Desde sus orígenes, la humanidad ha mantenido una estrecha relación con la naturaleza. De ella ha obtenido, a lo largo de su historia, alimentos, combustibles, medicamentos y materiales diversos, además de materias primas para la fabricación de vestido, vivienda u otro tipo de infraestructura, entre muchos otros productos. Sin embargo, a pesar del valor que tiene para la sociedad el capital natural, la visión utilitaria del entorno ha ocasionado que bosques, selvas y otros ecosistemas naturales hayan sido transformados intensamente a tierras ganaderas, agrícolas y zonas urbanas; que las aguas de ríos, lagos y mares se encuentren contaminadas y sus recursos pesqueros sobreexplotados; que enormes cantidades de desechos sólidos o líquidos se depositen directamente en el suelo o el agua y que por la quema de combustibles fósiles se emitan grandes cantidades de gases a la atmósfera. Todo ello ha provocado, además de la degradación ambiental, afectaciones importantes a la población humana.
La salud pública: Las aguas contaminadas, conjuntamente con una deficiente salubridad, matan a más de 12 millones de personas al año, la mayoría en los países en desarrollo. La contaminación del aire mata a otros 3 millones.
El suministro de alimentos: ¿Tendremos suficientes alimentos para alimentar a todo el mundo? En 64 de los 105 países en desarrollo estudiados por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), la población ha estado creciendo más rápidamente que la disponibilidad de alimentos.
Las aguas dulces: La disponibilidad de agua dulce es finita, pero la demanda está subiendo aceleradamente a medida de que crece la población y de que aumenta el uso per cápita.
Los bosques: Casi la mitad de la cobertura boscosa original ha desaparecido y cada año se cortan, aplanan o queman otras 16 millones de hectáreas. Los bosques proveen más de 400 mil millones de dólares a la economía mundial cada año y son vitales para mantener la salud de los ecosistemas.
El cambio climático global: La superficie de la tierra se está calentando debido a las emisiones de gases de invernadero, la mayoría provenientes del uso de combustibles fósiles. Si la temperatura global aumenta tal y como se ha predicho, los niveles del mar subirán varios metros, causando inundaciones por todo el mundo.
La crisis económica: ¿Una bendición ambiental?
Ciertamente, a corto plazo, la crisis ha supuesto una relajación con respecto a la presión sobre algunos activos naturales. El caso más obvio, pero no el único, es el de los gases de efecto invernadero y el cambio climático. La caída de la actividad económica en los principales países industriales ha supuesto la correspondiente disminución en las emisiones de estos gases: un fenómeno paralelo al ocurrido con el desmoronamiento en Europa del bloque socialista y la Unión Soviética, y que dio lugar a la aparición del problema del "aire caliente" en las negociaciones del Protocolo de Kioto. No es mucho, sin embargo, el alivio que cabe esperar de esta menor presión. Los países europeos, por un lado, ya eran los más comprometidos en la lucha contra el cambio climático. La crisis, al poner en primer plano los problemas del paro y la recesión, arrincona la problemática ambiental en los últimos puestos de la escala de prioridades. En cualquier caso, el peso que tiene la Unión Europea en la resolución del problema del cambio climático se acerca a marchas forzadas hacia la irrelevancia: reducciones sustanciales de sus emisiones tienen un impacto muy reducido a escala global, dado su pequeño peso relativo.
Los principales problemas ambientales globales, el cambio climático y la pérdida de diversidad biológica, no pueden ser resueltos sin el concurso de los países subdesarrollados y emergentes. Si bien es cierto que se hace necesario un cambio de modelo en el mundo desarrollado, un modelo menos intensivo en el consumo de energía y recursos naturales y en la generación de residuos, esto por sí solo no basta. Para resolver el problema se necesita, además, un cambio en el modelo de desarrollo de unos países emergentes que, sin embargo, difícilmente pueden ser considerados responsables de la degradación ambiental en pie de igualdad con los países desarrollados. Las circunstancias actuales, desgraciadamente, no propician ni mucho menos tal cambio de modelo. Por un lado tenemos países que, como la República Popular China, están experimentando tasas muy elevadas de crecimiento e industrialización, acompañadas de una creciente desigualdad y de un elevado deterioro ambiental. En las actuales circunstancias de estancamiento económico en las economías avanzadas, cuando no de abierta recesión, las presiones para que China atempere su ritmo de crecimiento por mor de un mejor desempeño ambiental no van a ser muy elevadas, máxime cuando se prevé un cambio de orientación en este país: un modelo de crecimiento que deje paulatinamente de ser impulsado por el auge de las exportaciones y se apoye en mayor medida en el crecimiento de la demanda interna.
La actual crisis económica y financiera no sólo ha reducido parcialmente la presión sobre los activos naturales y ambientales, lo que es positivo, sino que ha relegado la preocupación con respecto a la sostenibilidad ambiental a un lugar muy secundario en el orden de las prioridades públicas, lo que puede tener consecuencias muy negativas en el medio y largo plazo. La presión a favor de un cambio de rumbo hacia un modelo de desarrollo más sostenible y respetuoso con el medio ambiente se ha reducido considerablemente. Puede que en los países europeos, las demandas sociales frenen en parte esta caída (aunque el caso de España no invita precisamente al optimismo) pero, en cualquier caso, el papel directo de Europa en la lucha contra la degradación ambiental, cada vez será más reducido. Distinto es el papel que Europa puede jugar, indirectamente, para convencer (y financiar) el cambio de rumbo en los países emergentes. En un contexto de crisis y depresión, sin embargo, y teniendo en cuenta la importancia del crecimiento de estas economías para la propia gestión de la crisis europea, los incentivos para desempeñar un papel de liderazgo en este sentido son, hoy por hoy, pequeños.
Noticia
Ante el desplome de la renta petrolera y minera, que no sólo compromete las finanzas públicas sino toda la actividad económica, las presiones sobre el medio ambiente se están multiplicando.
Esto queda probado por la inaceptable subordinación de la Autoridad Nacional de Licencia Ambientales (ANLA) a la Vicepresidencia.
Autor:
Elvis Ravello Flores