Según el filósofo griego Jenofonte, "Los dioses crearon a la mujer para las funciones interiores, al hombre para todas las demás". Este planteamiento es expresión de la dominación masculina tan anclada en la mente de los hombres durante mucho tiempo.
Los orígenes de este fenómeno, conocido por machismo, se deben buscar cuando se estableció la primera división social del trabajo (por sexo) y se inventó la esclavitud; ya que antes, en el matriarcado, las mujeres representaban una fuerza de trabajo y un abastecedor seguro de la familia; tenían preponderancia, gozaban de libertad y consideración, gobernaban la casa, la familia y transmitían la herencia. Por tanto, sin duda alguna, se puede afirmar que el paso del matriarcado al patriarcado trajo consigo el triunfo del machismo. La mujer sufrió así un cambio de status en el aspecto de las costumbres, perdió las prerrogativas señaladas y el hombre devino dueño absoluto de los medios de trabajo y bienes inmuebles.
El pensador alemán, Federico Engels, en su libro "El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado", plantea, al respecto, que la gran derrota del sexo femenino estuvo dada por la abolición del derecho materno. La figura masculina se convirtió en la autoridad suprema, obtuvo el poder, por lo que dominó el hogar; mientras que la mujer, sencillamente, pasó a ocupar un estado invisible, fue domeñada, envilecida, se convirtió en un individuo de segunda categoría, en esclava del placer masculino y en un simple instrumento, en un objeto de intercambio de sus capacidades reproductivas entre hombres.
Esta degradada condición de la mujer, esta posición de humillada por el hombre, tal como se manifestó entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada y en ciertos lugares, hasta enmascarada, revestida de formas más suaves; pero de ninguna manera se ha suprimido.
Este predominio del sexo masculino no es más que el origen de la monogamia, que se fundamenta en el poder del hombre con el fin expreso de procrear hijos de una paternidad indiscutible, segura. Sin embargo, las mujeres hicieron de las suyas. Al decir del propio Federico Engels (s.a), con la monogamia afloran dos constantes y características figuras sociales: el amante de la mujer y el esposo cornudo. No es menos cierto que los hombres habían logrado la victoria sobre las mujeres pero estas, indiscutiblemente, se encargaron de coronar a los vencedores.
En el artículo "Virilidad ¿Conocemos el costo de ser hombre?", Patricia Arés (1996) asegura que durante mucho tiempo se ha percibido al hombre como un ser superior y debido a esto, la mujer ha sufrido asignaciones culturales asociadas a la maternidad y al ámbito del hogar, con lo cual le fue limitado su acceso a la vida pública, su derecho al desarrollo de proyectos personales y, en esencia, a la autorrealización.
Teniendo en cuenta lo anterior, no deja de ser interesante indagar en el universo femenino e indudablemente, la Antropología es un campo rico para analizarlo. Inicialmente, los conocimientos antropológicos fueron masculinos. El llamado "sexo fuerte" era visto como el único capaz de hacer antropología; sin embargo, las mujeres supieron abrirse camino en este mundo, supuestamente de los hombres, en el que las mismas no ocupaban mucho espacio en las ciencias. Pero, ¿qué es la Antropología?, ¿a qué debían enfrentarse las mujeres antropólogas?
El término antropología proviene de la raíz griega anthropos (hombre) y de la terminación nominal logia (ciencia). Su significado literal es, por tanto, el de ciencia del hombre, o desde una perspectiva más amplia, ciencia de la humanidad. A través de los años se han elaborado muchas definiciones al respecto, ya que esta ciencia ha tenido intereses muy extensos.
De forma general, para algunos antropólogos la herramienta básica de la antropología es el concepto de cultura, mientras que para otros es el concepto de estructura social y el de función. Para unos, la antropología trata básicamente la dimensión sincrónica y para otros la dimensión relevante es la diacrónica.
Según Levi Strauss, la antropología apunta a un conocimiento global del hombre y abarca al objeto en toda su extensión. Aspira a un conocimiento aplicable al conjunto de la evolución del hombre desde los homínidos hasta las razas modernas y tiende a conclusiones positivas o negativas, pero válidas para todas las sociedades humanas desde la gran ciudad moderna hasta la más pequeña tribu melanesia (Strauss, citado por: O´ Halloran, 2008).
Por tanto, la antropología propone – como bien precisan Alain Basail y Roberto Dávalos en su disertación "Ante el espejo del otro: ¡nosotros! Sobre la necesidad de la Antropología" – un viaje apasionante por paisajes, culturas y sociabilidades distintas a aquella en la que el antropólogo se ha formado. Es una aventura que lo hechiza porque al acercarse a cómo hombres y pueblos han resuelto arreglar sus vidas, este empieza a reflexionar, analizar y comprender mejor su condición humana (Basail y Dávalos, s.a).
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