Que la Paz y la Gracia de Dios florezcan en sus corazones y en la de todos sus seres queridos y amados. Que el Señor Jesús, Amo y Señor de nuestras vidas y del orbe entero, habite nuestro ser completo y nos haga experimentar su amor, su bondad y magnificencia en esta próxima Navidad.
Como siempre, encomendamos nuestras vidas, también, en las manos de nuestra madre María, la Santísima siempre Virgen María, para que ella nos proteja en nuestro caminar y guíe nuestros pasos hasta la eternidad, al lado de su amado Hijo, Jesucristo. Yo, indigno siervo del Señor, deseo fervientemente que todo esto se cumpla en sus personas y en la mía.
Me dirijo a todos ustedes, queridos y estimados amigos, hermanos, compañeros y paisanos; amados padres, amada novia, amados hermanos y familiares, en fin, a todos los que lleguen mis palabras impresas o virtuales, en son de súplica para que no decaigan sus ánimos en la lucha en pro del amor, de la paz, de la verdad, de la justicia y del perdón.
Sé que la lucha se presenta cada vez más difícil; estamos inmersos en un mundo pluralista donde un alto porcentaje está en contra de los valores éticos y morales que conforman una sociedad equilibrada y sana. La Navidad es un momento de reflexión; es un alto que hacemos año con año para "festejar" el nacimiento de un hombre que cambió el rumbo de la historia; el nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios. Con su llegada rompió los paradigmas de la religiosidad que se vivía en ese entonces y, estoy casi seguro, que si viniera ahora, en persona, se decepcionaría al ver el cómo hemos prostituido sus enseñanzas, impregnándolas de un ambiente más pagano que cristiano.
Es obvio que la Navidad se ha convertido en un pretexto, no para todos, claro está, para salir de la monotonía de nuestra vida, para darle rienda suelta a los placeres, para excederse en el consumo de bebidas alcohólicas y para una descarada mercadotecnia lucrativa, mediante las compras, en estas fiestas. Muchos de los que leen mis líneas no profesan la creencia en Jesucristo como Señor y Salvador, pero no por eso quedan exentos de reflexionar en cómo los valores morales ayudan para una sana convivencia.
La Iglesia Católica, fiel al dato revelado, siempre ha proclamado los santos valores de la concordia, la paz, la humildad, el perdón, el amor, la justicia y la verdad para arribar a una mejor convivencia social. Estas son verdades innegables.
Si vivimos en un Estado de anarquía, no hay progreso social ni superación del ser humano. Por eso, invito a todos a proclamar los valores universales que nos llevan a vivir mejor. Luchemos juntos para salir del atolladero en que se encuentra nuestra Nación; para salir del clima de inseguridad, de violencia generalizada, pobreza, analfabetismo y desigualdad. No es una tarea nada fácil; no son problemas que se solucionen de un momento a otro. Posiblemente tenga que pasar mucho tiempo para que podamos ir vislumbrando cambios, pero todos tenemos que poner nuestro granito de arena para la construcción de una mejor sociedad. Si empezamos a cambiar nuestra actitud de odio, de orgullo enfermizo, de desidia, de apatía, de soberbia, de ambición desmedida y de desenfreno, y empezamos por perdonar, por ceder a la paz y no a la guerra, por pensar mejor nuestros actos y no dejarnos guiar por el instinto animal, por ser pacientes, por pensar en los demás, seguramente que iremos notando los cambios.
Suena utópico, pero no es imposible.
Sé que muchos piensan que estoy loco y les toma a risa, pero sé que habrá quien acoja con gozo mis palabras y las lleve, aunque sea en un mínimo, a la práctica. Eso es lo importante, sembrar, sembrar y no cansarse de hacerlo, ya habrá otros que cosecharán.
La sociedad se conforma de distintas estructuras; es todo un esqueleto y un cuerpo en el que cada parte tiene su función y, si falla una de esas partes, lo sufre toda la sociedad.
A eso se puede comparar la sociedad actual, a un cuerpo que tiene muchas enfermedades; un cuerpo en el que muchas de sus partes, de sus estructuras que lo soportan, están tambaleándose, no están funcionando como debieran.
¿Qué es lo que está pasando a nivel individual? ¿Cuáles son los problemas a los que nos enfrentamos como individuos? ¿Qué es lo que sucede con las familias? ¿Están funcionando adecuadamente o se ven deterioradas y amenazadas por las actuales formas de pensar? ¿Qué sucede a nivel comunitario? ¿Qué pasa con las colonias y los pueblos? ¿Qué problemas sufren los municipios, las ciudades y el mismo país? Nada está funcionando como debiera de hacerlo.
Los grandes problemas radican en lo más mínimo. Las enfermedades más letales llegan mediante virus microscópicos. Lo errado dentro de las sociedades, es que no se va al meollo del problema, al origen mismo, al virus que se va contagiando lenta y silenciosamente, sino que se ataca al problema en general con soluciones poco factibles.
La desintegración de un microscópico átomo puede causar desastres incalculables. Es como el pequeño ángulo que forman dos líneas en su inicio, al principio es muy poca la distancia que las separa, pero entre más se prolongan, va siendo mayor su separación hasta que median distancias inimaginables.
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