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Inteligencia Emocional – Cuando el altruismo es teoría y praxis (página 2)


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Hoy no se encuentran con facilidad personas que sepan valorar aquellos elementos verdaderamente enjundiosos en el carácter y personalidad del hombre. Se nos hace una tarea muy ardua reconocer lo evidentemente genuino en la práctica social.

La  actividad comunicativa a pesar de tener una función afectiva nos lleva por sus propios mecanismos de contagio,  imitación y  sugestión a niveles superficiales de existencia, son mecanismos cuya base se fundamenta en la influencia eficaz e inconsciente de lo que sucede a nuestro alrededor y nos arrastra en ese remolino de multitudes hacia la dirección del viento.

Lo que regularmente sucede ante estos mecanismos que manipulan nuestro inconciente es que nos conducen a reaccionar automáticamente de forma tal que terminamos acoplándonos al ritmo y marea del contexto, aceptando sin cuestionamientos conceptos, creencias y concepciones de vida que transmitimos y heredamos de generación en generación conformando nuestra historia humana y por tanto personal.

Otras veces, sin percatarnos completamente, lo que sucede es que comenzamos a intuir que nuestra cadencia y dirección no concuerda exactamente con aquella que el medio demanda, lo que nos lleva a actuar ante el mundo de forma sospechosa o rara.

Más en cada hito de desarrollo, generado por las contradicciones que esta sinfonía produce se evidencia una toma de conciencia de la subjetividad y limitaciones de cada creencia, cuestionándolas y revolucionándolas hacia niveles cualitativamente más alto de desarrollo.

Aquellos hombres que sean capaces de revolucionar y transformar en sí mismos todas las creencias que limitan el desarrollo humano son libres, por tanto merecen respeto, aquellas personas que sepan luchar contra los cánones o patrones desacertados socialmente impuestos, además de libres, son sabios y mártires por consiguiente merecen trascender. Esa relación, entre los planos internos y externos, la guía al conocimiento de sí mismos y de los demás, les permite asumir con una visión crítica la naturaleza de la vida, comprenderla, enfrentarla y apropiarla con dignidad. Un ejemplo de admiración hacia este tipo de hombre se refleja en este fragmento donde Hamlet le expresa a su amigo Horacio:

"Tú has sido… un hombre capaz de aceptar con igual semblante los premios y los reveses de Fortuna… Dame a un hombre que no sea esclavo de sus pasiones y lo colocaré en el centro de mi corazón, ¡ay! en el corazón de mi corazón. Como hago contigo…"

(En Goleman, D. s.a., p.40).

               Si sabio es asumir a consciencia el ser quien soy y dirigir los sueños  hacia lo que ambiciono sin ser abanderado de la sórdida defensa  "todos los medios justifican el fin", tan  noblemente ilustrativo es  reconocer la grandeza de quienes nos rodean. Ello demuestra una disciplina y una valentía de espíritu que sólo los verdaderamente magnánimos alcanzan.              

Según cuenta un viejo relato japonés, en cierta ocasión, un belicoso Samurái desafió a un anciano Maestro Zen a que le explicara los conceptos de cielo e infierno. Pero el monje replicó con desprecio:

·        — ¡No eres más que un patán y no puedo malgastar mi tiempo con tus tonterías!

El Samurái, herido en su honor, montó en cólera y desenvainando la espada, exclamó:

·        -Tu impertinencia te costará la vida.

·        — ¡Eso -replicó entonces el maestro- es el infierno!

Conmovido por la exactitud de las palabras del maestro sobre la cólera que le estaba atenazando, el Samurái se calmó, envainó la espada y se postró ante él, agradecido.

·        ¡Y eso -concluyó entonces el maestro-, eso es el cielo! (En Goleman, D. s.a., p.39).

La revelación de la propia zozobra del Samurái ante palabras aleccionadoras nos muestra con excelencia la contradictoria autenticidad de permanecer atrapado por una emoción u otra y darse cuenta que uno puede esgrimir disímiles reacciones en una misma circunstancia, sorteando así consecuencias adversas, evitando así devastadoras secuelas.

Es muy difícil mantener al margen determinadas mezquindades del espíritu, sobre todo cuando el medio te da claves constantes y penetrantes del arraigo profundo que ostenta el egoísmo en nuestro contexto. Es ardua la labor de mantener el equilibrio ante un medio social que expulsa al ambiente todo desecho de contaminación química, biológica, física,  acústica proveniente de nuestro plano interno profanando así la armonía en nuestra ecología social.

El precepto Socrático "conócete a ti mismo" que significa ser conscientes de los sentimientos íntimos que avivan nuestro proceder y ser capaces de aceptarnos con nuestras potencialidades y limitaciones nos permitirá ser humilde con respecto a la valoración del otro y nos viabilizará el camino hacia su comprensión lo que "constituye la piedra angular de la inteligencia emocional". (En Goleman, D. s.a., p.34).

La inteligencia emocional es tener conciencia de sí mismo y conciencia del otro, el conocimiento de estos dos elementos permite mantener una autoestima adecuada y una regulación constante de nuestras actitudes lo que se revierte en un constante control y autorregulación, recordemos que es la regulación  de la función  de la personalidad.

          La inteligencia emocional nos lleva a replantearnos un adecuado proyecto de vida, nos emancipa del conjunto de cánones y prejuicios  inservibles que hemos ido recogiendo durante la vital existencia, ellos representan el freno que no nos permiten una auténtica evolución psíquica y física y nos arrastran a la contención de emociones, a la venenosa censura y  falsa moral.

    La inteligencia emocional nos facilita detectar las fragilidades del prójimo y del entorno y manejarlas de forma que sepamos convivir  sin que nos afecten. Pero la inteligencia emocional trasciende lo tangible, proporciona esgrimir elementos incorpóreos, habilita herramientas que permiten intuir las intenciones que dinamizan el medio físico y social, descartar las nocivas y  promover las evidentemente altruistas; concede la claridad de nutrirnos de las fuerzas que proceden de la naturaleza con todo nuestro cuerpo, utilizar todos los órganos de los sentidos para detectar en ella la fuente de energía cuántica más afín a nuestro organismo,  a captar de forma integral, a mantener un diálogo con el universo natural, cada partícula alrededor transmite pistas, mas, no todos tenemos el poder y la sensibilidad para descubrirlas, menos aún para descifrarlas. La clave está en no excedernos en la observación exógena cuando hay tanto por limpiar, recoger, organizar y reciclar en nuestro mundo íntimo.

 Cuando exploramos nuestra conciencia, encontramos y tensamos las cuerdas de nuestra propia sensibilidad, estamos transitando hacia la comprensión singular y es en este proceso de la revelación y esencia del sí donde debelamos  los elementos facilitados por nuestro entorno, aquellos que son parte del género y por consiguiente universales, este proceso de autoconciencia es premisa imprescindible para desarrollar los sentimientos de autoestima, simpatía y empatía, sentimientos claves para  desplegar una vida sana y que están en conexión directa con un valor primordial en la vida personal y social del individuo -la identidad.

Es hacia la toma de conciencia de la identidad donde nuestros pasos nos conducen a marcar y dejar nuestras huellas en el entorno, gracias, no a la  conciencia de la identidad porque la palabra conciencia denota proceso de revelación en sí misma, sino a la asimilación y nutrición de su existencia, es gracias a esa asimilación de la identidad que dejamos de sumergirnos en la perenne batalla del "ser o no ser", tan acertadamente personificada en Hamlet.

De nosotros depende no dar rienda a los impulsos irracionales aunque nos parezca que debemos consentir a los demás, ni permitir que estos maniobren los fluidos del cuerpo, sistema nervioso, ni nuestro cerebro, ni condescender a los cánones de prestigio que el contexto exige. Las respuestas están en nosotros mismos, en la concepción que asumamos sobre la vida, en la flexibilidad de nuestros pensamientos para asimilar las adversidades, en la sagacidad para detectar lo infecundo y lo desacertado, en la amplitud y profundidad de la intuición para  descifrar las claves. 

Referencias

Goleman, Daniel. Inteligencia Emocional. Disponible en: http://www.tauro.com/

 

 

 

Autora:

Mirtha Manzano Díaz

Partes: 1, 2
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