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La creación del universo

Enviado por Jesús Castro


  1. Introducción
  2. Los cielos y la tierra
  3. El suelo
  4. La edad de la corteza terrestre
  5. La atmósfera y su antigüedad
  6. El cielo profundo
  7. El Sistema Solar
  8. La Vía Láctea
  9. El universo
  10. Conclusión

Este artículo pretende contestar lo más breve y satisfactoriamente posible la siguiente pregunta, basada en el libro del Génesis: ¿Cuándo aconteció el PRINCIPIO que se menciona en el capítulo 1 del Génesis, versículo primero?

Introducción.

Como ya se ha expuesto en el artículo GOO4 (El principio), Agustín, considerado un "padre de la iglesia" y erudito del siglo quinto de la era común, declaró que "el relato [del Génesis] no tiene la clase de estilo literario en el que se hable de las cosas figurativamente,… sino que de principio a fin relata hechos que realmente sucedieron, como se hace en el libro [sagrado] de los Reyes y otros libros históricos" (De Genesi ad litteram, VIII, 1, 2).

Nosotros, después de examinar el argumento de los que creen que el relato del Génesis debe tomarse en sentido alegórico o figurativo, creemos que dicha postura es endeble y adolece de falta de perspicacia. Además, un examen profundo e imparcial del primer capítulo del Génesis nos revela que el mensaje contenido en el mismo estaba mucho más adelantado científica y culturalmente que los conceptos dominantes que imperaban en la sociedad humana de su tiempo, lo cual nos lleva lógicamente a pronunciarnos más aún a favor del punto de vista de Agustín en este asunto, a fin de no comulgar tácitamente con el enfoque contrario.

Los cielos y la tierra.

Cuando Moisés escribió las primeras palabras del Génesis, a saber: "En el principio Dios creó los cielos y la tierra", no hay evidencia alguna de que él supiera más de astronomía de lo que era común en su época, es decir, lo que la gente entendía que son la "tierra" (en minúsculas) o suelo plano que pisan los pies del hombre y los "cielos" o todo aquello que podía verse sobre el aire y hacia arriba (respecto a la tierra firme). Tampoco los devotos antepasados de Moisés, de quienes quizá él recibió una porción más o menos grande del atesorado relato ancestral del Génesis, debieron poseer lógicamente mejores y más adelantadas nociones del cosmos, a juzgar por el legado intelectual que transmitieron y por los hallazgos arqueológicos antiguos que se han descubierto.

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Así, pues, lo que Moisés declaró en las primeras palabras del Génesis fue, a todas luces, que la tierra que pisan nuestros pies y los cielos que ven nuestros ojos tuvieron un comienzo o principio en la corriente del tiempo, o sea, que son elementos creados y no han existido siempre. Por lo tanto, partiendo de esta concepción, queremos saber: ¿Cuándo aconteció el PRINCIPIO que se menciona en el capítulo 1 del Génesis, versículo primero?

Para ello recurriremos a los actuales conocimientos de geología cosmogónica y veremos que, efectivamente, el suelo que pisaban los pies de Moisés y el "cielo inmediato" que veían sus ojos eran el resultado de un proceso de transformación planetaria que empezó hace miles de millones de años. Por "cielo inmediato" entenderemos el espacio atmosférico terrestre, el cual abarca desde las proximidades del suelo hasta la capa gaseosa más alta y enrarecida que envuelve a nuestro planeta.

Sin embargo, los cielos que Moisés veía no sólo eran "inmediatos". Es por eso que al espacio cósmico que rodea a la Tierra, y que queda más allá de los últimos vestigios de nuestra atmósfera, llamaremos "cielo profundo". A él pertenecen, pues, las estrellas, las galaxias y otras formaciones astronómicas que se observan desde la superficie de la Tierra a simple vista.

El suelo.

El "suelo" que pisan nuestros pies, y también el que pisó Moisés y sus ancestros, es realmente una fina capa que recubre a la denominada "corteza" terrestre. Su espesor es mínimo en comparación con el de la "corteza", pero a él está ligada la vida en general y la existencia del hombre en particular. Sobre él se asientan la vegetación, los cultivos, las huertas y la casi totalidad de la biosfera terrestre (si consideramos también como "suelo" a la superficie del fondo oceánico).

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El suelo terrestre, evidentemente, tiene una antigüedad que está ligada a la de la corteza de la Tierra, pues no es otra cosa que la superficie superior de la misma. La corteza terrestre se divide en 2 zonas claramente diferenciadas: la corteza continental y la corteza oceánica.

La corteza continental ocupa aproximadamente el 45% de la superficie terrestre, y corresponde a la tierra emergida y a las plataformas continentales. Tiene un grosor que varía entre los 10 y los 75 kilómetros. Las partes más gruesas de la misma son las que soportan a las cadenas montañosas de mayor altura del planeta, como los Andes o el Himalaya. Por el contrario, las partes más delgadas se hallan bajo el nivel del mar, formando los bordes continentales.

La corteza oceánica ocupa aproximadamente un 55% del total de la superficie sólida terrestre y corresponde a la tierra cubierta por los océanos y los mares. Tiene un grosor que varía entre los 5 y los 8 kilómetros y está en continuo proceso de formación a partir del material que proviene del manto terrestre, el cual se solidifica hacia arriba adoptando un aspecto rocoso.

La edad de la corteza terrestre.

Como hemos dicho, la corteza terrestre tiene un grosor variable que alcanza un máximo de 75 km bajo la cordillera del Himalaya y se reduce a menos de 7 km en la mayor parte de las zonas profundas de los océanos. La corteza continental es distinta de la oceánica.

La capa superficial de la corteza continental (capa superior de la corteza) está formada por un conjunto de rocas sedimentarias, con un grosor máximo de 20-25 km, que se forma en el fondo del mar en distintas etapas de la historia geológica y posteriormente migran muy lentamente hasta su ubicación continental; la edad más antigua de estas rocas es de hasta 3 800 millones de años. Por debajo existen rocas del tipo del granito (capa media de la corteza), formadas por enfriamiento del magma (material fundido, de aspecto cuasi líquido, procedente del manto terrestre);

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se calcula que bajo los sistemas montañosos el grosor de esta capa es de más de 30 km. La tercera capa rocosa de la corteza (capa inferior de la corteza) está formada por basaltos y tiene un grosor de 15-20 km, con incrementos de hasta 40 km.

A diferencia de la corteza continental, la oceánica es geológicamente joven en su totalidad, con una edad máxima de 180 millones de años. Aquí también encontramos tres capas de rocas: la sedimentaria (capa superior), de anchura variable, formada por las acumulaciones constantes de fragmentos de roca y organismos en los océanos; la del basalto (capa media o intermedia) de 1'5 a 2 km de grosor, mezclada con sedimentos y con rocas de la capa inferior; y una tercera capa (capa inferior) constituida por rocas del tipo del gabro, semejante al basalto en composición, pero de origen profundo, que tiene unos 5 kilómetros de grosor. Todo parece indicar que la corteza oceánica existe debido al enfriamiento del magma proveniente del manto superior.

Por consiguiente, el suelo que pisaron Moisés y sus ancestros, y hasta nosotros mismos, tiene una edad finita, de un máximo de 3 800 millones de años y un mínimo de 180 millones de años. Pero lo que verdaderamente nos interesa aquí es su finitud en el tiempo, es decir, su comienzo. En consecuencia, la tierra o suelo del Génesis capítulo 1, versículo 1, tuvo comienzo o principio.

La atmósfera y su antigüedad.

Parte de los cielos que vieron Moisés y sus antepasados correspondía a la atmósfera terrestre. La atmósfera es la capa gaseosa que recubre a nuestro planeta y mantiene la temperatura del mismo relativamente estable, y también actúa como escudo protector contra diversos tipos de radiaciones que resultan letales para los seres vivos. Asimismo protege a la superficie terrestre del impacto de los meteoritos, la mayoría de los cuales se desintegran al chocar contra las capas altas de esta envoltura gaseosa, a altísimas velocidades.

La atmósfera no es uniforme. La mayoría del aire se concentra en los 15 km más próximos a la superficie terrestre. Desde el suelo, la atmósfera tiene diversas capas: troposfera, estratosfera, mesosfera, termosfera, exosfera y magnetosfera. Debido a la diferencia de densidades, presión y temperatura entre las diversas capas, o entre distintas zonas del planeta, la atmósfera presenta cambios constantes que determinan lo que llamamos "tiempo atmosférico" o clima.

Inicialmente, la Tierra tenía una atmósfera muy distinta de la actual. Las erupciones volcánicas constantes emitieron enormes cantidades de vapor de agua que, al precipitarse, formó mares y océanos. Allí surgieron las primeras algas, que en el Génesis corresponderían a los primeros seres vivos materiales creados por Dios, a saber, las plantas, durante la segunda mitad del período denominado Tercer Día Creativo. Al parecer, éstas empezaron a consumir dióxido de carbono y desprender oxígeno. Como el primero abundaba y, sin embargo, todavía no había animales que consumiesen el segundo, las algas tal vez proliferaron mucho y, al cabo de miles o millones de años según los científicos, habrían conseguido transformar la atmósfera inicial en otra de composición parecida a la actual.

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En una primera aproximación podemos decir, de acuerdo a las últimas hipótesis cosmogónicas, que la atmósfera terrestre comenzó a formarse hace unos 4 500 millones de años, con el nacimiento de la Tierra. La mayor parte de la atmósfera primitiva se perdería en el espacio, pero nuevos gases y vapor de agua se fueron liberando de las rocas que forman nuestro planeta. El vapor de agua procedía de la evaporación del agua terrestre. Una primera conjetura que se baraja es que la atmósfera de las primeras épocas de la historia de la Tierra estaría formada por vapor de agua, dióxido de carbono (CO2) y nitrógeno, junto a muy pequeñas cantidades de hidrógeno (H2) y monóxido de carbono (CO), pero con ausencia de oxígeno. Era una atmósfera ligeramente reductora ya que la tendencia sería a que el oxígeno se fijase en diferentes compuestos. Debió ser, pues, una atmósfera con tan sólo trazas de oxígeno.

Cualquier teoría sensata sobre la formación de la atmósfera implica conocer las condiciones que deben haber llevado a la acumulación de una atmósfera de gas alrededor de cualquier cuerpo celeste con suficiente masa para sostenerla. Para William Rubey hay varias razones para su hipótesis acerca de la composición de la primera atmósfera, con el metano o el amoníaco, o ambos, en calidad de constituyentes principales de la atmósfera primitiva. Por ejemplo, sabemos que el hidrógeno y el helio exceden grandemente en abundancia a todos los demás elementos químicos. Si el hidrógeno fue en alguna época muy abundante en la atmósfera de la Tierra, entonces el metano y el amoniaco, y no el dióxido de carbono ni el nitrógeno, debieron haber sido los gases predominantes. También está el hecho de que el metano y el amoniaco son los gases más abundantes en las atmósferas de los otros planetas principales del sistema solar.

Sin embargo, hay otros autores que opinan que la atmósfera primigenia contenía nitrógeno, monóxido de carbono, dióxido de carbono, vapor de agua, hidrógeno y gases inertes, componiendo la nube original de polvo cósmico y gas. El vigoroso viento solar puede haberse llevado la mayor parte de esta atmósfera primitiva durante los primeros 1 000 millones de años de vida de la Tierra. Y, a medida que la Tierra se solidificaba, la pérdida de gases de la parte interna más caliente dio lugar al comienzo de la formación de la atmósfera de los días presentes hace unos 3 600 millones de años, dominada por el nitrógeno, el oxígeno, el argón y el dióxido de carbono.

Por ende, el cielo inmediato (atmosférico) que contempló Moisés y sus ancestros, y que nosotros vemos hoy día, tiene una edad finita, igual que el suelo terrestre, de un máximo de 4 500 millones de años según algunos autores o un máximo de 3 500 millones de años según otros autores. Pero lo que verdaderamente importa aquí es su finitud en el tiempo, es decir, su comienzo. Así, pues, el cielo inmediato que se menciona implícitamente en el Génesis capítulo 1, versículo 1, tuvo un comienzo o principio.

El cielo profundo.

Dado que los últimos vestigios de la atmósfera terrestre se encuentran aproximadamente a 10 000 km de altura sobre la superficie sólida de la Tierra, podemos decir que el cielo profundo que contemplaron Moisés y sus ancestros se refiere a todo aquello que existe más allá de esa distancia y que además es observable a simple vista. En esta categoría entran el Sol, la Luna y las estrellas, así como algunos cometas y planetas, al menos. Por lo tanto, haremos una distinción en 3 clases de formaciones astronómicas del cielo profundo, de menor a mayor distancia de nosotros y, a la vez, de menor a mayor antigüedad: el Sistema Solar, la Vía Láctea y el Universo en conjunto.

Sucede, por lo general, que toda estructura astronómica que contiene a otra u otras es más antigua que estas últimas; y toda estructura contenida en otra es de menor edad cósmica que la segunda. Así, la Tierra es de menor o igual edad que el Sistema Solar que la contiene; y éste es de menor o igual edad que la galaxia, Vía Láctea, que lo alberga; y la Vía Láctea es de menor o igual edad que el Universo que la contiene.

Pero esta regla aparentemente general que se da en Astronomía es justamente la contraria que suele darse en Química. Así, el suelo terrestre es de menor o igual edad que los minerales que lo integran; y los minerales son de menor o igual edad que las moléculas que los componen; y las moléculas son de menor o igual edad que los átomos que las integran; y los átomos son de menor o igual edad que los protones y electrones que los componen; y los protones y electrones son de menor o igual edad que los quarks que los integran.

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El Sistema Solar.

El Sistema Solar es un sistema planetario de la galaxia Vía Láctea que se encuentra en uno de los brazos de ésta, conocido como el Brazo de Orión. Según las últimas estimaciones, el Sistema Solar se encuentra a unos 28 mil años-luz del centro de la Vía Láctea. Está formado por una única estrella llamada Sol, que da nombre a este Sistema, más ocho planetas que orbitan alrededor de la estrella y son Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno; más un conjunto de otros cuerpos menores: planetas enanos (Plutón, Eris, Makemake, Haumea y Ceres), asteroides, satélites naturales, cometas… así como el espacio interplanetario comprendido entre ellos.

Se da generalmente como precisa la formación del Sistema Solar hace unos 4 500 millones de años, a partir de una nube de gas y de polvo que formó la estrella central y un disco circumestelar en el que, por la unión de las partículas más pequeñas, primero se habrían ido formando poco a poco partículas más grandes, posteriormente planetesimales y luego protoplanetas, hasta llegar a los actuales planetas.

La Vía Láctea.

La Vía Láctea es una galaxia espiral en la que se encuentra el Sistema Solar y, por ende, la Tierra. Según las observaciones, posee un peso de 1 012 masas solares y es una espiral barrada; con un diámetro medio de unos 100 000 años-luz. Se calcula que contiene entre 200 mil millones y 400 mil millones de estrellas. La distancia desde el Sol hasta el centro de la galaxia es de alrededor de 27 700 años-luz (8'5 kpc, es decir, el 55% del radio total galáctico). La Vía Láctea forma parte de un conjunto de unas 40 galaxias, llamado Grupo Local, y es la segunda más grande y brillante de dicho grupo, tras la Galaxia de Andrómeda.

Nicolás Dauphas, de la Universidad de Chicago, ha perfeccionado la exactitud del reloj cósmico comparando el tiempo de desintegración de dos elementos radiactivos de larga vida, el uranio238 y el torio-232. Según el nuevo método de Dauphas, la edad de la Vía Láctea es de aproximadamente 14 500 millones de años, con un margen de error de unos 2 000 millones de años.

Esa edad concuerda con la estimación generalizada de 12 200 millones de años, fruto de valoraciones hechas por métodos previamente existentes. Parece claro, pues, que nuestra galaxia es casi tan vieja como el universo mismo.

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El hallazgo de Dauphas verifica lo que ya se sospechaba, a pesar de los inconvenientes de los métodos de estimación cronológica previos: después de la Gran Explosión, o Big Bang, no se necesitó mucho tiempo para que se formaran estructuras grandes, incluyendo nuestra galaxia, la Vía Láctea.

Los griegos de la antigüedad identificaron a simple vista esta formación galáctica, en el cielo nocturno, aunque evidentemente no sospechaban siquiera de qué clase de estructura se trataba. Su mitología cuenta que el dios griego Zeus, que era infiel a su esposa, tuvo un hijo llamado Heracles (Hércules, para los romanos) de su unión con Alcmena. Al enterarse, Hera hizo que Alcmena llevara en el vientre a Heracles por 10 meses, y trató de deshacerse de éste mandando dos serpientes para que mataran al bebé cuando tenía ocho meses. Sin embargo, Heracles pudo librarse fácilmente de ellas estrangulándolas con sus pequeñas manos. Heracles resultó ser el favorito de Zeus. Sin embargo, el Oráculo decía que Heracles sólo sería un héroe, puesto que era mortal. Para ser un dios inmortal debía mamar de Hera. Una vez que la "historia" llega hasta este punto, las versiones son distintas. Una de ellas dice que Hermes, el mensajero de los dioses, puso a Heracles en el seno de Hera, mientras ella dormía, para que mamara la leche divina pero, al despertar y darse cuenta, lo separó bruscamente y se derramó la leche, formando la Vía Láctea. Otra dice que Atenea, la diosa de la sabiduría, convenció a Hera de que Heracles mamara de ella, ya que era un niño muy hermoso, pero resulta que Heracles succionó la leche con tal violencia que lastimó a Hera, haciéndola derramar la leche.

Esto significa que los griegos podían ver a simple vista una parte de la Vía Láctea, por lo que también Moisés y sus ancestros debieron hacer lo mismo. En consecuencia, cabe afirmar que los cielos a los que se refiere el Génesis, capítulo 1, versículo 1, también incluyen a nuestra galaxia.

El universo.

El Sol, la estrella respecto de la cual gira nuestro planeta, es uno de los más de 100 000 millones de soles que constituyen nuestra galaxia, una galaxia espiral llamada por nosotros La Vía Láctea. La Vía Láctea, a su vez, está constituyendo, junto con otras galaxias, un cúmulo denominado Grupo Local. El Grupo Local comprende unas 27 galaxias.

Las galaxias son grandes agrupaciones de estrellas en un universo en expansión, que tienden a agruparse y a estructurarse en racimos o cúmulos de galaxias, de los que el grupo local es uno de los más pequeños.

El cúmulo de galaxias más próximo al Grupo Local es el llamado Cúmulo de Virgo, que comprende varios miles de galaxias. Ambos cúmulos forman parte de una estructura mayor que se conoce como Supercúmulo Local (un cúmulo de cúmulos). Parece ser que los supercúmulos tienden a tener estructuras alargadas y estrechas, como si fueran tablas, y que estas estructuras pueden prolongarse a lo largo de varias decenas de Mpc (1 Mpc = 3'26 millones de años luz). La más conocida de todas estas grandes estructuras es la llamada Gran Muralla, que tiene unos 225 Mpc de largo por unos 80 de alto, pero sólo unos 10 Mpc de ancho.

Si se observa una imagen mapeada con gran número de galaxias puede entenderse que estas estructuras casi planas es la norma, pues el universo a gran escala parece una especie de espuma de jabón donde existen enormes vacíos o burbujas cuyas "paredes" son precisamente estas grandes estructuras de supercúmulos de galaxias.

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Para la astrofísica actual, el Universo es la totalidad del espacio y del tiempo, de todas las formas de la materia, la energía y el impulso, las leyes y constantes físicas que las gobiernan. Sin embargo, el término universo puede ser utilizado en sentidos contextuales ligeramente diferentes, para referirse a conceptos como el cosmos, el mundo o la naturaleza.

Observaciones astronómicas indican que el Universo tiene una edad de unos 15 mil millones de años y por lo menos 93 mil millones de años luz de extensión. El evento que se cree que dio inicio al Universo se denomina Big Bang (gran explosión). En aquel instante toda la materia y la energía del universo observable parece ser que estaba concentrada en un punto de pequeñez y densidad infinitas (la nada, desde el punto de vista material al que estamos acostumbrados; pero no la nada absoluta o inexistencia). Después del Big Bang, el universo comenzó a expandirse para llegar a su condición actual, y lo continúa haciendo.

Debido a que, según teoría de la relatividad especial, la materia no puede moverse a una velocidad superior a la velocidad de la luz, puede parecer paradójico que dos objetos del universo puedan haberse separado 93 mil millones de años luz en un tiempo de únicamente 15 mil millones de años; sin embargo, esta separación no entra en conflicto con la teoría de la relatividad general, ya que ésta sólo afecta al movimiento en el espacio, pero no al espacio mismo, que puede extenderse a un ritmo superior, no limitado por la velocidad de la luz. Por lo tanto, dos galaxias pueden separarse una de la otra más rápidamente que la velocidad de la luz si es el espacio entre ellas el que se dilata.

Mediciones sobre la distribución espacial y el desplazamiento hacia el rojo (redshift) de galaxias distantes, la radiación cósmica de fondo de microondas y los porcentajes relativos de los elementos químicos más ligeros apoyan la teoría de la expansión del espacio y, más en general, la teoría del Big Bang, que propone que el espacio en sí se creó a partir de la nada (en sentido físico, no absoluto) en un momento específico en el pasado.

Observaciones recientes han demostrado que esta expansión se está acelerando, y que la mayor parte de la materia y la energía en el universo es fundamentalmente diferente de la observada en la Tierra, y no es directamente observable (materia oscura y energía oscura). La imprecisión de las observaciones actuales ha limitado las predicciones sobre el destino final del Universo.

Los experimentos sugieren que el Universo se ha regido por las mismas leyes físicas, constantes a lo largo de su extensión e historia. La fuerza dominante en distancias cósmicas es la gravedad, y la relatividad general es actualmente la teoría más exacta en describirla. Las otras tres fuerzas fundamentales, y las partículas en las que actúan, son descritas por el Modelo Estándar. El Universo tiene por lo menos tres dimensiones del espacio y una de tiempo, aunque experimentalmente no se pueden descartar dimensiones adicionales muy pequeñas. El espacio-tiempo parece estar conectado de forma sencilla y sin problemas, y el espacio tiene una curvatura media muy pequeña, de manera que la geometría euclidiana es, como norma general, exacta en todo el universo.

La ciencia modeliza el universo como un sistema cerrado que contiene energía y materia adscritas al espacio-tiempo y que se rige fundamentalmente por principios causales. Basándose en observaciones del universo observable, los físicos intentan describir el continuo del espacio-tiempo en que nos encontramos, junto con toda la materia y energía existentes en él. Su estudio, en las mayores escalas, es el objeto de la Cosmología, disciplina basada en la astronomía y la física, en la cual se describen todos los aspectos de este universo con sus fenómenos.

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La teoría actualmente más aceptada sobre la formación del Universo, dada por el belga Lemaître, es el modelo del Big Bang, que describe la expansión del espacio-tiempo a partir de una singularidad espaciotemporal, es decir, un punto infinitesimal (cuasi nulo) de densidad infinita. El Universo experimentó un rápido periodo de inflación cósmica que arrasó con todas las irregularidades iniciales. A partir de entonces el Universo se expandió y se convirtió en estable, más frío y menos denso. Las variaciones menores en la distribución de la masa dieron como resultado la segregación fractal en porciones que se encuentran en el universo actual como cúmulos de galaxias.

Comparando burdamente el universo actual con un globo elástico que se hincha soplándole, diríamos que su inflación (expansión del universo) ocurre evidentemente a partir de las paredes de dicho globo, ya que su interior está vacío (lleno de aire en el ejemplo, pero vacío en la realidad). Pues bien, en el grosor de dichas paredes es donde encontramos una formación de burbujas, como ya se dijo anteriormente, cuyas paredes a su vez (las de las burbujas) están formadas por supercúmulos galácticos.

Ahora bien, suponiendo que el universo que conocemos tenga 15 mil millones de años de existencia, surge la pregunta: ¿Qué había antes? Pues desde el punto de vista del Génesis, y de otras Escrituras Sagradas, ahí no empezó todo. Al menos existía el Creador, y seguramente, además, el lugar santo de habitación de Él, a saber: la morada del Eterno (los "cielos espirituales").

Conclusión.

Según lo expuesto en este artículo y de una manera aproximativa, basándonos en los actuales conocimientos de la Ciencia, podemos decir que el Comienzo o Principio mencionado en el capítulo 1 del Génesis, versículo primero, es una franja de tiempo que va desde -15 mil millones de años (comienzo del universo que nos alberga o Big Bang) hasta -180 millones de años (antigüedad del suelo oceánico). Pero esta franja es conjetural y puede acortarse o expandirse, según los nuevos descubrimientos. Además, la antigüedad del suelo oceánico difiere de la del suelo continental, por lo que el límite inferior de -180 millones de años podría acercarse a los -3 800 millones de años (antigüedad del suelo continental).

Al margen de estos datos cronométricos, tanto desde el punto de vista del Génesis como desde el punto de vista de la Ciencia hubo un comienzo o principio para "los cielos y la tierra" contemplados por Moisés y sus ancestros. Y esto nos lleva a la siguiente cuestión: ¿Qué fuente de información superior o sobrehumana utilizó Moisés?

 

 

Autor:

Jesús Castro