- Algunos datos históricos
- Jesús personaje inclasificable
- Rasgos fundamentales de la actuación de Jesús
- El enigma de Jesús
- Bibliografía
Algunos datos históricos
Los evangelistas, preocupados de descubrir a sus lectores el misterio encerrado en Jesús de Nazaret y en su mensaje, no nos han dejado de él ninguna biografía. Los investigadores se esfuerzan hoy por conocer algunos datos históricos sobre su vida. Son pocos los puntos en los que se llega a un acuerdo mayoritario pero nos ofrecen ya un cuadro histórico suficiente en donde podemos situar a Jesús de Nazaret.
Ningún investigador serio duda hoy de la existencia de Jesús de Nazaret. Se discute sobre las fechas de su nacimiento y de su ejecución. Los autores solo coinciden en que Jesús nació antes del año 4 a.C. Sobre su muerte, son bastantes los que aceptan como fecha aproximada el año 30.
Jesús es judío. Su madre es María. Su patria es Galilea, una región semipagana, despreciada por muchos judíos. Su lengua materna es el arameo aunque conocería también el hebreo, la lengua litúrgica del pueblo en aquella época.
Después de una vida ordinaria de trabajador, Jesús recibe el bautismo de Juan y comienza, a continuación, una actividad de predicación por la región de Galilea y más tarde por Judea y Jerusalén. Emplea un lenguaje sencillo, concreto, agudo, que resulta inconfundible cuando se vale de pequeñas parábolas extraídas de la observación atenta de la naturaleza y de la vida. El tema central de toda su predicación es la llegada del Reinado de Dios.
Jesús ha realizado curaciones que resultaban inexplicables para los testigos y en donde sus contemporáneos ciertamente han visto la acción salvadora de Dios. Los milagros ocupan un lugar tan importante en los evangelios que es imposible rechazarlos todos como un invento posterior de la comunidad cristiana. El estudio crítico de los relatos evangélicos puede llevarnos a dudar de si tal hecho concreto ocurrió o no tal como es relatado, pero, en conjunto, no es legítimo negar la actividad milagrosa de Jesús.
Aunque muchos detalles del proceso y de la muerte de Jesús son objeto de discusión, es un hecho seguro que Jesús ha sido crucificado en Jerusalén, acusado de revolucionario político ante las autoridades romanas.
Naturalmente, estos datos no son lo único que podemos saber con certeza de Jesús y, sobre todo, no son lo más importante, como veremos enseguida. Son únicamente algunos elementos que nos ayudan a encuadrar históricamente su figura y que se pueden obtener de los escritos evangélicos a pesar de que no han querido ofrecernos una biografía de Jesús.
Jesús personaje inclasificable
Todos los intentos de clasificar a Jesús dentro de los modelos de su tiempo resultan vanos. No es posible encerrarlo en ningún grupo determinado dentro de la sociedad judía.
Jesús no es un sacerdote judío. No pertenece a la alta clase sacerdotal de Jerusalén ni a las modestas familias de la tribu de Leví que se ocupan del culto judío. Jesús es un laico, un seglar dentro de la sociedad judía (Hb 7, 13-14). Sin embargo, se atreve a criticar la actuación de los sacerdotes que han convertido la liturgia del templo en un medio de explotación a los peregrinos (Mc 11, 15-19) y su despreocupación a la hora de acercarse a los hombres verdaderamente necesitados de ayuda (Lc 10, 30 – 37).
Jesús no es un saduceo. No pertenece a esos grupos representantes de la alta aristocracia judía que adoptaban una postura conservadora tanto en el campo político como religioso. Por una parte, colaboraban con las autoridades romanas para mantener el orden establecido por Roma que, de alguna manera, favorecía sus intereses. Por otra parte, rechazaban cualquier renovación en la tradición religiosa y cultural del pueblo. Jesús es un hombre de origen modesto, que camina por Palestina sin un denario en su bolsa, y que ha vivido muy alejado de los ambientes saduceos. Su libertad frente a las autoridades romanas y su enfrentamiento cuando se oponen a su misión (Lc 13, 31-33) no recuerda la diplomacia saducea. Por otra parte, Jesús ha rechazado la teología tradicional saducea (Mt 22, 23-33).
Jesús no es un fariseo. Los fariseos constituían un grupo no muy numeroso (quizás unos 6.000) pero muy influyente en el pueblo. Muchos de ellos pertenecían a la clase media y vivían formando pequeñas comunidades, evitando el trato con gente pecadora. Se caracterizaban por su dedicación al estudio de la Torá, su obediencia rigurosa a la Ley (sobre todo el sábado), la observancia de prescripciones rituales, ayunos, purificaciones, limosnas, oraciones, etc. Jesús ha vivido enfrentando a la clase farisea adoptando un estilo claramente antifariseo. Se mueve libremente en ambientes de pecadores, dejándose rodear de publicanos, ladrones y gente de mala fama. Condena con firmeza la teología farisea del mérito, de aquellos hombres que se sienten seguros ante Dios y superiores a los demás (Lc 18, 9-14). Critica su visión legalista de la vida y coloca al hombre no ante una Ley que hay que observar, sino ante un Padre al que debemos obedecer de corazón (Mt 5, 20-48). Rechaza violentamente la hipocresía de aquellos hombres que reducen la religión a un conjunto de prácticas externas a las que no responde una vida de justicia y amor (Mt 23).
Jesús no es un terrorista zelota ni ha tomado parte activa en el movimiento de resistencia armada que ha ido cobrando fuerza en el pueblo judío en su intento de expulsar del país a los romanos y establecer con la fuerza armada el reino mesiánico. Jesús ha vivido en ambientes en donde se respiraba esta esperanza. Además su libertad y su actitud crítica ante las autoridades (Lc 13, 32; 20,25; 22, 25-26), ante los ricos y poderosos (Lc 6, 24-25; 16, 19-31), y sobre todo, el anuncio del Reinado de Dios hizo posible que fuera acusado de revolucionario. Pero, Jesús no ha participado en la resistencia armada contra Roma. No ha pretendido nunca un poder político-militar. Su objetivo no era la restauración de la monarquía davídica y la constitución de una nación judía libre bajo el único imperio de la Ley de Moisés. Su mensaje rebasa profundamente los ideales del zelotismo.
Jesús no es monje de Qumrán. No pertenece a esta comunidad religiosa que vive en el desierto, a orillas del Mar Muerto, separada del resto del pueblo, esperando la llegada del reino mesiánico con una vida de observancia rigurosa de la Ley, ayunos y purificaciones rituales. Jesús no vive retirado en el desierto como Juan el Bautista. Sus discípulos no ayunan (Mc 2,18). Jesús participa en banquetes con gente de mala fama (Mt 9, 10-13). No ha querido organizar una comunidad de gente selecta, separada de los demás. Su mensaje está dirigido a todo el pueblo, sin distinciones. Incluso, se siente enviado a llamar especialmente a los pecadores (Lc 5, 32). Aunque el hallazgo de los manuscritos de Qumran en 1947 nos ha descubierto grandes semejanzas entre esta comunidad judía y las primeras comunidades cristianas, debemos decir que la postura de Jesús ante la Ley, la primacía que concede al amor y al perdón, su predicación del Reino de Dios y su cercanía a los pecadores lo distancian profundamente del ambiente que se respiraba en Qumran.
Jesús no es un rabino aunque algunos contemporáneos lo hayan llamado así. Jesús, sin una sede doctrinal fija, rodeado de gente sencilla, pecadores, mujeres, niños_ no ofrece la imagen típica del rabino de aquella época. Ciertamente Jesús no es un rabino dedicado a interpretar fielmente la Ley de Moisés para aplicarla a las diversas circunstancias de la vida. Por otra parte, Jesús habla con una autoridad desconocida, sin necesidad de citar a ningún maestro anterior a él, e, incluso, sin apelar a la autoridad de Moisés. La gente era consciente de que enseñaba "como quien tiene autoridad y no como los escribas" (Mc 1, 22).
Jesús no es un profeta más en la historia de Israel. Es cierto que fue considerado por sus contemporáneos como un profeta de Dios (Mt 21, 11; 21, 46; Lc 7 16). Es cierto que Jesús adoptó en su actuación un estilo profético como aquellos hombres portadores del Espíritu de Yahveh y portavoces de la Palabra de Dios para el pueblo. Pero Jesús no es un profeta más dentro del pueblo judío. Jesús no siente la necesidad de legitimar su predicación aludiendo a una llamada recibida de Yahveh, como hacen los profetas judíos (Am 7, 15; Is 6, 8-13; Jr 1, 4-10). Tampoco emplea el lenguaje propio de los profetas que se sienten meros portavoces de la palabra de Yahveh: ("Así habla Yahveh", "Escuchad lo que dice Yahveh", "Es oráculo de Yahveh"); Jesús emplea una fórmula típica suya, totalmente desconocida en la literatura profética y que manifiesta una autoridad plena y sorprendente: "En verdad, en verdad yo os digo_" ("Amén, amén). Además, Jesús no se mueve, como los profetas, en el marco de la alianza entre Yavé e Israel para hablar al pueblo de las exigencias de la Ley, de las promesas del Dios aliado con el pueblo o de los castigos que les amenazan como consecuencia de la inobservancia de la alianza. Jesús anuncia algo totalmente nuevo: el Reinado de Dios empieza ya a ser realidad.
Rasgos fundamentales de la actuación de Jesús
La lectura atenta de los Evangelios nos permite recoger los rasgos fundamentales de Jesús de Nazaret y tomar conciencia de la imagen que tenían de su personalidad los primeros creyentes.
a. Jesús, hombre libre
La libertad sorprendente de Jesús es el dato primero y mejor confirmado tanto por la oposición de sus adversarios como por la admiración del pueblo y la adhesión de sus seguidores. Jesús se impone como un hombre libre frente a todo y frente a todos los que puedan obstaculizar su misión.
Jesús es un hombre libre frente a sus familiares que tratan de apartarle de su vida peregrinante de anuncio de una Buena Noticia (Mc 3,21. 31-35).
Jesús se mantiene libre frente al círculo de sus amigos que quieren dictarle cómo debe ser su conducta, en contra de la voluntad última del Padre (Mc 8, 31-33).
Jesús, salido de los ambientes rurales de Galilea, se atreve a enfrentarse y criticar libremente a los escribas, especialistas de la Ley, las clases cultas de la sociedad judía (Mt 23).
Jesús manifiesta una libertad total frente a la presión social ejercida por las clases dominantes y, de manera especial, por los grupos fariseos que retienen indebidamente el poder de interpretar la Ley.
Jesús es libre frente al poder político de las autoridades romanas sin entrar en cálculos políticos y juegos diplomáticos (Lc 13, 31-32; Mt 20, 25-28). De la misma manera, se enfrenta con entera libertad a los dirigentes religiosos del Sanedrín judío (Mc 14, 53-60).
Jesús no se deja arrastrar tampoco por la estrategia de las fuerzas de resistencia a los ocupantes romanos (Mc 4, 26-29; Jn 6, 15) defraudando así ilusiones de muchos que esperaban un reino judío mesiánico dominador del mundo entero.
Jesús no se deja esclavizar por "las tradiciones de los antiguos" que alejaban a los judíos de la verdadera voluntad de Dios (Mc 7, 1-12). Tampoco se ata a las últimas corrientes rabínicas que circulan en la sociedad judía (Mt 19, 1-9).
Jesús se manifiesta libre frente a ritos, prescripciones y leyes litúrgicas que quedan vacías de sentido si se olvida que deben estar al servicio del hombre (Mc 3, 1-6; 2, 23-28) y orientadas hacia un Dios que "quiere amor y no sacrificios" (Mt 12, 1-8).
Esta libertad total de Jesús tanto en su palabra como en su actuación, irrita a los defensores del sistema legal judío que desean asegurar su interpretación de la Torá, despierta las esperanzas del pueblo que comienza a descubrir un sentido nuevo a la vida y logra la adhesión de algunos seguidores. ¿Dónde está el origen y la explicación de esta libertad de Jesús?
b. Obediencia radical al Padre
Jesús es totalmente libre porque vive entregado enteramente a cumplir la voluntad de un Dios al que él llama "Padre". Hay una constante clara en la vida de Jesús de Nazaret: su fe total en el Padre, su obediencia radical al Padre. Lo que alimenta su vida y da sentido a toda su actuación es hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34).
Más concretamente, Jesús se descubre a sí mismo como llamado por el Padre a anunciar una Buena Noticia a las gentes: "Dios está cerca del hombre". El objetivo último de toda su vida es arrastrar a los hombres hacia una gran esperanza que le anima a él mismo desde dentro: hay salvación para el hombre. Hay futuro. Dios mismo quiere intervenir en la historia humana, adueñarse de la vida del hombre y hacer posible nuestra verdadera liberación. "Llega ya el Reinado de Dios".
Toda la vida de Jesús está orientada a anunciar a los hombres esta Buena Noticia, la mejor que los hombres podían escuchar (Lc 4. 18-19). Porque el Dios que viene a reinar en la vida del hombre no es un tirano, un dictador, un señor vengativo o caprichoso, que busca su propio interés. Es un Dios liberador, que busca la recuperación de todo hombre perdido (Lc 15, 4-7). Un Dios que sabe preocuparse de los últimos (Mt 20, 1-16), un Padre que sabe acoger y perdonar (Lc 15, 11-32), un Señor que llama a una gran fiesta a todos los hombres por muy pobres, desgraciados y perdidos que se encuentren (Mt 22, 1-14).
Marcos recoge bien esta misión a la que dedicó Jesús toda su vida: "Anunciaba la Buena Noticia de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reinado de Dios está cerca; cambiad de mentalidad y creed en esta Buena Noticia" (Mc 1,15).
c. Un hombre para los demás
Jesús es un hombre libre para amar. Un hombre que da siempre la última palabra al amor. Para Jesús ya no es la Ley la que debe determinar cómo debemos comportarnos en cada situación. Es el hombre necesitado el verdadero criterio de actuación. Y toda nuestra vida tiene sentido en la medida en que servimos al hombre necesitado (Lc 10, 29-37).
Así ha vivido Jesús "no para ser servido, sino para servir" (Mc 10, 45). Toda su vida es "desvivirse" por los demás. No encontramos nunca a Jesús actuando egoístamente en busca de su propio interés. No se preocupa de su propia fama (Mt 9, 10-13; 11,19). No busca dinero ni seguridad alguna (Mt 8, 20; Lc 16, 13) No pretende ningún poder (Jn 6, 15). No vive para una esposa suya ni un hogar propio. Es un hombre libre para los demás, un "hombre-para-otros".
Su preocupación es el hombre necesitado. Lo que impulsa toda su vida es el amor apasionado a los hombres a los que considera hermanos. Un amor amplio, universal (Lc 10, 29-37). Un amor sincero, servicial (Lc 22,27). Un amor que se traduce en perdón a sus ejecutores (Lc 23,. 34; Mt 55,44).
d. Cercanía a los necesitados
Jesús no es neutral ante las necesidades e injusticias que encuentra junto a los pobres, los marginados, los desprestigiados, los enfermos, los ignorantes, los abandonados. Siempre está de parte de los que más ayuda necesitan para ser hombres libres.
Jesús se mueve en círculos de mala reputación, rodeado de gente sospechosa, publicanos, ladrones, prostitutas_ personas despreciadas por las clases más selectas de la sociedad judía (LC 7, 36-50).
Jesús se acerca con sencillez a los pequeños, los incultos, los que no pueden cumplir la Ley porque ni siquiera la conocen, hombres despreciados por los cultos de Israel (Jn 9, 34).
Jesús acoge a los débiles, a los niños (Mc 10,13-16), a las mujeres marginadas por la sociedad judía (Lc 8, 2-3; 10, 38-42; 13,10-17).
Jesús se acerca a los enfermos, los leprosos, los enajenados, los impuros, hombres sin posibilidades en la vida, considerados pecadores a los ojos de todo judío (Mc 1, 23-28; 1, 40-45; 5, 25-34).
Jesús defiende a los samaritanos considerados como pueblo extraño e impuro (Lc 9, 51-55; 10, 29-37).
Jesús se preocupa del pueblo humilde, la masa, las gentes desorientadas de Israel (Mc 6, 34; Mt 9, 36), el pueblo agobiado por las prescripciones de los rabinos (Mt 23, 4).
e. Servicio liberador
Jesús no ofrece dinero, cultura, poder, armas, seguridad_ pero su vida es una Buena Noticia para todo el que busca liberación.
Jesús es un hombre que cura, que sana, que reconstruye a los hombres y los libera del poder inexplicable del mal. Jesús trae salud y vida (Mt 9, 35).
Jesús garantiza el perdón a los que se encuentran dominados por el pecado y les ofrece posibilidad de rehabilitación (Mc 2, 1-12; Lc 7, 36-50; Jn 8, 2-10).
Jesús contagia su esperanza a los pobres, los perdidos, los desalentados, los últimos, porque están llamados a disfrutar la fiesta final de Dios (Mt 5, 3-11; Lc 14, 15-24).
Jesús descubre al pueblo desorientado el rostro humano de Dios (Mt 11, 25-27) y ayuda a los hombres a vivir con una fe total en el futuro que está en manos de un Dios que nos ama como Padre (Mt 6, 25-34).
Jesús ayuda a los hombres a descubrir su propia verdad (Lc 6, 39-45; Mt 18, 2-4), una verdad que los puede ir liberando (Jn 8, 31-32).
Jesús invita a los hombres a buscar una justicia mayor que la de los escribas y fariseos, la justicia de Dios que pide la liberación de todo hombre deshumanizado (Mt 6, 33; Lc 4, 17-22).
Jesús busca incansablemente crear verdadera fraternidad entre los hombres aboliendo todas las barreras raciales, jurídicas y sociales (Mt 5, 38-48; Lc 6, 27-38).
Si quisiéramos resumir, de alguna manera, la actuación liberadora de Jesús, podríamos decir que desde su fe total en un Dios que busca la liberación del hombre, Jesús ofrece a los hombres esperanza para enfrentarse al problema de la vida y al misterio de la muerte.
f. Fidelidad hasta la muerte
Jesús se nos ofrece en los relatos evangélicos como hombre fiel al Padre, fiel a sí mismo y fiel a su misión hasta la muerte.
Jesús no murió de muerte natural. Fue ejecutado como consecuencia de los conflictos que provocó con su actuación. Por una parte, su actitud ante la Ley de Moisés ponía en crisis toda la institución legal del pueblo judío privando a los dirigentes de Israel de su autonomía religiosa y social. Por otra parte, el anuncio de un Dios abierto a todos los hombres, incluso a los extranjeros y pecadores ponía en crisis el carácter privilegiado del pueblo judío y su alianza con Yavé. El Dios que anunciaba Jesús no era el Dios de la religión oficial judía. Además, Jesús decepcionó profundamente la expectación mesiánica de carácter político que su aparición pudo despertar en grandes sectores de la población.
La ejecución iba a poner a prueba toda la trayectoria de Jesús de Nazaret. El rechazo de todos parecía desmentir, invalidar y reducir al fracaso todo su mensaje de amor y fraternidad humana. Pero, Jesús, abandonado por todos, grita hasta el final: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 22, 34). Además, la crucifixión parecía el signo más evidente del abandono de Dios a su falso profeta, equivocado lamentablemente y condenado justamente en nombre de la Ley. Sin embargo, Jesús aun viéndose abandonado por Dios (Mc 15, 34) grita al morir: "Padre, en tus manos pongo mi vida" (Lc 23, 46).
Jesús murió creyendo hasta el final en el amor del Padre y en el perdón para los hombres. Sin embargo, su muerte en una cruz sellaba el fracaso de un hombre libre y justo, y dejaba en total ambigüedad su mensaje de la venida del Reino de Dios, que con tanta fe había anunciado.
El enigma de Jesús
Jesús no se ha detenido mucho en hablarnos de sí mismo. Más bien, nos ha hablado con hechos, actuando de una manera tan sorprendente, enigmática y original, que la comunidad cristiana posterior se verá obligada, a la luz de la resurrección, a utilizar diversos títulos que expresen lo mejor posible el misterio encerrado en Jesús.
Ciertamente, Jesús no se ha designado nunca con ciertos títulos que más tarde le atribuirán con razón las comunidades creyentes (Señor Salvador, Hijo de Dios, Palabra de Dios, Imagen del Padre, Dios_). Tampoco es fácil saber si Jesús se ha definido a sí mismo con el título de Hijo del Hombre, aunque muchos piensen así, apoyados en buenas razones.
Más interesante es ver la actitud de Jesús ante el título de Mesías (Cristo). Bastantes de sus contemporáneos han creído ver en Jesús el Mesías esperado en Israel, es decir, el Enviado por Yavé para establecer el reino davídico, liberando al pueblo judío de la dominación romana. Sin embargo, Jesús no se designa a sí mismo con el nombre de Mesías y adopta una postura de reserva cuando otros lo consideran como tal. No niega nunca ser el Mesías pero tampoco acepta este título indiscriminadamente (Mc 8, 29-33). Indudablemente, este título es ambiguo y ambivalente. Jesús no rechaza para sí abiertamente este título que encerraba tantas esperanzas de liberación para el pueblo. Pero, tampoco lo acepta sin más, ya que para muchos evocaba la figura de un liberador político-militar que Jesús no intenta ser. Más tarde, la comunidad cristiana, sin peligro ya de caer en malentendidos o falsas interpretaciones lo llamará así, y precisamente este nombre de Cristo se convertirá en el más importante para recoger la fe de los creyentes que ven en Jesús el verdadero liberador del hombre, el único que puede responder a las esperanzas y aspiraciones de la humanidad.
El testimonio de Jesús sobre sí mismo no debemos pues buscarlo tanto en los nombres que haya podido usar para definirse a sí mismo, sino en la actitud sorprendente y enigmática que ha adoptado durante su vida.
a. La autoridad de Jesús frente a la Ley
Jesús se presenta como el único que puede interpretar legítimamente la Ley de Moisés. Pero además, tiene la audacia de ponerse frente a esa Ley que, para el pueblo judío, recoge de manera suprema la voluntad de Dios. Con una autoridad y libertad sin precedentes, Jesús contrapone a la Ley antigua su nuevo mensaje que contiene, según él, la verdadera voluntad de Dios. ("Se dijo a los antepasados_ pero yo os digo" en Mt 5, 21-48).
Jesús no invita a sus contemporáneos a que obedezcan a la Ley de Moisés, sino les pide que escuchen sus palabras (Mt 7, 24-27).
Esta actitud de Jesús es nueva, sorprendente, sin paralelismos en la tradición judía. Al atribuirse una autoridad que rivaliza y desafía a la de Moisés, Jesús se está colocando por encima de Moisés y está pretendiendo conocer, con certeza suprema e inmediata la voluntad verdadera del mismo Dios (Mt 11, 27). ¿Quién pretende ser Jesús? ¿Cómo puede estar seguro de conocer la verdadera voluntad de Dios? ¿De dónde le viene esta autoridad y libertad para adoptar esta actitud inaudita?
b. La concesión del perdón a los pecadores
Uno de los datos mejor atestiguados sobre Jesús de Nazaret es que ha compartido la misma mesa con pecadores a los que nunca un judío piadoso se hubiera acercado (Mc 2, 15; Lc 15,2). Esta actitud de Jesús no es solamente un desafío a las normas de convivencia y prejuicios de los grupos "selectos" de Israel. No es solo un gesto de solidaridad de Jesús hacia los más despreciados de su sociedad, ofreciéndoles su confianza y amistad. Es algo más profundo. Según la mentalidad judía de la época, compartir el mismo pan y participar juntos en la bendición inicial de Yavé significa sentirse solidarios delante de Dios. Así, Jesús se atreve a unirse a los pecadores delante de Dios y celebrar anticipadamente la fiesta final porque está convencido de que los publicanos y las prostitutas llegan antes al Reino de Dios (Mt 21, 31).
Además, Jesús ofrece el perdón de Dios a estos hombres y mujeres que, según la teología oficial de la época, deberían huir de El (Mc 2m 1-12; Lc 7, 36-50). Y lo hace de manera gratuita, sin exigirles una penitencia previa, con lo cual adopta una actitud sin precedentes en la historia judía. El mismo Bautista acoge a los pecadores pero para hacer penitencia. Jesús los acoge para concederles el perdón de Dios.
Y cuando es criticado por la sociedad judía, Jesús justifica su actuación apelando a la conducta misma de Dios: Dios es amor y perdón. Si él acoge a los pecadores y los perdona es porque al obrar así no hace sino actualizar el perdón de Dios a todo hombre perdido (Lc 15).
Con esta actitud, Jesús no solo se pone en contra de la Ley judía, sino que pasa a ocupar un lugar que, según la convicción y la fe judía, solo puede tener Dios. ¿Cómo puede estar seguro Jesús de que Dios actúa así con los pecadores? ¿Con qué derecho identifica su actuación con la de Dios? ¿Cómo puede pretender enseñar a los hombres a través de su actuación cómo es Dios en realidad?
c. El comienzo de la liberación del hombre
De todos los judíos conocidos en la antigüedad, Jesús es el único que se atreve a afirmar que el tiempo de salvación ya ha llegado. De manera modesta, oculta, casi insignificante, pero con verdadera fuerza, el Reinado de Dios en la vida del hombre se está abriendo camino ya ahora (Mc 4, 30-32; Mt 13, 31-33).
Más concretamente, Jesús vive convencido de que con su actuación y su mensaje, él mismo está ya haciendo realidad la acción salvadora de Dios en medio de los hombres. Los que conviven con él están siendo testigos de algo único (Lc 10, 23-24; 14, 31-32).
Jesús cree en la victoria salvadora de Dios no solo como una realidad futura final, sino como algo que comienza con él, con sus gestos, con su mensaje. Con él se ha asegurado ya la liberación del hombre pues Dios está actuando ya en medio de la vida (Lc 11, 20; Mt 12, 28).
Esto significa que Jesús se considera un factor decisivo para la salvación del hombre. La suerte final de los hombres depende de la postura que adopten ante él (Lc 12, 8). Pero, ¿por qué? ¿Cómo puede Jesús decir: "Quien quiera salvar su vida, la perderá. Pero, quien pierda su vida por mí y por esta Buena Noticia, la salvará"? (Mc 8, 35). ¿Cómo puede asegurar Jesús que Dios ha comenzado de manera decisiva a liberar al hombre precisamente con él, a partir de él?
d. La invocación a Dios como Padre
Jesús, al dirigirse a Dios en su oración, emplea una expresión sorprendente e inusitada. La sociedad que conoció Jesús veneraba tanto la grandeza y majestad de Dios que se evitaba pronunciar el nombre santo de Yavé. En la conversación ordinaria se acudía a otras expresiones o giros (v. g. el Altísimo; el Santo, alabado sea; la Gloria; el Señor de los cielos, etc). En la lectura litúrgica de las Escrituras era sustituido por el término solemne de "Adonay" (nuestro Señor). Solo, una vez al año lo pronunciaba el Sumo Sacerdote, y lo hacía en medio de música y cantos litúrgicos que impedían se escuchara su voz.
En este ambiente, resulta todavía más sorprendente la actitud de Jesús que se dirige siempre a Dios llamándole "Abba" (Mc 14, 36). Este término no significa sencillamente "Padre". Era una expresión infantil empleada generalmente por los niños para dirigirse a sus padres ( papito). Jesús se dirige a Yavé con la misma confianza y familiaridad con que un niño judío se dirigía a su padre. Ningún judío se habría atrevido a llamar así a Yavé.
Esta actuación de Jesús causó tal impresión que los primeros cristianos no han querido traducir esta palabra al griego; la han conservado en su original arameo, tal como la pronunciaba Jesús: "Abba" (Rm 8, 15).
En su relación con Dios, Jesús manifiesta no solo una confianza desconocida, sino, incluso, la conciencia de vivir en una relación única con El, distinta de la que puedan tener otros hombres (Mt 11, 27). ¿Por qué? ¿Dónde se apoya esta confianza absoluta en Dios? ¿Por qué se atreve a invocar a Dios con conciencia especial de hijo? ¿Cómo puede pretender una relación única con Dios distinta y superior a la de los demás hombres?
Bibliografía
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(Barcelona 1974). Ed. Herder.
J. BLANK, Jesús de Nazaret: Historia y mensaje.
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(Salamanca, 1976). Ed. Sígueme.
W. TRILLING, Jesús y los problemas de su historicidad.
(Barcelona, 1970). Ed. Herder.
A. NOLAN, ¿Quién es este hombre?
(Santander, 1981). Ed. Sal Terrae.
J.A.PAGOLA, Jesús de Nazaret. El hombre y su mensaje.
(San Sebastián, 1984). Ed. Idatz.
Autor:
Percy Zapata Mendo