La ciudad, mirado desde ese punto de peligro de infección, habría por fuerza que confesar que ha sido un equívoco su formación, y lo es en cuanto a carestía y enfermedades; pero esto es secundario, ya que se impone por ley de progreso la unión del esfuerzo de todos los individuos, puesto que nadie se basta a sí mismo; y además está la ley mayor y mandato omnímodo de amarnos todos como hermanos.
Luego los peligros de enfermedad y la carestía de la vida que ocasiona la vida ciudadana, no se puede tener en cuenta más que como cuestión económica, que debe salvarla la moral que al pueblo se inculque con el ejemplo.
Cuando el colegio sea lo que tiene que ser, el jardín donde se estudia cada planta, entonces esa moral será eficiente, porque cada niño, cuando salga de él, sabrá sus cuidados, deberes y derechos para consigo mismo y para con los demás seres de la sociedad.
Esto no ha podido ser mientras las religiones han tenido bajo su férula la educación de las juventudes, con cuya moral irracional ha pervertido el sentido y los sentimientos.
La fórmula irracional prohibitiva impuesta por esa educación antinatural, ha degenerado muchos grados a la humanidad.
Es pues, que, para que el cuerpo sea sano, es necesaria la higiene; pero también es de necesidad, que el hábito de la higiene sólo puede ser cuando el espíritu es progresado.
No ha de tomarse las cosas por los extremos, como los que toman la higiene por mero gusto y placer, encareciendo los productos que el progreso alcanza y saca a la naturaleza, con lo que privan a los demás de esos medios.
Al respecto, el maestro educador, con el concurso del médico higienista del colegio, entre los conocimientos útiles que debe llevar cuando ya sale el educando para formar parte en la vida ciudadana, ha de figurar en nota especial, cuantos baños y qué clase de baños debe tomar; qué ejercicios y que cantidad a su estructura y psicología, lo mismo que la cantidad y calidad de alimentos y la ocupación conveniente, arte, oficio y ciencia para que viene más dispuesto, el tipo de mujer que para formar su hogar le conviene, conforme a sus cualidades.
Todo esto es de rigor que lo sepa el hombre y la mujer, antes de entrar a la vida ciudadana, y sólo con ello se tendrá la moral necesaria y la higiene se impondrá por sí sola, asegurando la salud del individuo y por lo tanto la felicidad posible en la familia ciudadana.
La vida campestre lleva consigo muchas ventajas a la vida ciudadana para la salud individual; pero hay que confesar que eso es demasiado egoísta y antiprogresista y se impone la vida en la ciudad. Pero no es menos cierto también, que en el campo no puede el individuo tener todas la cosas que puede tener en la cooperación comunal de la ciudad, en la que tampoco cada familia ni individuo puede tenerlo, porque no se basta nadie a sí mismo. Lo que no es necesario argumentar y por lo cual prueba que, "el amor ciudadano es más perfecto que el amor de familia".
Además, en el amor ciudadano, se impone "el amor a la educación", por el bien social. Pero parece una contradicción hablar del amor a la educación, al ver que el 50% de los estudiantes y de los hijos de la familia, protestan siempre por el sometimiento a la educación.
Cualquiera tiene recuerdos de sus protestas internas o externas a la disciplina del colegio, como a las prédicas del maestro; y pocos y casi nadie puede preciarse de no haber causado una lágrima a su madre y una desazón al padre por las mismas causas.
Sin embargo, se hecho el mandato del padre al someterse a la disciplina del maestro. ¿Qué pasa para que se proteste de lo que al fin se termina haciendo? Pasa que, el que protesta es el animal-instinto y el que se somete al animal es el "espíritu" que hace hacer razón.
Es una imposición demasiado dura a los instintos animales de que se compone nuestra alma y cuerpo, que tiene por ley la vida natural instintiva, libre, sin razón; pero así como les llegó a esos instintos el momento de su evolución capaz de formar en el conjunto el cuerpo y alma de hombre,.así también le llega ese mismo momento el deber de correspondencia y obediencia superior, que en buena ley sacó del dominio animal, sin dejar de pertenecer a él, pero formando en el ser racional, que crea y sostiene el progreso y ese superior es sólo y exclusivamente, su espíritu, que es la entidad real, constante invariable en su ser y cargo de creador de formas, "En él estaba la vida y la vida es la luz de los hombres" escribió Seth hijo de Adán y Eva del espíritu. He ahí toda la razón de dominio; y por antagonismo, toda la razón de la protesta de los instintos, que vivían beatíficamente en su ley del reino animal, pero que el progreso les impone ascender y esa ascensión es formar parte del alma y cuerpo del hombre. ¿Pero acaso la protesta misma no es la confesión de la existencia del antagonismo? Porque protestan lo instintos, es porque forman en el cuerpo y el alma del hombre; y he aquí cómo de un mal se extrae un mayor bien.
La protesta pues de los instintos, hace el mérito de la ascensión y triunfo del espíritu, el que imprime a la consciencia un sentimiento de amor propio doblega al hombre a hacer todas las cosas que no haría sin ese amor propio de sobre-pensar, o por lo menos igualar en hechos y méritos a sus émulos, que son para el hombre, los otros hombres; y para los instintos, los otros instintos, que ya sometidos al espíritu, cumplen el mandato de éste y sin dejar de ser instintos animales, viven ya hechos razón o racionalmente, y esto es lo que constituye la diferencia del ser hombre, del ser animal.
En efecto, esa anulación que se presenta al parecer inconscientemente entre los ciudadanos, "impone sin obligar", es decir, sin una extorsión deprimente, aunque no esté exenta de cierta "dulce tiranía", creada por las necesidades sociales, que tocan de lleno a cada individuo moral. Pero aquí surge un argumento grave, "que tocan de lleno a cada individuo moral" Lo que revela que "hay hombres o individuos inmorales", a los cuales, "no toca de lleno" y a lo más, les toca tangencialmente el deber de correspondencia social.
Es una desgracia, en verdad; pero por duro que sea sentarlo, por esa desgracia se presentan un cúmulo de injusticias en todos los órdenes, en todos los gobiernos; lo que está probado en esas últimas hecatombes y revoluciones sociales, que son motivadas por los hombres que viven al margen de los deberes, pero que se abrogan todos los derechos para sus instintos sin dominio y sin amor a la educación.
Sí los parásitos de cualquier clase que sean, civiles o religiosos (si cabe la división, porque no cuesta algo probar que todos son religiosos, aunque no frailes), se abrogan todos los derechos y no admiten deberes.
Pero el espíritu va sometiendo uno a uno los instintos, agregándolos a la razón, y esos mismos tiranos parásitos de siempre, acabarán también por "hacerse deberes" para poder tener derechos, o tendrán sus espíritus que salir en destierro al mundo de su afinidad. "Los mundos son infinitos y el hombre ha de vivir en todos los que existen", fue dicho a Abraham.
Aquí, los ligeros, los inmorales, los supremáticos, los que se abrogan todos los derechos, sin acepta ningún deber, dirán que esto es una imposición de fuerza, "una injusticia a su libre albedrío". Si el Creador no tuviera esa justicia rigurosa, sería un imprevisor e impotente, puesto que demostraría que se le impone cada uno de esos protestantes.
¿Qué tenéis libre albedrío? Sí, dentro de la ley de igualdad y la justicia; lo que obliga necesariamente a tener los mismos deberes para no dañar a vuestros semejantes; y no se pueden torcer la leyes universal y, hay que vivir bajo las mismas condiciones naturales, sin que se pueda esquivar de nacer y morir como cada cuál, que lo azota el viento con la mis intensidad; que lo moja el agua, que lo quema el fuego y lo baila el terremoto, sin diferencia de los demás, salvo el mayor horror y susto, por tener una sucia consciencia.
Cuando el amor a la educación moral (que sólo radica en el trabajo) sea el deber, entonces se empezará a tener derecho de respeto, derecho a que la ley Suprema defienda; y mientras no adquiera ese derecho, no se habrá demostrado tener amor a la educación; y el no tener amor a la educación, que no ha de ser servil, sino fraternal.
Efectivamente, es ésta una verdad irrebatible y está confirmada en todos los actos de la justicia humana, a pesar de su gran imperfección.
Si se registran los numerosos procesos de toda índole, de todos los tribunales civiles, se encuentra que todos los litigantes y los procesados por crímenes de cualquier categoría y calidad, no se amaban ni fraternalmente, ni como buenos ciudadanos; lo cual prueba la razón, que sólo el amor ciudadano impone la educación por el bien social.
También, en los cargos y servicios comunales de la ciudad, se exige con justicia cierta preparación, según los cargos, para un buen desempeño; lo que obliga a una educación adecuada de cada ciudadano, porque todos deberían ser aptos para los cargos ciudadanos. Y como esos cargos bien desempeñados dan brillo y nombradía a los que pueden y los desempeñan bien, es otra obligación y eficaz estímulo para doblegarse a la educación.
Es indudable que eso es sacrificio a la persona; pero está compensado en el disfrute del mayor bienestar y comodidades que reporta el esfuerzo unido. Además ese sacrificio denota un grado de moralidad, la que cuanto mayor es, mayor es el aprecio que se hará del virtuoso.
Hasta hoy es muy raro que se elija al hombre por méritos de moral y mil veces son relegados muchos hombres de buena disposición y alto grado de moral; pero esto es a causa de la supremacía que se abrogaron los de arriba (clase altas), que son siempre parásitos religiosos, aunque parezcan que son civiles.
Pero también es cierto que el pueblo no se ocupó de su moral propia, ni se dio más valor que el que esos mismos plutócratas le quisieron conceder con las falacias de sus principios irracionales de derecho divino, ignorancia impuesta. Y tanto denigraron al pueblo, que en mil ocasiones se sublevó y dejó manchas sangrientas que le dieron el título de "bárbaro y baja clase", siendo en verdad, sino el "hombre ofendido vilmente" que se defiende, aunque sea sólo por el instinto de conservación. ¿Y qué ha resultado de todas esas falacias? La revolución social, en la que caen las dos clases, medias y alta, a la tumba que se cavaron ellos mismos.
No es ignorante el hombre por no saber letra. Las evoluciones y campañas del espíritu son su continuo estudio y ahora están entre los trabajadores, todos los progresados, cuyo pensamiento es más valioso y potente que la oratoria aprendida en libros inmorales que se cursan en la universidad monopolizada y monopolizadora. Esta verdad se puede probar en cualquier asamblea o congreso de rústicos trabajadores, en miles de libros escritos por hombres que no pisaron las universidades y que sirva de ejemplo la obra de esta Escuela, la que no podrán rebatir "ni con sofismas" entre todos los falaces autócratas.
Autor:
Pedro Sandrea
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |