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Conservar el ingenio a los niños después de estar formados y nacidos


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    Es tan alterable la materia de que el hombre está compuesto y tan sujeta a corrupción, que, en el punto que se comienza a formar, en ese mesmo se viene a deshacer y alterar sin poderlo resistir; por donde se dijo: nos nati continuo desinimus esse. Y, así, proveyó Naturaleza que hubiese en el cuerpo humano cuatro facultades naturales, tractriz, retentriz, concotriz y expultriz; las cuales, cociendo y alterando los alimentos que comemos, vuelven a reparar la sustancia perdida, sucediendo otra en su lugar. De donde se entiende que aprovechara poco haberse hecho el hijo de simiente delicada si no se tuviera cuenta con los manjares que le habían de suceder; porque, acabada la formación, no le ha quedado a la criatura ninguna parte de la sustancia seminal de que al principio se compuso. Verdad es que la simiente primera, si fue bien cocida y sazonada, es de tanta fuerza y vigor, que cociendo y alterando los manjares los hace venir, aunque sean malos y gruesos, a su buen temperamento y sustancia; pero tanto se podría usar de alimentos contrarios, que viniese a perder la criatura las buenas calidades que recibió de la simiente de que se hizo. – Monografias.com

    Es tan alterable la materia de que el hombre está compuesto y tan sujeta a corrupción, que, en el punto que se comienza a formar, en ese mesmo se viene a deshacer y alterar sin poderlo resistir; por donde se dijo: nos nati continuo desinimus esse. Y, así, proveyó Naturaleza que hubiese en el cuerpo humano cuatro facultades naturales, tractriz, retentriz, concotriz y expultriz; las cuales, cociendo y alterando los alimentos que comemos, vuelven a reparar la sustancia perdida, sucediendo otra en su lugar. De donde se entiende que aprovechara poco haberse hecho el hijo de simiente delicada si no se tuviera cuenta con los manjares que le habían de suceder; porque, acabada la formación, no le ha quedado a la criatura ninguna parte de la sustancia seminal de que al principio se compuso. Verdad es que la simiente primera, si fue bien cocida y sazonada, es de tanta fuerza y vigor, que cociendo y alterando los manjares los hace venir, aunque sean malos y gruesos, a su buen temperamento y sustancia; pero tanto se podría usar de alimentos contrarios, que viniese a perder la criatura las buenas calidades que recibió de la simiente de que se hizo.

    Y, así, dijo Platón que una de la cosas que más echaba a perder el ingenio del hombre y sus buenas costumbres era la mala educación en el comer y beber. Por tanto, aconseja que a los niños les demos alimentos y bebidas delicadas y de buen temperamento, para, cuando mayores, sepan reprobar lo malo y eligir lo bueno. La razón desto está muy clara. Porque si el celebro se hizo al principio de simiente delicada, y este miembro se va cada día gastando y consumiendo y se ha de reparar con los manjares que comemos, cierto es que, si éstos son gruesos y de mala templanza, que, usando mucho días de ellos, se ha de hacer el celebro de su mesma naturaleza. Y, así, no basta que el niño se haya hecho de buena simiente, sino que los alimentos que comiere después de formado y nacido tengan las mesmas calidades. Cuáles sean éstas no será dificultoso averiguarlo, supuesto que los griegos fueron los hombres más discretos que ha habido en el mundo, y que, buscando alimentos y comidas para hacer a sus hijos ingeniosos y sabios, cierto es que toparían con los mejores y más apropriados; porque si el ingenio sutil y delicado consiste que el celebro esté compuesto de partes sutiles y de buena templanza, el alimento que tuviere sobre los demás estas dos calidades será del que conviene usar para conseguir el fin que llevamos.

    De la leche de cabras cocida con miel dijo Galeno que en opinión de todos los médicos griegos era el mejor alimento de cuantos comen los hombres; porque, fuera de tener la sustancia muy moderada, el calor en ella no excede a la frialdad, ni la humidad a la sequedad. Por donde dijimos pocos renglones atrás que los padres que de veras quisiesen engendrar un hijo sabio, gentil hombre y de buenas costumbres, que comiesen, seis o siete días antes de la generación, mucha leche de cabras cocida con miel. Pero, puesto caso que este alimento es tan bueno como dice Galeno, mucho más hace al ingenio ser de partes sutiles el manjar que de moderada sustancia; porque, cuanto más se adelgaza la materia en la nutrición del celebro, tanto se hace el ingenio más perspicaz. Por donde los griegos sacaban el queso y suero a la leche (que son los dos elementos gruesos de su composición) y dejaban la parte butirosa, que es de naturaleza de aire. Esta daban a comer a los niños, mezclada con miel, con intento de hacerlos ingeniosos y sabios. Y que esto sea verdad, parece claramente por lo que cuenta Homero. Fuera deste alimento, comerán los niños sopas hechas de pan candial, de agua muy delicada, con miel y un poco de sal. Pero, en lugar de aceite (por ser muy malo y nocivo al entendimiento), echarán manteca de leche de cabras, cuyo temperamento y sustancia es apropriado para el ingenio.

    Pero en este regimiento hay un inconveniente muy grande. Y es que, usando los niños de manjares tan delicados, no ternán mucha fuerza para resistir a las injurias del aire, ni se podrán defender de los demás achaques que los suelen hacer enfermar. Y, así, por sacarlos sabios, se criarán con poca salud y no vivirán muchos años.

    Esta dificultad nos pide cómo se podrán criar los niños ingeniosos y sabios, y que esta arte no contradiga a su salud. Lo cual será fácil concertar si los padres se atrevieren a poner en práctica algunas reglas y preceptos que aquí diré. Y porque la gente regalada está engañada en criar sus hijos, y ella es la que trata siempre de esta materia, quiéroles primero dar la razón y causa por qué a sus hijos, aunque tengan ayos y maestros y trabajen con mucho cuidado en las letras, se les pegan tan mal las ciencias, y cómo se podrá remediar sin que por ello abrevien la vida ni menoscaben su salud.

    Ocho cosas dice Hipócrates que humedecen las carnes del hombres y las engordan. La primera es el holgar y vivir en grande ociosidad; la segunda, dormir mucho; la tercera, acostarse en cama blanda; la cuarta, el buen comer y beber; la quinta, estar muy abrigados y bien vestidos; la sexta, andar siempre a caballo; la séptima, hacer su voluntad; la octava, ocuparse en juegos y pasatiempos y cosas que les den contento y placer. Todo lo cual es tan manifiesta verdad, que, aunque no lo hubiera dicho Hipócrates, ninguno lo pudiera negar.

    Sólo se podría dudar si la gente regalada guarda siempre esta manera de vivir; pero si es verdad que lo hace, bien podemos inferir que su simiente es humidísima y que los hijos que della se engendraren han de salir por fuerza con humidad superflua y demasiada; la cual es menester gastar y consumir, lo uno porque esta calidad echa a perder las obras del ánima racional, y lo otro (dicen los médicos) que hace vivir al hombre pocos días y con falta de salud. Según esto, el buen ingenio y la firme sanidad corporal ambas piden un mesma calidad, que es la sequedad; por donde los preceptos y reglas que trujimos para hacer los niños sabios, esos mesmos servirán para darles mucha salud y que vivan largo tiempo.

    Conviene, pues, luego en naciendo el hijo de padres holgados (atento que sus carnes tiene más frialdad y humidad de la que conviene a la puericia), lavarlo con agua salada caliente; la cual, en opinión de todos los médicos, deseca y enjuga las carnes, y pone firmes los nervios, y hace al niño robusto y varonil, y por la humidad superflua del celebro le hace ingenioso y le libra de muchas enfermedades capitales. Por lo contrario, siendo el baño de agua dulce y caliente, por cuanto humedece las carnes, dice Hipócrates que hace cinco daños: carnis effaeminationem, nervorum imbecillitatem, mentis torporem, profluvia sanguinis, animi deffectionem; como dijera: «el agua dulce y caliente hace al hombre mujeril, con flaqueza de nervios, nescio, aparejado para flujo de sangre y desmayos». Pero si el niño sale con demasiada sequedad del vientre de su madre, conviene mucho lavarle con agua caliente dulce; y, así, dice Hipócrates: infantes diu sunt calide lavandi, quo minus tentent convulsiones, ipsique crecant et melioris coloris fiant; por la cual sentencia mandaba lavar con agua caliente muchas veces a los niños, porque no se vengan a espasmar y crezcan con más facilidad y se hagan de buen color. Esto cierto es que se entiende de los niños que salen secos del vientre de sus madres y a los cuales conviene enmendarles su mala temperatura aplicándoles las calidades contrarias.

    Los alemanes, dice Galeno, tenían por costumbre lavar sus niños en el río luego en naciendo, pareciéndoles que, así como el hierro que sale ardiendo de la fragua se hace más fuerte metiéndolo en el agua fría, de la mesma manera, sacando al niño ardiendo del vientre de su madre, se hacía de mayor fuerza y vigor lavándolo con agua tan fría. Esto condena Galeno por gran bestialidad, y tiene mucha razón; porque, puesto caso que por esta vía se haría el cuero duro y cerrado y no fácil de alterar de las injurias del aire, pero ofenderseía de los excrementos que se engendran dentro del cuerpo, por no estar patente y abierto por donde poder exhalar y salir. Mejor remedio y más seguro es lavar a los niños que tienen humidad superflua con agua caliente y salada; porque, gastándoles humidad demasiada, quedan muy propincuos a la salud, y cerrándoles las vías del cuero no se ofenden con cualquiera ocasión, ni los excrementos de dentro quedan tan cerrados que no les resten caminos abiertos por donde salir. Y Naturaleza es tan poderosa, que si le han quitado una vía pública busca otra acomodada, y si todos le faltan, sabe hacer caminos de nuevo por donde expeler lo que le daña. Y, así, de dos extremos, más conviene a la salud tener duro y algo cerrado el cuero que blando y abierto.

    Lo segundo que conviene es que en naciendo el niño le hagamos amigo con los vientos y con las alteraciones del aire y no le tengamos siempre en abrigo, porque se hará flojo, mujeril, nescio, de pocas fuerzas, y en tres días se morirá. Ninguna cosa dice Hipócrates que tanto debilita las carnes como estar siempre en lugares tépidos, guardados del frío y calor. Ni hay mayor remedio para la salud que hacer el cuerpo a todos los vientos, calientes, fríos, húmidos y secos; y, así, pregunta Aristóteles qué es la causa que los que viven en las galeras están más sanos y tienen mejor color, que los que viven en tierra paludosa. Y crece más la dificultad considerando la mala vida que pasan, durmiendo en el suelo vestidos, al sereno, al sol, al frío y al agua, comiendo y bebiendo tan mal. Los mesmo se podrá preguntar de los pastores, cuya sanidad es la más firme que tienen los hombres. Y es la causa que han hecho ya amistad con todas las calidades del aire, y no se espanta Naturaleza de nada. Por el contrario, vemos claramente que, tratando un hombre de regalarse y procurar que no le dé el sol, el frío, el sereno ni el viento, en tres días es acabado, por el cual se podría decir: qui diligit animam suam in hoc mundo perdet eam. Porque de las alteraciones del aire nadie se puede guardar; y, así, es mejor acostumbrarse a todo, para que el hombre se pueda descuidar y no viva siempre con recato. El error de la gente vulgar está en pensar que el niño nace tan tierno y delicado, que no sufrirá pasar del vientre de su madre (donde hay tanto calor) a la región del aire frío sin que le haga mucho daño. Y, realmente, están engañados, porque con ser Alemania tan fría, metían los niños hirviendo en el río; y con ser un hecho tan bestial, no se les hacía de mal ni se morían.

    Lo tercero que conviene es buscar un ama moza, de temperamento caliente o seca, o (según nuestra doctrina) fría y húmida en el primer grado, criada a mala ventura, acostumbrada a dormir en el suelo, a poco comer y mal vestida, hecha a andar al sereno, al frío y al calor. Esta tal hará la leche muy firme y usada a las alteraciones del aire, de la cual manteniéndose muchos días los miembros del niño, vernán a tener mucha firmeza. Y si es discreta y avisada, le hará mucho provecho al ingenio; porque la leche de ésta es muy enjuta, caliente y seca, con las cuales dos calidades se corregirá la mucha frialdad y humidad que el niño sacó del vientre de su madre. Cuánto importe a las fuerzas de la criatura mamar leche ejercitada, pruébase claramente en los caballos, que, siendo hijos de yeguas trabajadas en arar y trillar, salen muy grandes corredores y duran mucho en el trabajo; y si las madres están siempre holgando y paciendo en el prado, a la primera carrera no se pueden tener. El orden, pues, que se ha de tener con el ama es traerla a casa cuatro o cinco meses antes del parto y darle a comer los mesmos manjares de que usa la preñada; para que tenga lugar de gastar la sangre y los demás humores que ella tenía hechos de los malos alimentos que antes había comido, y para que el niño, luego en naciendo, mame la mesma leche de que se mantuvo en el vientre de su madre, a lo menos hecha de los mesmos manjares.

    Lo cuarto es no acostumbrar el niño a dormir en cama blanda, ni traerlo muy arropado, ni darle mucho a comer; porque todas estas tres cosas dice Hipócrates que enjugan y desecan las carnes, y las contrarias las engordan y ensanchan. Y haciendo esto, se criará el niño de grande ingenio y vivirá muchos días por razón de la sequedad. Y de lo contrario, verná a ponerse hermoso, gordo, lleno de sangre, y bobo; el cual hábito llama Hipócrates atlético, y lo tiene por muy peligroso.

    Con esta mesma receta y orden de vivir se crió el hombre más sabio que ha habido en el mundo, que fue Cristo nuestro redentor, en cuanto hombre; salvo que por nacer fuera de Nazaret, por ventura no tuvo su madre a mano agua salada con que lavarlo. Pero ello era costumbre judaica y de toda el Asia, introducida por algunos médicos sabios para dar salud a los niños; y, así, dice el profeta: Et quanto nata es in die ortus tui, non est praecisus umbilicus tuus, et aqua non es lota in salutem, nec sale salita, nec involuta pannis. Pero, en lo demás, luego en naciendo comenzó a hacer amistad con el frío y con las otras alteraciones del aire. Y su primera cama fue en el suelo y mal vestido, como si quisiera guardar la receta de Hipócrates. A pocos días caminaron con él a Egipto, lugar de mucho calor, donde estuvo todo el tiempo que Herodes vivió. Andando su madre de esta manera, cierto es que le daría la leche bien ejercitada y hecha a las alteraciones del aire.

    Lo que le daba a comer fue el manjar que los griegos hallaron para dar ingenio y sabiduría a sus hijos. Éste dijimos atrás que era la parte butirosa de la leche comida con miel. Y, así, dijo Isaías: Butyrum et mel comedet, ut sciat reprobare malum et eligere bonum. Por las cuales palabras parece que quiso el profeta dar a entender que, aunque era Dios verdadero, había de ser juntamente hombre perfecto, y que para adquirir sabiduría natural había de hacer las mesmas diligencias que los otros hijos de los hombres. Aunque esto parece dificultoso de entender, y aun es disparate pensar que, porque Cristo nuestro redentor comiese manteca y miel siendo niño, había de saber reprobar lo malo y eligir lo bueno cuando mayor, siendo Dios como era, de infinita sabiduría y habiéndole dado en cuanto hombre toda la ciencia infusa que podía recibir según su capacidad natural. Por donde es cierto que sabía tanto en el vientre de su madre como cuando había treinta y tres años, sin comer manteca ni miel, ni aprovecharse de otros medios naturales que requiere la sabiduría humana.

    Pero, con todo eso, hace gran fuerza que el profeta haya señalado el mesmo manjar que los troyanos y griegos acostumbraban dar a sus hijos para hacerlos ingeniosos y sabios, y que diga ut sciat reprobare malum et eligere bonum… para entender que, por razón de aquellos alimentos, adquiriese Cristo nuestro redentor (en cuanto hombre) más sabiduría adquisita de la que alcanzara si usara de otros manjares contrarios; o es menester explicar aquella partícula ut para saber qué es lo que quiso decir hablando por tales términos.

    Y, así, hemos de suponer que en Cristo nuestro redentor había dos naturalezas, como es verdad y así nos lo muestra la fe: la una divina, en cuanto era Dios verdadero; y la otra humana, compuesta de ánima racional y cuerpo elementado, dispuesto y organizado como lo tienen los otros hijos de los hombres.

    Cuanto a la primera naturaleza, no hay que tratar de la sabiduría de Cristo nuestro redentor, porque era infinita, sin aumento ni disminución, ni depender de otra cosa ninguna más de que, por ser de Dios, era tan sabio en el vientre de su madre como lo era siendo de treinta y tres años, y lo era ab aeterno.

    Pero, en lo que toca a la segunda naturaleza, es de saber que el ánima de Cristo, dende el punto que Dios la crió, fue bienaventurada y gloriosa, como lo está el día de hoy; y pues gozaba de Dios y de su sabiduría, cierto es que no ternía ignorancia de nada, sino que tuvo tanta ciencia infusa, cuanta cabía en su capacidad natural. Pero, con esto, es cierto que, así como la gloria no se comunicaba a los instrumentos del cuerpo (por la razón de la redención del género humano), tampoco la sabiduría infusa, por no estar el celebro dispuesto ni organizado con la calidades y sustancia que son necesarias para que el ánima con tal instrumento pudiese discurrir y filosofar. Porque si nos acordamos de lo que en el principio desta obra dijimos, las gracias gratis datas que Dios reparte entre los hombres piden ordinariamente que el instrumento con que se han de ejercitar y el sujeto en que se han de recebir tengan las calidades naturales que cada don ha menester. Y es la causa ser el ánima racional acto del cuerpo, y no obrar sin aprovecharse de sus instrumentos corporales.

    El celebro de Cristo nuestro redentor (siendo niño y recién nacido) tenía mucha humidad, porque en tal edad es así conveniente y cosa natural; pero, por ser tanta en cantidad, no podía su ánima racional discurrir naturalmente ni filosofar con tal instrumento; y, así, la ciencia infusa no pasaba a la memoria corporal ni a la imaginativa ni al entendimiento por ser estas tres potencias orgánicas (como ya lo dejamos probado) y no estar con la perfección que habían de tener. Pero, yéndose el celebro desecando con el tiempo y con la mayor edad, iba el ánima racional manifestando cada día más la sabiduría infusa que tenía y comunicándola a sus potencias corporales.

    Y, fuera desta ciencia sobrenatural, tenía otra que se toma de las cosa que oyen los niños, de lo que ven, de lo que huelen, gustan y palpan; y ésta, es cierto, la adquiría Cristo nuestro redentor como los otros hijos de los hombres. Y así como para ver bien las cosas tenía necesidad de buenos ojos y para oír los sonidos de buenos oídos, por la mesma razón tenía necesidad de buen celebro para juzgar entre lo bueno y lo malo. Y, así, es cierto que por comer aquellos manjares tan delicados se iba organizando cada día mejor su cabeza y adquiriendo más sabiduría; de tal manera, que si Dios le quitara la ciencia infusa tres veces en el discurso de su vida para ver lo que había adquirido, halláramos que de diez años sabía más que de cinco, y de vientre más que de diez, y de treinta y tres más que de veinte.

    Y que esta doctrina sea verdadera y católica, pruébalo el Texto evangélico a la letra diciendo: Et Jesus proficiebat sapientia et aetate et gratia apud Deum et homines. De muchos sentidos católicos que la Escritura divina puede recebir, yo siempre tengo por mejor el que mete la letra que el que quita a los términos y vocablos su natural significación.

    Qué calidades sean las que ha de tener el celebro y qué sustancia, ya dijimos, de opinión de Heráclito, que la sequedad hacía al ánima sapientísima; y de sentencia de Galeno probamos que, estando el celebro compuesto de sustancia muy delicada, hace el ingenio sutil. La sequedad iba adquiriendo Cristo nuestro redentor con la edad, porque dende que nacemos hasta que morimos nos vamos desecando y enjugando las carnes, y sabiendo más. Las partes sutiles y delicadas del celebro se le iban rehaciendo comiendo aquellos manjares que dijo el profeta Isaías; porque si cada momento se había menester nutrir y reparar la sustancia que se exhalaba, y esto se había de hacer con manjares y no con otra materia ninguna, cierto es que si comiera siempre vaca o tocino que en pocos días hiciera un celebro grueso y de mal temperamento, con el cual no pudiera su ánima racional reprobar lo malo y eligir lo bueno si no fuera por vía de milagro y usando de su divinidad. Pero, llevándolo Dios por los medios naturales, mandó que usase de aquellos manjares tan delicados, de los cuales manteniéndose el celebro, se haría un instrumento tan bien organizado, que, aun sin usar de la ciencia ni infusa, pudiera naturalmente reprobar lo malo y eligir lo bueno, como los otros hijos de los hombres.

    LAUDETUR CHRISTUS IN ÆTERNUM http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000006.htm – I_44_#I_44_http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000006.htm – I_46_#I_46_[Digresión sobre el fuego] « Pero esto de entrar el fuego por el pulso y la respiración para reparar el fuego perdido que estaba en nuestra composición, no es cosa que se deja entender, ni la experiencia nos lo muestra. Ni tampoco pudo Galeno atinar cómo estando el fuego en el cóncavo de la Luna, según la opinión de los peripatéticos, podía bajar a la generación y conservación de los mixtos, estando muchos de ellos no solamente en la superficie de la tierra, pero en el profundo del mar, y otros en las muy cavidades de la tierra; mayormente siendo su apetito natural subir a lo alto por ser más liviano que el aire, y nunca descender si no es haciéndole alguna gran violencia. Y, así, fingió que el fuego estaba partido en minutísimas partes, a manera de átomos, y trabado con el aire con una liviana mixtión para socorrer a la conservación y generación de las cosas naturales.

    Pero realmente la opinión de Galeno es falsa, y mucho más la de Aristóteles en poner la esfera del fuego en el cóncavo de la Luna. Porque es cierto que Dios y Naturaleza nunca hacen cosa baldía y sin fin. Estando el fuego en el cóncavo de la Luna, no sirve de nada. Luego Dios no lo crió, y si lo crió no lo puso en tal lugar. Y que no sirva de nada estando allí, es cosa muy clara discurriendo por todos los aprovechamientos que del fuego se pueden tener.

    Lo primero, no alumbra ni calienta ni humea, que son los indicios propios con que se da a conocer doquiera que está, y sin ellos vanamente y de gracia se afirma haber fuego en ningún lugar. Ni dél se componen los mixtos, que es el fin principal para que Dios los crió. Y si no, díganme los peripatéticos: cuando el hombre se engendra en el vientre de su madre, y el pez en lo profundo del mar, y la planta debajo la tierra ¿cómo conoce el tiempo y el lugar donde ha de acudir, y cómo desciende contra su inclinación natural, y sin matarle tanta cantidad de agua como hay en el mar? Paréceme que si no es dándole al fuego un grande entendimiento que le rija y gobierne, que de otra manera no se puede hacer ni entender. Este argumento convenció grandemente a Galeno, y mucho más a Hipócrates, pues llanamente dijo: omne enim quod inter caelum et terram est, spiritu repletum est. Porque le pareció opinión fuera de toda razón y sentido poner fuego encima del aire, viendo que la generación y conservación de los animales y plantas no se puede hacer sin que el fuego se halle presente. Y espántome yo de Galeno, que dijese en medicina y en filosofía natural una cosa tan ajena del sentido y no menos de la razón, y contra lo que dijo Hipócrates, siendo tan su amigo.

    El segundo argumento restriba en aquel verdadero dicho de Aristóteles que dice: inter corpora simplicia solus ignis nutritur. La cual nutrición no ha menester la tierra, ni el agua, ni el aire; porque ellos solos por sí se conservan sin ayuda de nadie. Pero si el fuego no está gastando y consumiendo alguna materia, luego se apaga; porque, como dijo Aristóteles, no es otra cosa sino humo encendido, y donde no hay humo no puede haber llama. Porque el humo es de naturaleza de aire, y de este elemento (dijo Hipócrates) se mantiene el fuego doquiera que está, y así dijo: spiritus nutrimentum praebet igni, quo si ignis privetur, vivere non possit. Y así es verdad; porque los mixtos donde predomina el aire son los que sustentan al fuego, como son pez, resina, aceite, sebo, manteca, cera y leña; y donde es superior el agua y la tierra, le matan. Lo cual siendo así ¿qué materia es la que conserva tanta cantidad de fuego como hay en el cóncavo de la Luna? Porque, siendo un agente tan feroz y activo, en seis mil años que ha su creación ya hubiera gastado y consumido toda la esfera del aire, tierra y agua, sin poderse retratar.

    A esto podrían responder los peripatéticos (según su opinión) que el fuego en su esfera no tiene actividad, ni calienta ni alumbra ni humea ni gasta materia alguna en su nutrición, y que lo que dijo Aristóteles se entiende del fuego elementado que acá tenemos. En la cual respuesta entiendo que el argumento tiene fuerza, pues les hace responder una cosa que ni el sentido ni el entendimiento les ayuda a su defensa; antes los condena claramente, porque de lo que dicen jamás han tenido experiencia, ni le han visto ni tocado si quema o no, y faltando el sentido en filosofía natural, luego cesan los buenos discursos del entendimiento y en su lugar entra la imaginativa fingiendo montes de oro y bueyes volando. Si preguntamos a los peripatéticos por qué causa la media región del aire es frigidísima, todos responden que, huyendo el frío del gran calor del fuego, se junta y condensa en aquel lugar por vía de antiparistasis. Luego, según esta respuesta, el fuego calienta estando en su esfera, pues el frío huye de su calor. También es común lenguaje de los peripatéticos que de aire fácilmente se hace fuego y de fuego aire. Y preguntándoles la causa, dicen que el fuego conviene con el aire en el calor y es contrario en la humidad, y que el fuego, corrompiendo con su sequedad la humidad del aire, fácilmente le convierte en sí. Lo cual no acontesce haciéndose de agua fuego; porque es necesario corromper primero dos calidades contrarias (que son frialdad y humidad) antes que introduzca su forma, y en esto forzosamente se ha de tardar. También, si los puros elementos no tuviesen actividad en su esfera, es imposible que los mixtos se pudiesen engendrar. Porque juntándose en la mixtión, ninguno perdería sus fuerzas, pues es cierto que cada elemento las ha de perder con la actividad de su contrario; y si ninguno tiene actividad siendo puro, luego cesaría la mixtión, que es mixcibilium alteratorum unio. Y si venidos los puros elementos a la mixtión, tienen actividad ¿cómo sabes que en su esfera no la tenían? También dices falsamente que aquella sentencia de Aristóteles que dice inter corpora simplicia solus ignis nutritur, se entiende del fuego elementado que acá tenemos. Pues es cierto que los libros De generatione et corruptione, donde él puso esta proposición, están dedicados para los movimientos y alteraciones de los cuatro elementos puros, y no a los mixtos. Y si no, díganme los peripatéticos por qué causa quema, alumbra y humea y se nutre el fuego que acá tenemos, y el puro no. Pues es cierto que los mixtos siguen el movimiento y calidades del elemento que predomina en la mixtión; y si él no las tuviera, tampoco se hallaran en los mixtos.

    El tercer argumento está fundado en que es imposible haber llama de fuego si no hay humo. Porque el ser y naturaleza suya, dijo Aristóteles, era fumus incensus. Y el humo tiene esta calidad: que si no tiene chimenea y respiraderos por donde salir, él propio ahoga y mata la llama; como parece en el fuego que se enciende dentro de la ventosa, que por faltarle el respiradero en un momento se apaga. Luego si la esfera de fuego no es otra cosa sino humo encendido ¿cómo es posible que se pueda conservar en el cóncavo de la Luna no teniendo respiraderos? Mayormente que el humo no es otra cosa (dice Aristóteles) sino lo térreo y aéreo de la cosa que se quema.

    El cuarto argumento restriba en un dicho muy celebrado de Aristóteles y muy verdadero: que este mundo interior se gobierna por los movimientos y alteraciones de las estrellas y cielos, especialmente de la Luna y el Sol, sin los cuales era imposible pasar, ni la tierra fructificar. Y si la esfera de fuego estuviera entre el cielo y el aire, naturalmente no se podía hacer; porque las influencias frías y húmidas del invierno no podían pasar ni alterar estos inferiores, porque primero habían de enfriar y humedecer al fuego, y el fuego al aire, y el aire a la tierra. Pues decir que el fuego puede a tanta frialdad y humidad que enfríe y no caliente, y que humedezca y no deseque, quedándose fuego, yo no creo que habrá filósofo en el mundo que tal ose afirmar. Porque, según la opinión de Aristóteles, todos los demás elementos se pueden extrañar y perder sus calidades primeras y adquirir las contrarias, sin corromperse, si no es el fuego. Y así dice que todos se pueden podrir, y él no, porque no puede recebir humidad, ni hay otro agente en el mundo que sea más caliente que él. La tierra, aunque es fría y seca, se puede calentar y humedecer quedándose tierra; y el agua, aunque es fría y húmida, puede concebir tanto calor, que queme y abrase, sin perder su naturaleza; y el aire vemos que recibe en sí todas las alteraciones del cielo quedándose cielo. Sólo el fuego no lo puede hacer sin apagarse, o vencer al que le altera. La mesma dificultad tienen las influencias calientes y secas, que, para pasar a nosotros, han de calentar primero y desecar al fuego más de lo que él estaba, y el fuego al aire, y el aire a nosotros. Pues decir que el fuego, estando puro y en su lugar natural, se puede calentar y desecar más que lo sumo en que está, es desatino muy grande; pero para adquirir un grado de calor se ha de perder otro de frialdad, y si el fuego estaba caliente en sumo, ningún grado de frialdad tenía consigo cuando las influencias calientes pasaron por él. Sólo podrían decir los peripatéticos que las influencias alteran al aire y no al fuego, que es peor que podían imaginar.

    Pero ya que hemos comenzado a tratar de esta materia del fuego, será bien acabarla y desengañar a los filósofos naturales de otros muchos errores que de este elemento hasta aquí han concebido. Uno de los cuales es pensar que el fuego es la cosa más liviana que hay en el mundo; y de ahí les nació el ponerlo encima del aire. Y si lo consideramos bien, hallaremos claramente que el fuego es la cosa más pesada que hay o por lo menos es causa que las cosas sean pesadas, gastándoles en su nutrición el aire que las hacía livianas y porosas, y que apetece el descender y no subir.

    La primera razón en que me fundo es ver por experiencia que la llama de cualquier fuego tiene dos movimientos naturales, sin los cuales no puede vivir un momento: el uno es lo alto, con el cual expele de sí los excrementos que hace en su nutrición; y el segundo a lo bajo, para tomar el alimento que es necesario para su nutrición. Este movimiento ningún filósofo natural lo puede negar; porque si tomamos dos candiles, el uno muerto y humeando, y el otro encendido puesto en lo alto, veremos claramente que baja la llama dende el candil vivo por el humo adelante hasta pegarse con la mecha del muerto. Y si Dios pusiese una vela encendida desde el cóncavo de la Luna hasta el centro de la Tierra, bajaría la llama por toda esta distancia sin violencia ninguna. El movimiento a lo alto, aunque Galeno y los filósofos naturales dicen que es el más natural, están muy engañados, porque aquella elevación que hace pirámide a lo alto es propia del humo, donde la llama está sujetada por ser livianísima. Lo cual se prueba claramente viendo que, como se va perdiendo el humo, se va bajando la llama y consumiendo.

    El segundo argumento se colige en ver por experiencia que todos cuantos mixtos hay donde el fuego es superior a los demás elementos son gravísimos y pesan mucho más que los térreos. Y si no, discurran los peripatéticos por todos los minerales y fuegos potenciales que llaman los médicos; y hallarán que queman como fuego, y en pequeña cantidad pesan mucho. Y si el fuego fuera tan liviano como dicen, cierto es que los mixtos donde él es superior lo fueran también. Lo cual no se puede negar, porque los mixtos donde el aire es superior, por ser liviano, nadan sobre el agua; y trae Aristóteles por ejemplo los árboles, y de ellos se saca el ébano negro que, por faltarle el aire y tener mucho de tierra, se sume en el agua. Pues ¿qué razón hay que siendo el fuego más liviano que el aire, los mixtos ígneos se hundan tan presto en el agua, y no los aéreos? El tercer argumento es ver y considerar con cuánta presteza sube a lo alto una exhalación caliente y seca, como es el humo, y con cuánta violencia torna a bajar si se enciende y se hace fuego. Y si no, díganme los peripatéticos de qué manera y de qué causa material se hace el rayo, y veremos claramente cómo el fuego es más grave que liviano. La causa material de que se hace el rayo (dice Aristóteles) es una exhalación caliente y seca de naturaleza de humo, la cual por ser liviana subió a lo alto, y, mezclándose con las nubes por vía de antiparistasis y con el movimiento, se convirtió en fuego. Siendo esto así ¿cómo es posible que la exhalación que por ser liviana subió a lo alto, después de encendida y hecha fuego baje, y con tanta furia y velocidad que parta una torre por medio, habiendo dos causas para subir a lo alto y ninguna de bajar? A esto podrían responder los peripatéticos (aunque mal) que aquel descender del rayo es violento y causado por la expulsión de la nube donde estaba encerrado. Pero esto no lo pueden decir. Porque antes la nube no le deja salir, y por estar tan cerrado, el propio rayo rompe la nube y se sale. Pero si es verdad que, la exhalación hecha, es tan liviana ¿por qué causa no rompe la nube por lo alto de ella, siendo aquél su lugar natural? Yo, cierto, no puedo alcanzar con mi entendimiento que la nube, siendo un vapor tan blando, dé un golpe con tanta furia en la exhalación encendida, que le haga bajar y entrar debajo la tierra siete estados. Porque, así como lo grave no tiene ni puede tener de suyo más que un ímpetu, y éste al centro de la tierra, así lo que es liviano impide a lo alto y no puede rempujar a nadie hacia lo bajo.

    De manera que, para subir el rayo a lo alto, hay tres causas: la primera, la exhalación; la segunda, el fuego; y la tercera, la nube; y ninguna hay para bajar. Por donde estoy persuadido (hasta que haya quien me desengañe) que el fuego es muy más pesado que la tierra, y que su lugar natural es el que dirá el capítulo que se sigue.

    Cuanto al tercer punto, que era decir y firmar que la esfera del fuego naturalmente estaba en el centro de la tierra, se infiere muy bien de haber probado que el fuego es la cosa más pesada del mundo. Mayormente viendo y considerando cuán bien consuenan las cosas poniendo al fuego en este lugar, y cuántos inconvenientes han nacido de ponerlo en el cóncavo de la Luna. La nutrición del fuego, la expulsión del humo, y la generación de los ímpetus, se hace sin ninguna contradicción. Porque el fuego tiene virtud de atraer a sí todas las cosas y las cavidades de la tierra están llenas de aire y de agua. Teniendo junto consigo estos tres elementos (tierra, agua y aire), fácilmente los mezcla, los cuece y altera, y de ellos hace alimento para mantenerse (como es el alcrebite y salitre), y tiene grandes caminos y respiraderos por donde despedir el humo y ventilarse. De lo cual es evidente argumento las Herrerías de Vulcano en Puzol, junto a Nápoles, donde aparecen lagos y montañas de fuego dende que Dios crió el mundo. Y de la manera que se ven éstas habrá otras muchas más por el redondez de la Tierra, donde el fuego se mantiene con mil géneros de minerales acomodados a su nutrición. Y de la manera que este fuego se nutre y mantiene acá en lo exterior, entenderemos fácilmente lo que pasa allá en el centro de la Tierra, porque yo no dudo sino que estas montañas y lagos de fuego son del mismo género, y por ventura respiraderos suyos.

    El segundo argumento que me convida, y aun me fuerza, a poner la esfera del fuego en el centro de la Tierra es ver la buena consonancia que hace con esta opinión todo lo que la Iglesia católica nos enseña del fuego infernal. Del cual afirman todos los teólogos que es del mismo género y tiene las mismas calidades que este que acá tenemos, y que Jesucristo descendió a los infiernos donde estaba este fuego. Y no es de creer que, habiéndole Dios hecho livianísimo (porque aquella era su naturaleza), le hiciese aquella violencia de tenerlo en el centro de la Tierra, siendo su lugar natural el cóncavo de la Luna, donde Dios pudiera atormentar la ánimas y demonios con la misma facilidad que en el centro de la Tierra; especialmente habiéndolo criado desde el primer día de la constitución del mundo, donde a cada elemento dio su lugar natural sin hacer violencia a nadie.

    Y que Dios criase esfera de fuego luego que formó esta máquina que vemos del mundo es cosa que no se puede negar, conforme aquello: ite, maledicti in ignem aeternum qui paratus est diabolo et angelis ejus ab origine mundi. También nos enseña la fe que el mundo se ha de acabar por fuego, conforme aquello: qui venturus… Y se sigue claramente de los fundamentos de esta opinión, porque siendo la Tierra finita (y los demás elementos), y el actividad del fuego infinita, y gastando de ellos siempre en su nutrición sin poderse reparar, forzosamente se ha de venir a consumir, conforme aquello: omne finitum per ablationem finiti tandem consumitur. Dije que la actividad del fuego era infinita, porque siempre le van añadiendo combustibles: sin cesar durará siempre jamás, que es lo que dijo el sabio: ignis vero nunquam dicit: 'sufficit'.

    Estando en que Dios crió esfera de fuego y que la puso en el centro de la Tierra y que tiene necesidad de nutrición, se saca respuesta clara y verdadera a un problema harto vulgar, al cual ningún médico ni filósofo natural ha podido responder hasta aquí, aunque de propósito lo han procurado. Y es por qué causa los pozos están fríos de verano y calientes de ibierno.

    Aristóteles con todos sus secuaces dicen y afirman que el frío huye en el estío del mucho calor del sol, y por estar más seguro se mete en lo pozos y cuevas, donde topando el agua la enfría; y lo mesmo hace el calor huyendo en el ibierno de su contrario. Esta respuesta no solamente es falsa, pero contradice totalmente a la doctrina del mismo Aristóteles; y espántome yo de Galeno porque, explicando aquel aforismo de Hipócrates ventres hieme et natura calidissimi sunt, le citase en comprobación admitiendo aquella respuesta por muy verdadera. Y así es de saber que, entre los cinco sentidos exteriores, el tacto (dice Aristóteles) es necesario a la vida del hombre y de los demás animales, y los otros cuatro sirven de ornato y perfección; porque sin gusto, olfato, vista y oído vemos que puede vivir el hombre, pero no sin tacto, cuyo oficio (dice Aristóteles) es conocer lo que es nocivo para huirlo y lo que es amigable para seguirlo. Todo lo cual me parece que hace el frío y el calor, sin tener tacto ni conocimiento animal. Lo segundo contradice a otro principio de Aristóteles muy celebrado de los peripatéticos; y es que el accidente no puede pasar de un sujeto a otro sin corromperse. Y la respuesta suya admite que el frío, conociendo que viene en el estío su contrario el calor, va huyendo por el aire adelante hasta entrar en el pozo, y dende allí al agua por tener más seguridad. Lo tercero contradice a un principio de filosofía: que juntando dos contrarios en su sujeto, el uno al otro se remite. Y en la opinión de Aristóteles por fuerza se ha de admitir que el calor o frío se hace más intenso sobreviniéndose su contrario y sin que preceda antiparistasis.

    Galeno probó también a responder al problema, descontento de la doctrina de Aristóteles; y así dijo que el agua de los pozos es siempre de una mesma temperatura, pero por tocarla nosotros con diferente tacto, en el ibierno nos parece caliente, y fría en el estío. Y pruébalo con un ejemplo harto acomodado, diciendo que si el hombre se orina dentro en el baño, su propia orina lo enfría, y fuera lo calienta. Pero esta respuesta contradice a su propia doctrina; porque, explicando aquel aforismo ventres hieme et vere calidissimi sunt, dice que realmente tenemos más calor en el invierno que en el estío, y así lo dice el mesmo aforismo. Y las buenas fuentes (dice Hipócrates) han de estar frías en el estío y calientes en el ibierno; y las malas andan con el tiempo, calientes en el estío y frías en el ibierno. Lo cual nos muestra claramente la experiencia haciendo la prueba con la mesma mano en dos pozos, el uno profundo y el otro somero; y hallaremos claramente que el agua del pozo profundo está más fría en el estío, y la del somero caliente. Y lo que muestra la experiencia no admite razones.

    Hipócrates respondió al problema mejor que Galeno, y anduvo más cerca de la verdadera solución diciendo que en el estío está muy abierta la tierra y esponjada con el mucho calor del sol; el cual trae y llama para sí el aire que está metido en las cavidades de la tierra, y al tiempo del salir enfría con el movimiento al agua como si la ventilasen con un paño. En el ibierno acontesce al revés; porque con la mucha frialdad del tiempo se cierran los poros de la tierra, y el aire se queda dentro, quieto y sin menearse. Cuánto importe menear el agua y el aire para enfriar, y estar quietos para calentar, pruébalo el mesmo Hipócrates haciendo experiencia en dos pozos de igual profundidad; y así dice que el pozo muy usado tiene el agua fría, y el no usado, caliente.

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