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Indicadores psicológicos de riesgo desencadenantes del intento suicida


    Indicadores psicológicos de riesgo desencadenantes del intento suicida – Monografias.com

    Indicadores psicológicos de riesgo desencadenantes del intento suicida desde la dinámica de la Situación Social del Desarrollo del adolescente

    La realidad presenta una serie de propiedades, que aún siendo realmente constitutivas de la misma, no dejan de ser, sin embargo, absolutamente subjetivas. No existen diferentes realidades porque existan diferentes maneras de tratarlas sino que esto depende de la actividad desarrollada por los individuos en el proceso de formación de su propia visión de la realidad. Las reacciones ante la realidad no responden de forma directa y mecánica a sus características objetivas sino que están mediatizadas por valoraciones, juicios, reflexiones, etc., o sea, una serie de procesos subjetivos.

    El intento suicida es un hecho objetivo y concreto en sí mismo y, a pesar de que es un hecho dado, es evidente que media en él una intervención valorativa, ya sea por parte del sujeto individual o a escala social. En el carácter que manifiestan estas valoraciones intervienen, evidentemente, la manera en que nosotros, sujetos sociales, aprendemos los acontecimientos de la vida diaria, o sea, el conocimiento espontáneo que se constituye a partir de nuestras experiencias, pero también de las informaciones y modelos de pensamiento que recibimos y trasmitimos, inmerso ello en las representaciones sociales. Estas son las que establecen los significados que la gente necesita para comprender, actuar y orientarse en su medio social y permiten describir, clasificar y explicar los fenómenos de la realidad cotidiana.

    La adolescencia se considera un período complejo de desarrollo, y una de las principales razones en que se sustenta esta valoración, es la presencia, prácticamente inevitable, de contradicciones entre adolescentes y adultos.

    La posición social intermedia que ocupa el adolescente, lo conduce a situaciones contradictorias. Unas veces es considerado como adulto exigiéndosele responsabilidad, mientras que en otros contextos se le percibe como incapaz de tomar decisiones, limitándose su independencia.

    La necesaria emancipación del adolescente abarca varios planos; la independencia emocional, a la que contribuye la significación que tiene para su bienestar la aceptación por parte del grupo de iguales; la independencia en el plano de la conducta, ya que comienza a tener más posibilidades para la regulación interna y la independencia normativa, pues sus intereses, en sentido general, no coinciden con los de los adultos, situación que se convierte en causa generadora de conflictos.

    Ante este proceso de individuación, es frecuente que chicos y chicas experimenten cierta ambivalencia, y que a la vez que disfrutan de los nuevos privilegios, lamenten las nuevas responsabilidades que deben asumir, por lo que pueden añorar los días de su infancia en que sus padres cuidaban de ellos y asumían todas las responsabilidades. Por ello, no es extraño encontrar durante los primeros años de la adolescencia alternancias entre conductas maduras y comportamientos infantiles.

    Si el adolescente debe prepararse para abandonar el hogar familiar y funcionar como un adulto autónomo, es razonable esperar de él comportamientos cada vez más independientes. Sin embargo, cuando estos niveles de autonomía que va alcanzando el adolescente convierten el clima familiar en un escenario de permanente agresividad y conflictos, se desencadena un estado de tensión emocional que puede llegar a desembocar en un intento suicida.

    A nuestro juicio, el desafío radica en el papel moderador que el contexto familiar debe jugar en la relación existente entre la autonomía emocional y la adaptación del adolescente.

    La adolescencia constituye una etapa de intensa formación de la identidad personal y este suceso es algo que la distingue en todo el proceso de desarrollo humano, dada la presencia de una importante crisis de identidad.

    El propio desarrollo de los procesos cognitivos, en especial del pensamiento, unido a los fuertes cambios corporales acentúa, en esta edad, la autorreflexión, el desarrollo de la autoconciencia y de la identidad corporal, personal y de género.

    El adolescente mantiene constantes observaciones, comparaciones y atenciones sobre su propio cuerpo, el cual va cambiando para alcanzar las dimensiones y características aproximadas que tendrá en la adultez. ¿Cómo soy? ¿Qué cambia? ¿Qué es diferente?, ¿Me parezco o no a las otras y los otros?. Nuevas ideas y capacidad de pensar y reflexionar acerca de sí mismo y de la vida van apareciendo.

    La representación de sí mismo, adquiere un carácter generalizado y resulta todavía inexacta, ya que continúa dependiendo en buena medida de criterios externos como la valoración de sus compañeros, padres y maestros. En estas relaciones a veces el adolescente tiende a sobrevalorarse o a considerar que los demás no tienen una valoración adecuada de su persona, ya sea por desconocimiento o porque subvaloran sus cualidades. La inestabilidad de este proceso de construcción de la identidad puede desembocar en una fuerte inconformidad por parte del adolescente, y llegar a desencadenar sentimientos de rechazo, que pueden delimitar la asunción en un momento determinado de un intento suicida.

    Los ideales por su parte, adquieren un carácter generalizado y pueden estar representados por uno o varios modelos, en los que el adolescente destaca cualidades concretas y abstractas de carácter psicológico-moral.

    Los ideales morales comienzan a estar representados por modelos abstractos, en los que se destacan elevadas cualidades morales, que en ocasiones, son difíciles de imitar por el adolescente en su conducta diaria.

    El ideal de pareja se centra en elementos externos, como la belleza o el atractivo físico, el hecho de vestir de una determinada forma, según exigencias de la moda, ser agradable al trato directo o tener habilidades para desenvolverse en grupo (alegría, sociabilidad, saber bailar etc.).

    El ideal se convierte en uno de los patrones de evaluación del comportamiento propio y del ajeno. El adolescente todavía vive en un mundo lleno de expectativas y pretensiones, que en muchas ocasiones no llegan a sincronizar con su conducta, todo este idealismo ligado a las nuevas responsabilidades que debe asumir (dada su nueva SSD) generan en el adolescente mucha incertidumbre y lo sitúan bajo un período de mucho estrés.

    El adolescente se caracteriza por su gran excitabilidad emocional, lo cual es muestra de su elevada sensibilidad afectiva. En esta etapa sus sentimientos se hacen más variados y profundos y surgen nuevos sentimientos como por ejemplo los amorosos, logrando un mayor control consciente de la expresión de los mismos.

    En esta etapa tanto las relaciones de amistad como las de pareja son relaciones interpersonales que se caracterizan por su especial acento selectivo, emocional e íntimo.

    En la adolescencia los cambios en el estado de ánimo son muy frecuentes, es por esto que el adolescente deviene tan lábil emocionalmente, en un momento lo vemos sumamente alegre y en pocos minutos se torna triste y melancólico, en algún momento declara ser totalmente capaz y autosuficiente y poco después manifiesta pésimos niveles de autoestima, y todo, o casi todo, en él es contradictorio.

    Todas estas manifestaciones delimitan el dominio del componente afectivo que caracteriza la etapa. Se hace necesario entonces, intentar manejar inteligentemente al adolescente desde esta perspectiva, buscando promover en él estilos de afrontamiento y adaptación que impidan su desajuste emocional y lo puedan llevar a asumir un intento suicida.

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    Autor:

    MsC. Bertha Maura Martínez Ríos

    Lic. Giselle Ma. Ventura Vázquez

    Dpto. Psicología.

    Universidad de Oriente.

    Santiago de Cuba.

    Cuba.