regreso de Europa, a mediados de la década anterior, Sinán se había convertido en promotor teatral. No se le puede restar importancia al movimiento que entonces encontró y quizás de él parta su preocupación, hasta convertirse en el primer dramaturgo que toma el oficio con profesionalismo.
Cuando la II Guerra Mundial abrió sus fauces, paradójicamente, Panamá se convirtió en un pueblo bullicioso y alegre. Con miles de marines estadounidenses en las calles de las ciudades terminales del Canal, no es difícil imaginarse que florecieran los bares, que los precios subieran, que la prostitución proliferara y que los dólares rápidamente fueran cambiando de una mano a la otra. El neón hizo su aparición en los anuncios comerciales y del campo llegó una gran migración de hombres a trabajar en las riberas del Canal.
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