A pesar de la incorporación del Alto Perú al movimiento, es oportuno destacar que la facción de Julián Apasa, alias Túpac Catari, se mantuvo relativamente supeditada al control de la facción cuzqueña. Cuando Miguel Bastidas tuvo noticias de las atribuciones que pretendía asignarse Túpac Catari dentro del movimiento, declaró que "Diego Túpac Amaru se indignó inmediatamente por haberse impuesto Apasa el título de virrey y lo reprendió contestándole que no le correspondía esa dignidad, sino únicamente el grado de coronel, por sus cometimientos y haber servido en congregar a los indios disponiéndolos sobre las armas".
Es decir, el eje político cuzqueño que conformaban los Túpac Amaru pasó en un principio a ejercer control sobre las provincias aymaras, provocando una pasiva resistencia. Esta tácita sujeción pudo deberse a que en términos político-étnicos en el movimiento tupacamarista se reprodujo el control quechua que a través del Inca se ejercía tradicionalmente sobre las provincias aymaras del Collao.
Sin embargo, para garantizarse una alianza que permitiera la expansión del movimiento hacia la región altoperuana, fue necesario renegociar la posición de Túpac Catari dentro de la estructura de la dirigencia. Como resultado de ello se le hizo posteriormente al jefe aymara la concesión de darle el trato de gobernador, "con muchos fueros y prerrogativas", y ponerlo al mando de las provincias rebeldes aymaras altoperuanas.
Es probable que para tomar esta determinación los Túpac Amaru sopesaran varios factores tales como el manejo que Apasa tenía de la lengua aymara, su conocimiento del terreno y los contactos que éste hubiera establecido previamente. Más aun teniendo en cuenta que Túpac Catari era un indio comerciante y, por ende, contaba con una gran movilidad geográfica.
En un trabajo previo, que analizaba los mecanismos utilizados en la organización interna de la rebelión de Tinta, apuntábamos la importancia que a nuestro entender jugó el factor parentesco en el hecho de que ciertas provincias del sur andino fueron más permeables que otras a la propagación del movimiento.
Tal era el caso de la provincia de Quispicanchis, donde varios parientes de José Gabriel se hallaban establecidos y envueltos en la empresa de arrieraje que el cacique dirigía. Si bien Tinta era una provincia clave en términos de la circulación y comercio de mercancías, Quispicanchis era neurálgica en términos de la producción textil y coquera cuzqueña. Sus numerosos obrajes y plantaciones de coca la hacían indudablemente atractiva, llegando a abastecer con envíos de productos inclusive al Alto Perú.
No resulta pues demasiado sorprendente que cuatro de los seis arrieros juzgados en el Cuzco fueran parientes cercanos de José Gabriel, dos de los cuales residían en Quispicanchis. Inclusive uno de ellos, Francisco Túpac Amaru, declaró cubrir normalmente la ruta Cuzco-Potosí. Es decir José Gabriel Túpac Amaru, conocido como el "cacique arriero", preservaba y reforzaba a través de su empresa familiar de arrieraje, sus lazos de parentesco.
Esto demuestra que la estructura económica andina, montada en términos de "familia extendida", es decir, incluyendo no sólo la unidad doméstica familiar sino también a primos, tíos, cuñados, etc. operó efectivamente en la esfera política de organización del movimiento. José Gabriel demostró ser un hombre "rico" en término andinos, pues había logrado tejer una extensa red de lazos familiares, que trascendía su provincia de origen, vinculándolo con Quispicanchis y Azángaro. Su "ayllu" como linaje de referencia demostró estar vivo, latente y ser efectivo en el momento que necesitó recurrir a él para montar la rebelión.
En esta oportunidad quisiéramos plantear que consideramos que fue también el factor parentesco el que contribuyó no sólo a la organización – sino también a garantizar la permanencia de la dirigencia rebelde y por ende la continuidad del movimiento, a pesar de la eliminación temprana del líder José Gabriel Túpac Amaru.
Inclusive, los clérigos que apoyaron el movimiento en más de una ocasión estuvieron vinculados por los lazos de compadrazgo que conllevaba el haber bautizado a los hijos de los líderes rebeldes, o por el trato familiar que implicaba el hecho de ser párrocos de la misma comunidad o localidad donde residían los principales inculpados.
En el juicio que siguió a la rebelión de Tinta, Francisco Túpac Amaru declaró que Antonio López de Sosa, cura de Pampamarca (de donde José Gabriel era cacique), "con motivo de leer a presencia del rebelde los papeles e instrumentos que tenía el confesante de sus antepasados… le decía no podía estar ultrajado de corregidores y que a lo menos le correspondía ser marqués". (La idea de tomarme el trabajo de transcribir todo el texto es para que puedas acceder al material de estudio de manera gratuita, hacé el esfuerzo y seguí la cadena: topbirra[arroba]yahoo.com.ar) Debido a este incidente, posteriormente, Patricio Noguera expresó que el cura de Pampamarca tenía la culpa de todo y debía ser castigado.
A su vez en una de sus cartas Areche haría notar que el cura de Pampamarca "era compadre del rebelde, de íntima amistad y favor con él". Por su parte Boleslao Lewin al referirse a la participación en el movimiento de don Antonio Valdés, cura párroco de Tinta, indicará que hubo sospechas de que dicho clérigo fue redactor de algunos de los manifiestos. Efectivamente, la Curia cuzqueña mantenía un previo conflicto de jurisdicción con al corregidor Antonio de Arriaga, quien fue excomulgado en el mes de julio de 1780 y muerto por los rebeldes en noviembre del mismo año. Quizás estos antagonismos fueran capitalizados por el movimiento, e incidieran en el hecho de que muchos de los comunicados de los rebeldes estuvieran "plagados de citas bíblicas".
En el caso de la segunda fase del movimiento, la relación con el clero fue también cercana y su influencia sobre los rebeldes, notable. Diego Quespi el mayor, uno de los jefes más distinguidos declaró que "un mil setecientos pesos entregó a su compadre don Pedro Dorado, que servía de cura en el pueblo de Hilavaia… Que todo lo entregó al dicho eclesiástico y de veinte mulas que igualmente puso en su poder, se quedó con la correspondiente minuta". De la evidencia se puede inferir que el bajo clero o clero parroquial de las localidades de donde procedían los rebeldes ejerció influencia sobre los alzados, en la medida en que indudablemente existía un flujo de confianza entre el cura de indios y sus parroquianos, más aun en las ocasiones que esta relación se veía sellada por lazos de compadrazgo.
No sólo los mecanismos utilizados para organizar la dirigencia y reclutar gente para las filas rebeldes fueron comunes a la primera y la segunda fase del movimiento. Hubo también puntos de coincidencia entre la actividad económica que realizaban los Túpac Amaru por un lado, y Túpac Catari por otro. Como señaláramos previamente, no sólo José Gabriel, sino la mayoría de los miembros de la familia Túpac Amaru, se hallaba vinculada a una empresa de arrieraje que unía el Bajo con el Alto Perú. Juan Túpac Amaru declaró ser chacarero y arriero. Francisco Noguera y Pedro Mendigure se describieron como arrieros. Francisco Túpac Amaru, además de mayordomo de hacienda, declaró ser arriero de la ruta Cuzco-Potosi.
En el caso particular de Túpac Catari, si bien éste era un indio tributario de Sicasica, y no un cacique de linaje capaz de contar con 35 piaras de mulas (como era el caso de José Gabriel), en el juicio que se le abrió en Las Peñas declaró "ser viajero de coca y bayetas". Esta descripción puede interpretarse como la de un pequeño comerciante o transportista de coca y textiles, lo cual evidentemente le imprimía una gran movilidad geográfica, facilitándole contactos con los mercados del sur andino, además de vincularlo a la producción agraria y obrajera regional.
En este sentido discrepamos con la hipótesis que sugiere que Catari puede enmarcarse rígidamente dentro de la categoría de indio del común, obviándose las características intrínsecas de su actividad económica, que además posteriormente se perfilaron en la organización interna del movimiento.
A nuestro entender, Apasa fue un indio comerciante envuelto en los sistemas de arrieraje regionales, y no el tradicional indio del común, generalmente adscrito a la tierra y sin contacto con los mercados. Apasa estuvo en capacidad de montar eficientemente un negocio clandestino de coca y vino, con el fin de sustentar económicamente el movimiento, como veremos más adelante. Lo que por ahora nos interesa es señalar que tanto los Túpac Amaru como Túpac Catari estuvieron vinculados en una u otra forma a una actividad económica común: la arriería y las rutas comerciales del sur andino.
Si tenemos en cuenta la numerosa presencia de arrieros, comerciantes o "viajeros" dentro de la dirigencia de ambas rebeliones, sobre todo manejándose en cargos de importancia como el de escribanos y administradores, podemos entender que la subida del impuesto de la alcabala del 4 al 6% y la creación de las aduanas, pudo haber resultado perniciosa para ellos. Más aun, considerando que las relaciones comerciales entre el Bajo y el Alto Perú parecen haber quedado más recortadas de lo que normalmente se ha asumido, cuando en 1776 el Alto Perú fue incorporado al recientemente constituido virreinato del Río de la Plata.
Es por lo tanto probable que el factor coyuntural constituido por las aduanas y la alcabala, explique la presencia significativa no sólo de arrieros, sino también de chacareros ricos (campesinos acomodados), comerciantes medios, mineros y artesanos, que tanto en el Bajo como en el Alto Perú se vieron envueltos dentro de la dirigencia del movimiento. Es decir, lo que podríamos denominar las capas medias de la sociedad colonial.
Ya Szeminiski, a pesar de no aludir directamente a la presencia de arrieros y mineros entre la dirigencia del movimiento, había acertadamente señalado que: ".la gran mayoría de los jefes de la rebelión eran pequeños propietarios de la tierra, pequeños comerciantes, funcionarios inferiores de la administración, escribanos, administradores en las haciendas, auxiliares de iglesias… y artesanos. La rebelión fue organizada por gentes de la clase media. Esta hipótesis queda reforzada luego de analizar la composición social de la dirigencia del movimiento, a partir de los juicios a que fueron sometidos sus principales involucrados.
El impacto que pudo causar la alcabala en las capas medias de la sociedad colonial no pasó desapercibido para el visitador Areche, quien en una de sus tantas cartas oficiales haría notar que "los que han introducido en los papeles de las quejas a las aduanas, no han sido propiamente los indios, sino personas de otra clase y de otra jerarquía".
Sin embargo, las masas campesinas, a diferencia de la dirigencia, tenían otras expectativas en el movimiento. En el caso particular de la rebelión cuzqueña, José Gabriel Túpac Amaru ofreció en Lampa abolir "repartos y otras gabelas" (¿la alcabala?), pero no se pronunció en relación a extinguir los tributos.
Esto provocó airados reclamos entre los pobladores quienes expresaron que "si se notificaba a los indios que habían de pagar tributos, mejor les estaría pagárselo al Rey de España… bien que al poco rato se sosegó todo y el declarante oyó decir que también los tributos quedaban quitados". Si tenemos en cuenta que las provincias del sur andino contaban con el porcentaje más significativo de población indígena en términos globales del virreinato, la reivindicación de abolir el tributo era por demás coherente y justa.
El el Alto Perú, el fin que persiguieron los campesinos indígenas de Sicasica, Omasuyos y Pacajes, todas provincias sometidas al envío anual de una cuota de mitayos, fue la supresión de la mita" de Potosí. Miguel Bastidas señaló que los indios de Potosí acudieron a Andrés Túpac Amaru, para pedirle comisiones "para exaltar el levantamiento en aquellos lugares".
Parece que en un principio el programa de los Túpac Amaru se redujo a agitar la abolición de las aduanas, gabelas y repartos, manteniéndose vigente el pago de tributos y la regular asistencia a la mita de Potosí. A pesar de ello, ante la necesidad de ganar a las masas indígenas para el movimiento, el programa inicial tuvo que sufrir alteraciones, con el fin de responder a las expectativas e intereses del campesinado indígena, cuya presencia era imprescindible dentro de las filas rebeldes. En ese sentido para Julián Apasa fue evidente que "a los últimos de la sedición estaban asimismo a quitar la mita de Potosí …".
Es interesante comprobar que, de acuerdo a la extracción social de los participantes y a su actividad económica, la posición de éstos frente al movimiento y a los objetivos que el mismo perseguía, variará sustancialmente. Por ejemplo, mientras para Diego Estaca (segunda persona de Songo, Larecaja) el movimiento tenía por finalidad la extinción de corregidores y aduanas "por haberse excedido en la exacción rigurosa de sus contribuciones", para el esclavo Gregorio Gonzáles "el fin de haberse sublevado fue por no ir a Potosí a la mita, ni pagar más repartimientos, estancos y aduanas". El orden de prioridades varió en uno y otro caso.
La numerosa presencia de mestizos dentro de la dirigencia fue explicada no sólo porque su actividad económica se viera amenazada (en su calidad de arrieros, comerciantes o artesanos), sino también porque su status de mestizos fue cuestionado al plantear las reformas borbónicas la posibilidad de que tributaran al igual que los indios. El virrey Jáuregui observó que, en los mestizos que se incorporaron al ejército tupacamarista, jugó un papel importante el hecho de haber creído "que se trataba de obligarlos a pagar tributos". Lo cierto es que las reformas tributarias proyectadas por los Borbones con el establecimiento de las aduanas, el incremento de la alcabala y las revisitas que precedieron la ampliación del tributo a mestizos y mulatos, envolvieron de una y otra forma a los diferentes estamentos de la sociedad colonial. En este sentido constituyeron la ideal plataforma de lucha y de alianzas que llevó a formar un incipiente frente de indios, mestizos, mulatos y criollos, canalizado por el movimiento tupacamarista.
Si bien el factor parentesco y la neurálgica presencia de arrieros dentro del movimiento pueden haber sido elementos comunes, en el caso de la rebelión de los Túpac Amaru y de las de Túpac Catari hubo mecanismos dentro de la: organización interna del movimiento en que discreparon notoriamente, poniéndose en evidencia la diferente extracción social de ambos dirigentes.
En el juicio abierto en el Cuzco a los reos de la primera fase se transmite la imagen de una cierta verticalidad política por parte de José Gabriel Túpac Amaru, que se pone de manifiesto en su política de cambiar caciques en las provincias sometidas. La evidencia señala que Túpac Amaru efectivamente siguió la política de cambiar caciques y otras autoridades indígenas, cuando éstas rehusaban seguir sus órdenes.
Roque Surco fue por ejemplo el indio que eligió Túpac Amaru para sustituir a Miguel Zamalloa, como cacique de Sicuani. Inclusive las autoridades españolas consideraban que una provincia o villa estaba bajo el control de Túpac Amaru, cuando éste había llevado a cabo cambios entre los justicias mayores locales.
Si bien esta actitud pudo estar en acorde con el tradicional rigor político impuesto por el Inca a sus vasallos, en algunas ocasiones provocó protestas y rechazo. En Umachiri, Túpac Amaru pretendió poner un nuevo cacique pero "se le resistió la gente alegando que no querían otro cacique sino el suyo legítimo… de quien no habían recibido daño alguno". Al comprobar más adelante los indios que a pesar de su pedido, su cacique había sido despojado del cargo, se regresaron a Umachiri "dejando a dicho Túpac Amaru en la pampa del pueblo de Lampa en sus toldos".
En el caso de Túpac Catari la elección de dirigentes no fue impuesta desde arriba, sino que dimanó de las comunidades. Ello puede haber sido resultado de que, al pertenecer el cacique Túpac Amaru a la elite indígena, estuvo en capacidad de solicitar apoyo político y ayuda material de los caciques vecinos, quienes contribuyeron con hombres y abastecimiento para el movimiento. La evidencia señala que en Tungasuca, ordenó José Gabriel a la gente que se había congregado que "fueron a sus pueblos y volviesen a los ocho días bien armados con sus garrotes y hondas y bien aviados, para cuyo efecto escribió a los caciques de los respectivos pueblos".
En contraposición Túpac Catari se vió obligado a recurrir a las comunidades en busca de respaldo, propiciando para ello la elección de autoridades comunales que se encargarían de socorrerlo. El indio de Larecaja Diego Estaca, en su confesión, declaró que "fue aclamado por el común de indios de su pueblo para cacique". A su vez Francisco Mamani-, natural de Azángaro y residente en Omasuyos, expresó que "fue aclamado por los sublevados, comisionado de Nicolás Apasa, hermano del rebelde Julián Catari, y nominado oidor por los indios de su comunidad para reclutar gente de guerra a los combates que hacían en ésta ciudad; siendo nombrado después alcalde mayor, que lo eligió Miguel Bastidas".
Podemos establecer entonces que mientras José Gabriel Túpac Amaru estuvo en posición de contar con la solidaridad de los caciques que se aliaron a la rebelión, la cual se materializó en el suministro de gente y víveres, a Túpac Catari sólo le quedó la alternativa de recurrir a las comunidades para este efecto.
Sin embargo, luego de iniciada la rebelión cuzqueña, el flujo de provisiones se hizo irregular, obligando a los insurrectos a ocupar por la fuerza las propiedades de los corregidores y las haciendas y obrajes aledaños., expropiando sus productos para garantizarse el abastecimiento del ejército rebelde. En Lampa, por ejemplo, José Gabriel ordenó extraer toda la ropa y los granos almacenados en la casa del corregidor y "mandándola llevar a la plaza repartió a todos sus soldados… lo que también hicieron con la harina y el chuño".
En este sentido, Apasa se valió de su experiencia como comerciante para organizar un tráfico clandestino de coca y vino, que no sólo contribuyó a abastecer a las tropas altoperuanas, sino que también sirvió para financiar el movimiento.
Con este fin expropió las haciendas de coca de los españoles y vecinos de La Paz "teniendo destinados capitanes para el cuidado de las haciendas con la obligación de remitirle el fruto de la coca y el dinero procedido de su venta". Evidencia complementaría señala que en principio la coca era repartida entre los indios del ejército altoperuano, y posteriormente el excedente vendido. De acuerdo a las declaraciones, se llegó a obtener en dicha transacción una remesa de 13.000 pesos, que fueron remitidos a Túpac Catari.
Es por lo tanto oportuno tener en cuenta que Apasa se cuidó de no destruir la infraestructura de las haciendas que embargó, y más bien sacó provecho de ellas, en beneficio del movimiento. En Chulumani, la principal provincia coquera altoperuana, numerosos españoles fueron muertos en el enfrentamiento bélico "pero las poblaciones, casas y cocales se mantienen en ser".
La evidencia parece indicar que Catari utilizó sus redes de parentesco no sólo para nuclear gente para su ejército, sino también para facilitarse el financiamiento del movimiento. Su tío Nicolás Apasa pudo haber constituido una importante pieza en el negocio coquero, mientras su hermana Gregoria Apasa aceptó que a ella se le había asignado la tarea de almacenar y cuidar el vino que extraían de la hacienda de Guaricana y "servía al uso de su hermano, al de los fusileros y el resto lo vendía".
Pero no sólo a nivel del aprovisionamiento material y del financiamiento del movimiento se dieron marcadas diferencias entre la primera y la segunda fase de la lucha.
En términos de la composición social de los asesores de ambas rebeliones, también se presentaron interesantes contrastes. En el caso de la rebelión del Cuzco, el juicio a los reos de la misma indicó la presencia de criollos en importantes cargos, quienes fueron especialmente resguardados del enfrentamiento bélico, desempeñando el papel de escribanos, administradores y armeros. Los escribanos de profesión Francisco Cisneros (español), Mariano Banda y Esteban Escarcena (criollos) se encargaban de redactar los manifiestos. Antonio Figueroa (obrajero español), del mantenimiento de las armas, y Francisco Molina (hacendado criollo del Collao), de suministrar sueldos al ejército rebelde.
En el caso de la rebelión altoperuana, la presencia de criollos dentro del movimiento (que nunca fue numéricamente significativa a pesar de actuar en la esfea de las decisiones), pareció diluirse aun más. Nicolás Macedo, el escribano arriero de Azángaro que sirvió a Miguel Bastidas, era mestizo. Mariano Tito Atauche, un estudiante mestizo de Omasuyos, fue también empleado como escribano por Bastidas. Otro mestizo, Basilio Angulo Miranda, natural de La Paz, prestó también servicios como escribano.
Scarlett O'Phelan Godoy
Garófalo Plosbalía
Introducción a la Sociología –UBA–
Cátedra Di Tella
CAPÍTULO VI (texto completo)
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |