El mecanismo
Nuestro desarrollo, a medida que progresa, permite que, cuando logramos la autonomía e independencia final de nuestros padres, incorporemos sus sabidurías y valores éticos-morales para que desde nuestras mentes gobiernen nuestros destinos y nos guíen por el sendero de la rectitud espiritual.
Nuestros padres, representados permanentemente en la estructura del Súper-ego, nos recuerdan de la existencia de un Dios tan intangible como imperecedero que vive en nuestras almas hasta el fin de nuestras vidas.
De ahí deriva recordarlos a ellos — nuestros padres — cuando repetimos los axiomas y las máximas que nos inculcaran, para guiarnos.
Lo que sucede al niño que es huérfano o cuyos padres son ausentes
Los niños, al nacer, vienen dotados con mecanismos adaptantes y compensadores para suplir la figura y para corregir la ausencia de los padres.
Otras personas allegadas pueden efectivamente proporcionar los elementos requeridos para la estructura y formación de una conciencia moral — de un Súper-ego. Estos otros serán, entonces, quienes invocaremos para afirmar la certeza moral de nuestras actitudes.
Misticismo Orlado Agudero-Botero
El problema
El problema surge cuando los niños crecen en un medio ambiente donde la presencia psicológica de uno o de ambos padres está omitida de facto. En ese caso, la carencia de esa figura, imprescindible para el desarrollo armonioso del niño, puede producir un vacío permanente en su constitución moral.
Quienes así crecen se convierten en entidades narcisistas y egocéntricas que derivan placer del sufrimiento de otros (schadenfreude) y que procuran tan sólo su satisfacción personal — seres que carecen de toda capacidad para amar.
Para un terapeuta es, entonces, música celestial escuchar las palabras repetidas que recuerdan lo que los padres en tiempos pasados, a quienes tuvieran la fortuna de oírlos, les decían…
"Como decía mi mamá…"
Bibliografía
Bowlby, J. (1952) Maternal Care & Mental Health. World Health Organization, Monograph no. 2; Jason Aronson (1977)
Bowlby, J. & Fry, Margery (1953, 1965) Child Care & the Growth of Love. London: Pelican.
Bowlby, J. (1969, 1982) Attachment [Vol. 1 of Attachment and Loss]. London: Hogarth Press; New York, Basic Books; Harmondsworth, UK: Penguin (1971)
Bowlby, J. (1973) Separation: Anxiety & Anger [Vol. 2 of Attachment and Loss]. London: Hogarth Press; New York: Basic Books; Harmondsworth: Penguin (1975)
Freud, A: (1965) Normality and Pathology in Childhood: Assessments of Development. Madison, CT:
International Universities Press.
Pine, F: (1985) Developmental Theory and Clinical Process. New Haven. Yale University Press.
Winnicott, D.W: (1965) Maturational Processes and the Facilitating Environment. Madison: IUP
Winnicott, D.W: (1971) Playing and Reality. London Tavistock Publications.
Los hijos de padres indulgentes… futuro viciado
Los niños, como las naciones bien gobernadas, dependen del ejemplo de figuras en control que sean firmes, justas y consistentes, para lograr un crecimiento armonioso y un desarrollo feliz.
Se utiliza en este artículo el auxilio heurístico de un caso clínico para exponer mi exposición.
Jaime nació en este país durante los años del 1930. Ellos fueron los que vieran el nacimiento de la más larga dictadura en la historia de nuestra patria. Sus dos hermanas mayores, con las que vivió su infancia en la compañía de sus padres compartieron con él el silencio forzoso que creaban las fuerzas de represión de la dictadura tan odiada y aborrecida; como lo fuese sangrienta y temida — La dictadura de Rafael L. Trujillo.
En su mente infantil a Jaime le fue muy difícil poder reconciliar la existencia de sentimientos contradictorios y opuestos ¿Cómo pueden algunos alabar al tirano públicamente, y derogarlo en la privacidad de sus casas? ¿Cómo pueden los sacerdotes arrojarse, en reverencia, a los pies del sanguinario sátrapa, a quien llamaran "Redentor?"
Cuando Jaime entrara al liceo secundario tuvo la buena fortuna de ser enseñado por maestros nobles y abnegados, quienes nutrieron en su mente la decisión de abandonar su país para nunca más volver.
Habiéndose graduado de médico, Jaime se dedicó a tratar pacientes con enfermedades psicosomáticas.
Durante los años que él viviera en el extranjero ocurrieron muchos eventos de importancia para su país natal. Entre ellas, el "ajusticiamiento" (así llamaron la muerte) del tirano, con la triste secuela de que, en el poder, permanecieron los mismos maleantes arteros, quienes a través de sus complicidades eran responsables de haber mantenido al tirano en el poder.
Cuando Jaime volvió a visitar a su patria, encontró que los hijos de sus amigos, ya crecidos, se habían desarrollado en una atmósfera artificial de indulgencias irreprensibles.
En primer lugar, era esa una sociedad en donde los matrimonios eran concebidos como asuntos de conveniencia por familias interesadas en obtener ventajas sociales y económicas.
Las bodas se celebraban con esplendor supremo y la vida de los recién casados comenzaba con la adquisición de las cosas que la mayoría de las gentes sólo pueden lograr después de laborar y de ahorrar dinero por muchos años.
La rivalidad social, siendo extrema, forzaba la oposición en todo: desde el número y el sexo de los hijos (el varón siendo de la mayor importancia) hasta poder pertenecer a tal o cual asociación (o club).
Tan pronto cuando un niño, en esta sociedad donde vivimos, nacía, se le asignaba una sirvienta para proveer y suministrar (a veces, aún para sustituir por) el cuidado materno. Nunca las familias viajaban sin ser acompañadas por la sirvienta ubicua. Los límites eran impuestos con una inconsistencia peligrosa ya que a los niños se les toleraban casi todas las travesuras que desearan, porque la disciplina se diluye a través de las indulgencias negociadas por abuelos y por otros parientes entrometidos. La mediocridad inevitable comenzaba de ese modo en las primeras fases de la infancia.
La Mala Semilla…
El biberón y el "bóbolo" se acarrean hasta la edad pre-escolar, las pataletas interminables que estremecen el microcosmo hogareño y la actitud de laissez-faire que caracteriza la falta de expectaciones que estos padres tienen para con los hijos, fue resumida por uno de ellos de modo contundente, y aun lúcido, cuando él dijo a Jaime: "Dr. aquí sólo vivimos para el ‘show’".
Esos niños infelices, y descuidados emocionalmente por sus padres llegan al umbral de la adolescencia careciendo de un sentido de dirección o de un sentido de propósito. Durante los años de transición que constituyen los del bachillerato y los de la universidad; las discotecas, los carros velocísimos, el desafío a las figuras en autoridad, el bullicio y el ruido de sus presencias alborotantes se nutren por con el consumerismo conspicuo y exagerado.
Es éste el período, donde, si algo va ostensiblemente mal, cuando el psicólogo (o el psiquiatra) hace su entrada en las vidas de ellos, tan subrepticia, como a menudo innecesaria. "Los niños aquí no se levantan temprano". Decía una mamá, refiriéndose a la hija de 18 años aun en cama al mediodía. Ni trabajan, Jaime añadió en el silencio de sus pensamientos.
Como los hijos estarán destinados a laborar en la misma empresa en donde la familia lograra su fortuna, la competencia no existe y el deseo de sobresalir se atrofia y se vuelve irrelevante.
La mediocraza se institucionaliza de este modo.
Como las crías son siempre numerosas, cada generación le añade números considerables a aquellos que competirán por las posiciones más codiciadas en la empresa familiar. Esto, por supuesto, resulta en el hecho de que la cornucopia del patrimonio heredado se vuelva más exigua con el transcurso de los años. La arrogancia y la petulancia exterior, sirven como antifaz para ocultar los sentimientos de vulnerabilidad e inferioridad escondidos.
Son ellos los padres a cuyos hijos vemos en las carreteras pasando a todos los carros que les vayan adelante o que bloquean el carril de rebasar para que otros no pasen. Son ellos los que cubren los senderos a todo el ancho, para que otros tengan que abandonarlo si no quieren ser empujados. Son ellos los que envenenan el aire de todos con el humo ofensivo de sus cigarrillos, o con el ruido estrepitoso de sus motocicletas o estéreos.
Son ellos los que maltratan a los pobres… pero, son ellos quienes realmente son pobres ya que carecen de conciencia moral o de valor social. Son ellos quienes viven en la bancarrota del pretender ignorar la miseria abyecta que a todos nos rodea.
Son avariciosos, no porque a ellos les haga falta el dinero, sino porque temen el hecho de que algún día se les va a acabar lo que tienen.
¿Pero qué solución se les ofrece a estas personas?
La única y la más efectiva de las soluciones es la de imponer límites desde el comienzo de la vida a los hijos… ello, siendo tan difícil para muchos padres… ya que ellos no conocen límites para sí mismos…
Bibliografía
Suministrada a petición.
Dr. Félix E. F. Larocca
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