Pueblo y poder en América Latina. Las huellas de la ausencia
Enviado por Gabriel Cocimano
- El padre ausente: una metáfora del poder
- Canonizaciones populares: una práctica alejada del poder
- Los vivos y los muertos
"El fuego debe calentar de abajo"
Martín Fierro
Alejado y distante del pueblo , el poder político en América Latina se ha gestado en la neurótica imitación foránea, profundizando el desdén y la indiferencia hacia lo propio. La alegoría del padre ausente como metáfora del poder latinoamericano lo refleja: ese padre ha abandonado a su hijo (el pueblo) librándolo a una condición de orfandad . A su vez, las elites políticas locales erigieron, por oportunismo o conveniencia, figuras míticas para construir los arquetipos de nacionalidad: de esta forma, se idealizó al indígena, al mestizo o al criollo cuando ya no representaron peligro alguno, pero se los persiguió y hostigó en vida, es decir, cuando ofrecían resistencia. Como contrapartida, el pueblo -ante la indiferencia del poder- ha generado sus propios mecanismos rituales: la religiosidad popular confirma la existencia de manifestaciones culturales ajenas al poder. A través de ella, se da una proyección de los deseos del pueblo, que intenta así suturar las heridas de la ausencia.
Desde los tiempos de la conquista, el poder político latinoamericano ha mostrado su rostro mefistofélico: apartado, distante y lejano del pueblo, acentuó la orfandad y la subordinación del nativo y, posteriormente, de la población mestiza y criolla. La historia latinoamericana ha sido moldeada en la preponderancia del poder militar, y en el intento por instaurar en sus tierras la ciudad europea. Asociado a los hombres de brega que descendieron de los ejércitos libertadores, el poder fue usufructuado por militares y terratenientes en una tierra avasallada por el ruido de las armas y el tropel de los caballos.
Estos hombres de brega que sostuvieron el poder simbolizaron la clase hegemónica del continente mutilado, una clase dominante a la fuerza, por estricta vocación y necesidad. El héroe heredero de la hidalguía libertadora constituyó la alegoría de una épica gloriosa. Ese poder se ha ido aislando en su discriminación hacia el nativo, el mestizo y aún, el criollo. Pero no sólo en lo racial radicó esta discriminación: en Latinoamérica, "la dominación étnica, racial y de clase fue muy acentuada y propició formas de sojuzgamiento femenino y predominio masculino mucho más marcadas que en la sociedad española o en las culturas nativas" (Fuller 1998). De alguna manera, la imagen del poder en Latinoamérica ha estado asociada a ese rasgo arbitrario, violento, a la voluntad de dominio del guerrero vencedor, todos caracteres propios del universo masculino . Aquel poder arbitrario, forjado en las luchas intestinas, puede ser interpretado a partir del frágil desarrollo de los poderes públicos en América Latina, vale decir, de instituciones como la Iglesia y el Estado. "La voluntad masculina o del padre de familia podía prevalecer sobre los poderes públicos. La conducta masculina se regía más por códigos individuales como el honor, propio y de la familia, que por las leyes civiles o eclesiásticas" (Fuller 1998).
Gabriel García Márquez recrea en alguna de sus novelas a esos héroes y patriarcas políticos del continente y los satiriza, subvirtiendo el papel de ciertos grupos sociales, étnicos y genéricos marginales. En " Cien años de soledad ", la mujer aborda las cualidades masculinas y toma libertades hasta ese momento reservadas para los hombres: las mujeres Buendía, como grupo, representan la mentalidad estrecha y racista de la clase social alta de América Latina, cuyo aislamiento de las clases bajas es la base de la soledad social que infesta al continente. A su vez, en " El otoño del patriarca ", representa la agonía del sistema patriarcal, el ocaso de aquel poder avasallador y autoritario, y cuestiona el papel de los padres o patriarcas en la sociedad latinoamericana. Aquí, el escritor colombiano logra subvertir el poder del patriarca a expensas de las mujeres ligadas afectivamente a él, desplazándolo hacia una posición marginal: su madre influye en todas sus decisiones políticas y amorosas, y su mujer toma el lugar de la madre al morir ésta. Si la madre era la interlocutora de su poder, la esposa logrará despojarle ese control hegemónico. Todo el discurso de la obra revierte el sentido del poder masculino (Rodríguez Vergara 2002).
Los seres que García Márquez instala en el poder son seres olvidados por la historia, condenados a la soledad, espectros que deambulan en un exilio definitivo, y evocan los personajes de Juan Rulfo, cuya obra constituye un íntimo diálogo latinoamericano de la utopía perdida; asimismo, recuerdan al Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias o Yo, el Supremo de Augusto Roa Bastos, quienes también estructuran sus obras a partir de un dictador inespecífico y universal que alegoriza a cualquier gobernante en algún lugar latinoamericano (Hernández Carmona 1997).
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