Cuentos de hadas de Jacob y Whilhelm Grimm (volumen II)
Enviado por Ing.+ Licdo. Yunior Andrés Castillo Silverio
051-El Ladrón Maestro
Un día un anciano y su esposa estaban sentados en el frente de su casa miserable descansando un rato de su trabajo. De repente un carro espléndido con cuatro caballos negros vino llegando, y un hombre lujosamente vestido se bajó de él. El campesino se levantó, fue hacia el gran hombre, y le preguntó qué quería, y de qué modo él podría ayudarle. El forastero estiró su mano al anciano, y dijo, "quiero solamente disfrutar por una vez de un plato campesino: cocíneme algunas patatas, al modo que usted siempre las hace, y luego me sentaré en su mesa y las comeré con placer."
El campesino sonrió y dijo, "Usted es un conde o un príncipe, o quizás hasta un duque; los señores nobles a menudo tienen tales fantasías, pero usted tendrá su deseo." La esposa entró en la cocina, y comenzó a lavar y frotar las patatas, y hacerlas en pelotas, a como acostumbran los campesinos. Mientras ella estaba ocupada de este trabajo, el anciano dijo al forastero, "Venga a mi jardín conmigo un rato, pues tengo todavía algo para hacer allí." Él había excavado algunos agujeros en el jardín, y ahora quería plantar algunos árboles en ellos.
¿"No tienen ustedes hijos?," preguntó el forastero, "quienes podrían ayudarles con su trabajo." "No," contestó el campesino, "yo tenía a un hijo, es cierto, pero hace mucho tiempo que él salió de aquí. Él era hábil, minucioso e inteligente, pero nunca aprendió ningún oficio y conocía muchos malos trucos, hasta que por fin él se alejó de mí yéndose a recorrer mundo, y desde entonces no he oído nada de él."
El anciano tomó un árbol joven, lo puso en un agujero, colocó una estaca al lado de él, y cuando había movido con la pala alguna tierra y la había pisoteado firmemente, ató el tallo del árbol a la estaca, abajo, y al medio, con una cuerda.
¿"Pero dígame," dijo el forastero, "por qué usted no ata aquel árbol anudado y torcido, que está en la esquina allí, inclinado hacia la tierra, a un poste, para que también pueda ponerse erecto, como éstos?"
El anciano sonrió y dijo, "Señor, usted habla según su conocimiento, es fácil ver que usted no es familiar con la horticultura. Aquel árbol allí es viejo y deforme, nadie puede hacerlo enderezar ahora. Los árboles deben ser formados mientras son jóvenes." "Así es como estaba con su hijo," dijo el forastero, "si usted lo hubiera entrenado mientras él era todavía joven, él no se habría escapado; ahora él también debe haberse puesto difícil y deforme."
"Realmente ya hace mucho tiempo que él se marchó," contestó el anciano, "él debe haber cambiado. " "¿Lo conocería usted otra vez si él viniera acá?" preguntó el forastero. "Apenas por su cara," contestó el campesino, "pero él tiene una señal única, una marca de nacimiento en su hombro, que parece a una alubia." Cuando él lo terminó de decir, el forastero se quitó su abrigo, expuso su hombro, y mostró al campesino la alubia. ¡"Dios bueno! ¡" gritó el anciano, "Tú eres realmente mi hijo!" y el amor por su hijo agitó a su corazón.
¿"Pero," añadió él, "cómo puedes ser mi hijo, tú que eres un gran señor y vives en la riqueza y el lujo? ¿De qué forma has logrado hacer esto?" "Ah, padre," contestó el hijo, "el árbol joven no estuvo ligado a ningún poste y se ha puesto torcido, ahora es demasiado viejo, nunca será erecto otra vez. ¿Cómo he conseguido todo esto? Me he hecho un ladrón, pero no te alarmes, soy un ladrón-maestro. Para mí no hay ni cerraduras, ni cerrojos, lo que yo desee es mío. No te imagines que robo como un vulgar ladrón, sólo tomo un poco de la superfluidad del rico.
La gente pobre está segura, yo prefiero darles que tomar algo de ellos. Todo aquello que pudiera obtener sin problema, astucia y destreza nunca lo toco. ""Ay, mi hijo," dijo el padre, "esto todavía no me complace a mí, un ladrón es todavía un ladrón, te digo que esto se terminará mal." Él lo llevó a donde su madre, y cuando ella oyó que era su hijo, lloró de alegría, pero cuando él le dijo que se había hecho un ladrón-maestro, dos lágrimas fluyeron abajo sobre su rostro. Con mucho detalle ella dijo, "incluso si él se ha hecho un ladrón, él es todavía mi hijo, y mis ojos lo han contemplado una vez más." Ellos se sentaron a la mesa, y otra vez él comió con sus padres el humilde alimento que no había comido por tanto tiempo. El padre dijo, "Si nuestro patrón, el conde de allá arriba en el castillo, sabe de tus artes y sabe cuales son tus negocios, él no te tomará en sus brazos para balancearte en ellos como cuando lo hizo en la fuente bautismal, sino que lo hará para balancearte de un cabestro."
"Tranquilo, padre, él no me hará daño, yo sé como tratarlo. Iré donde él este mismo día." Al final de la tarde, el ladrón-maestro se asentó en su carro, y lo condujo al castillo. El conde lo recibió cortésmente, ya que él lo tomó por un hombre distinguido. Cuando sin embargo, el forastero se presentó tal como realmente era, el conde se puso pálido y estuvo completamente silencioso durante algún tiempo. Al rato, con mucho detalle él le dijo, "eres mi ahijado, y tomando eso en cuenta, te tendré piedad a la hora de hacer justicia, y te trataré con poca severidad. Puesto que te enorgulleces de ser un ladrón-maestro, pondré tu arte a prueba, pero si no pasas la prueba, debes casarte con la hija del fabricante de cuerdas, y el graznido del cuervo deberá ser la única música para esa ocasión."
"Señor Conde," contestó el ladrón-maestro, "Piense tres cosas, tan difíciles como usted quiera, y si no realizo sus tareas, haga conmigo lo que usted desee." El conde reflexionó durante algunos minutos, y luego dijo, "Bien. Entonces, en primer lugar, robarás el caballo que guardo para mi propia equitación, sacándolo del establo; seguidamente, deberás robar las sábanas que están debajo de los cuerpos de mi esposa y míos cuando estamos dormidos, sin que nos demos cuenta de ello, más el anillo de bodas de mi esposa también; y en tercer lugar y finalmente, deberás poner lejos de la iglesia, al cura y al oficinista. Anota bien lo que he dicho, pues tu vida futura depende de ello."
El ladrón-maestro fue a la ciudad más cercana; allí él le compró la ropa a una vieja mujer campesina, y se la puso. Se manchó su cara marrón, y se pintó arrugas también, de modo que nadie pudiera haberlo reconocido. Entonces él llenó un pequeño barril con viejo vino de Hungría, y al cual le fue mezclado una bebida poderosa para dormir. Él puso el barril en una cesta, la echó a su espalda, y se dirigió con pasos lentos y tambaleantes al castillo del conde. Ya estaba oscuro cuando él llegó. Se sentó en una piedra en el patio y comenzó a toser, como una anciana asmática, y a frotar sus manos como si tuviera frío. Delante de la puerta del estable algunos soldados estaban alrededor de un fuego; y uno de ellos observó a la mujer, y la llamó, "Venga más cerca, vieja madre, y caliéntese al lado de nosotros. Después de todo, no tienes ninguna cama para la noche, y debes tomar lo primero que se te presente."
"La anciana se tambaleó hasta ellos, y les pidió que levantaran la cesta de su espalda, y se sentó al lado de ellos junto al fuego. ¿"Qué llevas en ese pequeño barril, vieja señora?" preguntó uno de los guardianes. "Un muy buen vino," contestó ella. "Vivo del comercio, y por dinero y palabras justas estoy completamente lista a darle un trago." "Entonces tomémoslo," dijo el soldado, y cuando él lo hubo probado dijo, "Cuando el vino está bueno, me gusta repetirlo," y se sirvió otro para él, y el resto siguió su ejemplo.
"¡Hola, compañeros!," gritó uno de ellos a aquellos que estaban en dentro del establo, "aquí está una buena anciana quién tiene un vino que es tan viejo como ella misma; tomen un trago que les calentará sus estómagos mucho mejor que nuestro fuego." La anciana llevó su barril al establo. Uno de los soldados se había asentado en el caballo de equitación ensillado, el otro sostuvo su brida en su mano, un tercero había puesto el asimiento de su cola. Ella les sirvió tanto como ellos quisieron hasta que se vació el barril. Pasó poco tiempo antes de que la brida se cayó de la mano del que la sostenía, y cayendo al suelo comenzó a roncar. El otro soltó el asimiento de la cola, se acostó y roncó todavía más alto.
Y el que estaba sentado en la silla, permaneció realmente sentado, pero dobló su cabeza abajo casi al cuello del caballo, y durmió y sopló con su boca como el fuelle de una forja. Los soldados de a fuera habían estado dormidos ya desde hace rato, y yacían en la tierra inmóviles, como muertos. Cuándo el ladrón-maestro vio que había tenido éxito, le dio al primero una cuerda en su mano en vez de la brida, y al otro quién había estado sosteniendo la cola, una brizna de paja, pero ¿ qué debía hacer con el que se sentaba en el caballo? Él no quiso lanzarlo abajo, ya que podría despertarlo y hacerlo pronunciar un grito.
Entonces tuvo una idea buena, desabrochó los amarres de la silla, ató a la silla fuertemente un par de cuerdas que colgaban de un anillo en la pared, y preparó al jinete durmiente en el aire, y enroscó con fuerza la cuerda alrededor de unos postes. Pronto soltó al caballo de la cadena, pero si él hubiera montado al caballo sobre el pavimento pedregoso del patio, se habría oído el ruido en el castillo. Entonces forró los cascos del caballo en viejos harapos, lo condujo con cuidado, saltó sobre él, y galopó lejos.
Cuando despuntó el día, el maestro galopó al castillo sobre el caballo robado. El conde acababa de despertar, y miraba fuera de la ventana. ¡"Buenos días, Señor Conde," le gritó él, "aquí está el caballo, que saqué sin daño del establo! Sólo mire como maravillosamente sus soldados yacen allí durmiendo; y si usted gusta ir al establo, verá cuan cómodos están sus cuidadores." El conde no podía menos que reírse, entonces él dijo, "Por una vez lo has logrado, pero no irá así de bien la segunda vez, y te advierto que si vienes a mi como un ladrón, no dudaré de tratarte como lo hago con un ladrón."
Cuando la condesa se acostó esa noche, ella cerró fuertemente su mano con el anillo de bodas, y el conde dijo, "Todas las puertas están cerradas con llave y asegurado el cerrojo, me mantendré despierto y esperaré al ladrón, pero si él entra por la ventana, le pegaré un tiro." El ladrón-maestro, sin embargo, fue en la oscuridad a la horca, descolgó a un pobre ajusticiado que colgaba allí abajo del cabestro, y lo llevó en su espalda al castillo. Una vez allí puso una escala hasta el dormitorio, se echó el cadáver sobre sus hombros, y comenzó a subir. Cuando ya estuvo tan alto que la cabeza del muerto se asomaba en la ventana, el conde, quién miraba desde su cama, le disparó, e inmediatamente el maestro dejó al muerto caerse, y se escondió él mismo en una esquina.
La noche estaba suficientemente iluminada por la luna, con lo que el maestro podía ver claramente como el conde salió por la ventana a la escala, bajó, llevó el cadáver al jardín, y comenzó a excavar un agujero para ponerlo. "Ahora", pensaba el ladrón, "el momento oportuno ha llegado," salió con agilidad de su esquina, y subió la escala directamente al dormitorio de la condesa. "Querida esposa," comenzó él imitando la voz del conde, "el ladrón está muerto, pero, después de todo, él es mi ahijado, y ha sido más un artista del escape que un bandido. No lo pondré en vergüenza pública; además, lo siento por los padres.
Lo sepultaré yo mismo antes del amanecer, en el jardín de modo que nadie lo sepa, dame la sábana y envolveré el cuerpo en ella, y lo sepultaré como un perro entierra las cosas rasguñando. "La condesa le dio la sábana. "Te digo que," siguió el ladrón, "tengo un ataque de magnanimidad en mí, dame el anillo también, pues el infeliz hombre arriesgó su vida para ello, así que puede llevarlo con él a su tumba." Ella no contradijo al conde, y aunque lo hiciera de mala gana ella se quitó el anillo de su dedo, y se lo dio. El ladrón se largó lejos con ambas cosas, y llegó a casa sin peligro antes de que el conde en el jardín hubiera terminado su trabajo del entierro.
Qué cara tan larga puso el conde cuando el maestro vino a la mañana siguiente, y le trajo la sábana y el anillo. ¿"Eres un mago?" dijo él, "¿Quién te ha sacado de la tumba en la cual yo mismo te puse, y te trajo a la vida otra vez?" "Usted no me sepultó," dijo el ladrón, "pero sí al ajusticiado en la horca," y él le dijo exactamente como todo había pasado, y obligó a que el conde le reconociera que él era un ladrón inteligente, mañoso. "Pero aún no has llegado al final," añadió él, "tienes todavía que realizar la tercera tarea, y si no tienes éxito, todo habrá sido inútil." El maestro sonrió y no devolvió ninguna respuesta.
Cuando llegó la noche él salió con un gran saco en su espalda, un bulto bajo sus brazos, y una linterna en su mano y se dirigió a la iglesia de pueblo. En el saco él tenía algunos cangrejos, y en el bulto candelas cortas. Se sentó en el cementerio que estaba contiguo a la iglesia, sacó un cangrejo, y le pegó una candela en su espalda. Entonces él encendió la candela, puso el cangrejo sobre la tierra, y lo dejó arrastrarse. Él tomó un segundo cangrejo del saco, y lo trató del mismo modo, y así hasta que el último estuviera fuera del saco. En ese momento él se puso una ropa negra larga que parecía la capucha de un monje, y se pegó una barba gris en su barbilla. Cuando por fin él estuvo completamente irreconocible, tomó el saco en el cual los cangrejos habían estado, entró a la iglesia, y subió al púlpito.
El reloj en la torre daba las doce; y cuándo el último golpe había sonado, él gritó con una voz fuerte y penetrante, "¡Despierten, hombres pecadores, el final de todas las cosas ha llegado! ¡El último día está aquí! ¡Despierten! ¡Despierten! ¡ Quienquiera desee ir al cielo conmigo debe meterse en el saco. Soy Pedro, que abre y cierra la puerta de cielo. Contemplen como la muerte allí en el cementerio deambula recogiendo huesos! ¡Vengan, vengan, y agrúpense en el saco! ¡El mundo está a punto de ser destruido!" El grito resonó por el pueblo entero.
El cura y el oficinista que vivían más cerca de la iglesia, lo oyeron primero, y cuando vieron las luces que se movían en el cementerio, se dieron cuenta de que algo extraño sucedía, y entraron a la iglesia. Ellos escucharon el sermón un rato, y luego el oficinista dio un codazo al cura y le dijo, "no estaría mal si debiéramos aprovechar la oportunidad juntos, y antes del amanecer del último día, encontrar un modo fácil de llegar al cielo." "Para decir verdad," contestó el cura, "es lo que yo mismo he estado pensando, y si te sientes preparado, nos pondremos camino." "Sí", contestó el oficinista, "pero usted, el pastor, tiene la precedencia, yo le seguiré."
Entonces el cura fue adelante, y subió al púlpito donde el maestro abrió su saco. El cura entró sigilosamente de primero, y luego el oficinista. El maestro inmediatamente amarró el saco fuertemente, lo agarró al medio, y los arrastró gradas abajo del púlpito. Y siempre que las cabezas de los dos tontos chocaban contra las gradas, él gritaba "vamos por las montañas." Y así los llevó a través del pueblo del mismo modo, y cuando pasaban por charcos, él gritaba "Ahora pasamos por nubes mojadas." Y cuando por fin llegaron a las gradas del castillo, él gritó, "¡Ahora estamos en las gradas del cielo, y pronto estaremos en el tribunal externo!" Cuándo llegaron arriba, empujó el saco en el palomar, y cuando las palomas revolotearon sobre ellos, él dijo, "Escuche que alegre están los ángeles, y como ellos agitan sus alas!" Entonces echó el cerrojo sobre la puerta, y se marchó.
A la mañana siguiente el maestro fue donde el conde, y le dijo que ya había realizado la tercera tarea también, y había sacado al cura y al oficinista de la iglesia. ¿"Dónde los abandonaste?" preguntó el señor. "Ellos yacen arriba en un saco en el palomar, y se imaginan que están en el cielo." El conde subió él mismo, y se convenció que el maestro había dicho la verdad. Una vez que hubo librado al cura y al oficinista de su cautiverio, él dijo, "Eres un ladrón-maestro pleno de arte, y has ganado la apuesta. Por esta ocasión has salvado tu piel, pero abandona mi tierra, ya que si alguna vez vuelves a poner pie en ella, correrías el riesgo de ir a la horca." El ladrón-maestro se despidió de sus padres, y una vez más partió hacia el amplio mundo, y nadie volvió a oír de él desde entonces.
Enseñanza:
Por más arte que se ponga en la ejecución de un delito, nunca dejará de ser incorrecto.
052-Las Novias a Prueba
Había una vez un pastor joven que deseaba mucho casarse, y conoció a tres hermanas que eran todos igualmente bonitas, de modo que le era muy difícil a él hacer una opción, y no podía decidir dar la preferencia a cualquiera de ellas.
Entonces él pidió a su madre el consejo, y ella le dijo,
-"Invita a las tres a casa, sírveles un poco de queso y observa como cada una de ellas lo comen."-
El joven lo hizo así, y llegado el día; la primera ingirió el queso con todo y la corteza.
La segunda cortó tan de prisa la corteza del queso, que dejó mucho queso bueno pegado, y lo tiró a la basura.
La tercera peló la corteza con cuidado, y no cortó, ni mucho, ni demasiado poco, aprovechando el máximo del queso.
El pastor contó todo esto a su madre, quien dijo,
-"Toma a la tercera para ser tu esposa."-
El pastor la seleccionó, y vivió felizmente con ella.
053-El Viejo Sultán
Un agricultor una vez tenía un perro fiel llamado Sultán, que había envejecido y perdido todos sus dientes, de modo que ya no podía sostener nada firmemente. Un día el agricultor estaba de pie con su esposa en la puerta de la casa, y le dijo,
-"Mañana tengo la intención de pegar un tiro al Viejo Sultán, ya que no sirve para nada."-
Su esposa, que sintió compasión para la bestia fiel, contestó,
-"Él nos ha servido por tanto tiempo, y sido tan fiel, que bien podríamos conservarlo."
-"¡Eh! ¿qué?"- dijo el hombre. -"No lo has analizado bien. Él no tiene un solo diente en su boca, y ningún ladrón le tiene miedo; por lo que podemos deshacernos de él. Si él nos ha servido, ya ha tenido buena alimentación y buen trato por ello."
El pobre perro, quién yacía estirado en el sol no muy lejos, había oído todo, y sintió tristeza de que mañana debía ser su último día. Él tenía a un buen amigo, el lobo, y salió sigilosamente a buscarlo por la tarde al bosque, y se quejó ante él del destino que le esperaba.
-"Escúchame, amigo,"- dijo el lobo, -"levanta tu ánimo, te ayudaré con tu problema. He pensado en algo. Mañana, al amanecer, tu patrón va con su esposa a recoger el heno, y ellos llevarán a su pequeño niño con ellos, ya que nadie queda en la casa. Ellos suelen, durante el tiempo de trabajo, poner al niño bajo el seto en la sombra; y tú te pones allí también, justo como si desearas cuidarlo. Entonces saldré de entre los arbustos y me llevaré al niño. Tú te precipitas rápidamente detrás de mí, como si estuvieras tratando de agarrarme. Yo dejaré caer al niño, y tú lo recogerás y lo llevarás de nuevo a sus padres, que pensarán que lo has salvado, y quedarán demasiado agradecidos para hacerte daño; al contrario, te pondrán muy en alto, y ellos nunca pensarán en maltratarte de nuevo."-
El plan complació el perro, y fue realizado como se planeó. El padre gritó cuando vio al lobo correr por el campo con su niño, pero cuando el Viejo Sultán lo devolvió, entonces se llenó de alegría, y lo acarició y le dijo,
-"No se le hará daño ni a un pelo tuyo, comerás de mi pan libremente mientras vivas."-
Y a su esposa le dijo,
-"Vete a casa inmediatamente y hazle al Viejo Sultán una sopa de pan que él no tenga que morder, y tráele la almohada de mi cama, que se la daré para que repose sobre ella."-
De aquí en adelante el viejo Sultán estuvo de lo mejor que él podía desear estar.
Poco después el lobo lo visitó, y estuvo contento de que todo había tenido tan buen éxito.
-"Pero oye amigo,"- dijo el lobo, -"guíñame un ojo cuando haya una posibilidad de llevarme a una de las ovejas gordas de tu patrón."-
– "No pienses así,"- contestó el perro; -"yo permaneceré fiel a mi patrón; por lo que no puedo estar de acuerdo con eso."-
El lobo, que pensó que esto no podía ser dicho de veras, vino arrastrándose sigilosamente por la noche para llevarse a las ovejas. Pero el agricultor, a quien el Sultán fiel había dicho el plan del lobo, lo agarró y abatió su cuerpo fuertemente con el látigo. El lobo tuvo que huir, pero le lanzó un grito al perro,
-"Espera un poco, sinvergüenza, vas a pagar por esto."
A la mañana siguiente el lobo envió a un jabalí para desafiar al perro a entrar en el bosque de modo que ellos pudieran dilucidar el asunto.
El Viejo Sultán no podría encontrar nadie que lo apoyara en ese momento, excepto un gato con sólo tres patas, y cuando ellos salieron juntos, el pobre gato cojeaba a lo largo del camino, y al mismo tiempo estiraba su cola en el aire con dolor.
El lobo y el jabalí estaban ya sobre el terreno designado, pero cuando vieron a su adversario venir, pensaron que traía un sable con él, ya que confundieron la cola extendida del gato con eso. Y cuando la pobre bestia saltaba en sus tres piernas, ellos sólo podrían pensar que recogía una piedra para lanzarla contra ellos. Entonces estaban ambos llenos de miedo; y el jabalí se arrastró bajo un tronco, y el lobo saltó subiéndose a un árbol.
El perro y el gato, cuando llegaron al sitio, se preguntaron por qué no había nadie a la vista. El jabalí, sin embargo, no había sido capaz de esconderse totalmente; y una de sus orejas todavía podía ser vista. Mientras el gato miraba con cuidado a su alrededor, el jabalí movió su oreja; y el gato, que pensó que era un ratón que se movía, brincó sobre ella y la mordió con fuerza. El jabalí hizo un ruido temeroso y se escapó, gritando,
-"¡El culpable está arriba en el árbol."-
El perro y el gato buscaron y encontraron al lobo, quien estaba avergonzado de haberse mostrado tan tímido, pidió disculpas y renovó su amistad con el perro.
Enseñanza:
La mútua, honesta y sincera fidelidad entre servidor y patrón, siempre provee magníficos y sanos frutos para ambos.
054-Pobreza y Humildad llevan al Cielo
Había una vez el hijo de un rey que salió a recorrer mundo, y estaba lleno de pensamientos y de tristeza. Él miraba al cielo, que era tan maravillosamente puro y azul. Entonces suspiró, y dijo,
-"¡Qué bien estaría todo si uno estuviera allá arriba en el cielo!"-
Entonces vio a un hombre pobre y canoso que venía por el camino hacia él, y le preguntó,
-"¿Cómo puedo llegar al cielo?"-
El hombre contestó,
-"Con pobreza y humildad. Póngase mi ropa harapienta, deambule por el mundo durante siete años, y llegue a conocer cómo es la miseria, no tome ningún dinero, pero si llega a sentirse hambriento, pida a corazones compasivos un poco del pan; de esta manera tendrá a su alcance el cielo."
Entonces el hijo del Rey se quitó su magnífico abrigo, y se puso en su lugar la ropa del mendigo, y salió a recorrer el amplio mundo, sufriendo gran miseria. Él tomaba muy poco alimento, casi nada, pero rezaba al Señor para que lo llevara a su cielo. Cuando habían terminado los siete años, volvió al palacio de su padre, pero nadie lo reconoció. Él dijo a los criados,
-"Vayan y digan a mis padres que he vuelto otra vez."-
Pero los criados no le creyeron, y se rieron y lo abandonaron dejándolo de pie allí mismo.
Entonces dijo,
-"Vayan y le dicen a mis hermanos que pueden bajar, ya que me mucho me gustaría verlos otra vez."
Los criados no harían eso tampoco, pero al fin uno de ellos fue, y le dijo a los hijos del rey su mensaje, pero éstos no lo creyeron, y no se preocuparon por ello. Entonces él escribió una carta a su madre, y describió toda su miseria, pero él no le dijo que era su hijo. De este modo, compadeciéndose la reina, le otorgó un lugar bajo la escalera, y ordenó a dos criados darle alimento diariamente.
Pero uno de ellos era malévolo y se dijo,
-"¿Por qué debería el mendigo tener buen alimento?"-
y en vez de dárselo, se lo dejaba para él mismo, o lo daba a los perros, y le daba al débil y desgastado mendigo solamente agua; el otro criado, sin embargo, era honesto, y entregaba al mendigo lo que le era enviado. Era poco, pero con aquello podía vivir un rato, y todo el tiempo él era completamente paciente, pero se puso continuamente más débil.
Como sin embargo, su enfermedad aumentó, él deseó recibir el último sacramento. En la misa, cuando el cáliz estaba siendo elevado y bajado, todas las campanas en la ciudad y vecindad comenzaron a sonar. Después de la misa el sacerdote fue a ver al hombre pobre bajo la escalera, y allí ya estaba muerto. En una mano él tenía una rosa, en la otra un lirio, y al lado de él estaba un papel en el cual describía su historia.
Cuando él fue sepultado, una rosa creció en un lado de su tumba, y un lirio en el otro.
Cuando se persigue un objetivo con total firmeza, no hay barrera que detenga su propósito.
055-El Músico Maravilloso
Había una vez un maravilloso músico, que andaba completamente solo por un bosque y pensaba en montones de cosas, y cuando ya no tuvo en que más pensar, se dijo a sí mismo,
-"El tiempo y la soledad comienzan a pasar pesadamente conmigo aquí en el bosque, necesitaré hacerme de una buena compañía para mí."-
Entonces él tomó su violín de su espalda, y lo empezó a tocar de modo que resonara por entre los árboles. No pasó mucho rato antes de que un lobo viniera trotando por la espesura hacia él.
-"¡Ah, aquí viene un lobo! ¡Él no es de mi complacencia!"- dijo el músico.
Pero el lobo vino más cerca y le dijo,
-"Ah, querido músico, qué maravillosamente tocas. Me gustaría aprender a hacerlo yo también."-
-"Eso se aprende rápido,"- contestó el músico, -"solamente debes de hacer todo lo que yo te pida."-
– "¡Ah, músico!"- dijo el lobo, -"te obedeceré como un alumno obedece a su maestro."-
El músico lo pidió que lo siguiera, y cuando ya habían caminado parte del camino juntos, llegaron a un viejo roble que estaba hueco por dentro, y partido al medio.
-"Mira,"- dijo el músico, -"si vas a aprender a tocar violín, pon las patas delanteras en esta grieta."-
El lobo obedeció, pero el músico rápidamente recogió una piedra y con un rápido golpe acuñó sus dos patas tan firmemente que el lobo quedó obligado a quedarse allí preso.
-"Permanece allí hasta que yo vuelva,"- dijo el músico, y se alejó por el camino.
Al cabo de un rato, otra vez se dijo él mismo,
-"El tiempo y la soledad comienzan a pasar pesadamente conmigo aquí en el bosque, atraeré aquí a otro compañero,"- y tomó su violín y otra vez lo tocó en el bosque.
No pasó mayor tiempo antes de que un zorro viniera caminando entre los árboles hacia él.
-"¡Ah, está llegando un zorro!" dijo el músico. -"¡Tampoco lo deseo de compañero!"-
El zorro se le acercó y le dijo,
-"¡Ah, querido músico! ¡En que forma maravillosa tocas ese violín! Me gustaría aprender a hacerlo yo también."-
-"Eso se aprende rápido,"- contestó el músico, -"solamente debes de hacer todo lo que yo te pida."-
- "¡Ah, músico!"- dijo el zorro, -"te obedeceré como un alumno obedece a su maestro."-
-"Sígueme,"- dijo el músico."-
Y cuando ya habían andado una parte del camino, llegaron a un angosto sendero, con arbustos altos a ambos lados. Allí el músico se paró, y de un lado inclinó un joven arbusto color de avellana hacia la tierra, y lo sostuvo poniéndole su pie por encima, y del otro lado también inclinó un árbol joven, y dijo,
-"Ahora zorrito, si vas a aprender a tocar violín, dame la pata izquierda delantera."
El zorro obedeció, y el músico sujetó su pata a la rama izquierda. -"Ahora zorrito,"- dijo él, -"me alcanzas tu pata derecha",- y la ató a la rama derecha.
Cuando el músico había examinado que ambas patas del zorro estaban bien sujetas, soltó las ramas de sus pies y los arbustos se enderezaron de nuevo, dejando al pobre zorro suspendido en el aire.
-"Espera aquí hasta que yo vuelva otra vez,"- dijo el músico, y siguió su camino.
Al cabo de un rato, otra vez se dijo él mismo,
-"El tiempo y la soledad comienzan a pasar pesadamente conmigo aquí en el bosque, así que atraeré aquí a otro compañero,"- y tomó su violín y otra vez lo tocó en el bosque.
Entonces una pequeña liebre vino saltando hacia él. –
-"¿Por qué viene una liebre?,"- dijo el músico, -"no la quiero."-
-"¡Ah, querido músico! ¡Qué manera tan maravillosa de tocar ese violín! Me gustaría aprender a hacerlo yo también,"- le dijo la liebre.
-"Eso se aprende rápido,"- contestó el músico, -"solamente debes de hacer todo lo que yo te pida."-
- "¡Ah, músico!"- respondió la liebre, -"te obedeceré como un alumno obedece a su maestro."-
-"Sígueme,"- dijo el músico."-
Y así siguieron una parte del camino juntos hasta que llegaron a un espacio abierto en el bosque, donde había un árbol de álamo. El músico ató una cuerda larga alrededor del cuello de la pequeña liebre y el otro final lo sujetó al árbol.
-"¡Ahora, rápidamente, liebrecita, gira veinte veces alrededor del árbol!"- gritó el músico.
La pequeña liebre obedeció, y cuando ya había girado las veinte veces, la cuerda se había enroscado totalmente alrededor del tronco del árbol, y la pequeña liebre quedó atrapada. Y la dejó que se moviera lo que quisiera, pero eso sólo hizo que se le maltratara su sensible cuello.
-"Espérame aquí hasta que yo vuelva,"- dijo el músico, y se fue por el camino.
El lobo, mientras tanto, había empujado, tirado y mordido la piedra, y había trabajado con empeño y por tanto tiempo que logró poner sus pies en libertad y los sacó de la hendidura del tronco. Lleno de cólera y rabia se apresuró a ir detrás del músico para tratar de despedazarlo.
Cuándo el zorro vio al lobo correr, comenzó a lamentarse, y gritó con toda su fuerza,
-"Lobo hermano, ven en mi ayuda, que el músico me ha engañado!"-
El lobo dobló hacia abajo el pequeño árbol y mordió la cuerda, liberando así al zorro quien fue con él para tomar parte en la venganza contra el músico.
En seguida encontraron a la liebre atada, a quien igualmente ellos liberaron, y luego todos juntos fueron a buscar al traidor.
El músico había tocado una vez más su violín más adelante en su camino, y esta vez había sido más afortunado. El sonido alcanzó los oídos de un pobre leñador, que al instante, sin pensarlo dos veces, dejó su trabajo y vino con su hacha bajo el brazo para escuchar la música.
– "Por fin viene el compañero adecuado,"- dijo el músico, – "ya que yo buscaba a un ser humano, y no a una bestia salvaje."-
Y él comenzó a tocar tan maravillosamente y deliciosamente que el pobre hombre estuvo de pie allí como encantado, y su corazón saltaba con alegría.
Y mientras él estaba así de pie, el lobo, el zorro, y la liebre llegaron, y él vio muy bien que ellos traían alguna mala intención. Entonces levantó su hacha brillante y se colocó delante del músico, como queriendo decir,
-"¡A quienquiera que busque tocarlo, le advierto, tendrá que vérselas conmigo!"-
Entonces las bestias se aterrorizaron y retrocedieron corriendo hacia el bosque. El músico, sin embargo, tocó una vez más al hombre en agradecimiento, y luego siguió adelante su camino.
Enseñanza:
Nunca deben de traicionarse las promesas hechas, como hizo el músico con los animalitos. Lo correcto es ser sincero y decir francamente si no se está en capacidad de dar o hacer algo, pero jamás, jamás, ofrecer falsamente y luego incumplir o causar daño.
056-La Novia Clara y La Oscura
Una mujer estaba con su hija y su hijastra cortando el forraje en un terreno, cuando el Señor Dios se les acercó en la forma de un hombre pobre, y les preguntó,
-"¿Cuál es el camino hacia el pueblo?"-
– "Si usted quiere saber,"- dijo groseramente la madre, -"búsquelo usted mismo."-
Y la hija añadió,
-"Si usted teme no encontrarlo, busque un guía que lo lleve."-
Pero la hijastra dijo,
-"Pobre hombre, yo lo llevaré, venga conmigo."-
Entonces Dios se molestó con la madre y su hija, y les volvió la espalda, y pidió que su piel se les pusiera tan oscura como la noche, y además que tomaran una horrible apariencia. Con respecto a la hijastra, sin embargo, Dios fue cortés y siguió con ella, y cuando estaban cerca del pueblo, ofreció una bendición para ella diciendo,
-"Elige tres cosas para ti, y te las concederé."-
Entonces dijo la doncella,
-"Me gustaría ser tan hermosa y clara como el sol y agradable como el día."-
y al instante ella quedó hermosa y clara como el sol y agradable como el día.
-"Luego me gustaría tener un monedero de dinero que nunca se quede vacío."-
Y el Señor se lo concedió también, y además le dijo,
-"No olvides lo que es el mejor deseo de todos."-
Y dijo ella,
-"Para mi tercer deseo, quiero que después de mi muerte, habite en el reino eterno del Cielo."-
Esto también le fue concedido, y luego el Señor Dios se retiró. Cuando la madrastra vino a la casa con su hija, y vieron que ellas dos ahora estaban tan oscuras como la noche y con sus apariencias muy feas, pero que la hijastra tenía radiante claridad y hermosura, la maldad aumentó todavía más en sus corazones, y no pensaron en nada más, sino en como podrían ellas hacerle algún daño.
La hijastra, sin embargo, tenía un hermano llamado Reginer, a quien ella quería mucho, y ella le contó todo lo que había pasado. Un día, Reginer le dijo,
-"Querida hermana, haré un retrato tuyo, para poder tenerte continuamente antes mis ojos, ya que mi fraternal amor por ti es tan grande, que me gustaría siempre poder mirarte."-
Ella contestó,
-"Pero te pido por favor, que no dejes a nadie ver el cuadro."-
Entonces él pintó a su hermana y colgó el cuadro en su cuarto. Él, moraba en el palacio del Rey, ya que era su cochero.
Cada día él se quedaba un rato de pie frente al cuadro, y agradecía a Dios por la felicidad de tener una tan querida hermana. Ahora resulta que el rey, a quien él servía, acababa de perder a su esposa, quien había sido tan hermosa que no podía encontrarse a nadie que pudiera compararse con ella, y por este motivo el rey estaba con una profunda pena. Los asistentes de la corte, sin embargo, comentaban que el cochero se paraba diariamente frente a este cuadro hermoso, y como eso los ponía celosos, le informaron al rey.
Entonces el rey ordenó que le trajeran el cuadro, y cuando él vio lo parecida que era a su finada esposa en todo sentido, salvo que era todavía más hermosa, cayó mortalmente enamorado de ella. Él hizo que el cochero fuera traído a su presencia, y le preguntó a quién representaba el retrato.
El cochero dijo que era su hermana, y entonces el rey resolvió que no tomaría a nadie, sino a esta muchacha, como su esposa, y le dio al cochero un carro y caballos y ropas espléndidas de tela de oro, y lo envió adelante para que trajera a su novia elegida.
Cuándo Reginer llegó en esa diligencia, su hermana se alegró, pero la doncella oscura estaba celosa de la fortuna de su hermanastra, y se puso enojada sin control alguno, y le dijo a su madre,
-"¿De que sirven todas tus artes para nosotras ahora, si no puedes conseguir ni siquiera un golpe de suerte para mí?"-
-"Tranquila,"- dijo la madre, -"pronto te daré algo."-
Y por sus artes de brujería, ella entorpeció los ojos del cochero dejándolo medio ciego, y a la doncella blanca le obstaculizó los oídos, de modo que quedara medio sorda.
Entonces entraron en el carro, primero la novia blanca en su indumentaria real noble, y luego la madrastra con su hija, y Reginer sentado al frente listo para conducir.
Después de recorrer el camino durante algún tiempo, el cochero gritó,"Cúbrete bien, mi hermana querida,Que la lluvia no te moje,Que el viento no te cargue de polvo,Pues debes estar agraciada y hermosaCuando te presentes ante el rey. "
La novia preguntó,
-"¿Qué dice mi querido hermano?"-
-"Ah,"- dijo la anciana, -"él dice que debes quitarte tu vestido de oro y darlo a tu hermana." Entonces ella se lo quitó, y lo puso sobre la doncella oscura, quien a cambio le dio su lamentable vestido gris.Siguieron adelante, y un corto tiempo después, el hermano otra vez gritó,
"Cúbrete bien, mi hermana querida,Que la lluvia no te moje,Que el viento no te cargue de polvo,Pues debes estar agraciada y hermosaCuando te presentes ante el rey. "
La novia preguntó,
-"¿Qué dice mi querido hermano?"-
-"Ah,"- dijo la anciana, -"él dice que debes de quitarte la capucha de oro y darla a tu hermana."-
Entonces ella se quitó la capucha y la puso sobre su hermana, y se sentó con su cabeza descubierta. Y siguieron aún más lejos. Al ratito, el hermano una vez más gritó,
"Cúbrete bien, mi hermana querida,Que la lluvia no te moje,Que el viento no te cargue de polvo,Pues debes estar agraciada y hermosaCuando te presentes ante el rey. "
La novia preguntó,
-"¿Qué dice mi querido hermano?"-
-"Ah,"- dijo la anciana, -"él dice que debes de mirar hacia afuera del carro."-
Página siguiente |