-Siempre hablo con los muertos… como estoy hablando ahora. La muerte se inicia con el nacimiento, y cada hombre empieza a morir cuando nace; incluso ahora estáis muerto, rey Kull, porque habéis nacido.
-Pero tú, tú eres más viejo de lo que llegan a ser los hombres; ¿es que los hechiceros nunca mueren?
-Los hombres mueren cuando les llega el momento, ni antes ni después. Y mi momento no ha llegado todavía.
Kull le dio vueltas a estas respuestas en su mente.
-Entonces, parecería que el más grande de los hechiceros de Valusia no es más que un hombre ordinario, y he sido embaucado al dejarme dirigir hacia aquí.
Tuzun Thune sacudió la cabeza.
-Los hombres no son más que hombres, y los más grandes son aquellos que aprenden las cosas más sencillas con mayor rapidez. Y ahora, mirad en mis espejos, Kull. -El techo estaba cubierto de espejos, y las paredes eran espejos perfectamente conjuntados, a pesar de que formaban muchos espejos, de muchas formas y tamaños-. los espejos son el mundo, Kull -tronó el hechicero-. Mirad en los espejos y sed sabio.
Kull eligió uno al azar, y miró intensamente en él. los espejos de la pared opuesta se reflejaban en él, y reflejaban a su vez a otros, de modo que se encontró contemplando como una especie de corredor largo y luminoso, formado por un espejo tras otro, y en lo más profundo de ese corredor se movía una figura diminuta. Kull se quedó observándola durante largo rato, y se dio cuenta de que la figura era el reflejo de sí mismo. Experimentó entonces una sensación de pequeñez; parecía como si aquella figura diminuta fuera el verdadero Kull y representara las proporciones reales de sí mismo. Así pues, se apartó y se situó ante otro.
-Mirad atentamente, Kull, porque ése es el espejo del pasado -oyó decir a la voz del hechicero.
Una niebla gris oscurecía la visión, como grandes jirones de bruma en continuo movimiento, cambiantes, como el fantasma de un gran río; a través de la niebla, Kull captó fugaces visiones de horror y extrañeza; las bestias y los hombres se movían allí y otras figuras que no eran ni hombres ni bestias; grandes flores exóticas brillaban a través del ambiente grisáceo; altos árboles tropicales se elevaban sobre hediondas marismas, en las que chapoteaban y bramaban monstruos con aspecto de reptiles; el cielo se oscurecía con las sombras de dragones alados, y los inquietos océanos rugían, se estrellaban y golpeaban interminablemente las playas cubiertas de barro. El hombre no estaba presente y, sin embargo, el hombre era el sueño de los dioses, y extrañas eran las formas de pesadilla que se deslizaban a través de las malolientes junglas. Allí había batalla y carnicería, y un espantoso amor. Allí había muerte, pues la vida y la muerte van cogidas de la mano. Desde más allá de las playas legamosas del mundo sonaban los bramidos de los monstruos, y unas formas increíbles se elevaban a través de la cortina torrencial de la lluvia incesante.
-Y éste otro es el del futuro. -Kull miró en silencio-.¿Qué es lo que veis?
-Un mundo extraño -contestó Kull pesadamente-. Los Siete Imperios se han desmoronado, convertidos en polvo y olvidados. Las inquietas olas verdes rugen por más de un fantasma sobre las eternas montañas de Atlantis; las montañas de Lemuria, al oeste, son las islas de un océano desconocido. Extraños salvajes pululan por los territorios más antiguos, y nuevas tierras se elevan extrañamente, surgiendo de las profundidades, profanando los antiguos santuarios. Valusia se ha desvanecido, y todas las naciones de hoy, las que serán de mañana, son extranjeras. No nos conocen a nosotros.
-El tiempo continúa su marcha -dijo Tuzun Thune con voz serena-. Vivimos hoy, ¿qué nos importa el mañana… o el ayer? La gran rueda gira y las naciones surgen y se desvanecen; el mundo cambia, y los tiempos regresan al salvajismo para volver a resurgir a través de las largas eras. Antes de que existiera Atlantis, existió Valusia, y antes de que existiera Valusia, existieron las naciones antiguas. En efecto, también nosotros pisoteamos los hombros de tribus perdidas en nuestro avance. Vos, que habéis llegado desde las montañas de los mares verdes de Atlantis para apoderaros de la antigua corona de Valusia, pensáis que mi tribu es vieja. nosotros, que dominamos estos territorios antes de que llegaran los valusos procedentes del este, en los tiempos anteriores a la existencia de los hombres sobre las tierras del mar. Pero ya había hombres aquí cuando las tribus antiguas surgieron cabalgando de los desiertos, y hubo hombres antes que aquellos hombres, tribus antes que aquellas tribus. Las naciones pasan y son olvidadas, pues ése es el destino del hombre.
-Sí-asintió Kull -. Y, sin embargo, ¿no es una pena que la belleza y la gloria de los hombres se desvanezca como el humo sobre un océano de verano?
-¿Por qué razón, puesto que ése es su destino? Yo no reflexiono melancólicam en te sobre las glorias perdidas de mi raza, ni me preocupan las razas por venir. Vivid ahora, Kull, vivid ahora. Los muertos están muertos; los que no han nacido, no existen todavía. ¿Qué importa que los hombres os olviden cuando os hayáis olvidado de vos mismo en los mundos silenciosos de la muerte? Mirad en los espejos y sed sabio.
Kull eligió otro espejo y miró en él.
-Éste es el espejo de la más profunda magia. ¿Qué es lo que veis, rey Kull?
-Nada, excepto a mí mismo.
-Mirad más atentamente, Kull ¿Sois de verdad vos mismo?
Kull miró atentamente en el gran espejo, y la imagen que era su reflejo le devolvió la mirada.
-Me sitúo ante este espejo -musitó Kull, con la barbilla apoyada sobre el puño-, y hago cobrar vida a este hombre. Eso es algo que queda fuera del alcance de mi comprensión, pues primero lo vi en las tranquilas aguas de los lagos de Atlantis, mientras que ahora lo veo en los espejos de marcos dorados de Valusia. Él es yo mismo, una sombra de mí mismo, una parte de mí mismo. Puede hacerle ser o matarlo a mi voluntad. Y sin embargo… -Se detuvo, y unos extraños pensamientos susurraron por entre los vastos y oscuros recovecos de su mente, como murciélagos sombríos que volaran en el interior de una gran caverna-. Y sin embargo, ¿dónde está él cuando no estoy delante del espejo? ¿Tiene el hombre poder para formar y destruir tan ligeramente una sombra de la vida y la existencia? ¿Cómo sé que al apartarme del espejo él se desvanece en el vacío de la nada?
»No, por Valka, ¿soy yo el hombre o es él? ¿Cuál de nosotros es el fantasma del otro? Es posible que estos espejos no sean más que ventanas a través de las cuales miramos otros mundos. ¿Acaso piensa él lo mismo de mí? ¿Acaso no soy para él más que una sombra, un reflejo de sí mismo, como él lo es para mí? Y si yo soy el fantasma, ¿qué clase de mundo existe al otro lado de este espejo? ¿Qué ejércitos cabalgan ahí y qué reyes gobiernan? Este mundo es todo lo que conozco. Y si no conozco ninguna otra cosa, ¿cómo puedo juzgar? Sin duda que ahí también existen montañas verdes, océanos rugientes y vastas llanuras por donde los hombres cabalgan y se lanzan a la batalla. Dime, hechicero, puesto que eres más sabio que la mayoría de los hombres, dime, ¿hay mundos más allá de nuestros mundos?
-Si un hombre tiene ojos, dejadle que vea -fue la enigmática respuesta del hechicero-. Pero, para ver, antes hay que creer.
Transcurrieron las horas y Kull continuaba sentado ante los espejos de Tuzun Thune, mirando en el que le reflejaba a él mismo. A veces, parecía como si contemplara una gran superficialidad, mientras que otras veces unas gigantescas profundidades parecían abrirse ante él. El espejo de Tuzun Thune era como la superficie del mar; duro como el mar bajo los rayos oblicuos del sol, bajo la oscuridad de las estrellas, cuando nadie puede distinguir las profundidades; vasto y místico cuando el sol se funde con él de tal forma que la respiración del observador se contiene al atisbar fugazmente tremendos abismos. Así era el espejo en el que miraba Kull.
Finalmente, el rey se incorporó con un suspiro y se marchó, todavía maravillado.
Regresó de nuevo a la casa de los mil espejos. Acudió allí día tras día, y permaneció sentado durante horas delante del espejo. Los ojos le miraban, idénticos a los suyos; y sin embargo, Kull parecía notar una diferencia, una realidad que no era la suya. Miraba fijamente el espejo, hora tras hora, con una extraña intensidad; pero, hora tras hora, la imagen le devolvía la mirada.
Los asuntos de palacio y del consedo se fueron descuidando. La gente empezó a murmurar. El caballo de Kull pateaba inquieto en el establo, y los guerreros de Kull jugaban a los dados y discutían inútilmente entre sí. Kull seguía sin hacer caso. A veces, parecía hallarse a punto de descubrir algún secreto vasto e inimaginable. Ya no concebía la imagen del espejo como una sombra de sí mismo. Para él, aquella cosa era una entidad, similar en su aspecto externo, pero tan básicamente alejada del propio Kull como pudieran estarlo dos polos opuestos. A Kull le parecía que la imagen tenía una individualidad aparte de la suya propia, como si ya no dependiera de Kull, del mismo modo que Kull no dependía de ella. Y, día tras día, se preguntaba en qué mundo vivía en realidad; ¿era él la sombra, convocada por la voluntad del otro? ¿Vivía en lugar del otro en un mundo de engaño, como la sombra del mundo real?
Kull empezó a experimentar el deseo de entrar en la personalidad que había más allá del espejo, de encontrar un espacio y ver lo que pudiera ser visto. No obstante, si lograba ir más allá de aquella puerta, ¿lograría regresar? ¿Encontraría un mundo idéntico a aquél en el que se movía ahora? ¿Un mundo en el que el suyo no fuera más que un reflejo fantasmal? ¿Qué era realidad y qué ilusión?
A veces, Kull se detenía a pensar cómo habían surgido en su mente aquellos pensamientos y sueños, y en ocasines se pregunta si eran el producto de su propia voluntad o…
Y aquí sus pensamientos entraban en un confuso laberinto. Sus meditaciones eran suyas; ningún hombre gobernaba sus pensamientos, y él podía convocarlos como y cuando quisiera. Y sin embargo, ¿podía hacerlo así? ¿Acaso no eran como murciélagos, que vuelan de un lado a otro, no según quisieran, sino obedeciendo la orden y el gobierno de…, ¿de quién? ¿De los dioses? ¿De las mujeres que tejían la urdimbre del destino?
Kull no podía llegar a conclusión alguna, pues a cada paso mental que daba se sentía más y más envuelto por una confusa niebla de allirnaciones y negaciones ilusorias. Eso, al menos, sí lo sabía: aquellas extrañas visiones habían entrado en su mente, como si volaran sin obstáculo alguno, procedentes del susurrante vacío de la no existencia. Jamás había tenido esta clase de pensamientos, pero ahora parecían gobernar su mente, tanto cuando dormía como cuando se hallaba despierto, de modo que a veces tenía la impresión de caminar y hallarse aturdido; y su sueño se veía poblado por extraños sueños monstruosos.
-Dime, hechicero -dijo, sentado ante el espejo, con los ojos intensamente fijos en su propia imagen-, ¿cómo puedo pasar al otro lado de esa puerta? Porque, en verdad, no estoy seguro de que éste sea el mundo real y aquel otro el de las sombras. Aquello que veo debe de existir al menos en alguna forma.
-Mirad y creed -atronó la voz del hechicero-. El hombre tiene que creer para conseguir. La forma es sombra, la sustancia es ilusión, la materialidad es sueño; el hombre es porque cree ser. ¿Qué es el hombre sino un sueño de los dioses? Y, no obstante, el hombre puede ser aquello que desee ser; la forma y la sustancia no son más que sombras. La mente, el ego, la esencia del sueño divino…, eso es lo real, eso es lo inmortal. Mirad y creed, si queréis conseguir, Kull.
El rey no lo comprendió del todo; nunca lograba comprender plenamente aquella clase de frases enigmáticas del hechicero; y, no obstante, en alguna parte de su ser hacían sonar una cuerda sensible. Así que, día tras día, acudió a sentarse ante los espejos de Tuzun Thune, y el hechicero siempre estaba al acecho tras él, como una sombra.
Llegó un día en que Kull pareció atisbar extraños territorios, y los pensamientos y reconocimientos revolotearon a través de su conciencia. Día tras día, había parecido perder el contacto con el mundo; a cada día que transcurría, las cosas le parecían más fantasmales e irreales; sólo e1 hombre del espejo parecía ser la realidad.
Ahora, Kull parecía hallarse a las puertas de otros mundos mucho más poderosos; unas vistas gigantescas parpadeaban como suspendidas; las nieblas de la irrealidad se hicieron más tenues. «La forma es sombra; la sustancia es ilusión; no son más que sombras.» Estas palabras resonaban en su conciencia como si llegaran hasta él procedentes de un país lejano. Recordó las palabras del hechicero, y tuvo la impresión de que ahora casi las comprendía…, forma y sustancia, ¿no podría cambiar a voluntad si supiera cuál era la llave maestra que abría esta puerta? ¿Qué mundos dentro de qué mundos esperaban al explorador osado?
El hombre del espejo parecía estar sonriéndole, cada vez más y más cerca; una neblina lo envolvía todo, y el reflejo se hizo repentinamente confuso. Kull experimentó una sensación de desvanecimiento, de cambio, de fusión…
-¡Kull!
El grito rasgó el silencio, transformándolo en un millón de fragmentos vibratorios.
Las montañas se derrumbaron, y los mundos se tambalearon cuando Kull fue obligado a retroceder por aquel grito frenético, emitido con un esfuerzo sobrehumano, sin que él supiera cómo ni por qué.
Se oyó un estruendo, y Kull se encontró en la estancia de Tuzun Thune, ante un espejo hecho añicos, desconcertado y medio cegado por el aturdimiento. Allí, ante él, yacía el cuerpo de Tuzun Thune, cuyo momento final había llegado por fin. Sobre él se encontraba, de pie, Brule, el asesino de la lanza, con la espada ensangrentada y unos ojos muy abiertos. con una expresión de horror.
-¡Por Valka! -exclamó el guerrero-. ¡Kull, apenas he llegado a tiempo!
-Sí, pero ¿qué ha ocurrido? -preguntó el rey haciendo un esfuerzo por encontrar las palabras.
-Preguntádselo a esta traidora -contestó el asesino de la lanza indicando con un gesto a una muchacha que se encogía de terror ante el rey. Kull se dio cuenta de que era la misma que le había enviado a buscar a Tuzun Thune-. Al entrar aquí, os vi a punto de desvaneceros en ese espejo, lo mismo que el humo se desvanece en el cielo, ¡Por Valka! De no haberlo visto, no lo habría creído… Estabais a punto de desvaneceros cuando mi grito os hizo regresar.
-En efecto -asintió Kull-. Esta vez estuve a punto de traspasar esa puerta.
-Este enemigo os atrajo de la forma más artera -dijo Brule-. Kull, ¿no os dais cuenta de cómo tejió y os envolvió en una tela de magia? Kaanuub de Blaal conspiró con este hechicero para desembarazarse de vos, y esta bruja, una mujer de la raza antigua, se encargó de instilar en vuestra mente la idea de venir aquí. Ka-nu logró enterarse hoy mismo de la conspiración. No sé lo que visteis en ese espejo, pero Tuzun Thune lo utilizó para encantaros el alma, y con sus hechicerías casi estuvo a punto de cambiaros el cuerpo y transformaros en niebla…
-En efecto -asintió Kull, todavía perplejo-. Pero, al tratarse de un hecbicero, que disponía del conocimiento de todas las eras y despreciaba el oro, la gloria y la posición, ¿qué podía ofrecerle Kaanuub a Tuzun Thune como para convertirle en un vil traidor?
-Precisamente oro, poder y posición -gruñó Brule-. Cuanto antes aprendáis que los hombres son hombres, tanto si son hechiceros, como reyes o vasallos, tanto mejor podréis gobernar, Kull. Y ahora, ¿qué hacemos con ella?
-Nada, Brule -contestó Kull con una mirada triste, mientras la mujer gemía y lloriqueaba a sus pies-. No ha sido más que un instrumento. Levántate, mujer, y sigue tu camino. Nadie te hará daño.
Una vez que se encontró a solas con Brule, Kull miró por última vez los espejos de Tuzun Thune.
-Quizá conspiró y conjuró, Brule… No, no dudo de lo que me dices. Y sin embargo, ¿fue su brujería la que me estaba cambiando para transformarme en una tenue niebla, o me tropecé acaso con un secreto? Si no me hubieras hecho regresar, ¿me habría desvanecido en la disolución, o habría encontrado otros mundos más allá de éste?
Brule dirigió una mirada hacia los espejos y se encogió de hombros, casi con un estremecimiento.
-Por lo visto, Tuzun Thune acumuló aquí toda la sabiduría de los infiernos. Salgamos de aquí, Kull, antes de que estos espejos me embrujen a mí también.
-Salgamos, pues -asintió Kull.
Y caminando uno al lado del otro, se alejaron de la casa de los mil espejos, donde, quizá, quedaban aprisionadas las almas de los hombres.
Ahora, ya nadie mira en los espejos de Tuzun Thune. Los botes de recreo se calientan plácidamente bajo el sol, en la orilla donde se levanta la casa del hechicero, y nadie entra en esa casa o en la habitación donde el reseco y apergaminado cadáver de Tuzun Thune permanece inmóvil ante los espejos de la ilusión. El lugar es evitado por todos como un lugar maldito, y aunque continúe así durante mil años no se oirán pasos humanos que arranquen ecos allí.
A pesar de todo, Kull, sentado en su trono, medita a menudo en la misteriosa sabiduría y en los incontables secretos ocultos allí, y se pregunta…
Pues hay mundos que se encuentran mucho más allá de los mundos, como Kull ha aprendido muy bien, y tanto si el hechicero le embrujó con palabras o lo hizo mediante el hipnotismo, al otro lado de aquella misteriosa puerta se abrieron ante la mirada del rey otros paisajes diferentes, y ahora Kull se siente menos seguro de la realidad desde que miró en los espejos de Tuzun Thune.
Antes de que las sombras vencieran al sol los milanos se remontaron, libres,
y Kull cabalgó por el camino del bosque, con su roja espada a mano;
y los vientos susurraban por el mundo: «El rey Kull cabalga hacia el mar».
El sol se reflejó carmesí en el mar. y cayeron las largas sombras grises;
la luna apareció como una calavera plateada que llevara forjada el hechizo de un demonio,
pues, bajo su luz, los grandes árboles se elevaban, como espectros surgidos del infierno.
Bajo la luz espectral se elevaban los árboles, como sombríos monstruos inhumanos;
cada tronco le parecía a Kull una figura viva, cada rama una nudosa mano,
y unos extraños ojos malignos e inmortales le miraban, horriblemente llameantes.
Las ramas se retorcían como serpientes anudadas, golpeando a la noche,
y un roble gris, que se agitaba rígido, horrendo a la vista,
arrancó sus raíces y le bloqueó el paso, inexorable bajo la luz fantasmal.
Se enzarzaron en el camino del bosque, el rey y el inexorable roble;
sus grandes extremidades lo doblaron en sus garras, sin que nadie dijera nada;
e inútil en su mano de hierro, la daga cortante se partió.
Y entre los árboles inclinados y monstruosos se oyó el canto de un refrán
cargado de un millón de años de maldad, dolor y odio:
«Fuimos los dueños del mundo antes de que llegara el hombre, y volveremos a serlo».
Kull sintió que un imperio extraño y viejo se inclinaba al paso del hombre
como reinos de hojas de hierba ante un ejército de hormigas,
y el horror se apoderó de él en el amanecer, como en un trance.
Forcejeó con manos ensangrentadas contra un árbol inmóvil y silencioso;
¡y despertó como de una pesadilla!, y un viento soplaba por los prados,
y el rey Kull de Atlantis siguió cabalgando en silencio hacia el mar.
Entonces, el cataclismo sacudió el mundo. Atlantis y Lemuria se hundieron, y las islas pictas se elevaron para formar los picos montañosos de un nuevo continente. Grandes extensiones del continente Thurio se desvanecieron bajo las aguas o, al hundirse, formaron grandes lagos y mares internos. Los volcanes se abrieron, y los terremotos sacudieron las hasta entonces brillantes ciudades de los imperios. Naciones enteras fueron exterminadas.
A los bárbaros les fueron las cosas algo mejor que a las razas civilizadas. Los habitantes de las islas pictas fueron destruidos, pero no sufrió ningún daño una gran colonia de ellos, asentados entre las montañas de la frontera meridional de Valusia para servir como amortiguadores contra las invasiones extranjeras. Del mismo modo, el reino continental de los atlantes escapó a la ruina generalizada, y hasta él llegaron miles de los hombres de sus tribus, que huyeron en barcos de la tierra que se hundía. Muchos lemures escaparon a la costa oriental del continente Thurio, que salió comparativamente indemne. Allí, fueron esclavizados por la antigua raza que ya habitaba la zona y su historia fue, durante miles de años, una historia de brutal servidumbre.
En la parte occidental del continente, las condiciones cambiantes crearon extrañas formas de vida animal y vegetal. Espesas junglas cubrieron las llanuras, grandes ríos se abrieron paso hasta el mar, montañas silvestres se elevaron, y lagos cubiertos con las ruinas de viejas ciudades quedaron transformados en fértiles valles.
Desde las zonas hundidas huyeron como enjambres miríadas de bestias y salvajes, de hombres-mono y de simios, hacia el reino continental de los atlantes. Obligados a luchar continuamente para salvar sus vidas, lograron, a pesar de todo, conservar algunos vestigios de su antiguo estado de barbarismo avanzado. Privados de metales y de minas, se vieron obligados a trabajar la piedra, como habían hecho sus lejanos antepasados, y habían alcanzado ya un verdadero nivel artístico cuando su cultura, que se esforzaba por sobrevivir, entró en contacto con la poderosa nación picta.
Los pictos también habían vuelto al uso del pedernal, pero habían avanzado más rápidamente en cuanto a crecimiento de la población y dominio del arte de la guerra. No poseían la naturaleza artística de los atlantes, sino que formaban una raza más ruda, más práctica y prolífica. No dejaron imágenes pintadas o talladas en el marfil, como hicieron sus enemigos, pero sí gran cantidad de armas de pedernal notablemente eficientes.
Estos reinos de la edad de piedra chocaron entre sí y, en una serie de sangrientas guerras, los atlantes, superados en número, se vieron obligados a retroceder a una etapa de salvajismo, y la evolución de los pictos se vio detenida.
Quinientos años después del gran cataclismo, los reinos bárbaros habían desaparecido, convertidos ahora en una nación de salvajes, los pictos, en permanente estado de guerra contra otros salvajes, los atlantes. Los pictos contaban con la ventaja de su mayor número y unidad, mientras que los atlantes se habían dividido en clanes débilmente relacionados entre sí Eso fue lo que sucedió en occidente.
En el lejano este, separado del resto del mundo por la elevación de gigantescas cadenas montañosas y por la formación de una cadena de vastos lagos, los lemures se fatigan como esclavos de sus antiguos amos. El extremo más meridional sigue envuelto en el misterio. Tras haber salido indemne del gran cataclismo, su destino sigue siendo prehumano.
De las razas civilizadas del continente Thurio, los restos de una de las naciones no valusas habitan entre las montañas bajas situadas al sudeste, los zhemris. Aquí y allá, repartidos por el mundo, hay diseminados clanes de salvajes simiescos completamente ignorantes del auge y caída de las grandes civilizaciones. Pero en el extremo norte hay otro pueblo que va surgiendo lentamente a la existencia.
En el momento en que se produjo el gran cataclismo, un grupo de salvajes, cuyo desarrollo no se hallaba muy por encima del hombre de Neanderthal, huyó hacia el norte para escapar a la destrucción. Descubrieron que los países de las nieves sólo estaban habitados por una especie de monos de las nieves, enormes animales blancos y velludos, aparentemente adaptados a ese clima y propios de él. Lucharon contra ellos y los empujaron más allá del círculo ártico, destinados a perecer, o eso creyeron los salvajes. Pero los monos de las nieves se adaptaron a las nuevas y duras condiciones ambientales y se multiplicaron.
Después de que las guerras entre los pictos y los atlantes destruyeran lo que podría haber sido el principio de una nueva cultura, otro cataclismo, éste menor, alteró una vez más el aspecto del continente original, dejó un gran mar interior allí donde antes estuvo la cadena de lagos, lo que separó aún más el este del oeste, y los terremotos, inundaciones y erupciones volcánícas subsiguientes terminaron de completar la ruina de los bárbaros, que ya se había iniciado con sus guerras tribales.
Mil años después de este cataclismo menor. el mundo occidental tiene el aspecto de un terreno salvaje, cubierto de junglas, lagos y ríos torrenciales. Entre las montañas del noroeste, cubiertas por los bosques, existen grupos errantes de hombres mono que no dominan el habla humana, ni conocen el fuego o el uso de utensilios. Son los descendientes de los atlantes, hundidos en el caos chillón de la bestialidad de la jungla del que sus antepasados habían surgido trabajosamente, arrastrándose, hacía ya muchas eras.
En el sudoeste viven diseminados clanes de salvajes degradados que habitan en las cuevas. y cuya forma de hablar es de lo más primitivo, pero que todavía conservan el nombre de pictos, que ha terminado por convertirse en un nombre que ellos mismos emplean para designarse como hombres, y distinguirse de las verdaderas bestias, a las que se enfrentan para salvar la vida y obtener alimentos. Ése es el único eslabón que les une con su antiguo estado. Ni los escuálidos pictos ni los atlantes simiescos tienen contacto alguno con otras tribus o pueblos.
Al otro lado, en el este, los lemures, reducidos casi a un estado bestial por la brutalidad de su esclavitud, han terminado por levantarse y destruir a sus antiguos amos. Son salvajes que deambuían por las ruinas de una civilización extraña. Los supervivientes de esa civilización, que han escapado a la furia desatada de sus esclavos, han huido hacia el oeste. Caen sobre los misteriosos reinos prehumanos del sur, derribándolos y sustituyéndolos con su propia cultura, suavizada por el contacto con la antigua. Al reino surgido de este modo se le llama Stigia, y parece que en él han sobrevivido restos de la nación más antigua, y que incluso se les ha adorado, después de que la raza, en su conjunto, haya quedado destruida.
Aquí y allá, repartido por el mundo, pequeños grupos de salvajes muestran señales de una tendencia de progreso; se hallan diseminados y no han sido clasificados. Pero las tribus están creciendo en el norte. A estos pueblos se les denomina hyborios, o hyboris; su dios era Bori, algún gran jefe, de quien la leyenda decía que era más antiguo que el rey que los condujo hacia el norte, en los tiempos del gran cataclismo, que las tribus sólo recuerdan en un folklore distorsionado.
Se han extendido por el norte, y presionan hacia el sur, en migraciones tranquilas. Por el momento no han entrado en contacto con ninguna otra raza; sus guerras las han librado entre ellos mismos. El haber habitado durante mil quinientos años en las tierras del norte les ha convenido en una raza de hombres altos, de cabello leonado y ojos grises, vigorosos y amantes de la guerra, y que ya exhiben una artesanía bien definida y una cierta inclinación por la poesía. La mayoría de ellos siguen viviendo de la caza, pero las tribus del sur llevan ya varios siglos dedicadas a la cría del ganado.
Hay una excepción en cuanto a su, hasta ahora, completo aislamiento de otras razas: un viajero que recorrió el norte ha regresado con la noticia de que las extensiones de tierras heladas supuestamente desiertas se hallan habitadas en realidad por una amplia tribu de hombres similares a monos, descendientes, según afirma, de las bestias empujadas hacia territorios menos habitables por parte de los antepasados de los hyborios. Animó a formar un gran destacamento de guerra para enviarlo más allá del ártico con la misión de exterminar a esas bestias, de las que, según asegura, empezaban a evolucionar para convertirse en verdaderos hombres. Su propuesta fue rechazada. Un pequeño grupo de jóvenes guerreros aventureros le siguió hacia el norte, pero ninguno de ellos regresó.
Pero las tribus de los hyborios se iban desplazando hacia el sur y, a medida que aumentaba su población, este movimiento se hizo cada vez más amplio. La siguiente era fue una época de migraciones y conquistas. A lo largo de la historia del mundo, las tribus y los movimientos y desplazamientos de éstas configuran un panorama siempre cambiante
Eso puede verse en el panorama que ofrecía el mundo quinientos años más tarde. Las tribus de los hyborios, de cabellos leoninos, se han movido hacia el sur y el oeste, y han conquistado y destruido a más de un pequeño clan no clasificado. Al absorber la sangre de las razas conquistadas, que ya eran descendientes de otras tendencias más antiguas, han empezado a mostrar ciertos rasgos raciales modificados, y esta mezcla de razas se ve ferozmente atacada por las corrientes de sangre más nueva y más pura, y se ve empujada ante ellos del mismo modo que una escoba barre imparcialmente las sobras, para entremezclarse y fundirse en los enmarañados restos de razas y residuos de razas.
Por el momento, los conquistadores todavía no han entrado en contacto con las razas más antiguas. Hacia el sudeste, los descendientes de los zhemris, que han encontrado ímpetu en la nueva sangre resultante de la mezcla con alguna tribu no clasificada, empiezan a intentar revivir alguna débil sombra de lo que fuera su antigua cultura. Hacia el oeste, los atlantes de aspecto simiesco también inician el recorrido del largo camino de ascenso. Han completado el ciclo de la existencia; habían olvidado desde hacía mucho tiempo su existencia anterior como hombres; desconocedores de que hubieran tenido alguna vez otro estado diferente, empiezan a ascender sin ayuda alguna, y sin verse obstaculizados por los recuerdos humanos.
Al sur de ellos, los pictos continúan siendo salvajes y, al parecer, desafían las leyes de la naturaleza, ya que ni progresan ni retroceden. Bastante más al sur, se mece en la modorra el antiguo y misterioso reino de Stigia. Hacia sus fronteras orientales emigran clanes de salvajes nómadas, conocidos ya como los hijos de Shem.
Junto a los pictos, en el ancho valle de Zingg, y protegidos por grandes montañas, ha evolucionado un grupo sin nombre de seres primitivos, clasificados provisionalmente como afines a los shemitas, que han llegado a desarrollar un verdadero sistema agrícola.
Otro factor ha venido a incrementar el impulso de la presión hyboria. Una tribu de esa raza ha descubierto el uso de la piedra en la edificación, y ha surgido así a la existencia el primer reino hyborio, el rudo reino bárbaro de Hyperborea, que tuvo sus inicios en una tosca fortaleza de cantos rodados amontonados para repeler los ataques tribales. El pueblo de esta tribu no tardó en abandonar las tiendas transportadas a caballo, para cambiarlas por casas de piedra, construidas de forma basta pero poderosa; protegidos de ese modo, se hicieron más fuertes.
En la historia hay pocos acontecimientos más dramáticos que el surgimiento del reino rudo y feroz de Hyperborea, cuyo pueblo transformó bruscamente su vida nómada para construir edificios de piedra desnuda, rodeados por murallas ciclópeas; se trataba de una raza que apenas había abandonado la fase de la era de piedra pulimentada y que, gracias a un golpe de suerte, aprendió los primeros y toscos principios de la arquitectura.
El surgimiento de este reino puso en movimiento a otras muchas tribus, pues, derrotadas en la guerra, o negándose a ser tributarias de sus parientes que vivían en castillos, muchos clanes emprendieron largas marchas que les llevaron a recorrer medio mundo. Y las tribus situadas más al norte ya empiezan a verse empujadas por salvajes rubios gigantescos, no mucho más avanzados que los hombres mono.
La historia de los mil años siguientes es la historia del auge de los hyborios, cuyas tribus guerreras dominan el mundo occidental. Empiezan a configurarse toscos reinos. Los invasores de cabellos leonados se han encontrado con los pictos. empujándolos hacia los territorios desérticos del oeste
En el noroeste, los descendientes de los atlantes, que han logrado pasar sin ayuda del mundo de los simios al del salvajismo primitivo, todavía no se han encontrado con los conquistadores. Bastante más al este, los lemures desarrollan una extraña semicivilización propia. Hacia el sur, los hyborios han fundado el reino de Koth, en las mismas fronteras de esos países pastorales conocidos como los territorios de Shem, y empiezan a surgir del barbarismo los salvajes de estos territorios, debido en parte al contacto con los hyborios, y en parte al contacto con los stigios, que durante siglos han causado grandes estragos entre ellos.
Los salvajes rubios del extremo más septentrional han aumentado su poder y su número, de modo que las tribus hyborias del norte se mueven hacia el sur, empujando ante ellas a los clanes emparentados. El antiguo reino de Hyperborea es derrocado por una de esas tribus septentrionales, a pesar de que conserva el viejo nombre. Al sudeste de Hyperborea ha surgido un reino de los zhemris, con el nombre de Zamora. Al sudoeste, una tribu de pictos ha invadido el fértil valle de Zingg, conquistando al pueblo agrícola allí instalado, y se ha asentado entre ellos. Esta raza mixta fue conquistada a su vez más tarde por una tribu errante de los hyboris, y de estos elementos entremezclados surgió después el reino de Zingara.
Quinientos años más tarde, los reinos del mundo ya se encuentran claramente definidos. El mundo occidental se ve dominado por los reinos de los hyborios: Aquilonia, Nemedia, Brythunia, Hyperborea, Koth, Ophir, Argos, Corinthia, y uno conocido como el Reino Fronterizo. Zamora se halla situada al este, y Zingara al sudoeste de estos reinos; se trata de pueblos similares de tez oscura y hábitos exóticos pero, por lo demás, no se hallan relacionados.
Bastante más al sur sigue durmiendo Stygia, que no se ha visto afectada por las invasiones extranjeras, pero los pueblos de Shem han cambiado el yugo stygio por el menos mortificante de Koth.
Los maestros de tez oscura se han visto empujados al sur del gran río Styx, Nilus o Nilo, que fluye desde el norte, procedente de los territorios situados al interior, efectúa luego un giro casi en ángulo recto y fluye hacia el oeste, atravesando con sus meandros los territorios de pastos de Shem, para desembocar en el gran mar. Al norte de Aquilonia, el reino hyborio situado más a occidente, se encuentran los cimerios, salvajes feroces, no contaminados por los invasores, pero que progresan con rapidez gracias al contacto con ellos; son los descendientes de los atlantes, que ahora progresan con mucha mayor firmeza que sus antiguos enemigos, los pictos, que habitan las zonas selváticas situadas al oeste de Aquilonia.
La era Hyborya
Enviado por:
Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.
"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®
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Santiago de los Caballeros,
República Dominicana,
2015.
"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®
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