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Construirnos como seres humanos (Vivir la vida desde el sentido del ser) (página 2)

Enviado por Ricardo Peter


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La falta de sentido no es, pues, sinónimo de una mala vida, sino de lo que es propiamente la vida. Pues, ¿cómo afirmar la vida cuando lo cierto es, como bien dice Romano Guardini, que "la vida nunca cumple"?[1].

Estamos rodeados y envueltos por una capa de misterio y otra de enigma y ambas capas generan numerosos y continuos contrastes en que todo se vuelve poco inteligible. Y si bien, es deber del hombre plasmar el sentido a pesar de las profundas capas de misterio y enigma que penetran su existencia, incluso éste deber inefable no consigue invalidar los sin-sentido y absurdos. ¿Qué tiene de extraño entonces que el hombre experimente el fracaso, la inseguridad emocional, el hastío, el engaño, la desolación, la enfermedad, la pérdida de seres queridos, incluso, la propia decadencia, como la condición de la existencia y el perfil de todas las cosas? Cabe decir que la falta de sentido se desliza en la vida por el propio peso de la vida. Por la vivencia misma de los límites inherentes e infranqueables de la vida.

De aquí que alguien pueda preguntarse: "¿Acaso huyendo de la popa a la proa es como el piloto encontrará camino de salvación cuando fluctúe entre las ondas la combativa nave"? (Saramago).

Abordemos nuestro asunto, los impedimentos para la construcción del sentido, preguntándonos inicialmente por la naturaleza del sentido, ¿qué es, dónde se localiza?

Cuando mi mundo interior pierde el vínculo o nexo con determinada circunstancia o área de mi vida, en esa circunstancia o área de mi vida, experimento una falta de sentido. Ese "nexo" es simplemente un valor nuclear de la persona que se ha estropeado. El sentido entonces está "localizado", se arraiga, en la "conexión" de la propia existencia con los valores nucleares e indivisibles de la persona (no con los valores de la personalidad). En efecto, la falta de sentido se experimenta como un divorcio o disolución entre un valor nuclear de mi mundo interior y ese acontecimiento, situación, hecho o persona. Cuando esto sucede, se deja de "sentir", de vivenciar, algún valor nuclear. El sentido no depende de la percepción, sino de la experiencia. El "vivo sin vivir en mí" de Sta. Teresa se muda entonces en una especie de vivir sin sentir que vivo. Esto es el vacío existencial.

Así que más que descubrir o salir a buscar algo, la tarea consiste en construir, realizar algo, en una determinada situación. El hombre valoriza su existencia (y en esa medida la personaliza) construyendo valores, no buscándolos. Ocuparse del sentido de la vida en esa área o en ese momento de vacío, es desempeñarse como constructor. Es "trabajarse" un valor en uno mismo. El sentido es, pues, una relación (vínculo, nexo) de conciencia con la circunstancia. Así que cuando Viktor Frankl afirma "He encontrado el significado de mi vida en ayudar a otros a encontrar en sus vidas un significado" está declarando que ha construido su propio sentido ayudando a que otros lo construyan en sus vidas. El sentido es una tarea de albañilería.

¿Qué impedimentos pueden manifestarse en esa ocasión? Las posibilidades de construir un sentido se ven afectadas por nuestra propias "carpetas" mentales. Se trata de carpetas temporales, ya rancias y obsoletas, que mantenemos vigentes en una determinada situación o relación, y que consideramos permanentes e insustituibles.

Para edificar un sentido valido en una determinada situación es necesario revisar nuestras carpetas mentales: ¿qué material ideológico (prejuicios, convencionalismos, presuposiciones, razonamientos categóricos, escrúpulos, expectativas, obsesiones, fanatismos, especulaciones, idealizaciones, convicciones dogmáticas y lecturas exclusivamente racionales) inculcado desde niños por la familia, la escuela y la sociedad, nos impide cambiar, desprendernos, modificar nuestra percepción y realizar otra lectura que nos permita recuperar la ruta de navegación, reconocer el valor de la vida a pesar de todo? ¿A qué se debe que mantengamos actualizadas carpetas mentales que fomentan el rechazo? ¿Qué teoría guardan nuestras carpetas que no nos dejan abrazar la existencia así como es: imperfecta, inacabada, inarmónica?

Mantenemos carpetas temporales cuyo contenido perjudica y estropea las posibilidades de construir valores. Carpetas que simulan valores pero que sólo nos angustian, carpetas que han dejado de ser válidas y que son sólo obstáculos para salir o superar una situación. Carpetas cuyo contenido se traduce en valoraciones de control, de dominio y de corrección de los demás. Carpetas cuyo asunto son idealizaciones y "deberías". Idealizar a las personas es una forma de engañarse y toda idealización se tiende a pagar en términos de desilusión. Y exigir que la vida embone con nuestras expectativas y "deberías" no nos proporciona buenos momentos. Aquellas carpetas que impugnan la defectuosidad y falibilidad de la vida sólo libran actitudes de resentimiento, de irritación y de mal humor ante las circunstancias.

Cuando los contenidos de las carpetas mentales dejan de ser válidas hay que eliminarlas, pues sólo ocupan un espacio cerrado a las nuevas experiencias. Las carpetas mentales que no nos hacen más compasivos y que no provocan entusiasmo por el milagro de la vida son un obstáculo para la fábrica de valores.

¿Qué teoría sujeta y aguanta nuestras carpetas mentales, suministrándoles un carácter perdurable e imborrable? En términos generales, las carpetas mentales que impiden la construcción de valores tienen en común una insana referencia del sistema mental a un ideal metafísico que no permite la construcción del valor más grande, el de la comprensión. Nos referimos al perfeccionismo. Muchas carpetas mentales están viciadas y envilecidas por el trastorno del perfeccionismo. Desde esta teoría, nuestras carpetas mentales enfrentan, leen, procesan e interpretan las circunstancias (hechos, sucesos y personas). Pero el perfeccionismo es el revés de la construcción del sentido. Es su restricción. El perfeccionismo es la verdadera imposibilidad de construir y realizar valores. Hay que decir que el perfeccionismo no sólo no es una verdadera exigencia ética, sino que es un ideal que conduce al fracaso de la construcción como seres humanos.

Una gran parte de las carpetas temporales resultan ser productos racionales. De aquí el carácter restringido a la vida de dichas carpetas, pues, la razón no solamente no "encuentra" el sentido, sino que obstaculiza la tarea de construirlo, generando una oposición al sentido (a sentirlo). La razón opone el análisis, el cálculo, la especulación, la preocupación, el juicio, debilitando de esta manera el ánimo, la comprensión, el perdón, generando procesos de desaliento, rechazo, de inconformidad con lo humano.

Desde la razón se debilitan las posibilidades de alcanzar las "enseñanzas" de todo lo que nos resulta misterioso, enigmático, absurdo (las capas que envuelven la existencia). La razón busca soluciones para los límites existenciales: el fracaso, la inseguridad emocional, el engaño, la soledad, la enfermedad, para las pérdidas y para todo lo extraño, anómalo, estrambótico, raro e irregular que forma parte constitutiva de la existencia.

Sin embargo, en la problemática que estamos abordando, el sentido primero y decisivo no atañe a la existencia, a la vida, como patrocina la Logoterapia, sino que tiene que ver con el del hecho de ser. El sentido de la vida es contingente y de segundo orden, y está subordinado al sentido del ser (sentido necesario y de primer orden), como la ruta de navegación (en nuestra primera metáfora) está en función de la nave o como las paredes y el techo de un edificio (en nuestra segunda metáfora) están relacionados y conectados con los cimientos.

De aquí que antes de preguntarnos qué sentido tengo que construir en determinado acontecimiento, hecho o situación crítica, hay que resolver, dijimos, sobre qué plataforma, sustrato, fundamento o base debo levantar la construcción del sentido existencial.

En muchos casos de pérdida de sentido, lo que está comprometido no es el sentido de la vida, como pudiera presumirse, sino el sentido del ser, el cual viene desamparado, desconocido, impugnado o simplemente desvalorizado. Como quien dice: peligra la nave y no sólo la ruta de navegación. Se ven amenazados los cimientos, no sólo la parte externa de la construcción.

En realidad, la entera problemática del significado designa dos niveles de sentido que aunque distintos son contiguos. El primer nivel comunica con lo real, el ser: el segundo con la realidad, la existencia. El primero es de orden ontológico, el segundo es de orden existencial. El primero, el sentido del ser, no necesita ser construido ni mucho menos buscado sino amparado, tutelado, sostenido en cualquier fase de la vida. Aceptar el sentido del ser es la primera inversión ética y antropológica; el segundo, el sentido de la vida, hay que construirlo, realizarlo. Ésta es la diferencia específica entre ambos sentidos.

El hecho de que lo real, el ser, no es rigurosamente y ajustadamente la realidad de la vida, hace que el sentido del ser sea el trasfondo de la entera problemática del significado.

Sin el sentido del ser se produciría, usando una expresión de Frankl, la "ontización del ser" y, en este contexto, el sentido de la vida se debilita, se desvanece. El fluir de la vida se diluye: se nos escapa de las manos.

Pero así como la vida no coincide con la totalidad del ser, la cuestión del sentido de la vida no coincide con la totalidad de la problemática del significado. El sentido de la vida está subordinado al sentido del ser, como la existencia lo está al ser y como, a su vez, el sentido está supeditado a la orientación.

La existencia puede ser mísera, como fue la situación de los prisioneros en los campos de concentración, quedar desnuda de sentido, pero el ser no pierde su valor. Por el mero hecho de ser, está dotado de sentido, el sentido del ser, y, a su vez, surtiendo de sentido a la existencia.

Hay que advertir, a este propósito, de un peligro que amenaza fundamentalmente el sentido del ser; un peligro que amenaza la nave y los cimientos. Este peligro es el perfeccionismo. Éste último es adversario del primero. La finitud amenaza la entera problemática del significado y se coloca con anterioridad. Lo primero que surge es mi finitud, sobre la cual se asienta y yace mi ser, lo segundo, es mi relación con lo temporal, con el sentido de la vida en las travesías de la nave.

La inicial reflexión sobre el sentido arrastra en última instancia a la reflexión sobre el límite. La única verdad sustancial es la del límite. El límite es lo más firme de la realidad. La "angustia abismal" es anterior al vacío existencial.

La orientación (la nave, los cimientos) y el sentido (la ruta de navegación, la parte externa de la construcción) se pierden cuando el hombre desconoce su finitud. Desconocer los límites es también perder la inocencia. Es querer ser "como dioses". En la narración del Génesis, el perfeccionismo es el primer acto racional del hombre. El primer pecado contra su humanidad.

El sentido del ser es el de "estar siendo" y este es, en definitiva, el sentido primario y radical de la persona, pues la condición para ser, es ser insuficiente, es decir, imperfecto, limitado, defectuoso. Esto significa que el sentido de la persona es ser indigente. Y, paradójicamente, "estar siendo", este ser indigente, es también la misma condición para dejar de ser. No se puede hablar de la persona sin referirse a su indigencia. No se puede hablar de la entera problemática del significado (del sentido de la vida y del sentido del ser) sin referirse al límite.

Desde la óptica que manejamos, resulta que toda falta de sentido de la vida o sentido existencial es consecuencia, en última instancia, de un tropezón o choque con algún tipo o categoría de límite que no se acepta y contra el cual se batalla. Es decir, toda pérdida de sentido de la vida es un encontronazo con algún límite existencial.

Resulta entonces, que la entera problemática del significado (en sus niveles existencial y ontológico) está afectada por la problemática de todas las problemáticas: la del limite o para mayor precisión, la problemática específicamente antropológica de la condición finita del hombre.

Así, con la falta de sentido, se insinúa o sale a luz un nudo mayor que tiene como efecto una desorientación de la persona con respecto a su propia indigencia y a las limitaciones de todo lo que es. Ahora bien, en caso de desorientación, lo que está comprometido no es el sentido de la vida sino el sentido del ser, el cual viene desamparado, desconocido, impugnado o simplemente desvalorizado cada vez que el hombre reniega o se culpa de su falibilidad, cuando se mueve desde el umbral del ideal de la perfección.

El perfeccionismo imposibilita construirnos como seres humanos porque embarga la defectuosidad del ser. Niega la persona en la medida que desconoce su indigencia.

Sólo en la medida que me acepto soy un ser orientado, me encamino hacia mi destino con dirección: conservo la ruta y preservo la nave.

Para construir el sentido de la vida necesitamos primero orientarnos hacia nosotros mismos porque nosotros mismos somos la dirección que necesitamos para dar con un sentido. El saber donde estoy (la orientación) me permite saber a donde quiero ir (el sentido).

A la pregunta: "a todo esto, ¿qué valor debo construir?". Solidarizarnos con nosotros mismos. Este es el valor que requiere ser construido. Es así como sostenemos y soportamos el ser y la existencia. El verdadero vacío existencial, la verdadera depresión, es dejar de amarse. La salud consiste en aceptarnos y ser buenos amigos de nosotros mismos. Para construirnos como seres humanos lo primero es no fallarnos como seres humanos.

Los valores de la existencia: creativos, relacionales y actitudinales (como los descompone Frankl) deben alzarse sobre el valor nuclear de la persona: el valor de ser: la tenacidad y resistencia frente a las amenazas de la nada del endiosamiento: la no-aceptación, el rechazo, la culpa. El perfeccionismo, en otras palabras.

El hombre "siente" el valor de su existir (el sentido del ser) antes de ocuparse del sentido de su vida y mucho antes de argumentar sobre él. Posee, lo que Gabriel Marcel denomina "una comprensión prerreflexiva" de dicho valor,

Concluyendo: tanto la Logoterapia como de la Terapia de la imperfección se ocupan del mismo asunto: la cuestión del sentido. La logoterapia se ocupa del sentido de la vida en la pluralidad de sus "áreas". Aquí el sentido se describe como la "razón" o "el nexo", el "vínculo" que puede construirse en esa área o dimensión de la existencia; la Terapia de la imperfección se ocupa de la orientación y ésta puede figurarse como la aceptación, amparo y protección, de un significado "metido indisolublemente", por usar una expresión de Simone de Beauvoir, en el ser.

La humanidad está amenazada por el desenfrenado incremento de la cotización de los valores de la personalidad o valores del tener: control, éxito, apariencia, prestigio, dominio, poder, por citar algunos. Valores meramente comerciales. Sin embargo, la excesiva valoración de los valores de la personalidad por encima de los valores de la existencia y de los valores del ser, amenazan lo humano en ambos sentidos: crean vacío y desorientación.

Sin embargo, la construcción como seres humanos descansa sobre esa roca que es la relación con mi finitud. Volverse persona no es un proceso jurídico, como volverse humano no es un proceso biológico. Volverse persona es un proceso que no culmina automáticamente como, a su vez, ser persona no significa ser humano por derecho. El hombre se va construyendo como persona y la persona se va construyendo como humana en la medida que se acepta. Ser persona implica la conciencia de la propia indigencia, mientras lo humano surge de la actitud ante la propia indigencia y la indigencia de los demás.

 

 

 

 

Autor:

Dr. Ricardo Peter

Doctor en Filosofía por la Universidad Gregoriana, Roma. Training en Psicoanálisis, postgrado en Personal Counseling. Es el creador de la Terapia de la imperfección. Sus libros (13) han sido publicados en varias ediciones en España, Italia, Brasil, Argentina, México.

y www.terapiadelaimperfeccion.com

[1] Romano Guardini, Las etapas de la vida, p.104, Biblioteca Palabra, Madrid, 2002,4ª. Edición.

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