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Más acá del bien y del mal (página 2)

Enviado por Jorge Majfud


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Como se ve, las ortodoxias puritanas sufren de miopía. Si por un principio puritano nos prohibiésemos el acceso a un fast-food porque es un producto típico del capitalismo, como una monja católica se niega a entrar a un prostíbulo donde agonizan sus hermanas " esas mismas que no viven de las limosnas sino que deberán entregárselas a la Iglesia a cambio de la absolución de sus pecados" , tampoco deberíamos viajar en aviones, ya que, excepto una o dos aerolíneas que llegan a Sudamérica, todas las demás son típicos productos del capitalismo. Diría más: típicos productos del capitalismo norteamericano. Y no quiero extenderme demasiado en otros ejemplos ineludibles, como lo es el uso monopólico que hacemos de Hotmail, de Yahoo, de todo Windows y hasta de su soporte físico.

Hay otros ejemplos históricos y paradigmáticos que no se limitan al capitalismo. Como todo el mundo sabe, Volkswagen fue la primera fábrica de automóviles de Alemania, creación original del régimen nazi de Adolf Hitler. Incluso, el diseño del austríaco Ferdinand Porsche se llamó al principio KdF-Wagen, nombre tomado del lema nazi "Kraft durch Freude" que significa "la fuerza por la alegría". Bueno, los dueños de este tipo de automóviles, si no conocían el origen de éstos, ya lo saben. Pero ¿qué harán con ellos ahora? Según un ortodoxo puritano, deberían arrojarlos al mar, ya que si optaran por venderlos estarían promocionando el mal. Y si lo convirtiesen en chatarra, su hierro impuro podría volver a alguien más en alguna forma de Ford, por ejemplo " lo que tampoco deja de tener implicaciones antisemitas, digámoslo de paso. Pero, sinceramente, no creo que ésta sea la práctica.

Existe una costumbre muy extendida en nuestra sociedad y consiste en la recomendación sistemática del destierro para los críticos. Por ejemplo, si el crítico tiene declaradas tendencias socialistas, será el objeto de una pregunta inquisidora: ¿Y por qué no se va a vivir a Cuba? O si de lo el contrario, su critica se dirige hacia los sindicatos, no sólo recibe el mote de "lamebotas", sino que se lo invita amablemente a que se vaya a vivir a la sombra del Capitolio. Pero esos razonamientos son arbitrarios y están oscurecidos por una rabia ciega y fraternofóbica.

Me explicaré con otro ejemplo. De mi vida en África recuerdo con profunda nostalgia cada día, cada madrugada cuando me sentaba frente a una ventana, a tomar café y a escribir, mientras escuchaba los ruidos de la selva que se introducían en el poblado. Recuerdo con nostalgia cada atardecer, el sol hundiéndose tranquilo sobre las trasparentes aguas del Indico. Su gente, siempre sonriente. También recuerdo el hambre y las enfermedades, los lisiados y los esclavos que trabajaban para los blancos extranjeros, muriendo aplastados por los gigantes troncos de "umbila" que se resistían a subir a los camiones, sin que su desgracia llegase a interrumpir las tareas. Tengo mucho para elogiar y para criticar de aquellos nativos y, sin embargo, no siento el deseo de vivir permanentemente allí, a pesar de que alguien me sugirió que me vaya con aquellos negros que, según yo, desconocían el salvajismo de nuestras ciudades modernas. Tampoco viviría en el medio de la Polinesia, en una isla perfecta donde no existiera la injusticia social ni las necesidades materiales. ¿Por qué? Creo que no podría vivir en un mundo perfecto porque nací en uno imperfecto. Y mi lucha, como la de tantos, es mejorarlo. Es un impulso instintivo y, por ende, irrenunciable. Por otro lado, tampoco olvidemos que en la lucha por un mundo perfecto muchas veces se terminó por destruir lo poco bueno que teníamos. Lo cual no significa conformarse con lo que se tiene, sino olvidarse que la perfección pueda llegar de un día para el otro, matanzas mediante. Digamos más: olvidémonos de la perfección; los únicos que pueden aspirar a ella son los religiosos y la condición previa es, en todos los casos, la muerte previa.

En cambio, sigo creyendo que una de las actitudes más eficaces y positivas es, precisamente, la crítica y el cuestionamiento, el corte incisivo en la mala conciencia. Si critico a nuestros países es porque me interesan. En el caso de mi país, es porque lo amo. En casos de países como Francia y Estados Unidos es porque, en gran medida, los admiro. ¿Cuándo la autoalabanza contribuyó al progreso de las naciones, como se pretende ahora en Occidente, olvidando que si por algo se caracterizaron nuestras culturas fue, precisamente, por la crítica y la autocrítica? Lo más que ha hecho la alabanza es inflamar cierto sentimiento patriótico, pero creo que, si bien una cierta dosis de patriotismo no le viene mal a ningún país, una nación no necesita de inflamaciones. Las inflamaciones producen gases. Como pueden ser los discursos políticos y la veneración religiosa de los Símbolos Patrios, que siempre son excesivamente venerados cuando ya no hay Sentido ni Patria. Y esto también lo digo por experiencia propia: en el período histórico de mi país en que los símbolos nacionales habían cobrado un valor casi sagrado, para los cuales era una afrenta que un niño de escuela tocara o señalara con un dedo a uno de ellos, donde no mover la boca para cantar el Himno Nacional era visto como una traición a la Patria y palabras como Patria y Honor eran repetidamente usadas e inyectadas vía intramuscular, fue precisamente cuando más se violaron los Derechos Humanos. Todo lo cual me hace pensar que los humanos a veces tenemos una dosis limitada de respeto, y cuando respetamos en demasía símbolos abstractos, en la mayoría de las veces alegóricos y hasta cursis, ya no queda espacio ni posibilidades de respetar a esos bípedos implumes de carne y hueso que deberían ser los primeros sujetos de derecho y de respeto.

De esta época " que si no fue triste para mí fue porque aún era un niño" recuerdo hechos significativos y sintomáticos. Uno viene al caso ahora. Yo estaba en segundo año de la escuela 127, en mi pueblo, Tacuarembó, y un día pasó la directora por nuestro antiguo salón, al que adornaban largas goteras los días de lluvia. La recuerdo con cariño, porque era una buena mujer, lo más buena que se puede ser en un cargo de ese tipo en esa época. "Niños " dijo" , en su texto de lectura hay un cuento donde un zorro se quiere comer a un búho. El Gobierno ha resuelto que es un cuento demasiado cruel para los niños. Por lo tanto, arrancad la hoja que lo contiene". La sensibilidad de aquellos gobiernos sería admirable, si no fuese porque en ese mismo instante eran secuestrados, torturados, violados, quemados y arrojados al mar seres humanos, alguno de los cuales bien podía ser el padre o la madre de cualquiera de los que estábamos allí. Ninguno fue protagonista de una fábula, sino de nuestra historia más vergonzosa, de la cual incluso hoy pocos se atreven a hablar en serio y sin caer en los discursos heredados de aquella misma época, por temor a perjudicar a la Patria. El puritanismo ortodoxo es así. No comete pequeñas contradicciones; sus contradicciones son faraónicas. Qué digo, son hitlerianas, que es lo justo decir.

El patriotismo inflamado " otra versión laica de las ortodoxias" sólo cree que beneficia a una nación, pero lo único que hace es anular la función del cerebro y conducir los cuerpos a guerras y a nuevas injusticias sociales. De hecho, la justicia institucional " incluida la justicia divina" no surgió para alabar a los hombres, sino todo lo contrario: los jueces y la justicia surgen en el reconocimiento de su naturaleza perversa, en la crítica y el castigo de la misma.

Las ortodoxias pecan de vanidad y para lo único que sirven es para despreciar al prójimo, no para ayudarlo. Tal vez el puritanismo ortodoxo cree que puede cambiar este mundo " o salvarse de él" con las manos limpias de un cirujano. Pero en esta orgullosa pretensión, día a día incurren en contradicciones hasta llegar, en los casos más trágicos, a ensuciárselas con sangre. Pero yo les digo que si queremos cambiar este mundo para mejor no tenemos más remedio que vivir en él. Al menos que optemos por retirarnos a un monasterio, a salvo de tentaciones y a salvo de las malas noticias que proceden del mundo exterior, las que ni siquiera llegan con las abstractas donaciones de los pecadores. Y vivir en este mundo implica ensuciarse las manos con barro y con tinta, conocer sus virtudes y sus defectos. Dicen que así lo hizo el Hijo de Dios, ¿por qué no podríamos hacerlo nosotros?

Del puritanismo ortodoxo al maniqueísmo, político o religioso, hay medio paso hacia atrás. Y un paso más atrás y más abajo se leen, grabadas con letras de oro, advertencias faraónicas de este tipo: "O están con nosotros o están contra nosotros" que no sólo olvidan que el mundo es mucho más que Norteamérica y el Islam, sino que también olvidan que dentro del mundo capitalista y del mundo musulmán también hay seres humanos que nacieron con cabeza propia y cometen la diaria osadía de usarla. Y son igualmente perseguidos por ello.

No se debe predicar lo que no se practica; así tampoco se deben extraer prédicas de donde no las hay, confundiéndolas luego con determinadas prácticas. Cuando no alcanzamos a ver las conclusiones debemos remitirnos a los principios. Los principios surgen del corazón y, a diferencia del cerebro, nunca falla sin pagar con su vida su error. De esta forma, estaríamos a salvo de un clásico riesgo de la teología clásica: el Gran Amor se practica con la tortura y la muerte; donde dice "blanco" se lee "negro".

 (1) "El lento suicidio de Occidente" Bitácora, 8 de enero de 2002

 

 

 

 

Autor:

Jorge Majfud

Valencia, 12 de marzo de 2003

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