En un hermoso valle latinoamericano bordeado de majestuosas montañas vivía una noble familia indígena. Calia y su hermanito Kuri formaban parte de ella; eran niños inteligentes, buenos, obedientes, curiosos; conocían unos seres magníficos: los gnomos, elementales de la Tierra, encargados de cuidar, proteger la naturaleza; amadísimo por los indios, entre todos ellos tenían un amigo llamado Natur; instruido, sabio como solía ser, quiso darles un regalo a los pequeños: un paseo; decidió pedir permiso a la madre, Laya, y al padre, Sabi, para visitarlos una vez a la semana durante un mes; podría llevarlos a ver un mundo diferente: un pueblo cercano cuyos habitantes eran destruidos cada vez más; en él vivían cuatro monstruos dañinos.
Ir a semejante sitio no parecía buena idea; realmente fue la mejor, pues existía una temible amenaza: dichos monstruos podrían arribar pronto a la pequeña aldea de la tribu; el previo conocimiento de los enemigos les daría ventajas, y así podrían defenderse.
Natur consiguió el permiso; acordaron comenzar las excursiones el siguiente domingo. Llegó el ansiado día; partió contento el trío. Una linda mañana de fresco ambiente perfumado por el aroma de las flores, tenían como cómplice de la gran aventura.
Logrando armonía en aquel paraíso, el gnomo y su familia, principales protectores de tanta belleza, laboraban muchas horas.
El genio comentó:
–Deben ser valientes; no verán nada parecido a lo que conocen.
–¿Qué veremos?
Preguntó la graciosa chiquilla.
–Un sitio lleno de sorpresas: unas buenas, otras malas. Tienen la edad que les permite distinguir entre el bien y el mal.
–¡Vamos!; estoy ansiosa por llegar.
–Tiempo atrás aquellos lugares quedaban bastante lejos de nosotros; ahora tenemos uno cerca; a treinta minutos más o menos.
El muchacho interrumpió al gnomo:
allí.
–Debe de ser el pueblo al que va mi padre algunas veces; nunca quiso llevarnos
–Sabi esperaba que fueran mayorcitos; les explicaría todo lo extraño sucedido allá.
Me ha permitido llevarlos a pesar de que debía y quería hacerlo él mismo. Lo conozco desde niño; confía en mí.
–Nosotros también.
Tomaron un sendero estrecho; no la vía principal; Natur sabía que para poder atrapar nuevos inocentes, tontos, en esos bosques solían esconderse los detestables personajes.
La vegetación era espesa; los rayos del sol casi no podían penetrarla; todo se veía oscuro; pasados quince minutos, el camino se abrió a una planicie preciosa llena de flores y árboles frutales de diferentes clases.
De repente comenzó a divisarse una especie de neblina; un aroma fétido molestó a los pequeñines.
–Natur, ¡qué olor raro!; ¿por qué hay tanto humo?
–Kuri, porque se aproxima un ser conocido por tus ancestros.
No había terminado de hablar, cuando apareció un esperpento desagradable: una horripilante caja gigantesca de garras torcidas, disparejas, por lo cual caminaba cojeando.
Despedía humo por todas partes; se detuvo frente a ellos; se tiró en el piso resoplando de cansancio. Se abrió; comenzaron a salir de ella otras cajas pequeñas llamadas cajetillas; rodaban torpemente, y caían al piso. Cubrieron el suelo con sus despreciables presencias; eran muchísimas; la jefa dijo en un tono hipócrita:
–¡Hola, amiguitos! Estábamos esperándolos. Enmudecieron… ante aquellas grotescas figuras. Saliendo de su estupor, el chico se atrevió a preguntar:
–¿Para qué nos esperaban?
–Queremos que conozcan a nuestros huéspedes, y se conviertan en excelentes compañeros.
–¿Dónde están?
–Dentro de nosotras, por supuesto, niño bobo.
–No soy adivino, grosera.
–Me abriré, y saldrá uno. Les encantará.
Al abrirse aquella humeante y fea cajetilla, emergió despacio un cilindro espantoso envuelto en papel blanco; por dentro era de color marrón oscuro; la punta de la cabeza tenía pelos encendidos; de su boca brotaba una peculiar humareda gris de pestilente olor.
–¡Qué asco! Natur, dame la mano. No quiero quedarme sola con este bicho.
–No temas. Háblale.
La niña se llenó de valor; le preguntó:
–¿Quién eres?
–¿Yo? ¡Ja, ja, ja! Nada menos y nada más que uno de los mejores hijos de la señora Hoja.
–¿Y tu papá?
–Es el señor Tabaco.
–¿Cuál es tu nombre?
–Cigarrillo. Tus familiares nos utilizaban de otro modo.
–¿En serio?
–Nos metían dentro de "pipas de la paz"; nos prendían fuego, y nos fumaban; ¿lo sabías?
Calia no entendió a qué se refería él cuando habló de fumar y de pipas. Natur debió aclararle todo detalladamente.
–Fumar es prender fuego a la cabeza de este ruin adefesio; comenzar a chuparlo extrayendo el humo; expeler dicho humo una vez que haya llegado a los pulmones. Repetir este inútil, estúpido, asfixiante acto, hasta que el sucio espantajo esté tan pequeño que haya casi desaparecido.
El cigarro escuchaba con atención; soltó una carcajada tal que los árboles temblaron.
–¡Ja, ja, ja! ¡Gran estupidez estás contándole a las criaturas! Nadie acaba mi cuerpo. Soy yo el que aniquilo los suyos. Poseo clones fabricados por expertos en el mercado del tabaquismo; por cada uno que sea fumado miles de millones lo reemplazan. ¿No estás viendo el suelo, tontín?; cada cajetilla contiene veinte de nosotros; ¡ja, ja, ja!
–¿De qué modo terminas con la vida de los fumadores?
–En la mayoría de los casos lentamente, niño. Es cuestión de unos cuantos años.
Tengo paciencia. Mi método predilecto es producirles cáncer pulmonar.
El gnomo se dio cuenta de que la charla exigía otra explicación.
–El cáncer pulmonar es una enfermedad grave; ataca las vísceras contenidas dentro del tórax, las cuales nos sirven para respirar; allí se regenera la sangre. El humo del cigarro daña los pulmones; deja en ellos una sustancia llamada nicotina; los vuelve negros como carbón.
No aguantó el horrible ser las ganas de interrumpir nuevamente.
–¡Exijo respeto, caballero! Esa sustancia, como la llamas, es la sangre que circula en mis venas; mi arma poderosa; si no fuera por ella, el humano no podría enviciarse ni depender de mí el resto de sus días.
El pequeño preguntó a Natur:
–¿Hay otros daños ocasionados por este monstrete?
–Claro que sí. De consecuencias inmediatas.
–¿Cuáles?
–Tiene más o menos cuatro mil ochocientos elementos químicos; estos dañan el corazón, el cerebro; te vuelve los dientes, dedos y uñas, amarillos; produce malísimo aliento, arrugas en la piel; se logran muchos efectos negativos debido a este vicio.
El chico reaccionó rápido; mirando a Cigarrillo le grito:
–¡Qué dañino eres!; ¡no te queremos!; ¡fuera de nuestro camino!
–Tú te lo pierdes, bebé.
–No me llames bebé. Soy un niño grande.
–Convertirte podrías en mi mejor compinche, grandullón.
–No, gracias. No eres el tipo de amigo deseado.
–Pruébame. Perderías una excelente oportunidad si no lo haces. Escucha mis buenos consejos; llegarás con ellos a viejo.
Calia los sorprendió:
–¿Mi hermano no quiere probar? Yo sí; me convierto en amiga tuya si me gustas.
El genio no esperaba esto; la propuesta hecha por la niña lo impresionó; la tomó por un brazo; ella se zafó; corrió hacia el cigarro que se había casi consumido; el apestoso ser encantado se le brindó completamente.
–Aquí me tienes, preciosa. ¡Fúmame todo, todito, todo!
La pequeña lo tomó entre sus dedos apretándolo con fuerza; no escaparía. El espantajo se molestó.
–¡Ayayay! Estás haciéndome daño. No me aprietes, tonta. No es la manera como podrás fumarme.
No lo soltó ni un poquito; al contrario: lo apretó más recalcándole:
–¿En serio quieres que te suelte, requetetonto? No solo eres dañino; eres torpe; bruto. ¿Crees que podría fumarte? ¿Estás viéndome cara de boba? Aquí terminan tus días. Nunca podremos ser amigos; justo ahora morirás. Te voy a enterrar en la Pachamama; ahí te quedarás para siempre.
Inmediatamente se dirigió a su buen amigo.
–Natur, ¡ayúdame! Abre un hueco en la tierra; ¡mira!; por poco me quema la mano; además, está lanzándome aros gigantes de humo.
–¡Quiere asfixiarte! ¡Ten cuidado!
El gnomo abrió el hueco; Calia metió y aplastó a Cigarrillo en él hasta que soltó la última exhalación de veneno; luego lo cubrió arrojándole tierra.
El geniecillo la miraba muy asombrado; abrazándola, besó su frente. Su hermanito también emocionado la besó, abrazó y felicitó.
–¡Bien hecho!; me pegaste un tremendo susto.
–Lo siento, amiguito; no tuve tiempo de aclarar nada. El bicho, un tanto astuto, hubiese huido.
–Tienes razón; me gustan las chicas lúcidas como tú. Fuiste valiente.
–Gracias.
Ya no había necesidad de ir al pueblo; la primera misión había sido cumplida exitosamente; sentían mucha felicidad; decidieron regresar; llegaron justo en el momento en que Laya salió a ver si los expedicionarios venían en camino.
–¿Cómo les fue? Presentí que no sería largo el paseo.
–De maravilla, madre.
Dirigiéndose al gnomo, el muchacho le dijo:
–¿Quieres un jugo de guayaba?; mi madre nos lo preparará; ¿verdad, mami?
–¡Cómo no! Lo haré con leche; quedará delicioso.
Natur agradeció su amabilidad; después de charlar un rato y de relatar lo acontecido prometió volver en una semana; tendrían otra gran aventura de conocimiento, valentía y superación.
Pasados siete días, el gnomito llegó a primera hora de la tarde al hogar de los amigos; según lo planeado se dirigieron al pueblo. Caminaron media hora; luego se sentaron para contemplar un lindo arcoíris mientras comían algunas frutas recogidas en el trayecto; muy animados continuaron la caminata, y en corto tiempo alcanzaron a divisar el lugar esperado.
–¿Este es aquel famoso pueblo, Natur?
–Exacto, Calia.
–No me gusta; es más hermosa mi aldea.
–Tampoco me agrada. ¿Ves aquella edificación?
–Ajá.
–Es una casa de juegos. Casino la llaman algunos.
–Lo de los juegos suena divertido.
–No lo es, créeme. No podrán entrar; es un establecimiento para mayores de dieciocho años.
–Tengo seis; Mi hermano tiene ocho. ¿Qué haremos?
–Tiene abierta una ventana; vamos a observarlos.
–Está bien.
Colocaron unas piedras, y subieron por ellas hasta la ventana.
–¿Ven aquel extraño personaje parecido a una caja de luces?
–Sí.
Contestaron al unísono los pequeños.
–Se llama Juego Apostador. Sus poderes son especiales; todos malos; al cambiar de atavío, se puede convertir en cualquier juego. Llámalo.
–¡Juego Apostador! Oye, mi hermana y yo hemos venido a conocerte.
Este, otro monstruo feo, presumido, ocupadísimo, de mala gana se acercó.
–¿Están llamándome? No es común que vengan pequeñines a visitarme. ¿Traen dinero?
–¿Para qué?
–Para apostarlo, y apoderarme de todo él, obviamente.
Los hermosos, expresivos ojos negros del chico, se clavaron en el rostro de Natur pidiendo aclaración, y el gnomo le dijo:
–No te preocupes; este bicho siempre actúa de la misma forma: prepotentemente.
Déjamelo a mí.
–Sí.
Había escapado; regresó donde los viciosos a exprimirles los bolsillos; el genio debió llamarlo a gritos.
–¡Juego Apostador!
–¿Qué quieres, fastidioso? Déjame jugar en paz; estoy perdiendo tiempo y dinero.
–Quiero que mi amiga y mi querido amigo te conozcan. Cuéntales sobre tu vida; no los invites a jugar; no tienen con qué.
–¡Ja! Eres un gnomo; puedes fabricarles cuantas monedas quieran.
–No traje mi varita mágica.
Natur trató de engañarlo acerca del tema de las varitas mágicas; pudo hacerlo; era bastante ignorante aquel ser; no sabía que los gnomos no las utilizan; pertenecen a las hadas.
El espantoso adefesio agregó:
–¡Qué torpe! Trae dinero contante y sonante la próxima vez; promételo.
–No puedo. La verdad, vinimos a conocerte, no a jugar.
–¡Qué aburridos!
El bello niño quiso hablarle a la rara criatura.
–¡Hola, señor Juego Apostador.
–Te regalo lo de señor. En realidad soy un gran vicio; así quisiera ser llamado.
–¿De quién eres hijo, Gran Vicio?
–De la Gran Ambición.
–¿De qué estás vestido?
–De máquina tragamonedas.
–Te hace ver gordo.
–¿Gordo? No; solamente muy fornido.
–¿Tienes otros trajes?
–Demasiados; ¿quieren verlos?
–Nos gustaría.
–Les mostraré: aquella es la indumentaria de póquer; me deja tremendas ganancias; son pocos los que juegan inteligentemente cuando la uso; y estos son: lotería, bingo, damas chinas, ruleta
–Son muchos atuendos.
–Fabulosos; tengo fotografías.
–¿En serio? Tráelas.
–Espérenme.
Sintiéndose orgulloso de tener tantos atavíos que mostrar a los recién aparecidos, el mamarracho les presentó un álbum inmenso.
–Aquí están: pelea de gallos, carrera de perros, este carrera de caballos y
Quería continuar, sin embargo, fue interrumpido por los alaridos de una mujer; gritaba: "¡Gané, gané!".
–¿Qué le sucede a la señora?
–Acaba de quitarle unas cuantas monedas a mi prenda de ruleta; no se irá hasta que la dejemos limpia.
–¿Está sucia?
–Se ve que no conoces el tremendo negocio, chica. Limpia significa: sin un centavo en la cartera.
–¿Por qué no se retira con el dinero ganado?
–Tiene la esperanza de multiplicar esas ganancias; le impido moverse de la silla.
–¿Por qué?
–Está enviciada.
–¿Por qué?
–Está inundada de mi esencia.
–¿Por qué?
–¡Es idiota! Aquí se arruinará; dejará toda su fortuna y la de la familia en manos de mis dueños.
–¿Cuáles dueños?
–Mis inventores. Seres humanos vivarachos, ambiciosos; amigotes de quienes elaboraron a un pariente mío llamado Cigarrillo y a otros dos seres maravillosos.
–Mmmmm Ya conocimos a uno de tus familiares. Pensé que serías menos nocivo; tampoco podremos ser compañeros tuyos.
–¿De qué estás hablando?; soy uno de los vicios más divertidos del planeta.
–¿Quieres convertirnos en idiotas? ¡Bonita diversión! ; te la regalo, Jueguito Apostador. ¡Adiós!
Saltaron de las piedras; las colocaron en su lugar; el muchacho se dio cuenta de que no habían hecho nada por desaparecer al ocupado esperpento; allí se había quedado feliz; entretenido con sus malvadas tareas.
–Oye, Natur ¿por qué hay adultos tan torpes en el mundo? ¡Esto es aburridísimo!
–Kuri, muchos de ellos tienen una mente débil; fácil de convencer por los perversos.
Existen mejores maneras de jugar y de pasar un buen rato.
–Eso creo. No vi nada bueno en ese sitio. ¿Quién lo diría? Dizque peleas de gallos.
¡Es el colmo! ¿Imaginas si pongo a pelear a mis pollitos? ¡Una locura!
–Tienes razón; es asunto de locos.
–¿Cómo destruir al gordiflón engendro si todo el tiempo está encerrado?
–Eres listo e ingenioso. Estoy seguro de que tienes la solución.
–No basta saber lo que son estos seres horripilantes. Debemos exterminarlos; al vicioso le llegó el turno. Tiene que salir del casino.
–Vestido así será difícil que sus dueños no vean cuando se aleje.
–¡Ya sé! Vamos a la ventana.
Acomodaron de nuevo las piedras; subieron por ellas; llamaron al adefesio de la manera establecida: a gritos, lógicamente; el barullo reinante no permitía hacerlo de otra forma.
–¿Qué diablos les pasa, partida de cretinos?
–No es para tanto, maleducado. Hemos venido a proponerte…
–¡No me digas!, niñito bien educado. ¿Proponerme qué? Habla; estoy tan ocupado como una hormiga mudándose de casa.
–Hagamos lo tuyo.
–¿Qué?
–Apostar. ¡Será la mejor apuesta de tu vida!
Asombrado, Juego Apostador abrió los ojos como nunca; satisfecho le manifestó:
–Cierto. ¡Es lo mío! ¿Cuánto apostaremos?
–Todas tus monedas por pepitas de oro.
–¿De oro puro?
–Sí, claro.
–¿De dónde las sacaste?
–De un río cercano. Podrás fabricar monedas valiosas; no como las que guardas en tu barrigota.
–Me gustan los negocios contigo, socio.
–No exageres. Socios, no.
–Comencemos la genial apuesta.
–Primero sal de ahí.
–Es imposible. No me dan permiso; tendría que escapar.
–Eres demasiado grande; te verían. Es necesario cambiar de traje. Busca uno pequeño.
–No se me ocurre cuál podría ser.
La niña imaginó cuál serviría:
–Nos mostraste uno diminuto. Si mal no recuerdo, es el de póquer. Te servirá.
–¡Perfecto! Regresaré rápidamente.
Contestó el monstruo entusiasmado, y desapareció; en cuatro segundos reapareció sobre las manos del pequeño que complacido comentó:
–¡Bien! Debemos ir a la montaña. Es el lugar perfecto.
–¿En qué consiste la increíble apuesta?
–Será una carrera.
–¡Cuán fabuloso! Usaré mi vestido de caballo. Esos animalitos suelen correr bastante.
–¿Un caballo contra un chico de ocho años?
–Me parece justo.
–A mí no. Utiliza el de gallo.
–Jamás. De ninguna manera. No puedo arriesgarlo; es para mortales peleas. Me pongo el que yo quiera o aquí no habrá carrera, ni apuesta ni nada.
Las exigencias, la viveza del monstrete, eran increíbles; el niño se sintió entre la espada y la pared, por lo cual propuso al vivaracho escoger otro atuendo.
–Elige uno conveniente, pero no el de caballo.
–El de perro.
–Tampoco; imposible. Yo continuaría en desventaja. ¿Quieres saber un secreto?
–Sí. ¿De qué se trata?
–La mayoría de las veces mi perrito me gana.
–Mira: quiero el que tenía puesto: máquina tragamonedas.
El pequeñín estuvo de acuerdo; sin embargo, Juego Apostador resultó más vivo de lo que pudo imaginar el muchacho. Aquel traje poseía cuatro ruedas; no muy grandes, pero de resistencia única; podían agarrar gran velocidad si fuese necesario. Sería difícil
ganarle.
En un abrir y cerrar de ojos quedó ataviado con su máquina tragamonedas.
–¡Vamos ya! Me cansa el exceso de bla, bla, bla. ¿Cuál es el camino?
–Por aquí; ven. Te guiaremos.
Antes de arribar al pueblo, el chiquillo había observado unos parajes peligrosos; hacia ellos se dirigieron; rumbo a las colinas.
El espantajo comenzó a desesperarse.
–¿Qué es todo esto? ¿Una excursión de caminantes desocupados?
–No seas impaciente; llegamos. Aquí comenzaremos nuestra veloz carrera.
–¡Qué bien! ¿Y la meta? Sería maravilloso que fuese cerca. Debo regresar temprano; hay grande actividad en la noche; me quedan excelentes dividendos.
–¿Ves aquellos árboles en el horizonte? Gana quien llegue allí primero.
–¡Bah!, será pan comido. Lo siento; te veo cansado.
–Un poquito. Probablemente no te cansas con esa máquina que llevas puesta; sin embargo, mi poder mental, según dicen mi papi y mi mami, me ayudará. Más vale que hagas un buen esfuerzo si quieres mi oro.
–¡Pan requetecomido! Es mío.
A la cuenta de tres, arrancaron como flechas a correr. El muchacho estaba entrenado; acostumbrado a las carreras; uno de los deportes preferidos en su aldea.
La máquina tragamonedas no se quedaba ni un poco atrás; aun sin entrenamiento, sus ruedas eran casi mágicas; superiores a las de las patinetas y patines de hoy en día; comenzó a tomarle ventaja grande al niño; a dejarlo rezagado; por tanto, Calia y Natur aparecían de vez en cuando en el camino para darle ánimo a su compañero.
–¡Corre!, ¡corre, hermanito!; con todas tus fuerzas; ¡vamos!
Juego Apostador miró hacia atrás; quería saber dónde venía el chico; al hacerlo tropezó con una piedra, y se cayó. Kuri no quiso tomar ventaja de la caída; detuvo la carrera mientras el horrendo monstruo trataba de levantarse; le costaba trabajo pararse; fue ayudado por el gnomo; sin su auxilio allí estaría tumbado todavía. De nuevo arrancó furiosamente. En unos minutos el pequeño le dio alcance; parecía como si el descanso le hubiese dado más fuerzas al niño; no solamente lo alcanzó, sino que lo pudo pasar.
El engendro, rabioso y enloquecido, lleno de vitalidad arremetió desbocado hacia la meta sin darse cuenta de que dicha meta era justo el filo de un profundo precipicio; a él se fue de narices sin poder frenar, porque ¡no tenía frenos!
Kuri llegó en el momento preciso para verlo rodar estrepitosamente hasta el fondo del abismo, mientras daba gritos desesperados, chocaba contra las rocas, y quedaba convertido en pedacitos. Las piedras comenzaron a gritar: "¡Vamos abajo!; lo
taparemos". Se desprendieron cientos de ellas; cayeron encima de los restos de Juego Apostador. Todos reían, se abrazaban, festejaban; miraban satisfechos el final de aquel ente de perdición.
–¡Felicitaciones, amiguito! Actuaste bien.
–Me dieron ánimo mi hermanita y tú.
–Continúa usando tu inteligencia del modo en que lo hiciste; llegarás lejos; serás un gran hombre.
–Ya soy un gran niño. Falta poco para ser un hombre, ¿verdad?
–Sí; algunos años.
–Me gusta ser niño, ¿sabes?
–Todas las edades son bonitas; si actuamos bien, mejores.
–Quiero agradecerte por este paseo emocionante; inolvidable.
–De nada, amigo. Se lo merecen. Vámonos.
Antes de partir, Kuri gritó:
–¡Adiós, ahora sí, mamarracho maligno! ¡Gracias a ustedes también, piedras preciosas!; fue magnífica su ayuda.
Desde lo profundo del abismo se oían voces de peñascos respondiendo: "De nada, chico"; rocas que agregaban: "Te amamos"; otras decían: "Dios te bendiga", "¡Bravo, pequeño!"; "¡Bien hecho!"; "Hasta pronto"; aquello parecía una fiesta.
Regresaron saltando y cantando. Acordaron el día de la próxima salida.
El geniecillo no acudió a la cita; mandó un aviso disculpándose; tuvo una reunión extraordinaria con la Madre Tierra; en ella trataron asuntos sobre la contaminación ambiental; por ella los seres vivos estaban en peligro de total extinción. Los miembros de dicha asamblea discutieron acerca las soluciones de tan grave problema terrible para la humanidad.
El siguiente domingo el gnomo sí cumplió lo prometido.
–Buen día, Kuri. ¡Hola, Calia! ¡Qué linda estás!
–Gracias, amigo bello. ¡Qué bueno que hayas venido! ¿Solucionaste al fin aquellos problemas?
–Falta laborar duro para lograrlo.
–Eres sagaz. Podrás hacerlo.
–Todos estamos obligados a colaborar en esa misión.
–¿Qué debemos hacer?
–Lo comentaré por el camino. ¿Están preparados?
–Estamos listos. ¡Vamos!
Al dirigirse al pueblo tomaron el sendero aquel, estrecho, tupido por la exuberante vegetación.
Natur los instruyó acerca de cómo cuidar el medioambiente, y evitar la contaminación.
El niño se detuvo; le dio un beso a una flor; había estado esperándolo toda la semana. Él le habló como antes nadie lo había hecho; ahora le agradecía su amor al pequeño; prometieron volver a encontrarse.
Sin previo aviso, de un salto salió de los matorrales un extraño avechucho de color amarillento; feo, desagradable; su cuerpo líquido era hediondo. Al verlos gritó:
–¡Soy el famoso Licor! Disfrútenme. Aprovéchenme. Bébanme. Sedientos están; conmigo pueden calmar la sed.
Les pareció un bicho asqueroso; sintieron ganas de vomitar; ¿su olor? nauseabundo; se tambaleaba de lado a lado; tenía ojos saltones, bizcos; hablaba como un completo imbécil; era un borracho; daba grandísimo asco. No creían que pudiera
existir una cosa tan repugnante; comenzaron a interrogarlo.
–¿De qué familia vienes?
–¡Buena pregunta, bella niña! Me siento fascinado al hablar de mi linaje. Vengo de la familia de las mejores frutas.
–¿En serio? ¿No estás mintiendo?
–Pregúntale a tu compañero. Parece una enciclopedia con patas.
El gnomo se sintió halagado; al mismo tiempo, incómodo al aceptar una verdad del tamaño del planeta.
–Es cierto, Calia. Nació de las uvas; son machacadas; puestas en barriles a macerar; dicha maceración se fermenta; produce alcohol; forma un líquido embriagante, y da nacimiento a este espécimen. Asimismo se hace con maíz; tus antepasados elaboraban de la misma manera una bebida llamada chicha, la cual embriagaba.
–¡Guácala! En mi casa no; menos mal.
–Se pueden usar en su elaboración: fresas, frambuesas, duraznos; casi toda fruta puesta en fermentación.
Licor seguía cuidadosamente las aclaraciones de Natur; se balanceaba de un lado a otro del camino; daba vueltas como si fuera un trompo. Dijo con voz ronca, entrecortada por el hipo:
–¡Hip! Escucha, nena: sabes cómo nací; no he dicho en cuántas clases me puedo transformar; ¡hip!; son muchas; para todos los gustos: las enumero:
–Pero aléjate; no soporto tu cochino aliento.
–¡Ay, sí! Ni que el tuyo fuese bueno. ¡Basta!, ¡hip!; he aquí la información: puedo ser vino, tequila, "whisky", ron, ginebra, aguardiente, ponche crema, chicha, vodka, cerveza, etcétera; ¡hip!
–¿Etcétera?
–Si las nombro todas, terminamos pasado mañana. Cada región tiene sus propias transformaciones. ¡Vamos, pruébame! Soy una ¡hip!, delicia; como mis otros hermanitos, causo un fantástico vicio del que no podrás ni querrás deshacerte fácilmente; significa que seremos eternos compinches. ¿Te gusta la idea?
–¿No me causarás ningún daño?
–¿Yo? Jamás; sería incapaz de hacerte daño; te lo juro; ¡hip!; palabra de borrachín.
Natur, todo oídos, debió desmentir al hipócrita.
–Como los demás vicios, lo más liviano que podría este monstrete regalarles sería dejarlos arruinados. Les ocasionaría una cirrosis hepática, enfermedad que se puede transformar en cáncer del hígado; perderían la belleza física; el apetito también; solo querrían beberlo a él; se pondrían viejos rápidamente. Algunos por su culpa se vuelven violentos; terminan en las cárceles; no es buena compañía. Sin embargo, Dios les dio el llamado "libre albedrío".
–¿Qué es?
Preguntaron los pequeños.
–Significa que tienes derecho para hacer lo que quieras de tu vida, escogiendo entre lo bueno, lo mediocre o lo malo.
Licor comenzó a defenderse como una fiera herida.
–¿Creerán lo que les dice? Usen el "libre albedrío" que según lo acotado por su amiguito, gentilmente les regalaron al arribo a este mundo, y escójanme a mí. Si quieren buen consejo, pregúntenle al dios Baco. ¡Ese sí es toda una eminencia en materias etílicas!
–¿Etílicas?
–Quiere decir, alcohólicas, niñita.
–¿Quién es Baco?
–La ignorancia es atrevida. ¡Sí, señor! Es el propio Dionisio; dios griego del vino, hijo de Zeus y de Semele.
La chica confiaba en la sabiduría de su amigo.
–¿Es cierto?
–No; trata de convencerte no con verdades propiamente dichas, sino con cuentos mitológicos: narraciones inventadas por griegos y romanos; ponían nombre de dios a cuanto puedas imaginar: el dios de la guerra, el dios del fuego, el del vino, la diosa de la belleza…
–Ya entendí. Miren lo que haré:
La niña le pidió a su hermanito la cantimplora; la mostró después a Licor indicándole:
–Aquí tengo agua. ¿Podrías calmar mi sed mejor que agua cristalina y deliciosa como esta?
–Estoy segurísimo, muchacha; abre la boca; entraré de un solo golpe.
–Lo siento. En mi hogar aprendí otro tipo de modales: bebo en mi cantimplora o en un vaso; deberás entrar aquí; no derramaré de ti ni una gotita; podré beberte completamente.
–¡Qué bien!; criaturas educadas como tú, pocas. No hay problema. ¡Hip! Estoy listo.
Bota el líquido que contiene. No quiero mezclarme con él.
Ella obedeció arrojando en la grama el agua restante. El estúpido espantajo, emocionado, como un rayo veloz se lanzó dentro del recipiente.
–No me gustan las paredes de tu ¡hip!… cantimplora; prefiero las de tu estómago;
¡por favor!, bébeme rápido.
–Contaré hasta tres: A la una, a las dos y a las
A las tres el mundo se volvió oscuro para el monstruo, porque a la velocidad de un avión de propulsión a chorro la pequeña enroscó la tapa; dejó al temible adefesio
encerrado. Aun estando aprisionado en aquella cárcel de plástico, los berridos de terror se alcanzaban a escuchar.
Natur y Kuri, sorprendidos, con los ojos llorosos por la emoción, abrazaron a la chiquilla; brincaban de alegría; gritaban: "¡Hurra! ¡Bravo!".
–Mira, Natur: una cascada.
–Es una de las fuentes más cristalinas y hermosas de nuestros valles, Calia.
¿Quieres que vayamos un rato?
–Claro. Se me acaba de ocurrir una espléndida idea. Además, me gustaría refrescarme.
Arribaron al lugar; bebieron agua, y decidieron bañarse en el pozo formado por la fuente.
–¿A dónde vas, mi niña?
–Te dije que había tenido una gran idea. Les fascinará.
La chica buscó la cantimplora; entró al pozo con ella, y la sumergió en él; desenroscando la tapa dentro del agua, exclamó:
–Se acabaron tus días de maldad, engendro maligno; ¡Toma!; báñate; es agua fresca, pura; en ella puedes disolverte deliciosamente, y desaparecer como por arte de magia; ¡aléjate de nuestras vidas!
Licor, aterrado, salía despacio del encierro; apenas si podía decir:
–¡Glu!; tres mil millones de solidarios enviciados en la Tierra son mis amigos; ¡glu!; que venga ¡hip!, aunque sea uno a salvarme; ¡glu, glu!; ¡auxilio!
Mientras se diluía poco a poco dentro de las transparentes y saludables ondinas.
–¡Bravo, Calia! ¡Bien hecho! Te felicito; bendigo tu sabiduría. Ven acá; danos otro abrazo.
Le pidió Natur.
Salieron del pozo riéndose a carcajadas; agradecieron a las transparentes hadas amigas, "elementales del agua", los beneficios recibidos por el baño, y sobre todo, el hecho de haberles ayudado a destruir a Licor.
Se vistieron; regresaron felices al hogar cantando con los pajaritos la canción de la "Fábula de la rana y la pata":
Una rana decidió un día verse más linda y coqueta; sin pensarlo dos veces corrió al salón de belleza;
tan pronto llegó, en la puerta
se encontró con una pata grosera que sin delicadeza alguna
le dijo muy altanera:
"¿Cómo es posible que vengas ranita por estos lares?;
aquí solo venimos las bellas; aquí no se curan fealdades; nunca podrás afirmar
que bonita es tu boca; más me parece arepa
cortada en dos que otra cosa". Y le contestó la rana:
"Prefiero mi grande boca; no un pico tan largo y feo
que al cruzar la esquina asomas,
media hora pasa, y completo no lo veo.
Tu cuerpo se me antoja un globo lleno de carne;
pegado a patas de trípode
de repente explota en el aire; descolorido cuerpo que jamás tendrá un verde así;
lo que tú en mí ves con desaire yo el doble lo veo en ti".
Esa canción nos habla de la prudencia: de no criticar a las personas inclementemente, sin pensar que las personas criticadas pudieran ver en nosotros más o peores defectos de los vistos en ellas.
La última visita del amable genio fue realmente aleccionadora.
En la noche los niños tardaron en quedarse dormidos; estaban emocionados; hablaron con nuestro Padre Celestial; le pidieron sabiduría y fuerza; en unos días enfrentarían al último de los monstruos.
Por fin llegó el esperado momento.
–Buen día, familia; ¿cómo amanecieron?
–Buen día, Natur. Estamos bien; preparados para nuestro próximo viaje.
Cuéntanos ¿qué nos espera?
–Quizás el peor de los esperpentos, mi niño. Debemos tener cuidado.
–¡Vamos, vamos! Somos unos niños valientes. Tú mismo lo dijiste.
–Es verdad.
Dándoles ánimo, confiando en Natur, Laya y Sabi les desearon feliz viaje.
No tomaron el mismo camino ni la carretera principal; se fueron por otro tan fresco, tan bonito, como el primero; tenía árboles frutales sembrados; un precioso arroyo lo embellecía más aún.
Habían caminado un buen rato; tal vez debían llegar al pueblo. Encontrarían al nauseabundo ser. Hasta ese instante nadie aparecía.
Cogieron unas naranjas; sentados a la vera del camino las comieron saciando así la sed. Recogieron las cáscaras; las enterraron; rápidamente se convertirían en abono.
La pequeña pidió que la esperaran; fue detrás de unas matas a orinar. No regresó;
preocupados comenzaron a llamarla.
–¡Calia, Calia! ¿Dónde te has metido? ¡Por favor, ven aquí!
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