Razonamiento sobre milagros
Razonamiento. El razonamiento común, útil y necesario para el análisis de los milagros, se deriva del testimonio de las personas y del relato de testigos presenciales o espectadores. Nuestra seguridad, en cualquier argumento de esta clase, deriva de la veracidad del testimonio y de la conformidad de los hechos con el relato de los testigos. Nuestra confianza en la veracidad del testimonio de las personas se basa en cualidades inherentes a la naturaleza humana, descubiertas a través de la experiencia como: la memoria humana, las inclinaciones a la verdad y a los actos buenos, y el miedo a ser descubiertos en la mentira. Las personas que deliran o son conocidas por su falsedad no tienen ningún tipo de veracidad ante los demás.
Principios. Las máximas con las que intentamos conducir nuestros razonamientos sobre milagros son: En los hechos de los que no tenemos experiencia nos guiamos por aquellos que si la tienen. Consideramos más probable lo que es más habitual, y en oposición de argumentos, damos preferencia al que cuente con mayor número de experiencias. Sin embargo la mente no siempre sigue este principio, y cuando se afirma algo absurdo y milagroso, tiende admitir este hecho con facilidad, basándose en la misma circunstancia que destruye toda su veracidad. La pasión de la sorpresa, lo maravilloso de los milagros, al ser una emoción agradable, genera una sensible tendencia a creer en esos sucesos. Incluso aquellos que no pueden sentir este placer de manera inmediata, ni pueden creer en los sucesos milagrosos que se informan, disfrutan de la satisfacción de la aceptación o del rechazo indirecto y encuentran orgullo y placer en despertar la admiración de otros.
Experiencia. Otra guía importante en el razonamiento sobre milagros es la experiencia, pero ella no es infalible y a veces nos conduce a error. A veces razonando, conforme a la experiencia, presuponemos por ejemplo, que en alguna semana de enero no va a llover, y llueve. Nos equivocamos, pero no por culpa de la experiencia, porque ella nos informa también, con un porcentaje de incertidumbre, de esta posibilidad. En nuestro razonamiento sobre cuestiones de hechos están presentes todos los grados de seguridad, desde una probabilidad cero hasta una probabilidad cien o certeza.
Evidencia. Es la certeza clara y perceptible de algo que no permite dudar razonablemente de ello. La evidencia que deriva de relato de testigos y testimonios de personas, está basada en las circunstancias, la experiencia y la observación. Su prueba, o probabilidad, depende del grado de constancia o variabilidad de la relación entre el tipo de relato y el hecho. Cuando la experiencia no es completamente uniforme en ninguna de las dos posibilidades, surge una notable contrariedad para expresar nuestros juicios y vacilamos ante los informes. Resolvemos este problema sopesando las circunstancias opuestas que nos causan duda e incertidumbre y nos inclinamos por la posibilidad en que descubrimos superioridad, pero con menos seguridad, a medida que aumenta la solidez de alguna probabilidad antagonista.
Evidencias de los sentidos y de los testimonios orales o escritos. En la religión cristiana la misión divina de Jesús se prueba por medio de las llamadas sagradas escrituras, o tradición escrita, que se funda solamente en el testimonio de los apóstoles. Sin embargo la evidencia de los sentidos es mayor que la evidencia de los testimonios orales o escritos. La evidencia de los testimonios orales o escritos disminuye a medida que pasa de una persona a otra y todavía más de una generación a otra. Por tanto la evidencia de la verdad de las religiones a medida que transcurre el tiempo va disminuyendo.
Detalles del testimonio. La oposición entre evidencias se ve afectada por estos detalles. Hay muchos detalles que pueden disminuir o destruir la solidez del testimonio. Estos se derivan del relato de las personas y lo ponen en duda. Algunos de ellos son: contradicción, duda, intereses, vacilación y aseveraciones violentas de los testigos en sus testimonios.
La razón. Es la facultad humana que ordena las ideas en la mente para deducir una consecuencia o conclusión. La razón por la que damos crédito a testigos e historiadores, deriva de conexiones que percibimos entre el testimonio y el hecho, entre el testigo y el hecho, de la conformidad que encontremos entre ellos. Pero cuando el hecho que se narra, no ha sido directamente observado, la experiencia nos da cierto grado de seguridad ante el hecho anterior, que se intenta establecer y ante el testimonio de los testigos.
Autoridad del narrador. Desde cuando vivía el filósofo Catón ya existía el proverbio romano: "No creería tal historia ni porque me la contara Catón", o sea, que el carácter de increíble, extraordinario o maravilloso de un hecho, invalida el testimonio hasta de las autoridades más respetables que lo cuenten. Es más fácil demostrar y convencer a las personas de hechos posibles o naturales que conocen, o por lo menos semejantes a ellos, de los cuales tienen experiencia constante y uniforme.
Testimonio contra milagro. Supongamos que el hecho que afirma el testimonio de un testigo, es de un milagro, y que el testigo por su autoridad, conforma una prueba completa. Como un milagro de por sí es un hecho no natural, hay que respaldarlo con pruebas. En este caso se enfrentan entonces la prueba del testimonio del testigo contra las pruebas del milagro. La más solida prevalece pero disminuida en su solidez proporcionalmente a la fuerza de su antagonista.
Falsedad de los milagros. Nunca en la historia se ha producido un milagro atestiguado por un número suficiente de personas que tuvieran, sentido común es decir capacidad de juzgar razonablemente, educación y conocimientos tan incuestionables, que garantizaran que no hubo ninguna equivocación por su parte, con una integridad tan indudable sin sospecha de intentar engañar a los demás, y con un crédito y reputación que no arriesgarían perder en caso de ser acusados de falsedad. Que estos milagros ocurrieron públicamente, y en una parte tan conocida, como para ser inevitable el descubrimiento de su falsedad.
Imposición de milagros
Gusto por lo asombroso. Cuando el espíritu religioso se aúna con el gusto por lo asombroso, desaparece el sentido común y el testimonio humano, en estas circunstancias, pierde toda pretensión de veracidad. Con qué avidez se acogen los relatos milagrosos de los viajeros, de sus aventuras maravillosas, sus descripciones de monstruos de tierra y mar, de extraños hombres y de rudas costumbres.
Buenas intenciones de beatos. Los beatos se entusiasman e imaginan ver cosas no reales, y aunque sus relatos sean falsos perseveran en ellos, con las mejores intenciones de promover causas sagradas. Su vanidad e interés religiosos son azuzados por una tentación poderosa de actuar más eficazmente que el resto de las personas. Sus oyentes generalmente carecen del juicio suficiente para criticar sus testimonios y aunque cuenten con alguna capacidad para cuestionar estos temas sublimes y milagrosos renuncian a ella, ante la pasión y encendida imaginación que les despiertan e impide que su mente y juicio funcionen regularmente. Su credulidad aumenta la osadía del orador y ésta a su vez la credulidad de sus oyentes.
La elocuencia. La elocuencia cuando alcanza gran intensidad, deja poco espacio a la razón, o a la reflexión, subyuga el entendimiento, cautiva al oyente y se vuelca enteramente a la fantasía y a las emociones. Lo que Demóstenes despertaba en el público griego, y Tulio en el romano, lo consiguen predicadores o docentes itinerantes o permanentes, con la mayoría de las personas, y en mayor grado, al tocar pasiones burdas y vulgares.
Difusión de información. Contar una noticia interesante, ser el primero en relatarla, propagarla, es decir, difundir información, causa placer a muchas personas. Por esta razón ninguna persona sensata presta atención a los relatos hasta no confirmarlos con una evidencia mayor. Esta pasión y otras más fuertes inducen a gran número de personas a creer y a contar, cada vez con mayor vehemencia y seguridad, milagros religiosos. Aunque numerosos milagros, profecías y sucesos sobrenaturales han sido comprobados como falsos, por absurdos o por evidencias contrarias, se siguen inventando y propagando. Esta es una prueba de la fuerte propensión de los seres humanos a lo extraordinario y maravilloso y de poca atención a la sospecha que generan relatos de este tipo. Esta es nuestra manera de pensar, incluso cuando se trata de hechos más comunes y creíbles. Por ejemplo no hay ningún tipo de relato que tenga tanto éxito y se extienda tan rápido, especialmente en lugares rurales o pueblos provinciales, que el encuentro de una pareja a solas. El vecindario entero inmediatamente propaga relatos que los une afectivamente.
Relatos de pueblos primitivos. Los relatos sobrenaturales y milagrosos abundan entre los pueblos ignorantes. Los que aun son admitidos en pueblos civilizados provienen de pueblos ignorantes. Permanecen por el respaldo de autoridades religiosas que los acompañan. Cuando se estudia la historia de estos pueblos primitivos, su escenario nos parece incoherente y todo funciona de manera distinta a lo actual. Las batallas, las revoluciones, las pestes, el hambre y la muerte fueron efectos de causas sobrenaturales, no naturales. Los prodigios, las profecías, los oráculos y los juicios oscurecen las causas naturales de los sucesos. Pero conforme avanzamos a las épocas ilustradas, aprendemos que no hay causas misteriosas ni sobrenaturales y que aquellas explicaciones sobrenaturales, provienen de la propensión habitual de los seres humanos hacia lo maravilloso. Y que aunque esta inclinación pueda ser frenada por el sentido común y el conocimiento, nunca podrá ser extirpada completamente de la naturaleza humana.
Refutación de milagros
Los milagros se convierten en mentiras. A algunos lectores, al estudiar las maravillosas historias de los milagros, les resulta raro que tales prodigios dejaran de ocurrir en nuestros días. Lo contrario sucede con los que aceptan que las personas han mentido, mienten y mentirán en todas las épocas. No olvidemos que una chispa diminuta puede provocar el mayor incendio cuando entra en contacto con materiales inflamables. Todo lo que trata de confirmar la superstición, o lo que crea asombro, es recibido ávidamente y sin examen por el pueblo ignorante. Muchos relatos maravillosos, despreciados por sabios y juiciosos y hasta por el mismo vulgo, siguen siendo contados con pasión por muchos de nuestros contemporáneos. Esas celebres mentiras sobre prodigios maravillosos, que alguna vez fueron ampliamente aceptadas, se convirtieron también en mentiras prodigiosas.
Selección de escenarios. Los falsos y famosos profetas escogen como primer escenario para imponer sus engaños, lugares donde la gente es extremadamente ignorante y estúpida, dispuesta a aceptar sin resistencia hasta el peor de los embustes. Son personas tan débiles y sin oportunidad de recibir mejor información, que no piensan que estas invenciones no merecen la pena ser escuchados.
Procedimiento. Con historias magnificadas en un cúmulo de circunstancias convencen a muchos ignorantes, y pasan a reclutar devotos entre personas de más alto rango y distinción. Han llegado a convencer hasta reyes y emperadores, que emprenden acciones militares en base a sus falsas profecías.
Difusión. Los ignorantes se convierten en aplicados propagandistas del engaño. Los sabios y los cultos, en general, se contentan con burlarse de estos absurdos, que no necesitan hechos concretos para ser refutados con claridad.
Arraigo de engaños. Ocurre no con mucha frecuencia que un engaño burdo se imponga sobre una mayoría. Hay más posibilidades de arraigar una impostura cuando la gente es más ignorante y en lugares remotos, donde las personas no tienen suficiente autoridad para contradecir o refutar el engaño. Los más ignorantes y rudos divulgan la noticia, ya que la inclinación de las personas hacia lo maravilloso tiene una gran oportunidad de manifestarse. Historias completamente desacreditadas, en el lugar donde surgieron, pueden pasar por ciertas a millas de distancia, especialmente cuando son expuestas por personas de alta autoridad y con toda la fuerza de la razón y elocuencia. Afortunadamente no es frecuente encontrar emporios del saber dispuestos a difundir e imponer estos engaños.
Falsedad del milagro por falsedad del testimonio. El crédito de los testigos que cuentan un milagro queda disminuido con el testimonio de otros testigos que afirman lo mismo, pero que estaban a cientos de kilómetros de distancia, en el mismo instante en que se dice, sucedió el milagro. Cuando no existe aunque sea un testimonio que se oponga al de un número grande de testigos, la veracidad de los prodigios queda debilitada. La falsedad del milagro destruye el crédito del testimonio y el testimonio se destruye a sí mismo. Cualquier milagro falso de una religión tiene la fuerza para destruir un milagro de otra religión y su sistema. Al destruir la veracidad de un testimonio se destruye el crédito del milagro y el sistema religioso que se basa en él.
Rechazo de milagros de una religión por otra. Todos los milagros de una religión son rechazados por las otras religiones, y las evidencias de la falsedad de estos prodigios sirven también como evidencias de falsedad de los milagros de otras religiones. De acuerdo con este método, debemos, por ejemplo considerar un milagro mahometano, con la autoridad y seguridad que emana cuando es analizado por un católico o un budista, aunque tenga como garantía el testimonio de millones de musulmanes. Los testimonios de un milagro de una religión no son aceptados en otra religión, y al no serlo destruyen los soportes de esa religión. Los milagros aunque jamás pueden ser demostrados, se aceptan como fundamento de sistemas religiosos. Y como prueba de los milagros, o sea, de las violaciones del curso habitual de la naturaleza, se aceptan los testimonios humanos.
Sesgos en los testimonios. La fuerza y veracidad de los testimonios humanos dependen de cada caso. Los historiadores adscriben ventajas en las batallas a las facciones de su bando. Lo mismo sucede con las batallas entre gobernantes y opositores narradas por partidarios u opositores. La narración de los milagros, depende de la ubicación del monje o historiador. Pensemos en un monje budista narrando los milagros de Jesús, o un moje cristiano contando los milagros de Buda.
Sesgos de los narradores. Los escritores o narradores confieren mayor importancia a lo que favorece sus pasiones, como engrandecimiento de sí mismos, de sus familias, de sus países, de sus creencias. También a lo que surge de sus inclinaciones y propensiones naturales. Cuando una persona, llevada por su vanidad o imaginación calurienta, primero se convence y luego cae en el engaño, no tendrá después escrúpulos en utilizar fraudes piadosos para avalar esta causa como sagrada o meritoria. ¿Qué mayor tentación que presentarse como embajador, misionero o profeta del cielo?. ¿Quién no afronta peligros y dificultades para lograr estatus tan sublimes?.
Manejo de testimonios de milagros. Cuando los relatos de milagros se divulgan, los debemos juzgar conforme a la experiencia y a la observación, y los debemos explicar con los principios naturales y los conocidos de credulidad y engaño, sin permitir ninguna violación milagrosa de las leyes naturales. Innumerables historias de este tipo han sido denunciadas y rechazadas a lo largo del tiempo. Muchas otras han sido llamativas durante cierto tiempo y luego olvidadas o desacreditadas.
Falsedad de las religiones. Como las religiones están basadas sobre la fe y no sobre la razón, un método seguro para probar la falsedad de sus fundamentos es someterlas a un juicio, siguiendo los principios de la razón humana. Como ejemplo examinemos los milagros que aparecen en el Pentateuco. Al usar la razón humana tenemos que aceptar los relatos no como la palabra o testimonio de un dios, sino como la producción de un escritor o historiador humano. El escritor del libro nos presenta un pueblo bárbaro e ignorante, mucho más después de que sucedieron los hechos que relata. Estos hechos no son corroborados con testimonios confirmados. Son relatos fabulosos, prodigios y milagros con que se intenta enaltecer el origen e historia de un pueblo. Retrata un mundo y una humanidad completamente diferentes a los actuales. Habla de la pérdida de la condición humana inicial, de la destrucción del mundo por un diluvio, de la elección de un pueblo como el favorito del cielo, de su liberación de la esclavitud por prodigios asombrosos e inimaginables.
Al avalar estos testimonios por los métodos expuestos para probar su veracidad o falsedad, se comprueba que la falsedad del relato es más extraordinaria y milagrosa que la de los milagros que relata.
Dificultades en las denuncias
Distancia. Hay dificultades para denunciar alguna falsedad de cualquier historia privada o incluso pública en el lugar donde supuestamente ha ocurrido. Estas dificultades crecen a medida que la escena se aleja en distancia.
Autocontrol. Estos asuntos tampoco se resuelven por el altercado, el debate o los rumores fugitivos, especialmente cuando las pasiones humanas están involucradas a favor de ambas partes.
Tiempo. Cuando se trata de acciones recientes, hasta los tribunales de justicia con toda la autoridad, precisión y juicio que pueden emplear, se encuentran a menudo confundidos, cuando se trata de distinguir entre verdad y falsedad.
Descuido. En la infancia de las religiones, los fundadores promueven la superstición y los milagros. Pero luego cuando sus sabios y filósofos intentan denunciar el engaño, para sacar a la multitud de la impostura, los documentos y testigos, que podrían aclarar el asunto, han desaparecido irremediablemente.
Pruebas. Los únicos medios para demostrar la falsedad de los milagros son los testimonios de los narradores y aunque estos sean suficientes para jueces y sabios, a menudo es un procedimiento incompresible para el vulgo.
Insuficiencia de los testimonios. Ningún testimonio humano puede tener tanta solidez como para comprobar un milagro, más cuando éste se convierte en fundamento de un sistema religioso. No ha habido jamás un testimonio, ni un milagro, que hayan llegado a constituirse en una probabilidad y mucho menos en certeza. El testimonio que trata de probar un milagro siempre se opone al hecho natural. El hecho natural es que, por ejemplo, untar saliva en los ojos de los invidentes, no le recupera la visión.
Aporte de la experiencia. Solo la experiencia confiere veracidad al testimonio humano y seguridad a las leyes naturales. Cuando nos encontramos frente a dos hechos contrarios, debemos controlar las experiencias respectivas, y decidirnos por el hecho con mayor experiencia. Por ejemplo, cuántos ciegos han vuelto a ver al untarles saliva en los ojos y cuántos no?.
Indemostrabilidad de los milagros. Supongamos que todas las autoridades del mundo se pusieran de acuerdo y publicaran la información de que en los primeros ocho días del año 1600 hubo oscuridad completa sobre todo el planeta. Aunque sea imposible encontrar algo semejante en todos los anales de la historia. Y que la noticia de este extraordinario suceso despertara fuertemente la atención entre la gente. Supongamos que todos los viajeros a distintas partes regresaran con relatos del mismo suceso sin variación ni contradicción alguna. Es evidente que los filósofos y científicos actuales, no dudarían del hecho, por el contrario, lo tomarían por cierto y buscarían las causas que originaron tal suceso y que el relato de cualquier fenómeno, que pareciera explicar aquella catástrofe sería considerado como testimonio humano.
Bajeza, insensatez y violación de leyes naturales. Muchas personas se niegan a aceptar que los sucesos extraordinarios, como los milagros, surgen por la bajeza e insensatez de las personas y que constituyen una violación de las leyes de la naturaleza. Supongamos por ejemplo, que lo historiadores de Inglaterra se pusieran de acuerdo que el primero de Enero de 1600 murió la reina Isabel, que antes y después de su muerte, fue vista por sus médicos y toda la corte, como era habitual y que su sucesor fue reconocido y proclamado por el parlamento. Pero que un mes después de ser enterrada reapareció, asumió el trono, y gobernó a Inglaterra durante otros tres años. Cualquier persona normal se sorprendería ante la ocurrencia de tantas circunstancias extrañas y estaría inclinada a no creer en este milagroso suceso. Supondría que tanto la muerte, como las circunstancias públicas que la siguieron no fueron reales sino fingidas. Dado el buen juicio y sabiduría de la reina se objetaría el escaso o nulo beneficio que se sacaría de este artificio tan pobre y la dificultad o imposibilidad de engañar al mundo entero.
Engaño de personas. Las personas de cualquier época han sido engañadas por historias ridículamente prodigiosas, donde las mismas circunstancias son una prueba rotunda del engaño. Prueba suficiente para que cualquier persona sensata rechace el hecho, sin ni siquiera intentar probarlo. A las personas sensatas y racionales no les es posible aceptar atributos y acciones de seres todopoderosos, que violen el curso natural de la naturaleza. Esto las obliga a comparar los casos de la violación de la verdad por testimonios de personas, con los casos de violación de las leyes naturales por los milagros y juzgar cual de las dos violaciones es más verosímil y probable. Como siempre establecen que las violaciones de la verdad son más comunes que los testimonios de violaciones de las leyes naturales o milagros. Esto reduce considerablemente la veracidad de los milagros y concluye que todos deberíamos establecer la firme resolución general de no prestar atención a los testimonios de milagros, sea cual fuere la engañosa pretensión que los encubre.
Medios de denuncia. Los medios para denunciar los milagros son las propias falsedades de los testimonios de los narradores, siempre suficientes para personas juiciosas y sensatas, pero demasiado sutiles para ser comprendidos por el vulgo.
Las profecías
Definición. Todo lo que se ha dicho de los milagros, puede aplicarse sin variación alguna a las profecías, pues toda profecía es un verdadero milagro. Predecir acontecimientos excede la capacidad de la naturaleza humana. Para aceptar las profecías hay que creer en alguna intervención sobrenatural. Utilizar una profecía o milagro como argumento a favor de alguna autoridad o alguna misión divinas es siempre un riesgo al que nos exponemos.
Como la razón por sí sola no es suficiente para convencernos de la veracidad de los milagros y de las profecías, las personas para creer en ellos tienen que apelar a la fe. Estas personas al aceptar los milagros y profecías anteponen la fe a la razón y pueden seguir creyendo en todo lo opuesto a lo natural y habitual.
Si las religiones están basadas en milagros, las personas razonables esperan que con alguna frecuencia, en su religión, se produzca alguno.
Evidencia del suceso. Una persona sabia adecúa cualquier creencia al porcentaje de probabilidad de su evidencia. Procede con cautela, sopesa experiencias paralelas, es decir, determina el número en que sucedió cada una de estas experiencias y se inclina por la que esté respaldada con mayor probabilidad. En esto consiste determinar la probabilidad de que un hecho pueda ser creíble. La esperanza de un hecho, condiciona el grado de seguridad con que éste pueda suceder.
Autor:
Rafael Bolívar Grimaldos
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