R. Descartes, genio y figura… y lacayo fiel de la Secta Católica (página 3)
Enviado por Antonio García Ninet
Parece evidente que la princesa Elisabeth no podía dejar de ser consciente del enamoramiento que las palabras de Descartes dejaban traslucir en estas cartas, y que tal sentimiento, lejos de molestarla, le agradaba hasta el punto de que en su respuesta a esta última carta quiso ser especialmente amable manifestándole cuán necesitada estaba de su amistad, a la vez que sutilmente le señalaba los límites dentro de los cuales podía seguir recibiendo su afecto como expresión de ella. En este sentido le escribió:
"Y aunque [los médicos] hubieran sido lo bastante sabios para sospechar la parte que correspondía al alma en los desórdenes de mi cuerpo, no me habría yo sincerado con ellos. Pero con vos lo hago sin escrúpulos, en la seguridad de que el candoroso relato de mis defectos no me privará de la amistad que me profesáis, sino que la acrecentará tanto más cuanto veréis, al percataros de ellos, cuán necesitada estoy de esa amistad"[85].
Estas palabras de la princesa debieron de provocar en Descartes angustiosos sentimientos contradictorios, pues, por una parte, la princesa le hablaba de amistad, pero, por otra, al utilizar la expresión "cuán necesitada estoy…" refiriéndola a esa amistad, la frase tenía su agridulce veneno, pues, mientras es normal unir los conceptos de necesidad y amor, que es un sentimiento especialmente intenso, no lo es unir los conceptos de necesidad y amistad, que parece referirse a un sentimiento más apaciguado que el del amor y, por ello mismo en escasas ocasiones aparece asociado con la intensidad que reflejaría la expresión utilizada por la princesa "cuán necesitada estoy de esa amistad". Si un varón escribiese a otro expresándole cuán necesitado estaba de su amistad, seguramente eso sería un motivo suficiente para que el segundo se preguntase cuáles eran los auténticos sentimientos del primero. Parece, pues, que lo que la princesa le estaba diciendo a Descartes de modo tácito era que le hacía muy feliz sentirse tan querida por él, pero, de modo expreso, sólo lo mucho que necesitaba su amistad. Era su manera de mantener las distancias sin dejarlo marchar.
Como ejemplo de otro párrafo en el que de manera más explícita Descartes declara su amor por la princesa, puede verse el siguiente:
"nada me ocupa el pensamiento con más frecuencia que recordar los méritos de Vuestra Alteza y desearle tanto contento y felicidad como merece […] Pues nada hay en el mundo a lo que tanto aspire con más celosa devoción que a dar testimonio de que soy, en todo cuanto pueda, el más humilde y obediente servidor de Vuestra Alteza"[86].
Más adelante, en febrero de 1647, la princesa se despidió con unas palabras especialmente amables que calaron muy hondo en Descartes, quien le respondió con otras todavía más efusivas. En efecto, escribe la princesa:
"Le he prestado vuestros Principios [a un médico llamado Weis], y me ha prometido referirme las objeciones que tenga; si las tiene, y merecen la pena, os las enviaré para que podáis formaros un juicio de la capacidad del hombre que me ha parecido más sensato de entre los doctos de estos lugares, ya que es capaz de apreciar vuestros argumentos. Aunque no me cabe duda de que nadie lo será de estimaros más de lo que os estima vuestra muy devota amiga y servidora
ISABEL"[87].
Como puede observarse, la princesa utiliza aquí justamente ese mismo tipo de términos ("estima", "devota amiga", "servidora") que Descartes consideraba que se utilizaban cuando no era socialmente correcto mencionar la palabra "amor". Pero además la princesa llega a decirle que nadie será capaz de estimarle más que ella y esas palabras no pudieron pasar inadvertidas para la apasionada perspicacia del pensador francés, el cual, no siendo consciente de hasta qué punto las palabras de la princesa podían tener o no un sentido cercano al tipo de sentimiento que él hubiera deseado, en su carta del mes siguiente le respondió:
"Sabiendo que está Vuestra Alteza satisfecha de hallarse en el lugar en que se halla, no me atrevo a hacer votos por su regreso, por más que me cueste mucho no desearlo, y muy especialmente ahora que me encuentro en La Haya […] Mas no me iré antes de dos meses, para poder tener antes el honor de recibir los mandatos de Vuestra Alteza, que tendrán siempre más poder sobre mi persona que cualquier otra cosa en el mundo"[88].
Y, finalmente, la carta en la que se advierte el enamora-miento apasionado de Descartes de un modo que difícilmente hubiera podido ser más claro sin utilizar la fórmula ritual empleada para la expresión de tal sentimiento es la ya citada en la primera parte de este estudio, de febrero de 1649, en la que el pensador francés le expresa que viviría feliz toda su vida en cualquier lugar en el que ella estuviera:
"no hay lugar en el mundo, tan rudo y tan falto de comodidades, en el que no me considerase dichoso de pasar el resto de mis días, si Vuestra Alteza estuviera en él, y yo pudiera servirle de alguna manera"[89].
Es en verdad difícil encontrar una declaración de amor que, sin utilizar este término, sea más evidente y clara, y, por ello mismo, resulta sorprendente que sólo algunos críticos hayan aceptado que Descartes estuviera enamorado de ella, mientras que otros han opinado que se trataría de un "amor platónico", cuando lo único que tenía de "platónico" era que la princesa no tenía por él un sentimiento recíproco y por eso su relación no pudo ir más allá de aquella correspondencia escrita y de las ocasiones en que Descartes pudo extasiarse contemplándola personalmente.
Por otra parte, una declaración como ésta, tan llena de intenso sentimiento, aunque estratégicamente colocada casi al final de la carta, tiene el interés añadido de que Descartes la escribe cuando la decisión de acudir a la corte sueca la tenía ya casi tomada, y es seguro que una insinuación en sentido contra-rio por parte de la princesa Elisabeth le hubiera determinado a cambiar de planes. Por eso, cuando los críticos se preguntan por los motivos de la marcha de Descartes a la corte sueca, además de hacer referencia a sus problemas económicos y a la hostilidad que le estaban manifestando los teólogos holandeses, habría que añadir su necesidad de escapar de esta situación en la que la tristeza y el sufrimiento por no sentirse correspondido por la princesa le llevaron a intentar un cambio radical en su vida que determinó incluso que al poco tiempo tratase de desplazar sus sentimientos hacia ella por una ciega admiración hacia la reina Cristina. Pues, efectivamente, una vez en la corte sueca, sus sentimientos por la princesa se fueron enfriando, y, a partir de ese momento, al parecer con cierto despecho, en octubre de 1649 le escribió hablándole con admiración de las extraordinarias virtudes de la reina, destacando en ella además
"una dulzura de carácter y una bondad que fuerzan a todos aquéllos que tienen el honor de acercarse a ella a entregarse con devoción a su servicio"[90].
Le contó poco más adelante que, al preguntarle la reina por la princesa Elisabeth, le habló de lo que pensaba de ésta y aprovechó la ocasión para decirle que del mismo modo que no pensaba que la reina fuera a sentir celos por lo bien que le hablaba de la princesa, igualmente confiaba en que ella no sentiría celos por lo bien que le estaba hablando de la reina:
"no temí que sintiera envidia[91]alguna, de la misma forma que tengo la seguridad de que Vuestra Alteza tampoco puede sentirla porque le refiera sin rodeos lo que de esta reina opino"[92].
Parece que la intención con que escribió estas palabras pudo ser la de expresar a la princesa, aunque de forma velada, que había superado aquella dependencia afectiva tan absoluta que en los últimos tiempos había sentido por ella, pues había encontrado a otra persona cuyos méritos eran similares o tal vez superiores a los suyos. Pero, en cualquier caso, Descartes logró mantener una actitud de entereza ante la princesa, aunque cediendo un poco a la tentación de una pequeña venganza al referirse a la posibilidad de que la princesa pudiera sentir celos por la admiración que él decía sentir hacia la reina Cristina. No obstante y a pesar de la expresión de tal admiración hacia la reina, hacia el final de la carta Descartes manifiesta a la princesa:
"Bien considerado, y aunque siento la mayor veneración por Su Majestad, no creo que haya nada que pueda retenerme en este país más allá del próximo verano"[93].
Por su parte, dos meses más tarde la princesa, que se había percatado de la intención de su enamorado admirador desengañado, lo único que hizo fue dejar claro que, por supuesto, no sentía celos de ninguna clase, sintiéndose quizá molesta porque se le hubiera ocurrido tal idea. En este sentido, le dijo:
"No creáis en forma alguna que tan halagüeña descripción [de la reina Cristina] me da motivo de celos"[94],
dándole a entender con tales palabras que sus sentimientos hacia él no tenían nada que ver con el amor. Hacia el final de su carta y en referencia al comentario de Descartes acerca de su regreso de Suecia, la princesa aprovechó la ocasión para contestarle igualmente con cierta ironía:
"Creo […] que peco en contra de su servicio [a la reina] al congratularme sobremanera con la noticia de que la gran veneración que por ella sentís no os obligará a permanecer en Suecia. Si dejáis ese país este invierno, espero que lo hagáis en compañía del señor Kleist, pues así os será más fácil proporcionar la dicha de volver a veros a vuestra muy devota amiga y servidora
ISABEL"[95].
¿Qué sentido tenía esa petición de Descartes a la princesa de que no sintiera celos por su valoración tan positiva de la reina Cristina? ¿Qué sentido tenía también la aclaración de la princesa de que no sentía celos por esa descripción de las virtudes de la reina? Es evidente que un comentario de este tipo, realizado en una correspondencia entre dos personas entre las cuales sólo hubiera habido una relación de amistad, como, por ejemplo, entre Descartes y el padre Mersenne, no habría requerido la precaución de que una de ellas pidiera a la otra que no sintiera celos por las alabanzas dirigidas a una tercera persona. Una petición de esa clase habría sido realmente insólita y sorprendente, pues la referencia a los celos surge normalmente cuando el comentario positivo acerca de una tercera persona -en este caso, acerca de otra mujer– se le hace a la persona con la que existe una relación afectiva de carácter similar, como suele ser el de las relaciones amorosas entre parejas. Y ese sentimiento amoroso es el que había existido en Descartes respecto a la princesa Elisabeth, aunque sin un sentimiento recíproco por parte de ella. Ésta sentía con agrado el "amor cortés" del filósofo en cuanto éste no le exigiera a cambio un sentimiento similar, conformándose con un sentimiento de amistad mucho menos intenso y mucho más libre. Descartes debía conformarse con expresarle su amor de manera más o menos encubierta o descubierta, que pudo disfrazar hasta cierto punto como cariño de padre y maestro, y tal relación le permitía contar al menos con la amistad de la princesa. Pero ahí se encontraba el límite afectivo que ella ponía a sus relaciones con el filósofo.
Por otra parte, en la carta de respuesta de la princesa Elisabeth parece haber una burlona ironía cuando dice a Descartes: "Me siento culpable de una falta contra su servicio [a la reina] al congratularme sobremanera de que la gran veneración que por ella sentís no os obligará a permanecer en Suecia"[96]. Es decir, que lo que de manera velada parece decirle es que esa veneración hacia la reina, anteriormente manifestada por Descartes, le parecía bastante fingida, puesto que era incapaz de retenerle en la corte.
No obstante, a pesar de sus anteriores manifestaciones tan llenas de apasionado sentimiento hacia la princesa Elisabeth, se puede afirmar que Descartes concedió a la reina Cristina, al menos de manera idealizada, cuando todavía no la conocía en persona –ni conocía su lesbianismo o sus costumbres varoniles-, un afecto y una admiración similar al que había sentido por la princesa, aunque este sentimiento estuviera motivado por un espejismo momentáneo, provocado por el vacío producido en él como consecuencia de su decepción ante la falta de respuesta de la princesa a su declaración de amor, velada en apariencia, pero muy clara en realidad.
Ya se ha hablado de la debilidad que Descartes sentía hacia la "nobleza de sangre" y en este sentido parece cierto que la reina Cristina, seguramente por su pertenencia a la alta nobleza, pudo haber provocado en Descartes una admiración similar a la que le había causado la princesa Elisabeth, tal como puede verse cuando, en una carta a Chanut fechada cuatro días después de la escrita a Elisabeth hablándole de la reina Cristina y siendo Descartes casi con seguridad astutamente consciente de que Chanut no tardaría mucho en mostrar esa carta a la reina, le había dicho:
"creo que esta princesa [es decir, la reina Cristina] está hecha más a imagen y semejanza de Dios que el resto de los hombres"[97].
Y justo en esa misma fecha y en relación con la carta que la reina le había escrito, le respondió de un modo exageradamente fascinado –en la forma al menos-:
"Si una carta me hubiera llegado desde el cielo, y la hubiera visto descender de las nubes, no habría estado más sorprendido, ni la habría recibido con mayor respeto y veneración de los que he sentido al recibir aquella que vuestra majestad ha consentido escribirme"[98].
Párrafos como éste son, por otra parte, una clara prueba de que no era precisamente la reina la más interesada en la visita de Descartes sino que, por el contrario, fue Descartes el interesado en acudir a ella por los motivos antes indicados.
Por otra parte, la importancia de la relación entre Descartes y la princesa Elisabeth no tuvo un carácter exclusivamente afectivo sino que fue especialmente valiosa desde el punto de vista intelectual en cuanto fue un incentivo importante que impulsó al pensador francés a tratar de profundizar en el estudio de diversas cuestiones filosóficas, como las que dieron lugar a la obra dedicada a ella, Los principios de la Filosofía, su escrito Las pasiones del alma, posteriormente ampliado para ofrecér-selo a la reina Cristina, y al tratamiento de cuestiones filosóficas y teológicas en las que la princesa mostró especial interés, como la de la unión entre el alma y el cuerpo y como la del libre albedrío, al margen de que Descartes fuera incapaz de dar una respuesta acertada acerca de tales cuestiones.
Autor:
Antonio García Ninet
Doctor en Filosofía
[1] DFL, p. 183. Escribe Watson poco más adelante, mencionando a Roverval, otro matemático famoso contemporáneo de Descartes, que “Roberval amaba los debates y despreciaba a Descartes. A su vez, Descartes no soportaba a Roberval. Cada cual era un geómetra superlativo y cada cual tenía un ego colosal” (DFL, p. 189).
[2] Carta a Mersenne, diciembre de 1637.
[3] MM, “Carta a los señores decanos”; AT IX 8. La cursiva es mía.
[4] PF, Dedicatoria a la princesa Elisabeth; AT VIII 4.
[5] Ibidem.
[6] “…il n’y a aucun phainomene en la nature, dont l’explication ait esté obmise en ce Traitté” [y] “i’ay prouué qu’il n’y a rien en tout ce monde visible, sinon les choses que j’y ay expliquées” (PF, IV, Parág. 199; Chez Michel Bobin & Nicolas Le gras, Paris, MDCLVIII). Se ha modificado la grafía con que aparece la letra “s” en la edición de 1658. La cursiva es mía.
[7] R-L, p. 131. La cursiva es mía.
[8] R-L, p. 140.
[9] R-L, p. 203. La cursiva es mía
[10] Carta de 9 de febrero de 1645; AT IV 176.
[11] AT IV 156-158.
[12] AT IX 2 20.
[13] MM, Respuestas a las quintas objeciones (citadas en adelante con las siglas “RQO”).
[14] MM. RQO.
[15] MM, RQO.
[16] MM, RQO.
[17] MM, Carta de Descartes al señor Clerselier, p. 750 (relacionada con las objeciones de Gassendi); KRK Ediciones, Oviedo, 2005.
[18] R-L, p. 230.
[19] MM, Respuestas a las terceras objeciones (citadas en adelante con las siglas “RTO”).
[20] MM, RTO.
[21] MM, RTO.
[22] Citado por F. Tönnies en su obra Hobbes, p. 52. Alianza Editorial, Madrid, 1988.
[23] Cartas a Mersenne, 18 de febrero y 4 de marzo de 1641.
[24] DM, III; AT VI 30 -31.
[25] DFL, p. 176.
[26] DFL, p. 191.
[27] Carta a Mersenne, 19 de junio de 1638.
[28] AT I 483.
[29] En su estudio acerca de “La libertad cartesiana”, Sartre se refiere a Descartes calificándolo como “hombre independiente y orgulloso”. Y acierta al llamarlo orgulloso, pero calificarlo como independiente, aunque parece correcto por lo que se refiere a sus decisiones sobre su propia vida, no lo es en relación con sus escritos si se tiene en cuenta el enorme cuidado que puso en no publicar su obra El mundo cuando se enteró de que la jerarquía católica había condenado el heliocentrismo defendido por Galileo, y si se tiene en cuenta su preocupación por evitar escribir algo que pudiera interpretarse en un sentido contrario a los dogmas católicos. También lo califica de “sabio dogmático y buen cristiano” y aquí acierta especialmente en lo de “dogmático”, y también en lo de “sabio” y en lo de “buen cristiano”, especialmente si, en cuanto “sabio”, atendemos a sus aciertos y olvidamos sus errores, y si, por “buen cristiano” se entiende un hombre que se sometió a las doctrinas de la iglesia católica, al margen de que lo hiciera por interés o por temor, pero no necesariamente por convicción.
[30] Carta a la princesa Elisabeth, La Haya, 6 de junio de 1647. La cursiva es mía.
[31] Carta a Chanut, 1 de noviembre de 1646.
[32] Descartes sentía la necesidad acuciante de escapar de la amargura que le estaban causando las duras controversias, las críticas y el rechazo que su filosofía estaba teniendo últimamente en Holanda, tanto por sus propios contenidos como especialmente por sus enfrentamientos con algunos teólogos protestantes, como Voetius, rector de la universidad de Utrecht, quien criticaba entre otras cosas que diversos aspectos de su filosofía, como el de la duda metódica, conducían al escepticismo y al ateísmo por la imposibilidad teórica de superarla. Además, su filosofía se enfrentaba con el calvinismo imperante en aquel lugar, tal como había reconocido el propio filósofo en una carta a la princesa Elisabeth en su carta del 10 de mayo de 1647.
[33] Carta a Voetius, marzo de 1643; AT VIII B 166. La cursiva es mía.
[34] DFL, p. 219.
[35] Carta a Elisabeth, 21 de mayo de 1643, AT III 663-664. La cursiva es mía.
[36] PF, Dedicatoria a la princesa Isabel; AT VIII 4: “Et cette ságesse si perfaite m’oblige à tant de vénération, que non seulement je pense lui devoir ce livre, puisqu’il traite de philosophie […], mais aussi je n’ai pas plus zèle à philosopher […] que j’en ai à être, Madame, de Votre Altesse le très humble, très obéissant et très dévot serviteur”. La cursiva es mía. Conviene tener en cuenta que cuando Descartes escribe esta dedicatoria, la princesa sólo tenía 26 años mientras que él tenía ya 48. Es de suponer que Descartes no debió de comunicar en ningún momento a la princesa su opinión, expresada al padre Vatier, acerca de la limitada capacidad intelectual de la mujer para la comprensión de las cuestiones filosóficas.
[37] Carta a Cristina de Suecia, 26 de febrero de 1649. La cursiva es mía.
[38] Carta a Mersenne, diciembre de 1640. La cursiva es mía.
[39] Carta a Voetius; AT VIII B 60, 166-168. La cursiva es mía.
[40] R-L, p. 192 y DFL, p. 228.
[41] DFL, p. 267. En relación con la situación económica de Descartes pocos días antes de su marcha a Suecia indica Watson igualmente que “era caótica y desesperada” (DFL, p. 268).
[42] R-L, p. 43.
[43] Respecto a esta cuestión Descartes había respondido de modo incoherente defendiendo ambas posturas y pasando por alto en cada caso la respuesta contraria dada en el otro. Más adelante se mostrará un análisis más detallado.
[44] DFL, p. 228.
[45] AT I 14-21.
[46] Carta a Chanut, 6 de marzo de 1646.
[47] Ibidem.
[48] Carta a Chanut, 1 de noviembre de 1646.
[49] Carta a Chanut, 1 de febrero de 1647.
[50] Ibidem.
[51] Carta a Chanut, 6 de junio de 1647. La cursiva es mía: En esa frase se observa la tendencia cartesiana a la admiración hacia aquellos personajes, como la reina y la princesa Elisabeth, cuya nobleza compensaría y superaría ampliamente su condición de mujeres, permitiéndoles alcanzar una capacidad intelectual digna de la mayor admiración, aunque también es verdad que el cálculo interesado pudo ser especialmente decisivo para su manifestación de una admiración inexistente.
[52] Carta a Cristina de Suecia, 26 de febrero de 1649.
[53] AT V 467.
[54] Carta a Cristina de Suecia, 26 de febrero de 1649.
[55] MM, Carta a los señores decanos y doctores de la sagrada facultad de teología de París; AT IX 8.
[56] DFL, p. 214.
[57] Carta a Servien, 12 de mayo de 1647.
[58] R-L, p. 220.
[59] DFL, p. 123.
[60] “En cuanto a lo que he escrito, que la indiferencia es más bien un defecto que una perfección de la libertad en nosotros, no se sigue de aquí que sea lo mismo en Dios; y, sin embargo, no sé que sea de Fide [= materia de fe] creer que es indiferente y tengo la esperanza de que el padre Gibieuf defienda bien mi causa en este punto, pues no he escrito nada que no esté de acuerdo con lo que él ha puesto en su obra De libertate (Sobre la libertad)” (Carta a Mersenne, 21 de abril de 1641; AT III 360). La cursiva es mía.
[61] AT I 281-282. La cursiva es mía.
[62] DM, VI; AT VI 60: « Or il y a maintenant trois ans que j'étais parvenu à la fin du traité […], lorsque j'appris que des personnes à qui je défère […] avaient désapprouvé une opinion de physique publiée un peu auparavant par quelque autre, de laquelle je ne veux pas dire que je fusse; mais bien que je n'y avais rien remarqué avant leur censure que je pusse imaginer être préjudiciable ni à la religion ni à l'état […] cela me fit craindre qu'il ne s'en trouvât tout de même quelqu'une entre les miennes en laquelle je me fusse mépris, nonobstant le grand soin que j'ai toujours eu». La cursiva es mía.
[63] Una exposición más detallada de esta doctrina puede encontrarse en el punto 4.2.6.
[64] Escribe Rodis-Lewis que M. LeRoy, en Descartes, le philosophe au masque, “lo integraba en la poderosa corriente libertina que se resguardaba prudentemente en la apariencia de creyente” (R-L, p. 13).
[65] PF, II, 207.
[66] MM, Carta a los señores Decanos y doctores de la facultad de Teología de la universidad de París, AT IX 4.
[67] Carta a la princesa Elisabeth de Bohemia, 18 agosto 1645.
[68] PA, art. 34. La cursiva es mía.
[69] R-L, p. 177. La cursiva es mía.
[70] Carta a Regius, enero de 1642; AT III 503 y 505.
[71] DM, V; AT VI 50: “ce mouvement que je viens d’expliquer suit aussi nécessairement de la seule disposition des organes qu’on peut voir à l’oeil […] qu’on peut connaître par expérience, que fait celui d’un horloge, de la force”. La cursiva es mía.
[72] PA, art. 15; p. 92-93. Otro ejemplo de este uso fantástico de la experiencia se encuentra en el artículo siguiente.
[73] PA, art. 10.
[74] DM, VI; AT VI 63-64. La cursiva es mía.
[75] AT I 282-283.
[76] Concretamente en el punto 3.4.
[77] Carta al padre Vatier, 22 de febrero de 1638: « ces pensées ne m’ont pas semblé être propres à mettre dans un livre, où j’ay voulu que les femmes mêmes pussent entendre quelque chose ». La cursiva es mía. Estas palabras aclaran que cuando Descartes pretende que “incluso las mujeres pudieran entender algo”, no se refiere al hecho de haber escrito el Discurso del Método en francés, como han supuesto algunos críticos, sino al hecho de no haber tratado en dicho libro de cuestiones que no fueran entendibles para las mujeres, como las de carácter teológico.
[78] Pablo de Tarso, 1 Corintios, 11, 3.
[79] Pablo de Tarso: 1 Corintios, 11, 10.
[80] Posteriormente Helena enviudó, se volvió a casar y tuvo tres hijos de su segundo marido “Helena se casó con Jan Jansz van Wel, que era originario de Egmond, y se establecieron en Egmond aan den Hoef. Antes de casarse, ambas partes presentaron un acuerdo prenupcial según el cual si una de ambas partes muriera antes de que hubiesen tenido hijos, la otra parte recobraría su aportación original junto con un extra de mil florines […] En mayo de 1644, Descartes había regresado para vivir en Egmond aan den Hoef, desde donde viajó a Leiden de camino para ir a Francia. Había esperado finalizar la publicación de los Principios antes de su marcha, pero hubo retrasos provocados por la preparación y la impresión de los diagramas. Sin embargo, había un motivo ulterior para su retraso, ya que parece que Descartes estuvo en Leiden para asistir a la boda de su antigua sirvienta. El acuerdo decía que el padre del novio (o de los novios) había estipulado una dote de 1.000 florines, que serían devueltos a la familia, si Helena muriese sin hijos. […]. Esta cláusula fue tachada en el acuerdo prenupcial, siendo esto un indicio de que una parte del dinero pudo haber sido dada por Descartes, para ayudar a Helena a casarse viviendo de manera respetable e independiente. Una interpretación similar de este complejo asunto es la de que Helena siguió a Descartes como sirvienta a Egmont en 1637, y que se alojó con los padres de Jan Jansz van Wel, cuya madre, Reyntje Jansdr había aceptado a Francine en su casa a petición de Descartes.” (Desmond M. Clarke: Descartes, a biography; p. 135-136; Cambridge University Press, New York (USA), 2006. La traducción es mía).
[81] En general los retratos que se conservan de Descartes no llaman especialmente la atención por la belleza física del filósofo. Su estatura de alrededor de 1,55 metros, según los cálculos más o menos aproximados de R. Watson, debió de ser más baja que la media de aquel momento.
[82] Carta a Elisabeth, 21 de mayo de 1643 (AT III 663-664).
[83] Carta a Chanut, 1 de febrero de 1647.
[84] Carta a Elizabeth, 18 de mayo de 1645.
[85] Carta de Elisabeth a Descartes, 24 de mayo de 1645. La cursiva es mía.
[86] Carta a Elisabeth, 21 de julio de 1645.
[87] Carta de Elisabeth a Descartes, 21 de febrero de 1647. La cursiva es mía.
[88] Carta a Elisabeth, marzo de 1647. La cursiva es mía.
[89] Carta a Elisabeth, 22 de febrero de 1649: «il n’y a point de séjour au monde, si rude ni si incommode, auquel je ne m’estimasse heureux de passer le reste de mes jours, si Votre Altesse y était, et que je fusse capable de lui rendre quelque service». Esta carta es posiblemente la más significativa como expresión de los sentimientos de Descartes por la princesa.
[90] Carta a Elisabeth, 9 de octubre de 1649.
[91] En el original: “jalousie”.
[92] Ibidem.
[93] Ibidem.
[94] Carta de Elisabeth a Descartes, 4 de diciembre de 1649: « Ne croyez pas toutefois qu’un description si avantageuse me donne matière de jalousie».
[95] Ibidem. La cursiva es mía.
[96] Carta de la princesa Elisabeth a Descartes, 4 de diciembre de 1649: « Je me sens toutefois coupable d’un crime contre son service, étant bien aise que votre extrême vénération pour elle ne vous obligera pas de demeurer en Suède ».
[97] Carta a Chanut, 26 de febrero de 1649.
[98] Carta a la reina Cristina, 26 de febrero de 1649.
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