Descargar

El verdadero amante, de Lope de Vega


Partes: 1, 2

    EL VERDADERO AMANTE, DE LOPE DE VEGA

    Primera comedia de Lope de Vega Carpio dirigida a Lope de Vega, su hijo

    Mirando un día el retrato de vuestro hermano Carlos Félix, que, de edad de cuatro años, está en mi estudio, me preguntastes qué significaba una celada que, puesta sobre un libro en un mesa, tenía por alma del cuerpo esta empresa: Fata sciunt; y no os respondí entonces porque me pareció que no érades capaz de la respuesta. Ya que tenéis edad, y comenzáis a entender los principios de la lengua latina, sabed que tienen los hombres para vivir en el mundo, cuando no pueden heredar a sus padres, más que un limitado descanso, dos inclinaciones: una a las armas, y otra a las letras, que son las que aquella celada y libro significan con la letra, que en aquellos tiernos años dice que el cielo sabe cuál de aquellas dos inclinaciones tuviera Carlos si no le hubiera, como salteador, la muerte arrebatado a mis brazos y robado a mis ojos, puesto que a mejor vida, dolorosamente, por las partes que concurrían en él de hermosura y entendimiento con esperanzas de que había que mejorar mi memoria sobreviviendo a mis años, por la razón de, curso de la naturaleza, orden sujeta a los accidentes de la vida. Vos quedastes en su lugar, no sé con cuál genio, cuya definición os darán Pausanias y Plutarco cuando sepáis entenderlos; el uno en los Acaicos, y el otro en la Vida de Bruto.

    Ni aun conozco la calidad de vuestro ingenio; que San Agustín tuvo por felicísimo al que nació con él, como en el libro cuarto de la Ciudad de Dios lo siente el Santo; y fue opinión de Cicerón y de Aristóteles la ventaja que hace al arte la naturaleza, a quien afrenta Plinio pensando que la cultura de las artes se debe a la avaricia; bien que casi siempre es verdad cuando no las estudia el gran señor y príncipe, y aun entonces puede ser vanidad, y no virtud, como se ha visto en muchos. Mas ¿para qué os persuado con autores, cuando aun estáis en los primeros rudimentos de la lengua latina? Cosa que no podéis excusar, aunque si hubiera quien os enseñara bien la castellana, me contentara más de que la supiérades; porque he visto muchos que, ignorando su lengua, se precian, soberbios, de la latina, y todo lo que está en la vulgar desprecian, sin acordarse que lo griegos no escribieron en latín, ni los latinos en griego; y os confieso que me causa risa ver algunos hombres preciarse de poetas latinos, y en escribiendo en su lengua parecer

    bárbaros; de donde conoceréis que no nacieron poetas, porque el verdadero, de quien se dice que ha de tener uno cada siglo, en su lengua escribe y en ella es excelente, como el Petrarca en Italia, el Ronsardo en Francia y Garcilaso en España, a quien también deben sus patrias esta honra; y lo sintió el celestial ingenio de Fr. Luis de León, que pretendió siempre honrarla, escribiendo en ella, como también le sucedió a Fr. Luis de Granada, después de muchos sermones que hay suyos en la lengua latina; y en ella escribieron Fr. Fernando del Castillo, Fr. Agustín de Avila, el P. Ribadeneira, el Dr. Mariana y otras excelentes ingenios, sus historias.

    No os desanimo para que con menos cuidado estudiéis esta reina de las lenguas, tercera en orden a las del mundo, aunque más común que todas; procuralda, saber, y por ningún caso os acontezca aprender la griega, porque, desvanecido, no digáis lo que algunos que saben poco della y de otras, por vendernos a gran precio la arrogancia de que la entienden; y porque no sepáis lengua tan engendradora de soberbios, y que tan pocos pueden saber que la sabéis, que un catedrático de griego, natural de Guipúzcoa, hallándose en su escuela de Alcalá asaltado de improviso de muchos señores de la corte, oró en vizcaíno delante dellos y fue tenido por hombre insigne, hasta que un secretario de un príncipe, que era de la misma patria, deshizo el atrevido engaño, diciendo que le había entendido. En una de aquellas famosas librerías de Sevilla pidió el P. Fr. Luis de León una Biblia, si acaso la tenían, hebrea.

    Diósela el dueño, admirado de que la pidiese, y mucho más de vérsela leer en alta voz; pero llevando consigo un sobrino suyo, ingenio singular y del mismo hábito, pidió otro cualquiera libro, si acaso le tenían, en la lengua hebrea; diole el librero los salmos de David, de maravillosos caracteres e impresión del excelente Plantino; y comenzando a leer disparates, porque ignoraba la lengua entonces, volvió Fr. Luis a reprenderle airado; a quien el sobrino dijo: «Déjeme vuesa paternidad, que para el señor librero tan hebreo es esto como esotro.» Vos me habéis entendido; y en razón de la inclinación, que fue el principio de esta carta, no tengo más que os advertir; si no os inclináredes a las letras humanas, de que tengáis pocos libros, y esos selectos, y que les saquéis las sentencias, sin dejar pasar cosa que leáis notable sin línea, o margen; y si por vuestra desdicha vuestra sangre os inclinare a hacer versos (cosa de que Dios os libre), advertid que no sea vuestro principal estudio, porque os puede distraer de lo importante, y no os dará provecho.

    Tened en esto templanza; no sepáis versos de memoria, ni los digáis a nadie; que mientras menos tuviéredes desto, tendréis más de opinión y de juicio; y en esta materia, y lo que os importa seguir vuestros estudios sin esta rémora, no busquéis, Lope, ejemplo más que el mío, pues aunque viváis muchos años no llegaréis a hacer a los señores de vuestra patria tantos servicios como yo, para pedirmás premio; y tengo, como sabéis, pobre casa, igual cama y mesa y un huertecillocuyas llores me divierten cuidados y me dan conceptos. Libraréisos con esto de que os conozcan; que por la opinión de muchos es gran desdicha y así tenía por jeroglífico un hombre docto deste tiempo un espejo en un árbol, a quien unos muchachos tiraban piedras, con esta letra: Periculosus splendor. Yo he escrito novecientas comedias, doce libros de diversos sujetos, prosa y verso, y tantos papeles sueltos de varios sujetos, que no llegará jamás lo impreso a lo que está por imprimir; y he adquirido enemigos, censores, asechanzas, envidias, notas, reprensiones y cuidados; perdido el tiempo preciosísimo, y llegada la non intellecta senectus, que dijo Ausonio, sin dejaros más que estos inútiles consejos. Esta comedia, llamada El verdadero amante, quise dedicaros, por haberla escrito de los años que vos tenéis; que aunque entonces se celebraba, conoceréis por ella mis rudos principios; con pacto y condición que no la toméis por ejemplar, para que no os veáis escuchado de muchos y estimado de pocos. -Dios os guarde.

    VUESTRO PADRE.

    Figuras de la comedia

    • JACINTO.
    • DANTEO.
    • MENALCA.
    • CORIDÓN.
    • EURISTO.
    • PELORO.
    • ERGASTO.
    • DORINDO.
    • AMARANTA.
    • EREUSA.
    • DÓRIDA.
    • FELICIO.
    • GLICERIO.
    • ALCALDES LABRADORES.
    • UN SACERDOTE DE LA DIOSA JUNO.
    • PASTORES.
    • MÚSICOS.

    Acto primero

    Salen Jacinto, músicos y pastores con baile y fiesta, y un sacerdote.

    SACERDOTE No suene rumor alguno

    hasta que a avisaros vuelva

    en tiempo más oportuno,

    pues Regamos a la selva

    sagrada, a la diosa Juno,

    cuyas manos vengativas

    tanto las nuestras altivas

    castigan cuando se atreven,

    que hasta los vientos no mueven

    las hojas destas olivas.

    UN PASTOR En nada os disgustaremos,

    ni la gran diosa permita

    que su selva despreciemos.

    ¡Hola! Cese el baile y grita.

    OTRO Pues lo mandais, cesaremos.

    SACERDOTE Todos hincad la rodilla,

    y con voluntad sencilla

    mostrad que es nuestra intención

    ofrecerle el corazón,

    que por víctima se humilla.

    Descubren la diosa Juno en un templo.

    ¡Oh santa Juno, que fuiste

    del alto Júpiter prenda!

    Tú que, más bella, venciste

    a Palas en la contienda

    y a Venus obscureciste,

    asiste a nuestro deseo

    por el despojo y trofeo

    que se te ofrece este día,

    y venga en tu compañía

    el sacro dios Himeneo.

    Doristo con Amaranta

    quieren tu yugo amoroso;

    asiste, pues, Juno santa,

    y el lazo dificultoso

    de la coyunda levanta;

    y en tanto que se levante,

    cualquier agüero se espante

    de tu poderosa diestra:

    ni la corneja siniestra

    ni el buho nocturno cante.

    Ya vuestras bodas pronuncia.

    Aquella blanca paloma,

    Doristo, tu bien anuncia.

    A la novia.

    La mano a tu esposo toma

    y tu libertad renuncia.

    No hay que temer fin prolijo.

    DORISTO A la aldea nos volvamos.

    ¡Qué grande bien nos predijo!

    SACERDOTE Pastores, de aquí partamos.

    PASTORES Cese el baile y regocijo.

    Vanse todos; queda Jacinto solo.

    JACINTO ¿Permitirás levantarme,

    falso amor, de aqueste suelo,

    donde he venido a humillarme?

    Pero si caí del cielo,

    ¿dónde puedo asegurarme?

    ¡Ay, pregunta sin provecho!

    Pues en el aire, sospecho,

    por donde amor me subió,

    mis esperanzas y yo

    nos hemos pedazos hecho.

    ¿Que te casaste, Amaranta?

    ¡Muerto soy!

    Sale Danteo.

    DANTEO (Sin ver a Jacinto.)

    ¡Oh! Atalanta,

    préstame tus pies veloces.

    Así tu Hipómenes goces,

    que en verte agora se espanta.

    Déjame dar esta nueva

    a aquel verdadero amigo:

    Eco, mis acentos lleva;

    detente, viento enemigo:

    no la estorbes, que ya prueba.

    Dile a Jacinto, el dichoso,

    que el rapacillo envidioso

    en este punto le ha dado

    el más venturoso estado

    que tuvo pecho amoroso.

    Dile que se abrase y arda,

    que pene, padezca y muera,

    pues que le adora Belarda,

    de toda nuestra ribera

    la pastora más gallarda.

    No es este amor, que provoca

    a un alma a volverse loca,

    malicia que imaginé;

    que de su boca lo sé

    y lo sabrá de mi boca.

    Basta que me ha preguntado

    quién es y en qué punto precia

    el ser de zagal honrado,

    y si el ganado desprecia

    o guarda ajeno ganado;

    y he hecho lo que he podido

    en decirle que ha tenido

    elección de mujer cuerda,

    y que a mi cuenta se pierda

    por un ganado perdido.

    Santo Apolo, ¿velo o sueño?

    ¡Ah, Jacinto! ¿Desta suerte

    sirves a tu nuevo dueño?

    ¡Oh dura imagen del sueño,

    sombra y color de la muerte!

    ¿Estás en ti?

    JACINTO ¡Mi Danteo!

    ¿Es posible que te veo?

    DANTEO ¿Qué has tenido? ¿No estás bueno?

    JACINTO Sí estoy, aunque bien ajeno

    del mayor bien que deseo.

    DANTEO Anímate. ¿Qué has tenido?

    ¿Estás dormido o despierto?

    JACINTO Estoy despierto y dormido,

    estoy sano, estoy herido,

    estoy vivo y estoy muerto:

    tal me tiene mi dolor.

    DANTEO Pues duerme y vela, pastor,

    y cúrate y no te cura,

    y muere y vivir procura;

    quizá te hallarás mejor.

    ¿Estás burlando del tiempo?

    JACINTO El se ha burlado de mí,

    pues que ya ha llegado el tiempo

    que del tiempo que perdí

    estoy llorando sin tiempo.

    DANTEO No más, que tu queja entiendo.

    Todo tu mal comprehendo:

    a Belarda a amar te inclinas.

    JACINTO Ni aun la ceniza adivinas

    del fuego en que estoy ardiendo.

    DANTEO No disimules conmigo.

    JACINTO ¡Por Dios, Danteo, que ignoras

    mi mal!

    DANTEO Antes soy testigo,

    y de su boca te digo

    que sé que a Belarda adoras,

    y porque mejor me creas,

    hoy me ha dado el cargo a mí

    para que la hables y veas:

    y aun de su pecho entendí

    que gusta que la poseas.

    ¡Brava ventura tuviste!

    JACINTO Quiérome disimular

    (Aparte.)

    callando el suceso triste.

    ¿Dónde la Pudiste hablar?

    ¿Adónde vella pudiste?

    ¡Que soy amado me cuentas!

    DANTEO Tanto, que alegre te asientas

    en el trono del amor.

    JACINTO Poco sientes mi dolor

    y gusto que no lo sientas.

    ¡Ay, falsa! ¿Que te casaste?

    DANTEO ¿Qué dices?

    JACINTO Que te engañaste

    en pensar que esa pastora

    me quiera bien.

    DANTEO Y te adora.

    JACINTO ¿Es cierto?

    DANTEO Es muy cierto.

    JACINTO Baste.

    Sin falta, por mano ajena,

    la suerte mi vida guarda,

    y que se resuelva ordena,

    con la gloria de Belarda,

    de mi Amaranta la pena.

    Irémosla luego a ver.

    DANTEO Así quedó concertado.

    JACINTO Galán me quiero poner;

    que me ha tenido enlutado

    de un desposorio el placer.

    Y pues que tantos lo van,

    bien es que vaya galán.

    ¡Euristo!

    Sale Euristo.

    EURISTO ¿Qué mandas?

    JACINTO Presto

    trae volando a este puesto

    pellico, banda y gabán.

    Vase Euristo.

    DANTEO ¿Desposorio te enlutó?

    JACINTO Sí, porque envidia me alcanza

    de ver que allí se cumplió

    de dos almas la esperanza

    que para mí no llegó.

    DANTEO Nuevo es eso para mí,

    que he estado fuera de aquí.

    Hoy vine a aquesta ribera.

    JACINTO Para mí también lo fuera,

    a no estar fuera de mí.

    Sale Euristo.

    EURISTO Aquí hay recaudo; bien puedes

    vestirte.

    JACINTO Muestra el pellico.

    Aquesto quiero que heredes,

    y de dueño no muy rico

    no esperes grandes mercedes.

    EURISTO ¿Qué dices?

    JACINTO Si aquesto viera

    Belarda, ¡qué burla hiciera

    de ver un pobre pastor

    con hazañas de señor!

    DANTEO Harto bien le pareciera,

    pues lo que el ser no te ofrece

    has por virtud alcanzado;

    que tan bien el sol parece

    si en un árbol resplandece

    como en un techo dorado.

    JACINTO Ya estoy bien. Vamos de aquí.

    EURISTO ¿Mandas que vaya tras ti?

    JACINTO Ya bien te puedes quedar.

    EURISTO Pues ¿no te he de acompañar?

    JACINTO No, mientras ande sin mí.

    Vanse Jacinto y Danteo.

    EURISTO ¿Qué novedad es aquesta,

    Jacinto? ¿Qué nueva llama

    así tu pecho molesta,

    que cuando entierras tu dama

    sales vestido de fiesta?

    ¿Es este acaso el tributo

    del tierno llanto y del luto?

    ¿Son estas colores verdes

    de la esperanza que pierdes

    el mal sazonado fruto?

    ¿Si acaso el dolor espanta?

    Mira, señor, si te mueres:

    nunca la causa fue tanta,

    pues se ha casado Amaranta,

    la prenda que tanto quieres.

    Mírala en brazos ajenos,

    y que de su gloria llenos…

    Mas conviéneme que calle,

    que suena gente en el valle

    y es Menalca cuando menos.

    Vase.

    Salen Menalca y Coridón.

    MENALCA ¿Conoces, dime, Coridón, alguno

    que en todo, el Tajo, y en el mundo todo,

    posea tanto bien como poseo?

    Y no quiero decir pastor ninguno,

    que fuera cortedad tan a mi modo

    medir con la ventura mi deseo.

    ¿Viste algún rey, ufano del trofeo

    de haber ganado un reino, por ventura,

    en paz santa y segura

    gozar su alegre estado?

    Pues deste fuera yo tan envidiado,

    que trocara del reino lo más rico

    por un solo jirón deste pellico.

    No la púrpura sacra y la corona

    que ciñe al claro príncipe las sienes,

    más llenas de soberbia que de gusto;

    no la parlera fama, que pregona

    pequeños males como grandes bienes

    en la boca del vulgo, torpe, injusto,

    diciendo a voces: «Príncipe tan justo

    excede en guerra y paz con igual mano

    a Numa y a Trajano»;

    ni el ver su nombre eterno

    se iguala a que yo pase el duro invierno

    y los calores del ardiente estío

    contento con el bien pequeño mío.

    CORIDÓN ¡Qué tal te tiene amor!

    MENALCA ¿Qué tal me tiene?

    Tal me tiene, gozando el bien que gozo,

    que vivo como rey sin desearlo.

    CORIDÓN Furor debe de ser que te entretiene.

    Vuelve en tu seso, descuidado mozo.

    MENALCA Coridón, por demás será buscarlo.

    Dichosamente supe aventurarlo.

    CORIDÓN ¿Rey te juzgas queriendo? ¡Gran locura!

    MENALCA Pues dime, ¿que ventura

    tan próspera me aguarda

    como gozar el alma de Belarda?

    ¿Qué reino puede haber como sus ojos,

    de quien tengo y tendré ricos despojos?

    CORIDÓN ¿De manera que ya, Menalca loco,

    te habemos de llamar rey?

    MENALCA De contento.

    CORIDÓN ¿Y el título ha de ser rey de Belarda?

    MENALCA A título tan alto un rey es poco.

    No cabe en un pastor merecimiento,

    que pobremente sus ovejas guarda;

    un dios podrá reinar; que en Dios no hay pena.

    CORIDÓN Júpiter, como hizo en Alcumena,

    podrá reinar dejándola preñada.

    Pasión desenfrenada

    te rige el pensamiento.

    MENALCA Y a ti de libertad ocioso intento.

    CORIDÓN Vuelve en tu seso: cobra tu sentido.

    MENALCA Ganado está muy bien cuando perdido.

    CORIDÓN Pues quieres que así sea, dime, cuerdo,

    ¿cómo podrás gozar mientras que vives

    tu Belarda gentil?

    MENALCA Viviendo en ella.

    CORIDÓN ¡Cabrás dentro muy bien!

    MENALCA Cabré en su acuerdo.

    CORIDÓN En fin, a todo engaño te apercibes.

    Bien ves que no, podrás casar con ella,

    porque es humilde el nacimiento della

    para tu generoso nacimiento.

    MENALCA ¡Oh, sumo atrevimiento!

    Dime, ¿nació en la tierra?

    CORIDÓN En una choza, junto a aquella sierra.

    MENALCA Y yo ¿dónde nací?

    CORIDÓN Muy diferente;

    que eres de dioses y de ilustre gente.

    MENALCA La nobleza mayor, la mayor palma,

    no para en el pellico: llega al alma.

    Salen Belarda y Ergasto.

    BELARDA (A Ergasto.)

    Vuélvete, Ergasto, a la fuente,

    que al pie del verde laurel

    que da sombra a su corriente,

    he perdido y puse en él

    una cinta de la frente.

    Corre.

    ERGASTO ¿Has miedo que se huya?

    BELARDA Búscala, por vida tuya.

    ERGASTO Ya tarde parecerá,

    que el sol la habrá hurtado ya

    para ceñirse la suya.

    CORIDÓN Tu Belarda es ésta, a fe.

    MENALCA Y cuyos son los despojos

    del alma que la entregué.

    ¿Cómo no pongo los ojos

    adonde estampa su pie?

    BELARDA ¡Al sol le llaman ladrón!

    (A Ergasto.)

    ¿Es esa buena razón?

    ERGASTO Como sus rayos dorados

    de la luna son hurtados,

    de los tuyos son…

    BELARDA ¿Qué son?

    ERGASTO Hurto los del sol.

    BELARDA ¿Mis rayos?

    ERGASTO Tus rayos.

    BELARDA Pues ¿resplandezco?

    ERGASTO Tal, que si a verte me ofrezco,

    trueco la vista en desmayos,

    y desmayado fallezco.

    BELARDA Basta, que sabes hablar.

    ERGASTO Ahora bien, voyla a buscar.

    BELARDA ¡Oh, cuánto el rústico tarda!

    (Aparte.)

    ERGASTO Haz una cosa, Belarda,

    para que la pueda hallar.

    BELARDA Acaba con tus enojos.

    ERGASTO Quiero, para que me alumbre,

    llevar, en lugar de antojos,

    un resplandor de la lumbre

    de aquesos divinos ojos.

    BELARDA ¡Qué necia filosofía!

    Vete, que luz tiene el día

    con que la puedas hallar.

    ERGASTO Voyme por no te enojar,

    parte de la vida mía.

    Vase.

    BELARDA Mas ¡de qué suerte me tienes,

    (Aparte.)

    que paso de enojo a rabia!

    ¡Oh, Menalca! A tiempo vienes.

    MENALCA Siempre al tiempo que te agravia

    fuerza de ajenos desdenes,

    para que mal me recibas.

    BELARDA En falsa esperanza estribas,

    y siendo tú mi esperanza…

    MENALCA O merezco tu privanza,

    o de tu gloria me privas.

    ¿Tanto a todos me adelanto?

    Sin falta de mí te burlas.

    BELARDA No puedo decirte cuánto.

    (Aparte.)

    Pues ¿llamas pesadas burlas

    verdades que pesan tanto?

    MENALCA No más; que sin falta creo

    que de tu alma poseo

    la rendida voluntad.

    BELARDA Así parece verdad,

    (Aparte.)

    aunque te engaña el deseo.

    MENALCA ¡Oh. Belarda, y cuán notable

    se halla en ti la virtud!

    No hay vicio más detestable

    que la injusta ingratitud.

    No porque en mis cosas hable;

    que no quiero persuadirte

    que para tanto rendirte

    han sido mis obras parte;

    que si valgo para amarte,

    no valgo para servirte.

    Que para tanto valor,

    un príncipe ser quisiera,

    y no tan pobre pastor.

    BELARDA En ese estado, pudiera

    (Aparte.)

    aborrecerte mejor.

    MENALCA ¿Qué respondes?

    BELARDA Que tu estado

    es el mejor que han honrado

    hoy las riberas jamás,

    pues hoy el más rico estás

    de cuantos guardan ganado;

    y si quieres como muestras,

    el más rico de contento.

    MENALCA Excede el alma a las muestras,

    porque a lo menos que siento

    me faltan palabras diestras.

    Pero toda esta riqueza

    ofrecida a tu belleza

    es un humilde caudal.

    BELARDA (Aparte.)

    Y para quererte mal

    no es muy pequeña pobreza.

    ¡Si supieses de qué suerte

    te aborrezco, aunque te engaño!…

    MENALCA Coridón, agora advierte

    si acierto a buscar mi daño

    y en procurarme la muerte.

    Mírame tan bien pagado,

    y tan del alma adorado

    de aquella que de las almas

    tiene más triunfos y palmas

    que el propio niño vendado.

    CORIDÓN Digo que razón te sobra.

    Ama, pues tanto mereces,

    y pon tu intento por obra;

    que si mucha paga ofreces,

    por una a ciento se cobra;

    que puesto que merecieras

    prendas que igualar pudieras,

    lo que falta en igualarte,

    le sobra en lo que fue parte

    para que tanto la quieras.

    MENALCA Bien me has dicho, bien me enseñas

    de mi empleo la ventura.

    BELARDA Pues haz cuenta que lo sueñas,

    (Aparte.)

    porque en balde te asegura

    con palabras halagüeñas.

    Salen Danteo y Jacinto.

    DANTEO ¡Buen encuentro, a no se hallar

    (Aparte a Jacinto.)

    aquéste, que, a mi pesar,

    cada vez aquí le encuentro!

    JACINTO No tengo por buen encuentro

    el que comienza en azar.

    DANTEO Pues a fe que aquesta vez

    que ha de ser azar de cedro,

    pues tienes padre jüez.

    JACINTO Si en tales azares medro,

    más negro voy que la pez.

    MENALCA Al fin, ¿dices que eres mía?

    BELARDA Y que en mi postrero día

    tu nombre repetiré.

    MENALCA ¡Oh. Belarda! A tanta fe

    otro premio se debía;

    que poco valen palabras

    donde apenas obras pueden,

    y más de un pastor de cabras;

    pero pues ellas no exceden,

    gusto que el pecho me abras.

    Mira tu retrato en él,

    porque amor es pintor fiel;

    sólo te diferenció

    en que allí blanda te vió,

    y aquí te pinta cruel.

    BELARDA Muestra. ¿Qué es eso que veo?

    abre el pecho.

    MENALCA No es ingrato:

    daréte cuanto poseo,

    si ya no has visto el deseo,

    que es el cerco del retrato.

    Mas éste no lo verás,

    porque no te obligue más

    a cumplille.

    BELARDA A todo sales.

    Buenos son estos corales.

    MENALCA Por estar donde tú estás.

    Espera; que ya los quito

    porque los goce ese cuello.

    BELARDA Será si yo lo permito.

    MENALCA No hay que replicar en ello.

    DANTEO ¿Has leído el sobrescrito?

    (Aparte a Jacinto.)

    JACINTO Por cierto, ¡a muy buen lugar

    me has traído a despeñar!

    ¿Quién te dijo mi suceso?

    MENALCA ¡Qué bien te están!

    BELARDA ¡Bueno es eso!

    Bien los sabes alabar.

    Ya sé que tienen valor.

    MENALCA Desde que ya tuyos fueron,

    le tendrán mucho mayor,

    pues parece que escogieron

    de tus labios el color.

    Aunque les haces agravio,

    porque tan cerca del labio

    perderán la color suya;

    mas hurtaránte la tuya.

    JACINTO A fe que el pastor es sabio.

    (Aparte.)

    BELARDA No sé qué te diese en pago

    de este don, te certifico.

    MENALCA Con poco me satisfago.

    BELARDA Pero tú das como rico,

    y yo como pobre pago.

    JACINTO Bien lo sabe agradecer.

    (Aparte.)

    BELARDA Espera: iréme a coger

    flores que traiga en la falda,

    para hacerte una guirnalda.

    MENALCA Aquí la puedes hacer.

    No quiero que te fatigues;

    Coridón irá por ellas.

    BELARDA No quiero que así me obligues;

    que veo mis dos estrellas

    que con tu sombra persigues.

    DANTEO Por ti lo dice, Jacinto,

    (Aparte a él)

    que te ha visto.

    CORIDÓN Voyme, y pinto

    en tus faldas un abril.

    Vase.

    DANTEO a fe que es harto gentil.

    JACINTO Y gentil el laberinto.

    (Aparte.)

    ¡Oh amor! ¿Faltábate más?

    Hoy me casas mi pastora;

    y ésta que agora me das,

    para que la olvide agora,

    ¡cerca de casalla estás!

    DANTEO Sentir nos tienen por ti.

    (Aparte a Jacinto.)

    BELARDA ¿Cómo le echaré de aquí?

    Que he visto mi nueva gloria.

    MENALCA Siendo tuya la victoria,

    ¿me das la guirnalda a mí?

    (Aparte.)

    Mira que no es la corona

    para la frente vencida;

    que el vencedor se corona.

    BELARDA Aquesta vez tu homicida,

    Menalca, te galardona.

    ¡Ay, Dios! ¡Qué león tan fiero,

    arrimado a aquel sendero,

    por aquel repecho entró!

    Mataráme.

    MENALCA Mi bien, no,

    que yo moriré primero.

    Pero, ¿dónde fue? ¿Qué es dél?

    Espera, que tras él voy.

    BELARDA ¡Ay Dios! No vayas tras él;

    que te matará.

    MENALCA No soy

    menos animoso que él.

    Vase.

    BELARDA ¡Buena industria! Ya se fue.

    ¡Hola, pastor; hola, ce!

    DANTEO ¿Llámasme a mí?

    BELARDA Y a los dos.

    JACINTO Guárdeos el cielo.

    BELARDA Y a vos,

    parte de mi vida os dé.

    JACINTO No, sino a vos de la mía;

    y no digo parte della,

    que toda es vuestra, y podría,

    si os preciáis de poseella,

    serlo el alma que os daría

    Por relación he sabido

    que me habéis engrandecido

    en darme nombre de vuestro.

    BELARDA Holgara veros tan diestro

    en el ser agradecido;

    mas si de mí conocéis,

    como yo de vos confío,

    lo que a mi alma debéis,

    en darme lo que es tan mío,

    ¿quién duda que lo seréis?

    JACINTO Pues me abona ese valor,

    vos seréis mi fiador,

    y firmará la escritura

    el tiempo, que ya procura

    darme otra deuda mayor.

    BELARDA Yo pienso que la tendréis,

    y que debiéndoos yo a vos,

    también vos me deberéis.

    DANTEO Si tanto os debéis los dos,

    con no pagar pagaréis.

    Cumplido se ha mi deseo,

    pues tan conformes os veo,

    de ausentes enamorados.

    JACINTO Trujo el fin de mis cuidados

    el nuevo bien que poseo.

    Hoy sale, aunque a su pesar,

    Amaranta de mi alma,

    y Belarda en su lugar

    entra llevando la palma,

    pues perdí para ganar.

    Hoy, Danteo, en nueva forma

    amor en mí se transforma;

    no sé si el amor ordena

    que esté suspensa la pena,

    cosa que al vivir conforma.

    BELARDA Coridón viene. ¡Ay de mí!

    Allí os podréis esconder.

    JACINTO Siempre, Belarda, temí

    que había más que temer.

    BELARDA Mi suerte lo quiere ansí.

    Escóndense los dos.

    Sale Coridón con un ramo de laurel en la mano.

    CORIDÓN Belarda, de aquesta rama,

    que agora laurel se llama,

    y un tiempo Dafnes esquiva,

    corona la frente altiva

    del vencedor que te ama.

    Toma, enemiga cruel;

    y mira si he sido fiel,

    y lo que puedes conmigo,

    pues para que mi enemigo,

    corones, traigo el laurel.

    Toma, y ¡plega a Dios, si alcanza

    en mi daño la venganza,

    que el laurel que le previenes

    se le marchite, en las sienes,

    como lo está mí esperanza,

    o que en fuego se resuelva,

    o cuando al que te idolatra

    la suerte humana revuelva,

    en los áspides se vuelva

    que mataron a Cleopatra!

    Mas pues tan poco restauro,

    arda en su cabeza el lauro

    como Hércules ardió

    en la camisa que dio

    a Deyanira el Centauro.

    No traigo rosa ni flor,

    que no serán necesarias;

    que la corona de amor

    no ha de ser de flores varias

    para el constante amador.

    Y pues Menalca se jta

    de la firmeza que trata,

    toma; que bien sé, cruel,

    que se la das de laurel

    porque te la dé de plata.

    BELARDA Basta, Coridón, no más;

    no me trates desa suerte.

    CORIDÓN Pues di, ¿qué excusas darás

    de haberme dado la muerte?

    BELARDA Vivo estás.

    CORIDÓN Muerto dirás.

    BELARDA ¿Parécete que es razón

    que te quiera?

    CORIDÓN Y sinrazón

    no lo hacer.

    BELARDA Pues ¿por qué, di,

    cuando Menalca está aquí

    no me dices tu pasión?

    CORIDÓN Porque te quiere, y me excede

    en riquezas; que ese es rey,

    a quien Dios se las concede,

    y porque es del mundo ley

    que muera el que poco puede.

    Téngole, te certifico,

    aquel respeto que al rico

    tiene el pobre, cuando acierta

    a tener nobleza muerta

    debajo de su pellico.

    Sé yo que te quiere bien:

    ¿tengo con mi mayoral

    de ponerme ten con ten,

    siendo un humilde zagal

    que apenas se sabe quién?

    BELARDA Al fin, ¿confiesas que es noble?

    CORIDÓN En lo exterior, al doble,

    que en lo interior, decir puedo

    que tanto, cruel, le excedo,

    cuanto la alta palma al roble.

    BELARDA Al fin tú, como menor,

    ¿le respetas?

    CORIDÓN Sí respeto.

    BELARDA Pues ¿por qué no tendré amor

    a quien tú, como a mejor,

    le guardas tanto respeto?

    Anda, vete; que estás ciego.

    CORIDÓN Eso, Belarda, no niego,

    porque tu vista me mata.

    ¡Oh más que la palma ingrata,

    libre del cuchillo y fuego!

    BELARDA ¿Ingrata llamado has

    a la palma?

    CORIDÓN Y creo yo

    que tal como ella serás,

    pues no dio fruto jamás

    al dueño que la plantó.

    Yo fui en amarte el primero,

    y del fruto desespero,

    pues me niegas el tributo,

    y vienes a dar el fruto

    al pretendiente postrero.

    BELARDA Ven acá. Si le desamas,

    ¿por qué siempre estás con él?

    CORIDÓN Porque como tú le amas,

    de ti gozaré por él

    estas veces que le llamas.

    Lo que a ti te enamoró,

    amor amar me forzó;

    quiere bien hasta que mueras,

    que basta que tú le quieras

    para que le adore yo.

    ¡Oh, ingrata Belarda! Ponte

    a querer un monte fiero,

    y a darle el alma disponte;

    que pues por un monte muero,

    bien puedo querer a un monte.

    Pon en un monte tu amor,

    tan inmoble a mi dolor,

    y harás que le adore y quiera,

    y ¡ojalá que un monte fuera,

    y que no fuera un pastor!

    Mas dime, ¿dónde se fue?

    ¿Aquí no quedó contigo?

    BELARDA Partióse, ¡ay triste!, y quedé

    llorando, sin él, conmigo.

    CORIDÓN Sin fe te sobra la fe.

    Dime, ¿por qué se partió?

    BELARDA Porque aquí me defendió

    de un león, y fue tras él.

    CORIDÓN ¡León!

    BELARDA Furioso y cruel,

    que deste monte bajo.

    ¡Ay, Dios! ¿Si le ha de matar?

    CORIDÓN Ten, Belarda: no me mates

    con oirte lastimar;

    que sangre te puedo dar

    con que la suya rescates.

    Yo voy a hacer de manera

    que viva, aunque si él muriera,

    viviera yo; mas no es justo

    que yo viva a tu disgusto,

    y que tu gusto se muera.

    Sea de mi cuerpo triste

    sepultura este león,

    no de aquel a quien le diste

    por vivo en el corazón,

    después que muerto le viste.

    El goce de tus abrazos,

    y a mí me haga pedazos,

    que no es decente que muera

    en los brazos de una fiera

    el que mereció tus brazos.

    Vase.

    BELARDA ¡Qué bien se traza el engaño!

    ¡Hola, Jacinto!

    Salen Jacinto y Danteo.

    JACINTO No puedo

    dejar de sentir mi daño,

    porque fue tan cierto el miedo

    cuanto fue tu desengaño.

    ¿Qué te quiere este pastor?

    BELARDA Quiere crecer tus amores.

    JACINTO ¿Qué importa que crezca amor,

    si tengo para un favor

    cuarenta competidores?

    ¿Enójante mis recelos?

    BELARDA Y aún me regalan en parte.

    JACINTO Si me los das, pedirélos:

    celos pido antes de amarte.

    BELARDA ¿Son hijos de amor los celos?

    JACINTO Sus hijos dicen que son.

    BELARDA Pues ¿cómo nacen sin padre?

    JACINTO No falta mucha afición,

    que los cría como madre

    al pecho de la razón.

    BELARDA ¡Bien a fe! Toma, Danteo,

    tuerce esta guirnalda, en tanto

    que hablamos de mi deseo;

    teje aqueste laurel santo,

    por quien suspiró Peneo,

    y con esta cinta le ata.

    DANTEO Que me place.

    JACINTO Y ¿para quién?

    BELARDA Para el pastor que me mata.

    JACINTO No, no sus hojas le den

    a quien las vuelve de plata.

    Soy tan pobre, que permito

    que la goce, y me la quito;

    porque un pobre tanto pierde,

    que este laurel, siempre verde,

    ya le volverá marchito.

    Mal conservamos el bien;

    que es nuestra ventura tal,

    que cuando mucho nos den,

    le convertimos en mal.

    DANTEO A Menalca siento.

    JACINTO ¿A quién?

    DANTEO A Menalca.

    JACINTO Pues ¡sus! vamos.

    BELARDA ¿Y el verte?

    JACINTO Luego podrás,

    que en el desposorio estamos.

    BELARDA Mil hermosuras verás.

    JACINTO La tuya sólo esperamos.

    Vanse Jacinto y Danteo.

    Sale Menalca.

    MENALCA ¡Qué buena burla me has hecho!

    Que en todo aqueste repecho

    no hay león, ni sombra vi.

    BELARDA Ahora se fue de aquí,

    y casi me lleva el pecho.

    ¿Vístele?

    MENALCA No, por mi fe.

    BELARDA Pues aunque está en otro cabo,

    en el pecho le guardé.

    Ya sé que se me hace bravo;

    pero yo le amansaré.

    MENALCA Basta, que burlas conmigo.

    BELARDA Si burlo, será por él.

    MENALCA Qué ¿vino?

    BELARDA Vino, te digo,

    y aun otro león con él,

    que debe de ser su amigo.

    MENALCA No más burlas, mi Belarda.

    Ponme el laurel, que me aguarda

    Doristo a su fiesta y boda;

    y ven conmigo, que en toda

    otra mayor se te aguarda.

    BELARDA Toma, y mira qué te pones;

    que a fe que te la tejió

    uno de aquellos leones.

    MENALCA Pues también lo seré yo

    después que tú me corones.

    Vanse.

    Suena grita y baile de pastores, y salen Doristo y Amaranta, novios; Peloro, padrino;

    Ereusa madrina; Dórida, pastora; Ergasto, pastor.

    EREUSA Mejor están en lo bajo,

    y ordénese alguna fiesta,

    que ya, si el baile os molesta,

    descansaréis del trabajo,

    y pasaremos la siesta.

    Doristo, ¿estás bien sentado?

    DORISTO Júzgalo, pues tengo al lado

    a mi dulce y cara esposa…

    AMARANTA En merecerte dichosa.

    Salen Jacinto y Danteo.

    JACINTO Ya llevo el color trocado.

    (Aparte a Danteo.)

    ¿Cómo he de poder hablar?

    Danteo, da el parabién.

    DANTEO Muy enhorabuena estén

    la prez de nuestro lugar

    y la hermosura también.

    DORISTO ¡Oh, mi Danteo! En buen hora

    vengas. Cabe mí te asienta.

    JACINTO Años que pierdan la cuenta

    goces del bien que te adora.

    A Amaranta.

    Y tú te logres contenta.

    AMARANTA ¡Ah, traidor! ¿Que aquí te vienes?

    (Aparte.)

    DORISTO Ea, deja los parabienes,

    y siéntate cabe mí.

    JACINTO ¡Ay! Que adonde estás me vi,

    (Aparte.)

    y en el lugar que me tienes.

    DORISTO Ergasto, dale tu lado.

    JACINTO Bien estoy aquí.

    ERGASTO Bien puedes

    JACINTO A ver mi muerte he llegado.

    (Aparte.)

    ¡Oh, Ergasto, tantas mercedes!

    (Aparte.)

    ¡Ay, falsa, que te has casado!

    Salen Coridón y Menalca.

    CORIDÓN Huélgome que fue mentira,

    y de hallarte aquí.

    MENALCA ¡Oh, señores!

    el cielo os dé mil favores.

    ERGASTO Doristo, a Menalca mira.

    DORISTO ¡Oh Menalca, oh mayoral!

    Aquí sentaros podréis,

    aunque al humilde igualéis

    vuestra valor sin igual.

    Sale Belarda.

    BELARDA No os quisiera perturbar

    tan buena conversación;

    mas la mucha obligación,

    por fuerza me obliga a entrar.

    Gócense por muchos años.

    AMARANTA ¡Oh mi señora Belarda!

    Este lugar os aguarda.

    Perdonad los ricos paños,

    que es de campo el aparato.

    BELARDA Y vos palacio lo hacéis.

    AMARANTA No cual vos lo merecéis,

    que tenéis de reina el trato.

    PADRINO Cesen ya de cumplimientos.

    Siéntate, niña, y callad.

    ¿No veis que la soledad

    hace iguales los asientos?

    Siéntate.

    BELARDA Ya estoy sentida…

    Sentada quise decir.

    JACINTO Si has de hablar como sentir,

    errarás toda la vida.

    PADRINO ¡Buenos estamos, por Dios,

    para jugar algún juego!

    DORISTO Bien dices: juéguese luego.

    MENALCA Alto: inventaldo los dos.

    Mas no ha de ser levantado;

    por eso mirad cuál sea.

    DANTEO Yo os diré. Demos librea,

    como se suele, al soldado.

    CORIDÓN Bien dice.

    DANTEO Es de mucha ciencia.

    ERGASTO Sí, pero, tiene primor;

    y en errando la color,

    que pague su penitencia.

    MADRINA A fe que es de regocijo;

    bien le podemos jugar.

    PADRINO Y no hay más que comenzar,

    pues que mi mujer lo dijo.

    CORIDÓN Danteo tome la mano,

    que suele ser el maestro.

    DANTEO Acudís al menos diestro.

    ERGASTO Siempre te excusas en vano.

    Comienza; que es tarde: acaba.

    DANTEO ¡Ea, pues! Este cayado

    es, señores, el soldado,

    que de vestirle excusaba.

    Coridón diga primero

    su color.

    CORIDÓN Pues yo le visto

    de lo que nunca me visto.

    DANTEO Que te declares espero.

    CORIDÓN ¿Ya no sabes que es de verde

    la esperanza que perdí,

    que nunca me la vestí?

    DÓRIDA Que se pierde, que se pierde.

    DANTEO Calla, Dórida.

    DÓRIDA A fe mía.

    MENALCA Bien es que todos calléis,

    que tarde le vestiréis

    hablando en filosofía.

    O es verdad o es juego.

    DANTEO Basta.

    Ereusa, ¿de qué le vistes?

    EREUSA De negro, color de tristes.

    DANTEO ¿Tú, Dórida?

    DÓRIDA Color casta.

    DANTEO ¿Tú, Doristo?

    DORISTO Colorado,

    que es señal de mi alegría.

    DANTEO ¿Tú, Amaranta?

    AMARANTA De la mía.

    DANTEO ¿Cuál es la tuya?

    AMARANTA Leonado.

    DANTEO ¿Tú, Jacinto?

    JACINTO Aunque mi vida

    camina a puerto seguro,

    le visto de verde oscuro,

    que es esperanza perdida.

    DANTEO ¿Tú, Ergasto?

    ERGASTO La deslealtad,

    por quien yo tan firme he sido,

    turquesado le ha vestido,

    color de mi lealtad.

    DANTEO ¿Y tú, Peloro?

    PELORO De oro,

    que es la color que me agrada.

    DANTEO ¿Y tú, Menalca?

    MENALCA Encarnada,

    de aquella cruel que adoro.

    DANTEO Eso es sangrarte en salud.

    ¿De qué lo vistes, Belarda?

    BELARDA Yo le visto color parda.

    DANTEO Es color de la virtud.

    Bien está así: comencemos.

    ¡Oh qué bien está vestido

    Partes: 1, 2
    Página siguiente