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Credenciales del Génesis

Enviado por Jesús Castro


  1. Creencias cosmogónicas ancestrales
  2. Los antiguos mitos y el Génesis
  3. Credencial interna del Génesis
  4. Credencial externa del Génesis
  5. Fuente primordial del Génesis
  6. Conclusión

Este artículo pretende contestar lo más breve y satisfactoriamente posible la siguiente pregunta, basada en el libro del Génesis: ¿De qué fuente obtuvo Moisés la sorprendente información que se encuentra en el capítulo 1 del Génesis? Y, más concretamente: ¿Cómo supo Moisés que hubo un comienzo o principio para el universo observable a simple vista? ¿Quién le facilitó al profeta dichos datos, que son de rango superior (o sobrehumano) para la época?

Creencias cosmogónicas ancestrales.

Las creencias cosmogónicas ancestrales trataban de explicar el origen del mundo que nos rodea y adoptaban generalmente la forma de mitos (es decir, de fábulas o ficciones alegóricas, habitualmente impregnadas de connotaciones religiosas). Cumplían las mismas funciones en los distintos pueblos, a saber: ofrecer una visión integradora del entorno (próximo y lejano), asegurando la tranquilidad psicológica de los partícipes en la creencia colectiva por medio de facilitar el tránsito del estupor a la comprensión.

Nos interesa conocer algo acerca de los mitos cosmogónicos que existían en los días de Moisés, especialmente los que pertenecían a pueblos establecidos sobre el área geográfica que habitó el profeta. De esta manera podremos quizás saber si este caudillo hebreo se dejó influenciar o no por tales mitos en el momento de componer el relato creativo del Génesis.

En la zona del medio oriente, contemporáneo y cercano a Moisés, figuraba el mito babilónico de la creación, que además es el más antiguo que ha llegado hasta nuestros días. El "Enuma elis" (Cuando arriba), escrito 15 siglos antes de la era común o cristiana, relata el nacimiento del mundo a partir de un caos primordial. En el principio, cuenta el mito, estaban mezcladas el agua del mar, el agua de los ríos y la niebla, cada una personificada por tres dioses: la madre Ti'amat, el padre Apsu y el sirviente Mummu. El agua del mar y el agua de los ríos engendraron a Lahmu y Lahamu, dioses que representaban el sedimento, y éstos engendraron a Anshar y Kishar, los dos horizontes, entendidos como el límite del cielo y el límite de la Tierra. En aquellos tiempos, afirma esta "historia", el cielo y la Tierra estaban unidos; y según la versión más antigua del mito, el dios de los vientos separó el cielo de la Tierra; pero en la versión más elaborada, esa hazaña le correspondió a Marduk, dios principal de los babilonios. Marduk se enfrentó a Ti'amat, diosa del mar, la mató, cortó su cuerpo en dos y, separando las dos partes, construyó el cielo y la Tierra. Posteriormente, creó el Sol, la Luna y las estrellas, que colocó en el cielo. Para los babilonios, el mundo era una especie de bolsa llena de aire, cuyo piso era la Tierra y el techo la bóveda celeste. Arriba y abajo se hallaban las aguas primordiales, que a veces se filtraban, produciendo la lluvia y los ríos.

Como todos los mitos, la cosmogonía babilonia estaba basada en fenómenos naturales que fueron extrapolados a dimensiones fabulosas: a toda Mesopotamia, que se encuentra entre los ríos Tigris y Éufrates, los cuales desembocan en el Golfo Pérsico. Allí depositan su sedimento, de modo tal que la tierra gana lentamente espacio al mar. Seguramente ése fue hecho el que sugirió a los babilonios la creación de la tierra firme a partir de las aguas primordiales.

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La influencia del mito babilónico se puede apreciar en la cosmogonía egipcia, donde Moisés recibió sus primeras lecciones escolares tras haber sido rescatado del río Nilo por la hija del Faraón cuando era un niñito indefenso y posteriormente ser criado como príncipe en la corte real. Para los egipcios, Atum, el dios Sol, engendró a Chu y Tefnut, el aire y la humedad, y éstos engendraron a Nut y Geb, el cielo y la Tierra, quienes a su vez engendraron a los demás dioses del panteón egipcio. En el principio, el cielo y la Tierra estaban unidos, pero Chu, el aire, los separó, formando así el mundo habitable.

Para los egipcios, el Universo era una caja, alargada de norte a sur tal como su país; alrededor de la Tierra fluía el río Ur-Nes, uno de cuyos brazos era el Nilo, que nacía en el sur. Durante el día, el Sol recorría el cielo de oriente a poniente y, durante la noche, rodeaba la Tierra por el norte en un barco que navegaba por el río Ur-Nes, escondida su luz de los humanos detrás de las altas montañas del valle Dait.

Los antiguos mitos y el Génesis.

Algunos investigadores han querido ver trazas del mito babilónico en el Génesis hebreo. Han sugerido que el espíritu de Dios que se movía sobre la faz de las aguas, según se narra en el capítulo 1 del Génesis, se enmarca dentro del primer día de la creación, y que la palabra original que se traduce comúnmente "espíritu" ("ruaj" en hebreo) significa literalmente "viento" y en este relato está personificada (pues "el viento", en el mito babilónico, viene encarnado por el dios Marduk). El segundo y tercer días creativos del Génesis, donde se dice que Dios hizo una expansión (rakía) entre las aguas superiores y las inferiores y luego separó la tierra firme de las aguas que quedaron abajo, son tomados como pasaje oscuro por estos investigadores, quienes para aclarar su significado se remiten frecuentemente al mito babilónico: Marduk (el viento, en la versión más antigua) separa las aguas (el cuerpo de Ti'amat) para formar el mundo, y la tierra firme surge como sedimento de las aguas primordiales.

Sin embargo, como ya hemos argumentado previamente en los artículos G004 (El principio) y G005 (La creación del universo), el estilo del Génesis difiere muchísimo del de los mitos de la antigüedad. Además, creemos discernir un marcado embotamiento o torpeza crítica entre los comentaristas que aseguran que el Génesis debe interpretarse como un mito, es decir, como un relato alegórico y fantasioso. A nuestro juicio, se trata éste de un embotamiento producido por 2 taras fundamentales:

1. Una mala comprensión del propio relato del Génesis.

2. Una mala asignación de la relación de causa a efecto entre el Génesis y la mitología antigua.

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A lo largo del presente artículo, nos esforzaremos por presentar una serie de datos y razones que tal vez puedan ayudar a superar la torpeza crítica que se ha generado respecto al Génesis, y que ha llevado a éste a ser considerado como un simple relato mitológico.

Las credenciales del Génesis.

Nos parece que se pueden hacer 2 enfoques investigatorios (complementarios) que acreditan o atestiguan la objetividad y sobriedad del Génesis, librando a su relato de sospechas alegóricas, fantasiosas o mitológicas. Estos enfoques sirven para nutrir las credenciales, interna y externa, del Génesis.

La credencial interna del Génesis se refiere a la evidencia de coherencia, objetividad, sobriedad y veracidad que se puede discernir en el relato a partir del texto original que lo soporta y que elevaría su contenido a la categoría de historia fidedigna. Por otra parte, la credencial externa del Génesis se toma de las circunstancias exteriores que han rodeado a la confección del documento y que inducen a pensar que éste carece de exageraciones, fantasías y cualesquier otros ingredientes que detraigan de su credibilidad como obra objetiva cuyo contenido histórico ha de tomarse al pie de la letra.

Credencial interna del Génesis.

La autenticidad del Génesis se muestra parcialmente en su coherencia y sobriedad, pues el lector perspicaz se dará cuenta de que la narración de los hechos carece de contradicciones, florituras fantasiosas, imprecisiones cronológicas, oscurecimiento genealógico, ponderaciones superfluas y así por el estilo, tan comunes en los relatos mitológicos de la época. También, se puede percibir una completa concordancia entre el Génesis y el resto de las Escrituras Sagradas. Por otro lado, su candor refleja la personalidad de un escritor que respetaba a Dios y amaba la verdad, pues expuso sin titubear tanto los errores de su pueblo como los desaciertos de personas prominentes que eran antepasados suyos. Esta forma de exponer los hechos, tan honesta y objetiva, brilla completamente por su ausencia en los relatos mitológicos de todos los tiempos y también, hasta cierto grado, en los documentos históricos procedentes de autores que se consideran aceptablemente libres de subjetividad. A esto podemos añadir la exactitud de sus profecías, como la maldición de Noé contra su nieto Canaán, las promesas hechas a Abrahán y los sueños vaticinadores de José el hijo de Jacob.

La precisión y el detalle que se aprecian en la narración del Génesis difieren notablemente de otros escritos de alrededor de su tiempo. Ninguna de las fuentes antiguas contiene un registro histórico, genealógico y cronológico como el que se encuentra en el libro del Génesis. Los escritos procedentes de las naciones de la antigüedad por lo general reflejan incertidumbre y hasta confusión al intentar explicar quiénes fueron los padres fundadores de sus respectivos pueblos. A este respecto, E.J. Hamlin comentó en "The Interpreter"s Dictionary of the Bible" que la tabla del origen de las naciones que aparece en el Génesis es una pieza "única en la literatura antigua. […] No se puede encontrar un interés similar por la historia en ninguna otra literatura sagrada del mundo" (edición de G.A. Buttrick, 1962, volumen 3, página 515).

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En muchos otros aspectos el Génesis ha resultado ser asombrosamente consecuente con los hechos examinados. Sólo el Génesis da un relato serio y coherente sobre el Diluvio y sus sobrevivientes, aunque se hallan "historias" de un diluvio y de humanos que sobrevivieron (en muchos casos a causa de haber sido conservados con vida en una embarcación) en las leyendas de numerosas ramas tribales de la familia humana. Respecto al Diluvio mismo, el príncipe Mikasa, conocido arqueólogo, ha dicho:

"¿Hubo realmente un Diluvio? […] El hecho de que lo hubo ha sido demostrado convincentemente"

(Monarcas, tumbas y pueblos… el amanecer de Oriente, página 25).

El relato del Génesis también sitúa geográficamente los comienzos de las moradas de las diferentes ramas de la humanidad, que se derivaron de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, y lo hace de tal manera que el Dr. Melvin G. Kyle, del Seminario Teológico de Xenia, Misuri, E.U.A., se vio impulsado a comentar, refrendando al Génesis: "El que de un punto central, en algún lugar de Mesopotamia, la rama camítica de la raza emigró hacia el sudoeste, la rama jafética hacia el noroeste y la rama semítica "hacia el este" a la "tierra de Sinar" es indisputable" (Biblical History in the Light of Archaeological Discovery, 1934, D.E. Hart-Davies, página 5).

Credencial externa del Génesis.

Había una característica del antiguo pueblo hebreo que sin duda debió influir bastante en la confección del Génesis, haciéndolo exacto y minucioso. Es la que tiene que ver con las listas genealógicas, pues parece ser que en Israel se guardaban registros nacionales de genealogías, además de los registros que mantenían las familias mismas. En el capítulo 46 del Génesis hallamos la relación de los miembros de la casa de Jacob hasta la muerte de éste, después de su entrada en Egipto. En el libro del Éxodo, capítulo 6, aparece una genealogía, principalmente de los descendientes de Leví, que debió copiarse de un registro anterior. El primer censo de la nación se efectuó en el desierto del Sinaí en 1512 antes de la era común, bajo el acaudillamiento de Moisés, en el segundo año de su liberación o salida de Egipto, cuando se realizó "el reconocimiento de su descendencia respecto a sus familias en la casa de sus padres" (como dice el primer capítulo del libro de los Números).

El mundialmente reconocido historiador Josefo, del primer siglo de la era común, da testimonio de que los judíos tenían registros genealógicos oficiales extremadamente exactos, pues dice: "No sólo soy oriundo de una línea de sacerdotes, sino de la primera de las veinticuatro líneas, y de la principal familia de mi línea". Después de señalar que su madre era descendiente de los asmoneos, concluye: "He anotado la línea de descendencia de mi familia tal cual aparece asentada en los registros públicos, haciendo caso omiso de los que nos calumnian" (Vida de Flavio Josefo, sección 1). Pues bien, esta minuciosidad documental característica de los registros genealógicos hebreos hace su aporte a la credencial externa del relato del Génesis, dado que éste se halla salpicado de alusiones y citas de linajes tribales que tienen el sello distintivo de la exactitud. Por lo tanto, resulta del todo consecuente suponer que el entero contenido del Génesis está impregnado de la misma credibilidad histórica.

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En cuanto al escritor, Moisés, tenemos que decir que junto al hecho de que los judíos lo acepten plenamente como el escritor del Pentateuco puede añadirse el testimonio de escritores antiguos, algunos de los cuales fueron enemigos de los judíos. Hecateo de Abdera, el historiador egipcio Manetón, Lisímaco de Alejandría, Eupólemo, Tácito y Juvenal atribuyen a Moisés la institución del código de leyes que distinguió de otras naciones a los israelitas, y la mayoría señala claramente que él puso estas leyes por escrito. Numenio, filósofo pitagórico, hasta dice que Janes y Jambres fueron sacerdotes egipcios que resistieron a Moisés delante del Faráon, al tiempo de las 10 plagas. Estos autores abarcan un período que se extiende desde la época de Alejandro (siglo IV antes de la era común), cuando los griegos empezaron a expresar curiosidad por la historia judía, hasta el tiempo del emperador Aureliano (siglo III de la era común). Muchos otros escritores antiguos dicen que Moisés fue caudillo, gobernante o legislador. Como vemos, este testimonio también se puede considerar una aportación más a la credencial externa del Génesis.

Podríamos continuar dando más datos que servirían para nutrir esta credencial, pero no nos parece conveniente extendernos demasiado por ahora, entre otras cosas porque no deseamos hacer innecesariamente pesada esta consideración y también porque en futuros artículos relativos al Génesis aparecerán espontáneamente apoyaturas en este sentido.

Fuente primordial del Génesis.

Es importante reflexionar acerca de los famosos DIEZ MANDAMIENTOS que, según el libro del Éxodo, fueron dados a Moisés por una Entidad Superior. Han sido altamente alabados por pensadores antiguos y modernos, y se ha dicho de ellos: "Estos mandamientos… en sí mismos nos hacen un llamamiento como provenientes de una fuente sobrehumana o divina… Fácilmente están a la cabeza de todo nuestro sistema moral, y ninguna nación o pueblo puede continuar por mucho una existencia feliz en violación abierta de éstos" (Biblical Law, H.B. Clark). Cierto biblista escribió: "Ningún sistema moral que el hombre haya formulado antes o después […] se aproxima siquiera, y mucho menos iguala o supera, a los Diez Mandamientos dados por Dios".

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Algunos críticos han tratado de asemejar los Diez Mandamientos al Código de Hammurabi, afirmando incluso que se derivan de éste; pero nada podría estar más lejos de la realidad. En primer lugar, el énfasis en los Diez Mandamientos se da a la obligación del hombre hacia su Creador; pero en el código de Hammurabi y en otros códigos similares de la antigüedad el énfasis se da a la obligación del hombre para con el hombre. De hecho, el código de Hammurabi no es un "código" según se define por la abogacía contemporánea, puesto que meramente aplica principios morales generales a casos específicos. Cada una de sus reglas comienza con la fórmula:

"Si un hombre hace esto, entonces se le aplicará la siguiente pena". Esto está en vivo contraste con los Diez Mandamientos, a los cuales se denomina "apodícticos" puesto que son mandatos o prohibiciones breves, absolutos, categóricos, completos en sí mismos y sin necesidad de explicación.

Abundando en la comparación de los Diez Mandamientos con el Código de Hammurabi, tenemos que señalar que hasta en la manera en que se tratan los asuntos seglares hay una gran diferencia. No sólo sucede que los Diez Mandamientos prohíben el asesinato; también el resto de la ley mosaica hace obligatoria la pena de muerte para el asesino deliberado y distingue entre asesinato y homicidio involuntario. En cambio, "una extraña omisión en el código (de Hammurabi) es la del asesinato deliberado, y hay incertidumbre en cuanto a cómo se castigaba o quién infligía el castigo" (Encyclopædia Britannica, 1971, tomo 11, página 43). Nótese también lo que dice el último de los Diez Mandamientos: "No codiciarás" (tal como se lee en el Éxodo capítulo 20 y versículo 17, según la Versión Moderna de las Santas Escrituras). Se trata de una ley singular en los anales de la jurisprudencia, pues llega hasta las mismísimas raíces del delito; y sin embargo el ponerla en vigor depende en gran medida del individuo mismo.

Hoy día, en la sociedad humana, está muy difundida la falta de apelación a la conciencia individual frente al delito ya que frecuentemente ni siquiera está bien definido el delito mismo desde el punto de vista moral, aunque desde el punto de vista legal existan infinidad de cláusulas que hablan de lo que es o no es delito. Sin embargo, la normativa legal no suele tocar el corazón de las personas porque la gran mayoría no siente responsabilidad para con las normas de un Creador Sobrehumano, Alguien de inigualable sabiduría y digno de respeto. En parte se debe a que hay un desengaño general con relación a lo que se ha dado en llamar Normas Divinas o Superiores; y este desengaño procede de las muchas mentiras religiosas y políticas que se han descubierto pública y recientemente. O bien porque se ha pensado alegremente que el hombre, por sí mismo, es lo bastante competente como para no tener que guiarse por las normas de ningún Ser Superior.

Pero la sociedad se está apolillando muchísimo a consecuencia de este último punto de vista, ya que el ser humano promedio tiene la fuerte tendencia a eludir la norma moral humana por considerarla sospechosamente arbitraria: una especie de regla de juego impuesta quizás por congéneres más egoístas que él, o trasnochados en sus puntos de vista. Además, la filosofía del relativismo, que afirma que no existen (ni pueden existir) verdades absolutas, sino a lo sumo transitorias o relativas, se agrega ingenuamente a dicha corriente de disolución. Todos sabemos que los niños pequeños resuelven mejor sus disputas recurriendo a la intervención de un adulto al que consideran "inalcanzablemente" superior, y tal parece que la sociedad humana funcionaría admirablemente mejor si estuviera voluntariamente sometida a una autoridad infinitamente superior a la del simple hombre y a la cual todos respetaran y admiraran. Debería ser una autoridad cuya fuente de sabiduría fuera infinita, en comparación con la humana, y poseyera la capacidad de dar normas infalibles o absolutas, es decir, imposibles de superar por la pericia del individuo o grupo humano mejor dotado de cualquier época. Ésta es la muda necesidad interior de confianza que, aun sin saberlo, anhela todo humano desde la niñez en adelante.

Pues bien, semejantes virtudes son las que parece tener los llamados Diez Mandamientos. No es de extrañar, entonces, que el estadista Bernard Baruch señalara en cierta ocasión: "Los Diez Mandamientos y el Sermón del Monte todavía son nuestras mejores guías". Es por eso por lo que las páginas de la historia ofrecen tan nauseabundo cuadro de trágicas torpezas e indecibles sufrimientos, a saber, por falta conocimiento y aplicación de una guía correcta e infalible, como implícitamente lo indica The World Book Encyclopedia al decir: "A pesar de su progreso científico y tecnológico, el hombre no ha tenido éxito en tratar con los problemas humanos".

Conclusión.

Visto lo anterior, nos inclinamos a pensar que los Diez Mandamientos fueron transmitidos a Moisés por Alguien superior, una Entidad que también debió estar detrás del contenido extraordinario que alberga el Génesis. Así que el Génesis, según parece, no procede de ninguna fuente trivial ni poco reputada. Su origen primordial debería encontrarse con Aquél que facilitó al hombre los Diez Mandamientos, esto es, con el Creador del hombre.

 

 

Autor:

Jesús Castro