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El Martín Fierro que llevamos dentro (página 2)

Enviado por armando de magdalena


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Pero esto no es todo. Todavía le cabe al Martín Fierro una cuarta aproximación (la cual les recomiendo fervorosamente) y es la que realiza Rodolfo Kusch en el epílogo de su libro "La negación en el pensamiento popular" y que lleva el título de: "En nombre de que sacrificarse". Esta aproximación es de tipo filosófico. Es constatar (nada más ni nada menos) la existencia de un pensamiento propio de este producto cultural (el gaucho) con base en un pensamiento original americano. "Se trata entonces de rastrear en el Martín Fierro algo así como un pensar, o "pesar", de la existencia…"[4], lo cual nos sumerge en la capa más profunda del poema, algo parecido a una "epistemología de la barbarie".

Ahora bien, basándonos en esta manera de abordaje, vayamos en busca del "Martín Fierro que llevamos dentro".

Lo primero que encontramos en este largo poema es la evocación al canto[5]Lo cual nos saca inmediatamente del campo de la literatura y nos sumerge en el "yo filosófico" de un discurso que se pretende abarcador y en cierta forma intemporal y que nos recuerda al Whitman del "Canto a mí mismo"[6], donde también se habla de un canto que se ejerce, que discurre y que no termina sino con la muerte misma. Como bien señala Kusch, este canto no es un "mero decir", porque "el decir" muchas veces oculta sus verdaderas intenciones, trueca sus estandartes. El canto en cambio es un decir trascendente, en cierta forma definitivo (tiene vocación de sentencia), algo cercano al sentir de un Rabindranath Tagore cuando dice: "cuando el hombre trabaja Dios lo respeta/ más cuando el hombre canta Dios lo ama"[7]. Esta sacralización se pone de manifiesto ya desde los primeros versos cuando el cantor pide "…a los santos del cielo/ que ayuden mi entendimiento/ les pido en este momento/ que voy a contar mi historia/ me refresquen la memoria/ y aclaren mi entendimiento." o cuando a paso seguido implora: "Vengan santos milagrosos/ vengan todos en mi ayuda/ que la lengua se me añuda/ y se me nubla la vista;/ pido a mi Dios que me asista/ en una ocasión tan ruda". El shamán conjura sus dioses para cumplir su destino: "Cantando me he de morir/ cantando me han de enterrar/ y cantando he de llegar/ al pie del Eterno Padre/ dende el vientre de mi madre/ vine a este mundo a cantar" porque la copla (la vida) fluye "como agua de manantial" y solo se libera al aire para que los "pastos tiriten". He aquí la fuerza del Martín Fierro. El desencadenamiento de las fuerzas telúricas. La sacralización de la palabra. La obtención del anclaje antrópico donde el canto es fundamento, es voluntad y derecho (porque "…dende que otros cantan/ yo también quiero cantar"), indefensión que se debate entre la luz y las tinieblas y que se salva a sí misma cuando se revela, cuando el sufrimiento se vuelve sabiduría y puede servir para vivir aquí y ahora. Esto explica a mi entender, la fascinación que los americanos (quizás como ningún pueblo) tenemos por el canto. Nos gusta "cantar opinando" y ese opinar tiene que ver con una sabiduría del sufrimiento (desgarramiento que atraviesa a todos los personajes y al poema mismo), con el reconocernos en la memoria, en ese conjurar para que los "pastos tiriten"[8].

Ahora bien, hasta que punto es cierto esto que decimos? Cuanto hay en verdad (de bueno y de malo) del Martín Fierro, en nuestra forma de ser y de pensar? Que es lo que dice ese canto que nos late en las sienes?

Obviamente lo primero es la identificación. El Martín Fierro tiene todas las cualidades y calidades del mito, porque la injusticia, la opresión, la arbitrariedad y el desamparo, la primacía de lo alóctono sobre lo propio, (como hemos repetido, reiteradas veces) es el rasgo fundamental de nuestra cultura (o más precisamente: del proceso de aculturación en América). Se podrían cambiar todos los personajes de este poema y reemplazarlos por los de la argentina en que vivimos y la historia seguiría, no solo vigente, sino además, inalterada. Esto es así, lamentablemente cierto y no de otra manera (por este carácter mitológico) es que puede ser explicada la vigencia del poema[9]Visto así, el Martín Fierro sería un personaje real pero atemporal que se recicla en el tiempo, que nace con cada generación, que se debate en la misma zaga y que no logra cambiar el final de su propia historia. El destino de Fierro (como veremos) es la disolución.

Es casi imposible precisar, si este poema ha influenciado nuestra forma de ser y de pensar; o si es el poema el que recoge e interpreta nuestro sentir; o si son las dos cosas al mismo tiempo. Lo cierto es que para bien y para mal, todos somos Martín Fierro. Tenemos una "desconfianza genética" hacia la autoridad (llámese justicia, gobierno, fuerzas armadas, de seguridad, patrón, encargado, o simple dirigente); como dice un amigo mío: "hasta el cartero, por el solo hecho de usar uniforme, nos cae demasiado pesado". Y es que al igual que el "gaucho malo" la autoridad se nos representa como algo nefasto, arbitrario y discrecional, algo que no se puede predecir, que se puede volver, en cualquier momento, contra nosotros. Esto genera una actitud (si se quiere) de lógica desconfianza hacia todo lo instituido. Estamos acostumbrados a salvarnos solos y esto tiene que ver más con el desamparo que con el individualismo. Esta aparente soledad o anarquía del espíritu, explica también nuestro culto a la amistad, porque en medio de toda esta adversidad hemos aprendido a valorar "el espalda con espalda": "Un hombre junto con otro/ en valor y juerza crece/ el temor desaparece;/ escapa de cualquier trampa./ Entre dos, no digo a un pampa/ a la tribu si se ofrece."

Martín pierde su mujer, sus hijos, sufre la persecución, el destierro, la más dura adversidad; pero es solo sobre el cuerpo ya sin vida de su amigo (el sargento Cruz) donde rompe a llorar. Esta escena representa y creo que demuestra un verdadero culto a la amistad que tiene que ver con la supervivencia, con una verdadera hermandad muy superior a la de la sangre, esa que hace de la lealtad, la hombría y el darlo todo por el amigo, una verdadera religión: "Su esperanza no la cifren/ nunca en corazón alguno;/ en el mayor infortunio/ pongan su confianza en Dios;/ de los hombres, solo en uno;/ con gran precaución en dos.". Y es que un amigo no es cualquiera. El amigo necesita un espacio compartido, una historia compartida, un entendimiento más allá de la palabra, del tiempo y la distancia. El amigo como dijo Yupanqui "es uno con otro cuero". Algo así como un "clon metafísico", alguien al que le podemos confiar la vida cuando Dios está ocupado.

Otra cosa que surge nítidamente en el poema es nuestra compleja relación con el "gringo". Y digo compleja porque por cierto lo es. No se puede decir alegremente, como se dice, que el argentino sea un chauvinista; alguien que rechaza y subestima al extranjero o que tenga una exacerbada autosuficiencia o pedantería. Más bien creo que todo lo contrario es cierto. La historia de esta tierra y de cada uno de nosotros en particular, habla muy a las claras de que este ha sido y es un pueblo fundamentalmente de inmigrantes y es por eso que se ha formado en nosotros una muy singular percepción de lo humano; una apertura y un interés hacia otras tradiciones, de la que sin duda pocos pueblos pueden jactarse. Aquí conviven (como quizás no suceda en ningún otro país del mundo) gente de todos los rincones del planeta (el "cosmopolitismo" nuestro es casi más una dificultad que una particularidad), de todos los credos y culturas más diversas. Nuestro rechazo no es al extranjero (inclusive en América no es lo mismo ser tratado de extranjero que de gringo), a la persona física ni a la cultura que representa (más bien eso siempre nos ha seducido), nuestro rechazo es por un lado, a los propios que pretendieron sustituirnos[10](con la consiguiente subestimación que ello implica) y a los extranjeros que vinieron a enseñar "a tanto gaucho bruto, vago y mal entretenido"[11], como tenían que construir la nación. Eso queda expresado insuperablemente en la escena que protagonizan nuestro gaucho y el napolitano en la entrada del fortín, cuando Fierro dice (en una mezcla de bronca, ironía y hasta de ternura): "Yo no se porque el Gobierno/ nos manda aquí a la frontera/ gringada que ni siquiera/ sabe atracar en un pingo/ Si creerá al mandar un gringo/ que nos manda alguna fiera". Nuestro gaucho se ríe del Gobierno y de su arquetipo civilizador a quien (como "En los gauchos judíos") tendrá que mostrarle la diferencia, ya no entre un moro y un tordillo, sino entre una polla y un gallo.

Es muy importante remarcar esto: no es el extranjero ni su cultura[12]son los "gringos", palabra que en América sirve para exteriorizar la repulsión que sentimos, no por el extranjero sino por el conquistador (los de antes o los de ahora); por todo aquel que nos mira por sobre el hombro, que nos subestima, nos desprecia, que se cree con derecho a decidir sobre nuestra forma de vivir, de morir o de soñar.

Como vemos hay mucho para buscar en el Martín Fierro de nosotros mismos. En él vamos a encontrar las mismas contradicciones que nos habitan, porque al igual que nosotros, se encuentra a medio camino de dos reinos antagónicos y distintos. Y es que nuestro Martín Fierro no es otro (por cultura o por historia) que "el mestizo", "el hijo del país", "el nuevo indio", el iniciador de la "gran epopeya americana" y es por eso, como bien dice Conles Tizado (en un artículo que le dedica a nuestro amigo): sería un grave error reducir a nuestro Martín, a un subproducto cultural de la pampa húmeda. Martín Fierro no es solo el gaucho argentino, oriental o riograndense, es el huaso chileno, el llanero venezolano, el "Juan sin tierras" de México y de cada rincón de la Patria Grande. Es el bastardo, el hijo natural (tal vez no deseado) de dos culturas de las que se sabe parte pero que no lo contienen. He aquí el gran dilema de América. Somos un continente esencialmente mestizo y por mestizos vivimos tironeados por dos mundos que tratamos de conciliar como si se tratara de la riña de nuestros padres. Esto se ve con claridad a lo largo de todo el poema. Martín Fierro no puede construir su mundo su identidad porque es obligado permanentemente a re-producir la historia. Cuando habla de su cultura materna, repite el discurso que el blanco tiene para con él: "El indio pasa la vida/ robando o echao de panza./ la única ley es su lanza/ a que se ha de someter./ Lo que le falta en saber/ lo suple en desconfianza". El discurso de Hernández en este punto no supera en nada al del propio conquistador: "El indio es indio y no quiere/ apiar de su condición/ ha nacido indio ladrón / y como indio ladrón muere". O sea el indio será prácticamente exterminado (pocos años después) simplemente porque no ha querido "apearse de su condición", es en todo simple este razonamiento, al punto que más bien diría yo, es la justificación de la utopía civilizadora a la que podría pertenecer quizás el mismo José Hernández, pero de ninguna manera su personaje. No hay base ni histórica, ni cultural, ni creo yo sicológica, seria y profunda para plantear una real dicotomía gaucho/indio[13]sino todo lo contrario. El antagonismo gaucho/indio, creo que es aquí negación, intento por establecer una ruptura cultural, una discontinuidad, la idea en definitiva de que la nacionalidad comienza con el mestizaje.

No obstante Fierro se resiste a este intento. Nótese como la voz del "viejo Vizcacha" trata de domar el espíritu de Fierro; su voz se parece demasiado a la de ese otro mundo ultramarino que nos vino a sustituir: "Hacete amigo del juez/ no le des de que quejarse;/ y cuando quiera enojarse/ vos te debés encoger/ pues siempre es bueno tener/ palenque ande ir a rascarse". El viejo vizcacha predica la resignación: "El hombre, hasta el más soberbio/ con más espinas que un tala/ aflueja andando en la mala/ y es blando como manteca:/ hasta la hacienda baguala/ cai al jagüel con la seca" la suya es una sabiduría acomodaticia, reñida con el sacrificio (esa cualidad tan fuerte en el mito de los antiguos americanos) que busca adaptarse sin importarle el precio que deba pagar: "Dejá que caliente el horno/ el dueño del amasijo/ Lo que es yo, nunca me aflijo/ y a todito me hago el sordo/ el cerdo vive tan gordo y se come hasta los hijos." , es por eso que la única solución posible del poema sea la disolución. Martín Fierro y el resto de los protagonistas del drama, no pueden más que dispersarse después del mítico reencuentro. Sembrarse a los cuatro vientos (aquellos mismos cuatro rumbos de las cosmogonías americanas) a esperar su tiempo en el tiempo, porque en realidad el mestizo, el vástago de culturas, siempre será fronterizo en su propia geografía "…hasta que venga un criollo/ en esta tierra a mandar".

 

 

 

 

Autor:

Armando de Magdalena

[1] “El gaucho Martín Fierro” se vendía en las pulperías y almacenes rurales y los paisanos lo llevaban junto al paquete de yerba, el tabaco “para armar” o el pañuelo de cuello.

[2] Precisemos que no estamos hablando ni del chacarero, ni del peón de campo, ni del estanciero, ni mucho menos del tradicionalista burgués con apero enchapado en plata y oro.

[3] Ya que Martín Fierro es “real” en la medida que es la condensación de miles de personajes de la microhistoria americana y de ahí su fuerza arquetípica, su destino icónico.

[4] Rodolfo Kusch, obra citada.

[5] Las 10 primeras estrofas hacen referencia a él.

[6] Es asombrosa la coincidencia de planteo, sobre todo si tenemos en cuenta que “Las hojas de hierba” de Whitman fueron publicadas por vez primera en 1855 y traducidas al castellano tiempo después y que por consiguiente es improbable que Hernández tuviera noticia de ellas.

[7] Citado siempre por Facundo Cabral.

[8] No tengo conocimiento de un fenómeno cultural como “La nueva canción latinoamericana” (de la cual la “Nueva Trova Cubana”, sea quizás el exponente más difundido a nivel internacional) en otra parte del mundo. Quiero decir con esto, que no creo que haya sido casualidad que este movimiento haya surgido “del nuevo cancionero” y que reconozca (según las palabras de Silvio Rodríguez) como orígenes o antecedente, a hombres como Atahualpa Yupanqui que a su vez se fundan en la más pura tradición martinfierrista.

[9] Esta supervivencia del Martín Fierro como estructura mítica explica la existencia y la popularidad de obras como “Las coplas del payador perseguido” de Yupanqui y “Herencia pa’ un hijo gaucho” de José Larralde, que en mi opinión son adaptación y continuidad de este mito irresuelto.

[10] Tanto Alberdi como Sarmiento (por citar dos figuras emblemáticas) tienen esa postura. Alberdi habla por ejemplo de la adopción del inglés como idioma; Sarmiento del poblamiento centroeuropeo del país y el destierro de todo vestigio hispano o meridional en nuestra cultura; ni que hablar de lo indio o lo negro.

[11] Este tipo de postura del inmigrante con respecto al criollo ha sido reflejada magistralmente en “Mi hijo el dotor” y “La gringa” de Florencio Sánchez.

[12] Las cuales nos han aportado todo tipo de elementos, desde las comidas, sus influencias musicales, nuestro particular “castellano”, nuestra particular manera de decirlo y mil cosas más que hablan de ese “tomar como propio” tan enraizado en nosotros.

[13] No nos olvidemos que estamos hablando aquí de los primeros tramos del proceso intercultural, los primeros grados del mestizaje; por tanto la diferencia entre el indio y el criollo no tiene la significación que irá tomando con el tiempo. No olvidemos (como el mismo poema señala) que una parte muy significativa del llamado “gaucho”, era negro, o mulato y hasta zambo (mezcla de indio y negro), lo cual viene en cierta forma a indicar que el Martín Fierro del poema era un Martín utópico; arquetipo de una generación y de un modelo de país y de desarrollo, que como dijimos en otros de nuestros apuntes, quería depurar (a veces de manera militante, a veces inconscientemente) todo el cobre y el carbón que hubiese en nuestra sangre.

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