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Algunos antecedentes de la salud en el trabajo pedagógico


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    Entre las diversas definiciones de salud que son manejadas hoy día en el ámbito científico sobresale, por su elevada aspiración de bienestar, la planteada por la OMS: "un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.[1]

    De esto se deduce que la salud es un nivel de la existencia superior al de no estar enfermo, por ello, el concepto ha pasado a ser de amplia utilización cuando se valora, desde diferentes ciencias, el éxito del hombre durante sus relaciones con el medio ambiente y la evaluación de los factores que suelen afectarle en el transcurso de cualquier proceso laboral, incluido el docente.

    El examen de los antecedentes de la salud en el trabajo pedagógico puede iniciarse a partir de que: "el concepto educación denota los métodos por los que una sociedad mantiene sus conocimientos, cultura y valores y afecta a los aspectos físicos, mentales, emocionales, morales y sociales de la persona." [2]

    Tal afirmación deja clara la afectación del proceso educativo en la persona, pero: ¿En qué sentido? ¿En qué persona? ¿Sólo en el educando? Debe reconocerse de antemano que el ejercicio profesional pedagógico no sólo produce cambios para bien; no pocas veces las relaciones interpersonales que lo sustentan llegan a constituirse en una fuente de malestar tanto para alumnos como para maestros y/o profesores. Es oportuno averiguar:

    ¿En qué medida se han manifestado los problemas que afectan la salud del profesorado a lo largo de la historia?

    Un análisis en este sentido muestra que, en la antigua Grecia, la función de educar era reservada a esclavos o a personas libres de pobre linaje; esto contribuyó a que la profesión fuese vista despreciativamente, tal situación prevaleció también en la antigua Roma, donde el maestro de la escuela elemental debía reunir no menos de 30 alumnos para asegurarse una retribución equivalente a la de un albañil y la mayor parte de las veces no era posible juntar tal cantidad, de allí que se debiera buscar alguna otra ocupación para poder vivir. [3]

    Semejante manera de valorar a los pedagogos, sentó un negativo precedente para su salud: la pérdida de autoestima, que no ha dejado de estar presente, desde entonces, en muchos de los sistemas educativos de la que hoy se conoce como civilización occidental.

    José de Calasanz (1556-1648) se confirma como un humanista de la salud; en tal sentido, habló de medidas higiénicas que debían cumplir los educandos y docentes, y otras referidas al ambiente escolar, en general. Las contradicciones entre profesores y alumnos como fuentes de malestar, para él, podían ser reducidas a partir de una sólida formación de los primeros en los aspectos: moral, religioso, intelectual, pedagógico. Al respecto, señaló que: "el maestro es un hombre que no puede reducirse en el ámbito de su intimidad, de sus gustos y de sus aspiraciones, sino que ha de saltar las barreras de su propia persona para ir en ayuda de los demás" [4]

    La intención de salud queda clara en la necesidad de una preparación que permitiese superar el acomodo a las aspiraciones propias, para extenderse en ayuda desarrolladora. Es conocido que los comportamientos resistentes al aprendizaje, por parte de los alumnos, tienen un efecto negativo en la estabilidad emocional de los que enseñan, debido en lo esencial, a la afectación de sus expectativas de transformación, fenómeno que hace considerar la importancia de un adiestramiento multilateral para actuar en su prevención.

    Con la Revolución de Octubre, de 1917, la Unión Soviética desarrolló una experiencia laboral caracterizada por la creciente atención a todos los trabajadores; en el caso particular de los educadores, puede decirse que fueron beneficiarios de un mejor reconocimiento social y económico que contribuyó a la disminución de sus conflictos laborales y existenciales. Se llevaron adelante grandes planes de formación profesional con un basamento científico; estuvo presente una orientación higiénica de la labor educativa, que fue continuamente perfeccionada, según ha dicho Konstantinov en 1974.

    A pesar de su progreso, fue evidente en la ciencia educacional soviética, la ausencia de un sistema de conocimientos establecidos a la manera de Higiene del Trabajo Pedagógico, similar al alcanzado por dicha rama del saber en otros sectores de la producción y los servicios, limitación que prevalece aún. De esta manera, durante el tiempo de existencia de la Unión de República Socialista Soviética, no llegaron a tratarse desde una perspectiva integral, los problemas de salud de los profesores; en este sentido hubo de afectar en cierta medida la indefinición de las tareas básicas de la profesión, situación que no dejó de estar presente en otros estados socialistas y como un problema mundial.

    En Dresde, antigua República Democrática Alemana, existió un Instituto de Medicina del Trabajo especialmente dedicado a ese fin, pero con la caída del campo socialista europeo, tal perspectiva quedó truncada, aún cuando ya desde los años sesenta del pasado siglo, se había profundizado el estudio de la salud mental de los trabajadores educativos en Europa y América al abrirse paso la crítica a la escuela pública por parte de los sectores económicos, debido al pobre índice de ingreso de jóvenes egresados a los diferentes puestos de labor que se ofertan, tanto en el sector privado como estatal.[5]

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