1- Distancias mentales entre "Pertinacia de la Memoria" y "Desintegración de la Pertinacia de la Memoria". 2- La inquietante y problemática situación de la cintura en "Carne de Gallina Rinocerontica"
- Distancias mentales entre "Pertinacia de la Memoria" y " Desintegración de la Pertinacia de la Memoria".
Desintegracón de la perstinacia de la memoria
Persistencia de la memoria
Trasladarse es convertir el tiempo en un carro intangible; vagones de antaño destruidos por el óxido; adentro están mal pintados con un anticorrosivo marrón, sus butacas de madera y cuero son cómodas en los días relajados, por que en los otros amoratan las nalgas a causa del peso cerebral, en medio hay un pasillo limpio de alfombra carmesí, allende rincón te cuida las grandes maletas de múltiples colores, donde traes las más importantes convicciones, sujetadas por correas de plástico translúcido. Cuando te quedas inmóvil, los vagones miran la velocidad de sus ruedas, que pasando de triangulares a la representación de tres flechas juntas, incrustan sus puntas implacables al girar; como el vagón está paralizado sobre la tierra, y sus ruedas continúan girando, producen fricción que lanza hacia atrás piedras y distancias sin memoria, la quietud convierte al vagón en una excavadora; tú dentro miras como enjauladas horas son vomitadas en el reloj, que sin trayecto desciende produciendo ciénagas obscuras; a través de los gruesos cristales, te das cuenta que las ruedas del vagón son manillas gigantes, observas tu reloj y percibes que su marcha sincroniza perfectamente con las flechas que se ven por los otros vidrios, apenas tu segundero marca doce, aparecen cuatro varas; en sus puntas tienen restos de piedras y elementos indescifrables. Han pasado tres horas, la tierra y el agua no salen del agujero, por que el vagón declina gracias al girar perenne de sus manillas, que no tragan lo excavado, sino que lo elevan para seguir la cava, logrando que el caudal pantanoso ascienda hasta llegar a la escotilla del tren; desde el techo cae sonoramente el barro, de color gris cantaba la viscosidad, ensuciando la alfombra y manchando las butacas, escurría tanto que tres minutos después, las piernas con dificultad se movían, pues, el barro las tapaba por completo, la única salida es abrir una puerta, dejar que todo se llene y nadar a ciegas, pero, es difícil y arriesgado, en el agua puedes ver, aquí en cambio el barro toca tus hombros y con el vigor de tus pulmones alcanzas a respirar, quizás cuanta profundidad llevaras, no entiendo como en tus últimos minutos de vida, gastes las energías, en mantener el brazo levantado y mirar como giran las manillas del reloj; ya estas sumergido, el remedio es dirigirse a cualquier lugar, pararse del sillón, apagar la tele y caminar; el vagón lentamente ascenderá, habrán desprendimientos de tierra y metálicos chirridos, más tarde el movimiento de las ruedas formará surcos, puedes aprovecharlos sembrando recuerdos; te levantaras de la butaca, luego, cuidadosamente abrirás la última puerta observando el camino recorrido; abrirás la parte superior de tu cerebro con la mano derecha, asirás un puñado de memorias y las tiraras como semillas; luego, se nutrirán con mezcla de lagrimas, aliento y palabras, cuando llegues a tu fin y vuelvas, no encontraras tus memorias, empero, si recoges tierra, piedras o alguna cosa vernácula, recordaras haber visto desde afuera, el tren alejándose y tu rostro inmutable.
Hay veces en que los trayectos obligados parecen más cortos por efectos de velocidad, tu alrededor corre tan rápido hacia el pasado que en una curva cerrada, volcaste con todo y vagón, el carro se destrozó; partes de acero flotaban entre nubes grisáceas, tu cuerpo era juego de posiciones imposibles, piernas y manos bailaban al compás del subir y pronto descender, bien peinado, tratas de mirar tu caída, sin embargo, la fricción del viento contra tus ojos no te permiten ver lo cerca del suelo que estas; no hay nada que hacer y adviertes la muerte, pero, de repente sientes los pies en algo sólido, extraviando el destrozo de tu cuerpo, gradualmente despegas las pestañas y ves el vagón esparcido a tu derredor; en una planicie desértica se exhiben las maletas, están rasgadas y entre las llagas vacío está el interior, ¿de que valió haberlas traído?, miras en dirección a tus zapatos, y te encuentras parado sobre un reloj, antes fue una rueda del carro metálico; que a su transcurso normal, giraba regularmente sin motor, pues, mantenía energías de su antiguo andar; se ha explayado la noche y no te deja ver las manillas, pues, tienen el mismo color, análogo al sueño que te puso decúbito. Se han cumplido tres días y no puedes bajar del reloj; altura no es el problema, estas a veinte centímetros del suelo, te preparas a saltar cuando el miedo a que el segundero te degolle la espalda, se convierte en lastre para tus suelas; la histeria te carcome, a cada intento de salto, debes esperar que el segundero este lo más lejos posible, ya lo has visto girar tanto que otra vuelta significaría, perder el tiempo que alguna vez deseaste ganar. Las posiciones en que te ubica representan un número, significa la constante abulia por el encuentro con los mismos símbolos dos veces al día; gira y gira, aveces piensas haber estado ahí antes. No sabes cuanto tiempo a pasado desde ese primer día, las noches son igual de obscuras que las tardes, la lluvia moja tanto como el sol, tus ropajes hoy son harapos y la sensación de mareo fue aceptada por tu organismo, el tiempo ganó y entregaste tus momentos a la maquina que pisas en este instante, te rendiste a esa lucha que no tuvo por duración minutos u horas, no existía unidad de medida, pues, la olvidabas mientras dormías, en cambio hoy, te despiertas con la hora en la cara, trasladándote a cualquier lugar por esta maquina, crees dominarla, por que te lleva donde tu quieres, pero, estas en un error, pues, el piso es el que se mueve, tu cuerpo se queda inerte, mientras bajo tu ser, calles, personas y kilómetros se acercan o alejan; cuando pases cerca de un roble, cógete a dos brazos por su tronco, entenderás que controlas tus movimientos y seguirás el camino pensando que tu peso toca el suelo, antes mirabas tus pies y veías el mover de las flechas, ahora por leer estas palabras ,ciego estas, por más que analices tus pasos, no encontrarás más que un presuroso y atrasado mover, sólo yo reconozco el mecanismo estable bajo tus pies y solo yo puedo estirarte la mano para que bajes, apartando el mundano temor, a la espada segundera.
La mano rezuma de sangre, gotas estremecidas pintan el suelo emulando una alfombra vetusta, retengo una filosa espada que ya corta mis dedos, ¿Has tenido confianza en lo que leíste?; si es así, aprovecha la sanguaza de mi mano, y bájate sin resbalarte, corre hasta no encontrarte con el fin y recién allí vivirás libre.
Con los ojos de mis palabras, observa tus pies mientras corres, y veras que tu cansancio es absurdo, pues, de tanto sudar, llegaras a tener contacto con el piso y destruirás mis palabras sin tiempo.
2- La inquietante y problemática orientación de la cintura en "Carne de Gallina Rinocerontica"
Ese día en la galería no trataba de ocultar mi aburrimiento, esas grandes columnas que sostenían el techo cansado, observaban mis pasos y la expresión de mis ojos; rasgaban la tela de las mediocres pinturas románticas, con el movimiento las pestañas, de pronto la guía nos indicó una copia de una pintura de Salvador Dalí, entonces yo corrí entre las estatuas y insertándome entre la gente, pude ver dentro de un grueso marco dorado, el mar con su orilla tomada lista para retirarse, arena colorida por el resplandor del un sol cuasinaranjo y la estructura de una mujer desnuda, que guardaba en su cadera, una posición imposible de mantener por treinta años; miré los flejes de su cintura y en esas líneas un tanto curvas, pude leer la tristeza de un soma usufructuado, no puedo leer la cuita en sus ojos, ya que el rostro y extremidades habían sido cortadas, para no interponerse al mar y cielo de fondo. Toda la gente se fue, yo a minutos que cierren el museo, pienso como puedo ayudar a la misérrima dama del cuadro; lentamente siento un candente parche sobre mis costillas, junto con la despedida obligatoria que me da el guardia del recinto.
En la calle el cielo había guardado su color celeste, para que funcionara el alumbrado publico y bajo un foco me percaté, de que a cada paso, mis vértebras reclamaban por una mala posición; preocupado tomé el autobús y llegando a casa, me saqué la camisa sin desabrochara, para encontrar en mi cintura dos líneas que hablan de un dolor ajeno.
A veces mi espalda sufre por la oscilación de las vértebras; de un lado a otro se deslizan impetuosamente, huyen de algo que no ven y yo por más que busco no lo hallo; entre masajes y saunas gasto el poco dinero que no abulta en mis grandes bolsillos; hoy he tomado la ferviente decisión de conversar con ellas y estudiar sus peticiones, hablé con mucha gente y todos me dijeron que de loco no me faltaba nada, hasta me sobraba; no me importa la opinión del vulgo, por que un buen doctor en este momento hará lo que le he pedido.
En una sala blanca llena de instrumentos quirúrgicos, un gran foco ilumina mi reverso y destella contra el inmaculado piso de baldosas claras, imaginando que sus junturas eran calles abultadas de individuos tranquilos, mantenían un pausado caminar, y meditaban sobre la cuadra póstuma, en eso una cara apocada por la iluminación trasera, los asusta, obligándolos a refugiarse en los basureros de la habitación, quedando el piso sin divisiones obscuras, convirtiéndose en una plancha de cristal entera, que analicé muy bien durante las tres horas anestesiadas que duró la operación. De tanto concentrarme en sentir dolores, cosquillas o algo en la espalda, me cansé y derrotado aparecí fuera del quirófano, intenté levantarme, nada me atraía a la cama, pero, internamente los músculos no respondían al estimulo cerebral que ya comenzaba a preocuparme, de repente la puerta dejó sonar la voz del doctor; que pasaba a través de la apertura continua producida por su mano en la manilla, al verme despierto, dijo:
– La silla de ruedas lo espera para su conversación pendiente -, la sombra del profesional cerca de un segundo tomó asiento mientras se retiraba, y yo asido por dos corpulentos enfermeros, fui llevado hasta un centro de conferencias, donde gracias a dios no había ningún periodista, sin embargo, lo que me parecía insólito, era ver al doctor como único cirujano, encontrándome con psicólogos y otros humanistas que participaban de mi supuesta recuperación; el chirrido de las ruedas de un aparato metálico, distrae mi vista, sin percatarme de que traía un extendido gancho bajo su punta; una columna vertebral color marfil se meneaba al compás de frenadas ruedas, y al momento de ponerse frente a mí, su parte inferior golpeo contra la mesa de junto, produciendo una desarmonizada sonajera de huesos que molestó a todos los presentes; el ruido fue peor que una tiza nueva, sobre un pizarrón de claustro, súbitamente giré el cuello para esconder mis oídos, y la vista cayó por una ventana nocturna sobre el patio vacío, entonces, principiaron a decirme que fue una difícil operación, y que estuve bajo estado de coma alrededor de cuatro días, yo seguía embelesado con el patio, mientras el sermón continuaba:
– El producto de nuestro sacrificio pende bajo ese gancho metálico -, pasmado solo atine a tocarme la espalda y sentí blando, – ¡ qué me hicieron!-, un psiquiatra me inquirió diciendo, – ¿ esto no era lo que deseabas?- ahí está, conviértete en amigo de ella y cuando estés plenamente de acuerdo, contáctanos y nosotros te la pondremos nuevamente -, la idea era mía y de improviso un fuerte apretón de manos rubricó el designio por cumplir.
Después volvimos por otro camino, recorrimos largos pasillos que habían extraviado el olor a penicilina, lugares con formidables calderas rojas, lleno de ímpetu el camillero que me traía, empujo una puerta diciendo: – Bienvenido a tu nuevo hogar -, inmediatamente llegó la enfermera y los dos me sacaron lentamente de la silla, mi espalda se doblaba y sentía que me habían talado el tronco. Me acomodaban el cuerpo y las almohadas, dejándome en presencia de la distracción; se mostraba entre unos bastidores de madera y un par de vidrios llenos de polvo, enfrente yacía el viejo edificio por el cual había entrado, el gran patio olvidado lleno de pastos secos y una gran reja de la que no me había fijado;
– Es hora de dormir – pronunció una gorda enfermera de mejillas coloradas, mientras arreglaba las cortinas blancas, que de tanta unión, se notaba que fueron confeccionadas en sacos de harina; el problema era que todavía le quedan retoños de una vida pasada, y con el movimiento que le proporcionaba la obesa, el suelo rojo se pinta tan blanco como las paredes de mí alrededor; encumbro la vista rastreando más colores y el techo es tan claro como su reflejo en las sabanas, que de no ser por los feos estampados verdes que marcaban el nombre del hospital, las hubiera lanzado por la ventana con todo y muros, pero, se me olvidó que no puedo moverme; en resignación miro cabizbajo y encuentro matices distintos a la altura del piso, musgo verde por la humedad de las cañerías antiguas, gota a gota recorren lagrimas por la superficie del muro; las tribulaciones de los enfermos fueron ceñidas a las pobres tuberías, que de tanto llorar se les ha carcomido el físico, dejando caer por sus llagas la triste presión nocturna; la observo desde cerca y encuentro la pupila incolora de sus ojos golpeando contra los míos, formando una explosión que mojó paredes, colchas, y mejillas; sobre los muros escurrían lagrimas en forma vertical, poco a poco llenaron el espacio bajo la cama, de repente en la superficie del neófito lago artificial, una pélela morada salió igual a una embarcación; la orina de antaño se meneaba de un lado a otro, mientras el sarro firmemente adherido le colocaba matices vivos a mis ojos; luego comenzó a rebalsarse por el agua que lanzaba la cañería rota, cayendo dentro y mezclándose con la orina terminó por hundirse, zozobrando gestó un ademán de ausencia con la única oreja que tenía.
El agua ya tocaba el colchón, sentía frío en las piernas y en los brazos, ahora el resplandor se hallaba encima; cristalizando el ambiente al duplicarse el tubo fluorescente del techo, en el piso liquido cada vez más tocante al cielo, el destello es tan fuerte, que me obligó a cerrar los ojos; después de ver la unión de mis pestañas, encuentro mis párpados rojos, siento una quietud completa, de pronto las luces se apagaron; examiné la sala de obscuras, vi luminosidad en las faldas de la cortina y tres líneas blancas en los contornos de la única puerta, seguramente las luces del pasillo no las apagaban de noche, repentinamente el agua escurrió por el espacio que le brindaba la puerta, gracias al movimiento propiciado por una mujer que gritaba efusivamente; el agua se demoro ocho segundos en desalojar mi habitación, luego en bajar las escaleras otro tanto, sin embargo, el rostro de la obesa enfermera estaba lelo, pausadamente coloco un pie delante del otro y comenzó a transitar por las baldosas limpiadas con parafina, meticulosamente para no resbalar se asía de las manillas de las puertas, ya después la perdí de vista, pero, el agua debió avisar en el primer piso, que el llanto se había estancado por un gran lapso de tiempo, pues el agua cesó su fluir, y más tarde oí un chirrido lejano, traté de ponerme hacía adelante para escuchar mejor, y recordé que ya no tenía huesos en la espalda, al mismo tiempo busqué mis vértebras, y no encontré nada, súbitamente penetro luz artificial desde un gran foco de linterna, escoltado por una sonajera familiar, el armatoste se puso frente a la iluminación exterior y se convirtió automáticamente en sombra, no distinguía formas detalladas, sólo una tosca y sinuosa figura colgando de un gancho: – ¡O mi columna!. – Por favor, pónganla a este lado. Que feliz me sentía, la acaricié durante gran parte de la noche, conversamos de la vida, yo le hice una pregunta y ella con el movimiento que le produjeron mis manos, respondió en un idioma desconocido que sólo yo pude traducir, no nos dejaron bailar hasta tarde, ya que sus pasos eran muy bulliciosos para los vecinos enfermos, que de tanto gritarme barbaridades, no sé en que momento iban a descansar. Acabo de escribir todo lo que me ha pasado en este día, este lápiz mina y estos papeles me los robe de la sala de conferencias, son aproximadamente las dos de la mañana y pusieron mi espinazo colgando a un lado, por que ya había molestado demasiado, al otro extremo de la cama, está la silla de ruedas; ya me siento muy cansado, el sueño ha ganado la batalla, pero, no la guerra por que mañana escaparé.
En la fachada de la cama, se muestra la planilla medica, publicando el nombre Saturnino Machuca; dueño de esta gracia es el hombre que descansa bajo las claras frazadas desinfectadas; su anatomía se compone de un rostro enjuto y pálido como sus brazos que yacen entre las sabanas, mil posiciones para olvidar pesadillas y proyectar conversaciones con su espalda. La noche calurosa hace que paulatinamente se destape, más tarde un pequeño movimiento inquieta sus párpados y deja en forma de péndulo la última vértebra de su dorso colgante, el meneo horizontal se nutría del temblor que empujaba al hueso contra la muralla, produciendo un castañeteo en evolución de velocidad y sonido que despertó a saturnino; los movimientos tectónicos le provocan histeria, su cara declaraba una huida inminente, pero, faltaba la columna para que su cuerpo tomara la misma decisión, luego el edificio comienza un tambaleo infernal, los camilleros abren los box y sacan del brazo a los enfermos que se mantienen dentro, se oye gente correr y gritos convulsionados de seres sin genero, es un terremoto causante de pánico en los miembros del hombre; saturnino mientras obligadamente atisba el techo, mueve ciegamente sus pies, acercándolos a la orilla de la cama y lentamente los deja caer, apoyándolos en la baldosa más fría de la habitación, con el dorso pegado en la cama busca algo en que apoyar sus brazos, se ase de la parte superior del catre, a mera fuerza se pone de píe y sin ver se lanza hacía atrás cayendo en la silla de ruedas; junto con el rebotar de sus nalgas, se veía en su cara una adormecida sensación dolorosa; el movimiento telúrico había culminado, un ambiente silencioso, le ayudo para concentrarse, saturnino tomó firmemente el pasamanos de la silla, y poniendo la pelvis hacía el frente se levantó con la fuerza de sus disciplinados brazos, pero, todavía no soltaba el pasamanos, con un impulsó arriesgado, logro enderezarse por cinco segundos, antes que una replica estropeara la cañería del gas, botando su tan preciada columna y lo desestabilizara mandándole la cabeza entre sus rodillas; de un ángulo extendido pasó a uno de aproximadamente de diez grados, era una v invertida, con los brazos y piernas en el suelo, manteniendo a sus nalgas en altura, empero, no veía hacía el frente, pues, su nuca no tenía ojos y los reales miraban hacía donde sempiternamente vio su espalda.
No encontraba en que apoyarse y a sus ojos no había objeto que lo ayudara, sin embargo, recordó la caída de su espinazo y extendió ciegamente las manos, palpando el suelo húmedo agarro su espinazo como bastón, pausadamente se fue levantando y encontrando con el aroma mortuorio del gas, no le tenía miedo, continuaba enderezándose, de repente su bastón se dobló, perdiendo al equilibrio que tanto le había costado; sus manos tocaron el piso y luego armoniosamente su pecho y cabeza se azotaron contra las baldosas, produciendo una respiración agitada que gastaba rápidamente las últimas partículas de oxigeno. Sus ojos extraviados casi tocaban el suelo, encontrando la sombra de unos pies que se veían a través de la parte inferior de la puerta, que hablaban desde el pasillo:
- El enfermo todavía no se da cuenta que su espalda esta en perfecto estado
- Si es un loco de remate
- No lo creo, lo que pasa es que jamás confió en ella.
- Ah, y como explicas el cariño que le tomó a una serie de vértebras plásticas unidas.
- ¿Puede que tengas razón?.
La cara de Saturnino al escuchar la verdad se puso inexpresiva por causa del gas que ya inundaba toda la habitación, poco a poco se entregaba a la lividez de un muerto, sin embargo, algunas energías recorrían su cuerpo; la mano se deslizaba hasta la columna plástica, tomándola férreamente se levantó con la fuerza de la espalda que siempre tuvo, rápidamente abrió la puerta, encaró a los médicos con garabatos inventados en ese momento, y espontáneamente el utensilio sintético del hospital se fue contra la cabeza de los profesionales, dejando la pared manchada de sangre y muerte, luego trajeron una camisa de fuerza para Saturnino, que no paso de moda hasta el último día en que permaneció en el manicomio.
Resumen:
Esta Monografía relata el intervalo cerebral; comprendiendo tiempos, espacios y nadas, de las pinturas ya nombradas; el primer trabajo se realiza en un tren antiguo, hasta el momento en que el hombre desciende y se encuentra con la inverosimilitud de los paisajes y el asco de comprender el peso del tiempo en algunas vidas.
El segundo trabajo se inmiscuye en la problemática de un hombre, que siente en su cuerpo la mala posición de la cintura, de la mujer que posa en la pintura "Carne de Gallina Rinocerontica", su malestar se convirtió en un viaje por un hospital que termina en un final inesperado.
Autor:
Cristian Camus Contreras Cuentista y Tallerista Literario
cristiancamus0[arroba]hotmail.com