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Literatura argentina (página 2)


Partes: 1, 2

En estos seis primeros versos, cuyo hipérbaton es marcado, presenta el tema: aquellas zonas en las que la vida está determinada por la acción de las lluvias y los caudalosos ríos. Un elemento quizás prosaico, los pozos, es visto desde una perspectiva nueva. Encontramos una metáfora impura: el viento es acémila industriosa. Los seis versos están encabalgados; esto sugeriría el curso sinuoso de los ríos. La sensación auditiva presente en "rumor" suscita el recuerdo de la música suave de las aguas, de sus vaivenes vivificantes.

La naturaleza también eleva su canto tintineante, transparente, uniéndose al sentimiento del poeta con "cristalina loa".

Allá lejos, la siembra bien cuadrada,

Como un estanque verdeguea hermosa.

El plateado rocía que la suda

Un esfuerzo vital en ella evoca.

Sus eras satisfechas de abundancia

En el sonoro hectólitro desbordan,

Y la brisa estival en sus verdores

Promesas de agua dulce rememora.

Vemos otro aspecto de la zona. El agua cantarina y las incansables alas de los pozos ceden su lugar a la tierra. El autor la compara con un estanque, pues ella ha perdido su color primitivo para volverse una inmensidad verde; tal es la cantidad de vegetales que la cubren. El rocío, enaltecido con un adjetivo que lo vincula a un valioso mineral, tiene connotaciones suntuarias. Nuevas plantas surgirán de las entrañas de la tierra acudiendo al llamado de las minúsculas gotas.

En los dos últimos versos aparece un elemento de muy diferente condición: la brisa. En el cálido verano mesopotámico, ella encierra la promesa de la lluvia refrescante.

Los agentes naturales, personificados, cobran vida; el agua, el rocío, la brisa, son los personajes que actúan en este magnífico escenario.

Humedades profundas de la chacra

Que apiñan abundancia en la macolla,

Y a la noche florecen de luciérnagas,

Y en sombrío frescor asean la hoja,

Y dan porfiado vicio al yuyo loco

Con que en profundidad fértil y sorda,

Como lengua de buey la azada mezcla

Sus bocados de gleba cuando aporcan.

Ni siquiera la noche destruye la belleza de este paisaje. La tierra, alfombrada de verdor durante el día, florece al ocultarse el sol. El verbo utilizado por el poeta nos señala que hay una metáfora implícita: las luciérnagas son flores. En este grupo de versos hay una anáfora: la repetición de la conjunción "y". "Sombrío frescor" es una sinestesia, un cruce de una imagen visual con una imagen térmica.

Tanto la vegetación provechosa como la dañina se hallan presentes en la oda. El yuyo, que se entremezcla con la tierra cultivada, merece también una mención.

El esparcido zapallar del cerco

En su aspereza germinal malogra,

Al empeñoso arrastre de las guías

El asalto de ortigas y achicorias.

Con una lenta y clara luz de yema

Las grandes flores desde abajo asoman.

Aparece aquí otro vegetal dañino: la ortiga. El autor califica la luz con el adjetivo "lenta"; al utilizar este vocablo está sugiriendo, indudablemente, el crecimiento progresivo de los vegetales. En el primer verso encontramos la aliteración de "r", que anticipa la aspereza de la que se hablará en el verso siguiente. En estos versos, vemos formas opuestas de la naturaleza: la ortiga es contenida por el zapallar.

Y el rústico plantío así adornado

Tiéndese al sol, cual campesina colcha,

Que el paso del labriego desordena

Con extensas roturas de agua honda.

El autor introduce la idea de la acción del hombre sobre la naturaleza. El ser humano perturba esa placidez paradisíaca, deja su huella en la tierra feraz. Lugones pinta la naturaleza pródiga, de características similares a la de la Edad de Oro. El autor despierta en nosotros el recuerdo de un paisaje de soleada imperturbabilidad.

Vése un poco inclinada hacia delante,

La silueta del hombre que acomoda

Con las manos atrás, en la pretina,

Pausadamente su cuchilla roma.

Ya las vacas ajenas cuyo daño

Interrumpiera su merienda sobria,

Lentamente repasan el portillo

Con pata desganada y cautelosa.

Lugones presenta al habitante del lugar. Su figura adusta emana una austeridad reforzada por el adjetivo "sobria", que el autor yuxtapone al sustantivo "merienda". La descripción del hombre es exacta, minuciosa, no en lo concerniente a su figura, sino a su actitud.

En una escena de resonancias gongorinas, se ocupa de los vacunos. Al hablar de "vacas ajenas", puede referirse al ganado de una propiedad vecina o al del propietario de la tierra en que trabaja este campesino. La "pata desganada" de las vacas es una nueva manifestación de la placidez de la que habíamos hablado antes.

Localiza el impávido silencio

Un zumbido concéntrico de mosca.

En la asoleada soledad vacila

El papelito de una mariposa.

Una muñeca que ya está granando

Bajo la uña pulgar estriada y tosca,

Descubre como un nene en los pañales

Su sonrisa de leche entre las hojas.

El zumbido concéntrico de la mosca nos remite a la idea del agua, a la imagen de las ondas que se forman cuando lanzamos un guijarro. La mosca es una diminuta piedra lanzada a la quietud del aire. La mariposa, grácil y etérea, no encuentra brisas que desvíen su vuelo; vacila, la presencia humana no la alarma. La soledad es total. En los dos primeros versos hay una oposición entre el silencio y el zumbido. Pero el sonido es tan suave, un murmullo, que participa de ese silencio.

Allá, a la vera del maizal, lanzado

En finas alabardas lo que enflora,

Se ve en el algarrobo que cobija

A hombres y bueyes cuando el cielo aprontan,

Lugones menciona dos vegetales característicos de la zona: el algarrobo y el maíz. El primero desempeña un papel protector: brinda sombra a hombres y animales. En los versos precedentes, había hablado del sol; ahora muestra un refugio, un lugar donde guarecerse. Haciendo gala de gran originalidad, compara el fruto de este árbol con un arma de forma alargada: la alabarda. El poeta nos sorprende con las relaciones que crea entre los diferentes elementos. Sus imágenes son justamente ponderadas por los críticos de su época, y, también, por los de la nuestra.

Encontramos nuevamente un recurso de distanciamiento, el adverbio, que nos indica la posición del autor, que se ha ubicado en un punto desde el cual domina todo el paisaje. El medio geográfico es cantado con más minuciosidad que efusión lírica.

El nido de industriosos carpinteros

Que cala el palo con su negra boca.

El nido de los pájaros carpinteros cala la madera del algarrobo. En realidad, nosotros asociamos esta acción a los pájaros, más que al nido. Se ha desplazado el verbo; en lugar de hablar del pájaro carpintero horadando el tronco, muestra, estático cómo todo el paisaje, el trabajo concluido. El lugar permanece en absoluta quietud.

Anoche debió andar la comadreja,

Porque mucho gritaban a deshora.

Contrapuesta a la calma del momento, el autor evoca los gritos de la noche anterior. La comadreja –supone- debe haberse introducido en el nido. Este animal se alimenta de huevos y pequeñas aves; su presencia da lugar a una oposición entre gritos y quietud.

Junto a ésta, encontramos una segunda oposición: el día, asociado el orden armonioso, es contrastado con la noche, que evoca la siniestra presencia del mal.

Cerca del hombre, abajo, en una tenue

Crepitación de briznas que se rozan,

Desliza su vibrátil garabato

La lagartija en breve escapatoria.

O es quizás el conejillo de las ramas

Que acumula en ovillo de zozobra

Su timidez de chico campesino,

Y exterioriza en su desliz de bola,

La oscura redondez del agujero

De tierra erial, donde íntimo se aloja.

Hasta ahora, Lugones había cantado a la tierra cultivada. En estos versos se ocupa de la tierra erial, intocada, y de sus habitantes pequeños: la lagartija, el conejillo y, en los versos siguientes, el sapo. El poeta va dando un panorama total de la región. Ha hablado del ganado, de los vegetales útiles y dañinos, y ahora se ocupa de animales que suelen pasar desapercibidos.

La lagartija, cuyo movimiento produce un sonido suave, es presentada por medio de una sensación auditiva. El conejillo está pintado en forma diferente, hasta con cierto cariño, inclusive. Nos parece verlo, huidizo, temeroso, exhibiendo una conducta que Lugones no vacila en comparar con la del ser humano.

En tanto, bajo el haz de los canutos

Cuya delgadez frágil y sonora

Se aflauta con traslúcida terneza,

Junto a la calabaza que coloran

Jaspes y lepras de reptil sombrío,

Pasa el sapo hortelano su modorra,

Entornados los ojos y latida

De lentos pulsos su garganta rosa.

Aparece aquí un animal poco frecuente en la poesía bucólica tradicional. Es extraordinaria –a nuestro criterio- la forma en que el autor logra describirlo, con una mínima cantidad de rasgos. Las descripciones de Lugones no son exhaustivas, pero el poeta tiene el don de abstraer las características que, por sí solas, formarán una imagen vívida. Las imágenes cromáticas están utilizadas con fina intuición; el contraste del jaspe y el rosa revela, en este animal, una desusada belleza.

Conclusiones

Lugones pinta el paisaje objetivamente, no lo hace eco de sus sentimientos. Hay una distancia espiritual muy marcada entre medio geográfico y poeta; las diferentes zonas son versificadas sin que se muestre predilección por ninguna de ellas.

El medio geográfico asume un papel protagónico en la obra. Las zonas del litoral y el nordeste estaban, en el momento en que Lugones escribe la oda, en un proceso de lento desarrollo. El poeta parece contemplar la evolución gradual que se va llevando a cabo; la expansión agrícola va transformando al región y él lo celebra. Su poesía parece surgir, más que de la observación de la naturaleza, de la contemplación de la tierra roturada, de los lugares en los que el hombre ha trabajado.

El ámbito geográfico es el marco, el amplio fondo en que se darán múltiples formas de vida. A partir de la presentación de la zona, realizará una enumeración de los integrantes de la flora y fauna típica; mostrará, también, al hombre que allí vive, en sus paseos y ocupaciones. Realiza estas menciones sin perder de vista la estrecha relación entre el medio geográfico y las especies que lo pueblan.

No hay datos específicos; el autor no da el nombre de ningún río o accidente geográfico. Habla de "civilización del agua" sin definir el alcance de esta expresión; no sabemos a ciencia cierta a qué ríos se está refiriendo. Esto obedece a la intención del poeta de aunar todas las aguas en una sola fuente benefactora. Los límites geográficos se desdibujan; no se habla de una región en particular, sino de los cultivos verdegueantes y de la tierra erial.

El entusiasmo del poeta no pierde vigor a lo largo de toda la composición. Lugones parece encontrar en el ser más insignificante un motivo de asombro, una nueva razón para cantar a la Patria en el Centenario.

Las descripciones tienen una exactitud casi fotográfica, un poco impersonal, quizás, pero no por ello dejan de ser bellísimas. El constante recurso de la personificación posibilita al autor ubicar en una misma jerarquía a nimales, vegetales, al habitante y a los agentes climáticos.

El poeta conduce al lector hacia paisajes calmos, plenos de paz. Hace que nuestra tención se dirija a esa tierra surcada por grandes ríos. Las zonas del litoral y el nordeste encuentran un merecido homenaje en esta composición; sus días largos y sus noches cálidas adquieren una belleza insospechada cuando Lugones los canta.

La oda nos recuerda que, no muy lejos de la metrópoli, hay una región agreste aún. La tierra mesopotámica encierra en sus entrañas la promesa de un futuro mejor.

Bibliografía

Ara, Guillermo: "Leopoldo Lugones", en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

Borges, Jorge Luis: Leopoldo Lugones. Buenos Aires, Troquel, 1955.

Castagnino, Raúl H.: El análisis literario. Buenos Aires, Nova, 1953.

Ghiano, Juan Carlos: Lugones escritor. Buenos Aires, Raigal, 1955.

Lugones, Leopoldo: "Oda a los ganados y las mieses", en Obras Poéticas Completas. Madrid, Aguilar, 1948, pp. 444-446.

Obligado, Carlos: La cueva del fósil. Buenos Aires, La Facultad, 1927.

 

 

 

Autor:

María González Rouco.

Lic. en Letras UNBA, Periodista Profesional Matriculada

mgonzalezrouco[arroba]yahoo.com.ar

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